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Lowell Brueckner

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Atributos y poder divinos

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37. Un estudio expositivo de Isaías, capítulo 40

Consolad, consolad a mi pueblo

“¡Consolad, consolad a mi pueblo, dice vuestro Dios!” (v.1 BTX). Este capítulo es uno de los grandes tesoros de Isaías y está entre las porciones más elevadas de la Escritura. Es una palabra maravillosa de Dios para Su pueblo. Él siempre tiene buenas intenciones para ellos y Su anhelo es que se sientan consolados y seguros bajo Su cuidado. Instruye a Sus mensajeros a darles consuelo.

Él disciplina, como tiene que hacer un buen padre siempre. En su pacto con David, acerca de su descendiente, Él dijo: “Yo le seré a él padre, y él me será a mi hijo. Y si él hiciere mal, yo le castigaré con vara de hombres, y con azotes de hijos de hombres; pero mi misericordia no se apartará de él como la aparté de Saúl…” (2 S.7:14-15). Nunca debemos usar el destino de Saúl para asustar al rebaño del Señor, para que obedezca y se sujete. El fin de la genealogía de David no será comparable con la de Saúl. “Hablad al corazón de Jerusalén…” El conflicto era una de las maneras en las que Dios disciplinaba a menudo, pero ahora Dios quiere asegurar a Jerusalén que la guerra ha terminado y que el castigo ha sido más que suficiente (v.2).



El ministerio de Juan Bautista



La profecía nos lleva 700 años adelante, al principio de la época del evangelio, donde Isaías nos habla de Juan Bautista. El versículo 3 es muy conocido y es citado en el Nuevo Testamento en relación a su ministerio. Era preparatorio a la venida de Cristo. Ahora, vamos a permitir que nos recuerde que la predicación del arrepentimiento siempre tiene que preceder a la predicación del evangelio. Las lágrimas de arrepentimiento no son negativas, sino una demostración de una actitud hermosa que empieza en el corazón del pecador, preparándole para recibir a Cristo. Cada monte orgulloso es abatido y los valles de humillación son alzados. Los caminos torcidos y pervertidos son enderezados y las características de una personalidad brusca son hechas mansas y aplanadas (vs.3-4, fíjate en Mc.1:3).

Me acuerdo del mover del Espíritu de Dios entre los esquimales, en la parte noreste más lejana de Canadá. Bajo una convicción pesada de pecado, los nativos arrepentidos trajeron artículos relacionados con sus vicios a la iglesia local. Sobre un periodo de tiempo, un barril tras otro fueron llenos de tabaco, bebidas alcohólicas, pornografía, drogas y cosas usadas para la brujería. La Real Policía Montada de Canadá calculó su valor y, si recuerdo bien, era desde unos 80 hasta 100 mil dólares canadienses. Todo fue apilado en un gran montón, ya que el suelo estaba congelado y era demasiado duro para poder escarbar. La policía contribuyó con la gasolina para el fuego (muy cara en esas regiones) y la población entera estuvo presente, aplaudiendo y clamando, cuando el monte de pecado fue removido y convertido en cenizas. Yo derramé lágrimas al ver esa hermosa escena en la película y al escuchar los sonidos producidos por el arrepentimiento. Fueron convertidas cientos de personas.

Las palabras de Isaías son demasiado maravillosas; tenían que aparecer también en el Nuevo Testamento. Pedro cita lo siguiente y Santiago se refiera a ello: “Toda carne es como hierba, y toda la gloria del hombre como flor de la hierba, la hierba se seca, y la flor se cae; mas la palabra del Señor permanece para siempre” (1P.1:24-25; Stg.1:10-11, de vs.6-8). Además, Pedro agrega: “Y esta es la palabra que por el evangelio os ha sido anunciada”.


Buenas nuevas

El capítulo 40 hace una división en el libro de Isaías y, desde el día que Ezequías entretuvo a los embajadores de Babilonia en el capítulo 39, las profecías nos llevan a la cautividad, como si Judá ya lo estaba viviendo. Así que, durante el resto del libro, habló a Israel de consuelo para su conflicto y opresión. Promete: “Se manifestará la gloria de Jehová, y toda carne juntamente la verá; porque la boca de Jehová ha hablado” (v.5). Ya, en este capítulo, ha hablado de la preparación para ese día, y después anima a la gente a vivir por la Palabra de Dios. La gloria del hombre se marchita, pero la gloria de la Palabra es eterna. Porque Israel es Su pueblo elegido, “No ha desechado Dios a su pueblo, al cual desde antes conoció” (Ro.11:2).

El profeta une enteramente las dos partes del ministerio de Cristo, y esta parte se refiere tanto a Su segunda venida como a la primera. A pesar del peligro que conlleva, Sion, dentro de Jerusalén, debe levantar fuertemente su voz y anunciar las buenas noticias a las ciudades de Judá. Dios demanda que sean fuertes y valientes.

