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Recibir amonestación por A. W. Tozer

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A. W. TOZER

“Más vale joven pobre y sabio, que rey viejo y necio que no admite consejos.”    
del libro de A. W. Tozer, La raíz de los justos,  capítulo 7

No pienses que Tozer había elegido este texto mientras buscaba un sermón para la reunión del domingo por la mañana, ni cuando estaba preparándose para predicar en uno de “los concilios” anuales (como ellos lo llamaban) de su propia organización. Quiero decir que no fue motivado por presentar un texto interesante, para que los miles de asistentes de todas partes de América, como también representantes de distintas partes del mundo, le prestaran atención. 

Nosotros vivíamos a 500 kilómetros de Chicago, donde Tozer tenía su iglesia. Yo tenía 19  años cuando Tozer murió y no recuerdo haberle oído en directo, pero he leído todos los libros de él que he podido encontrar y he escuchado decenas de grabaciones suyas. Mi padre varias veces le escuchaba en estos “concilios” o en convenciones para pastores, porque pertenecían a la misma denominación. Además, yo mantuve contacto, por escrito y telefónico, durante cerca de diez años con Len Ravenhill, que era muy amigo de Tozer. El predicaba en su iglesia y oraban juntos en privado. Len le consideraba su mentor.

Cómo dije antes, por lo que yo sé de Tozer, él no escribió este capítulo porque le faltara un tema para añadir a su libro, sino porque él conocía personalmente a “reyes” como el que está descrito en el texto de Eclesiastés… sospecho que los hallaba en la organización a la cual pertenecía. Tozer tenía sus propios enemigos, que no le querían porque sacaba a la luz la situación tal y como la hallaba cerca de él. Un amigo mío estaba en una escuela bíblica de la misma denominación, y Tozer estuvo allí durante una semana dando clases sobre “la vida espiritual” a los estudiantes. Me dijo que después Tozer fue duramente criticado por algunos de los profesores.

Yo sé qué pasó con mi propio padre cuando sus convicciones no le dejaron obedecer a sus superiores, después de haber estado con ellos más de 30 años. También conozco a más de uno de tales “reyes”, los cuales, tras experimentar el éxito, no permiten que se les contradiga ni que se introduzca ningún pensamiento o práctica diferente a lo que ellos han enseñado. Se han olvidado que Dios, en Su gracia, les ha permitido tomar una parte en Su gran obra, pero no para que ellos persistan en conservar sus propias maneras y opiniones. A sus seguidores les tiene que gustar lo que a ellos les gusta, y tienen que orar, creer y trabajar como ellos lo hacen. Dios quiso que dirigieran a sus seguidores a Cristo, como Juan Bautista, para después servirle libremente como Él les enseñe. Pablo escribió a los corintios: “Os desposé con un solo marido”, y en Hechos 14:23, vemos a Bernabé y a él llevando estas palabras a la práctica: “Después que les designaron ancianos en cada iglesia y oraron con ayunos, los encomendaron al Señor en quien habían creído”. Pablo y Bernabé siguieron adelante a otra región. La iglesia es la novia de Cristo; es un gran error si el hombre se adueña de ella.

La corta visión no permite a tales personas ver el plan extenso de Dios. Solamente pueden ver lo que ellos han hecho y han invertido, pero no ven la historia tras todo lo que tiene que ver con los propósitos de Dios. Cuando podemos ver la obra de Dios, esto nos humilla y nos damos cuenta que nuestra parte, sea cual sea, es tan pequeña en todo el plan, que no podemos hacer menos que reconocer la gran necesidad que tenemos de recibir consejos y ayuda en un plan tan grande y eterno. ¡Que estemos agradecidos por todo aquello que Dios haya usado para amonestarnos! Dios recibe la gloria y uno está constantemente mirándole a Él para el desarrollo de su obra en el futuro.  


RECIBIENDO AMONESTACIÓN.

Un extraño pasaje en el libro de Eclesiastés 4:13 se refiere al “rey viejo y necio que no admite consejos”.
No es difícil comprender por qué un rey viejo, especialmente si fuera necio, pensara y sintiera que estaba más allá de toda amonestación o exhortación. Después que él hubiera dado órdenes por años, con toda facilidad pudiera construirse una  sicología que, lisa y llanamente, no pudiera albergar la noción que él pudiera recibir consejos de otros. Su palabra y órdenes desde hace largo tiempo se habían convertido en ley, y para él, el bien se había convertido en sinónimo de su voluntad, y el mal se había convertido en sinónimo de todo lo que fuera contrario a sus deseos y voluntad. Pronto la idea de que hubiera alguien con la sabiduría suficiente y lo bastante bueno como para reprocharle, no le pasaría por la mente.