El mensaje es: “¡Ved aquí al Dios vuestro!” (v.9). Creyendo este pasaje uno no puede negar la deidad de Cristo. Es el Señor Dios quien viene, y viene en poder para gobernar desde Jerusalén (v.10). Isaías presenta a Cristo como el Rey Venidero, pero también como el Buen Pastor: “Como pastor apacentará su rebaño; en su brazo llevará los corderos, y en su seno los llevará; pastoreará suavemente a las recién paridas” (v.11). El escritor del libro de Hebreos proclama que Él “es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos… el gran pastor de las ovejas…Jesucristo; al cual sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén” (He.13:8,20,21). Es el que fue, es, y siempre será.

¡Qué consuelo es poder tener estas palabras del Pastor atendiendo “suavemente a las recién paridas”, que también lleva en Sus brazos a los corderos! Él es omnipotente y asombroso, terrible en la batalla y temible en la ira, pero al mismo tiempo es “manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas” (Mt.11:29). ¡Este es el Cristo de la Biblia!

Grandeza infinita

El profeta intenta describir Su incomparable grandeza. Demuestra la facilidad con la que controla el universo, teniendo todas las aguas de la tierra en el hueco de Su mano. Con una inteligencia infinita, determina la medida y el peso de las montañas y colinas, y extiende Su palmo sobre la extensión del cielo (v.12).

Sin embargo, Él mismo es inmensurable y siendo también omnisciente, no necesita consejo ni enseñanza: “¿Quién enseño al Espíritu de Jehová, o le aconsejó enseñándole? ¿A quién pidió consejo para ser avisado?” (vs.13-14). Nosotros, siendo seres diminutos, extremamente limitados, injustos e ignorantes como somos, tenemos que hallar nuestro lugar. Él es perfectamente justo y lleno de sabiduría y conocimiento.

Me fascina mucho el decreciente valor dado a las naciones en este pasaje. La primera descripción trata de un elemento muy pequeño, como la gota de agua en un cubo, como el polvillo de la balanza y, sencillamente, como un grano de polvo (v.15 BTX). Si ofrecieran una ofrenda a Dios, la floresta del Líbano no “bastaría para el fuego, ni todos sus animales para el sacrificio” (v.16). El valor de las naciones cae de ser bajo a ser nada: “Como nada son todas las naciones delante de él” y, de la nada, decrece aún más: “En su comparación serán estimadas en menos que nada…” (v.17).

La idolatría

Isaías nos guiará para poder ver la idolatría como una gran pecaminosidad y la razón por la que Dios nos dio el segundo mandamiento: Es una gran blasfemia compararle con lo que sea; la diferencia entre el Creador y lo más elevado de Su creación, es incalculable (v.18). Intenta comprender la absoluta estupidez de un ídolo: “El artífice prepara la imagen de talla, el platero le extiende el oro y le funde cadenas de plata” (v.19). Estos son los ídolos que son puestos en lugares lujosos y prominentes de la sociedad, admirados por los hombres. Por otro lado, los ídolos de la gente común son más vulgares. Buscan un trozo de madera que no se pudra y se lo confían a un maestro para que forme un dios para ellos (v.20). ¿Están todos locos?

Las preguntas del profeta inspirado son para toda la humanidad. ¿Sois tan ignorantes y necios todos? ¿Habéis perdido la enseñanza que es tan antigua como la tierra misma y sus leyes científicas? Esto es lo que ha sido enseñado a hombres sabios desde el principio del tiempo. Si se ha perdido el conocimiento es porque el corazón insensato del hombre se ha oscurecido. El planeta Tierra es redondo, “Él está sentado sobre el círculo de la tierra”, y Dios se sienta en lo alto, sobre todo, observando a los seres humanos como si fueran langostas. Él extiende los cielos como una cortina y, en medio de ellos, los despliega como una tienda para morar (v.22).   

Los príncipes y gobernantes de la tierra son mortales y, generación tras generación, caen y son olvidados: “Como si nunca hubieran sido plantados, como si nunca hubieran sido sembrados, como si nunca su tronco hubiera tenido raíz en la tierra; tan pronto como sopla en ellos se secan, y el torbellino los lleva como hojarasca” (vs.23-24). Las imágenes ornamentadas con las que intentaban representar al Altísimo, han desaparecido. El Santo otra vez pregunta: "¿A qué, pues, me haréis semejante o me compararéis?” (v.25).

Fuerte en poder

“Levantad en alto vuestros ojos, y mirad quién creó estas cosas”. Él habla de las estrellas en el universo y reta a los hombres a intentar hallar sus límites. Haced telescopios, si queréis, para alcanzar más allá de la vista humana; hacedlos siempre más potentes, hasta que podáis extender la vista más allá de la Vía Láctea a innumerables galaxias más. Pero, aun así, todavía no han podido contar, ni aun ver todos los cuerpos celestiales; ¡todavía hay más; millones y miles de millones no descubiertos! Solamente hay Uno que los puede contar y, de hecho, ¡Él ha nombrado todos! A ninguna estrella le falta nombre, “tal es la grandeza de su poder y el poder de su dominio” (v.26). Considerando todo esto y sabiendo lo que sabemos en el Siglo XXI acerca del vasto universo, el término ‘grandeza de Su poder’, suena como una subestimación, un término indigno para describirle. Comprueba que aún en el lenguaje, somos débiles e incapaces para presentarle.