Tenía que ser un rey necio e insensato para dejarse cautivar en tal maraña, y un rey viejo para permitir que la maraña se solidificara hasta el punto que él no pudiera romperla y, además, darle tiempo para acostumbrarse tanto a ella, a tal extremo que ya no se daba ni cuenta de su existencia.

Sin estudio del proceso moral por el cual llegó a este estado de dureza, ya le había llegado la hora de su partida. En todos los aspectos era un hombre perdido. Su cuerpo viejo, marchito y mustio todavía se mantenía unido  para proveer una tumba movible para albergar un alma ya muerta. La esperanza había partido tiempo ha. Dios le había entregado a su engreimiento y vanagloria. Y pronto moriría su físico también, y su deseo sería como muere un necio.

Un estado de corazón que rechaza los consejos era característico de Israel en varios periodos de su historia, y a estos periodos siguió de manera indefectible el juicio. Cuando Cristo vino a los judíos, Él les encontró llenos hasta el tope de esa autoconfianza arrogante que no acepta amonestación. “Simiente de Abraham somos”, dijeron fríamente cuando Él les habló acerca de sus pecados y su necesidad de salvación.  La gente común le oía con agrado y se arrepentía, pero los sacerdotes judíos se sentían como gallo en el gallinero, y habían actuado como dueños y señores por tanto tiempo, que no estaban dispuestos a entregar su posición privilegiada. Como el rey viejo, se habían  acostumbrado a tener siempre la razón. Reprenderles era para ellos sinónimo de insultarles. Se consideraban más allá de todo reproche. 

Algunas iglesias y organizaciones cristianas han mostrado una tendencia a caer en el mismo error que destruyó a Israel: la inhabilidad de recibir consejos y amonestaciones. Después de un tiempo de crecimiento y labor exitosa se aproxima la sicología de la auto felicitación. El éxito mismo se convierte en la causa del fracaso posterior. Los líderes llegan al punto de aceptarse como los más escogidos y preferidos de Dios. Se han convertido en objetos especiales del favor divino; su éxito es prueba suficiente que esto es así. Por lo tanto, tienen que tener la razón, y a cualquiera que trate de pedirles cuentas, se le considera instantáneamente como un entrometido, no autorizado, a quien debiera darle vergüenza atreverse a reprender a los que son sus superiores y mejores.

Si alguno se imagina que estamos meramente jugando con palabras, que se acerque al azar a cualquier líder religioso y llame la atención a algunas de las debilidades y pecados de la organización o de él mismo. Tal persona recibirá un rápido desaire, y si se atreve a proseguir, se le confrontará con los informes y estadísticas para comprobar que está  totalmente equivocado y no tiene derecho a hacer tales observaciones. “Simiente de Abraham somos” será el tenor de su defensa. Y ¿Quién va a atreverse a encontrarle defectos y faltas a la simiente de Abraham?

Aquellos que ya hayan entrado al estado donde ya no pueden recibir amonestación, probablemente no van a aprovechar esta advertencia. Después que el hombre haya traspasado el borde del precipicio, no hay mucho que se puede hacer para ayudarle; pero podemos colocar hitos y señales por la ruta para evitar que el próximo transeúnte se lance al vacío. A continuación presentamos algunos:

  1. No defienda a su organización contra la crítica. Si la crítica es falsa no puede hacer ningún daño. Si es verdad, usted necesita escucharla y hacer algo al respecto 
  2. No se preocupe por lo que haya logrado, sino con lo que pudiera haber alcanzado si hubiera seguido al Señor de modo absoluto, y de todo corazón. Es mejor que digamos y sintamos “siervos inútiles somos, pues lo que debíamos hacer, hicimos”. (Lc 17:10)
  3. Cuando se le censura y condena, no preste atención a la fuente. No pregunte si es un amigo, o un enemigo quien le acusa. Un enemigo suele ser de mayor valor que un amigo, porque él no se deja influenciar por la simpatía.
  4. Mantenga su corazón abierto a la corrección del Señor y esté listo para recibir Su castigo, sin importarle de quién es la mano que porta la vara. Los grandes santos aprendieron a soportar la paliza con gracia y tal vez ésa sea la razón por la cual llegaron a ser grandes santos.


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