Aquí está un mensaje para el antiguo pueblo de Dios, los que le han conocido durante más tiempo. A ellos, y también a todo el mundo, les es formulada una pregunta tras otra con el intento de encender una chispa de razón en ellos, aunque parece imposible poder despertarles: “¿Por qué dices… mi camino está escondido de Jehová?" (v.27). Están acusando al Omnisciente de ceguera e ignorancia. ¡Ay, la arrogancia del hombre… que estúpida es! “¿No has sabido…el Dios eterno es Jehová, el cual creó los confines de la tierra? No desfallece, ni se fatiga con cansancio, y su entendimiento no hay quien lo alcance” (v.28).

Estos son Sus atributos y, como en pocos pasajes de la Biblia, en este capítulo se nos ha informado maravillosamente acerca de ellos. Por mi parte, los comentarios van a ser pocos, porque el profeta ya ha extendido el lenguaje humano hasta sus límites. Ahora, él llama nuestra atención a lo que Dios imparte a una humanidad que le espera hambrienta: “Él da esfuerzo al cansado, y multiplica las fuerzas al que no tiene ningunas” (v.29). Observamos que nada se ofrece a los fuertes y vigorosos. Su ventaja sobre los débiles es muy pequeña, comparado al poder que podrían obtener de Dios. Al poseer esta pequeña superioridad sobre los demás, su orgullo les ha privado de lo que es incomparablemente mejor.

Después, los jóvenes, enseguida llegan al límite de sus fuerzas y los muchachos caen exhaustos (v.30). Sigue siendo la intención del Señor preparar a un pueblo para cooperar con Él en los negocios del cielo. De la misma manera que Jesús llamó a Sus discípulos a dejar sus barcas y otras ocupaciones comunes, para hacerlos pescadores de hombres, Su propósito ha sido armar a los más desafortunados para el servicio sobrenatural. Su obra requiere mucho más de lo que los jóvenes y poderosos pueden proveer. Por eso, los que Él llama, tienen que recibir “poder, cuando haya venido… el Espíritu Santo”  sobre ellos (Hch.1:8).

Recuerda el capítulo 6… los serafines ardientes fueron dotados de seis alas para poder servir al Santo de Israel. Dos de las alas se les dio para el transporte rápido, para llevar a cabo las órdenes del que se sentó sobre el trono. El servicio divino requiere rapidez. Los seres humanos llamados a lo que es celestial, espiritual y eterno, tienen que ser revestidos sobrenaturalmente con poder desde lo alto.

Esperando en el Señor

Ellos esperan en Dios, como los discípulos primitivos esperaban cuarenta días en el aposento alto. Es irónico decir que volar requiere esperar mucho, pero aún en el transporte de avión moderno, es así. Tenemos que apurarnos para llegar al aeropuerto y esperar en la cola para, quizás, facturar nuestras maletas antes de pasar por la seguridad. Después, tenemos que esperar para embarcar en el avión y, seguidamente, esperar a que el avión abandone la puerta y vaya a la pista para despegar. Sin embargo, tras todo este tiempo de espera, podemos experimentar la cima del transporte moderno.

Esperamos en Dios, porque no estamos satisfechos con menos. Cristo dijo: “Todos los que antes de mí vinieron, ladrones son y salteadores” (Jn.10:8). En estos días, cuando todo lo que hay que hacer es pulsar un botón para ser inmediatamente satisfechos en cuanto a las cosas que mueven este mundo, todavía existen los que continúan esperando a Dios en la oración. Aunque el apoyo humano está al alcance, esperamos en Dios. Ni la mejor fuente de provisión de este mundo ayudará a las personas a caminar sobre calles de oro. ¡Estamos esperando a tener alas! “Los que esperan a Jehová tendrán nuevas fuerzas; levantarán alas como las águilas”. Esta es una de las promesas más poderosas de toda la revelación de la Biblia, sin embargo, hallamos pocos que están esperando en el Señor. Recurren a la preparación ofrecida por meros hombres, pero nunca será suficiente. Se cansarán, se fatigarán y, como las cinco vírgenes insensatas, los recursos que tienen en su mano, se apagarán. 

El rey Acab, con los mejores y más veloces caballos del reino de Israel, fue hacia la ciudad de Jezreel para refugiarse de la tormenta que se aproximaba. Pero Elías quedó atrás, en el Monte Carmelo, esperando en Dios. Cuando la oscuridad de la tormenta vino sobre Acab, pudo ver tras él una sola figura, adelantándose rápidamente. “Y la mano de Jehová estuvo sobre Elías, el cual ciñó sus lomos, y corrió delante de Acab hasta llegar a Jezreel” (1 R.18:46).

Los muchachos pueden depender de su velocidad y resistencia física para hacer lo mejor que el ser humano puede, pero nosotros no estamos esperando para adquirir lo mejor de las capacidades humanas. Ellos fallarán, se cansarán y caerán exhaustos, pero los siervos del Señor esperarán en Él y ellos “correrán, y no se cansarán; caminarán, y no se fatigarán” (v.31). 



 


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