Cristo, el Siervo
39.
Un estudio expositivo de Isaías, capítulo 42
Una
profecía mesiánica
“He aquí mi Siervo, a quien
Yo sostengo; Mi escogido, en quien se complace mi alma” (v.1 BTX). Dios nos ha
demostrado que Él es capaz de levantar a alguien, elegido para ayudar a los
judíos a volver a su patria, pero ahora está diciendo que puede y quiere hacer
más por Su pueblo. En este capítulo habla de Uno que llevará a cabo los
propósitos de Dios, de forma incomparable, más allá de lo que Ciro podría hacer.
Él vino a la tierra como un Siervo, manso y humilde de corazón. “Siendo en
forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino
que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los
hombres; y estando en condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose
obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Fil.2:6-8). El apóstol Pablo, por
supuesto, escribe acerca de Jesucristo, profetizado por Isaías.
Este Siervo cumplirá la
voluntad eterna de Dios, concebida antes de la fundación del mundo, con el fin
de extenderla a una eternidad, cuando los días y años no se enumeren. Él es
escogido y sostenido por el corazón de un Dios complacido: “Este es mi Hijo
amado, en quien tengo complacencia” (Mt.3:17). El Padre lo proclamó cuando el
Hijo fue bautizado, y el Espíritu vino sobre Él. Su ministerio empezó y sigue
siendo una obra de la trinidad y justo así, nuestro primer versículo, lo
profetiza: “Yo (el Padre) he puesto sobre él (el Hijo) mi Espíritu (el Espíritu
Santo).” Es un placer considerar un
capítulo que empieza con una referencia inconfundible del Mesías. El judío,
igual que nosotros, tiene la convicción de que este pasaje se refiere al Mesías
aunque, por supuesto, él todavía sigue esperando Su primera venida.
En su Evangelio, Mateo citó,
directamente, inspirado por el Espíritu Santo, los primeros cuatro versículos
de este capítulo, porque estaba convencido que se aplicaban a Jesús de Nazaret.
El mensaje y la conducta del Cristo no serían agresivos (v.2), algo que
nosotros debemos tomar en cuenta en nuestros esfuerzos evangelísticos y
misioneros. Además, podemos tomar consuelo personal en el hecho de que Jesús no
quebrará la caña cascada, ni extinguirá el pábilo que humeara, sino que, por
pura compasión, la enderezará y fortalecerá. No fue un revolucionario, sino un
Salvador, llamando y rescatando a los débiles y heridos (v.3).
El
alcance completo del ministerio de Jesús
Tenemos que acostumbrarnos
al hecho de que Isaías tome en cuenta y profetice el alcance del ministerio de
Jesús, algo que también nosotros debemos hacer. Sin embargo, también entendemos
que será llevado a cabo a través de dos advenimientos, uno que ya ha acontecido
y otro que está en el futuro. En la segunda venida, traerá la justicia perfecta
a todas las naciones (vs.1, 3, 4).
Todos los que hemos recibido
el evangelio, tenemos que creer la historia bíblica de la creación. El primer
capítulo del Evangelio de Juan establece esta historia: “Todas las cosas por él
fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho… el mundo por
él fue hecho, pero el mundo no le conoció” (Jn.1:3,10). El Creador y Señor del
universo fue hecho nuestro Salvador. Isaías afirma que Dios, el Señor, es el
Creador del cielo y la tierra, en el versículo 5, y basado en esa autoridad,
llama a un pueblo para Sí. Le da aliento y espíritu y, por eso, es justo hacer
todo lo que quiere hacer con ellos.
Los elegidos deben verse
como muy favorecidos, porque están bajo Su especial cuidado. Les toma por la
mano y les guarda; el que les llama es su Guardador. Ellos no pueden cuidarse a
sí mismos. El Siervo cumple un pacto en sí mismo; ya que es el Dios/Hombre, establece
el pacto entre Dios y el hombre. El Nuevo Testamento no es algo, sino Alguien. Los
que acuden a Él, participan del pacto, y el que tiene al Hijo, tiene la vida
eterna, provista por el pacto eterno. Dios da la vida y la luz en Cristo, y aparte
de Él no hay provisión para el hombre: “Yo soy la luz del mundo”, dijo Jesús y
en Él, “vosotros sois la luz del mundo” (v.6 junto a Jn.8:12; 9:5 y
Mt.5:14).
El libro de Isaías es un
evangelio profético, declarando de antemano los mismos acontecimientos que
relatan históricamente los cuatro Evangelios del Nuevo Testamento. Cristo es quien
abre los ojos de los ciegos, de forma física y espiritual. Él libra tanto de prisiones
materiales, como de prisiones de tinieblas espirituales (v.7). La gloria es
sólo para el Señor, a quien le pertenece, y el hombre que la reclama para sí
mismo, es un ladrón: “A otro no daré mi gloria, ni mi alabanza a esculturas” (v.8).
Un ídolo, formado por la religión del hombre o por su tecnología, no debe
recibir la alabanza. Hay muchos dioses hechos por el hombre, ante los cuales la
gente moderna se inclina y los sirve.
El
nuevo cántico
Vimos, en el último capítulo,
que la historia es la posesión del Señor y es la profecía ya cumplida. Él
declara el futuro por medio de la profecía. Las cosas viejas son profecías cumplidas
y las cosas nuevas se cumplirán en el futuro. No hay una verdad o doctrina
nuevas; solamente hay profecías todavía no cumplidas que Dios ya formó antes
del principio del tiempo: “Se cumplieron las cosas primeras, y yo anuncio cosas
nuevas; antes que salgan a luz, yo os las haré notorias” (v.9).
Los que han descubierto el
evangelio, que de alguna forma ha sido escondido, pero a la vez, declarado por
las profecías del Antiguo Testamento, cantan un cántico nuevo. No solamente los
judíos lo cantan, sino también los gentiles. Cuando estemos en el cielo, nos
será manifestada la redención completa: cuerpo, alma y espíritu, que la cruz
logró pagar (v.10). “Y cantaban un nuevo cántico, diciendo: Digno eres de tomar
el libro y de abrir sus sellos; porque tú fuiste inmolado, y con tu sangre nos
has redimido para Dios, de todo linaje y lengua y pueblo y nación y nos has
hecho para nuestro Dios reyes y sacerdotes, y reinaremos sobre la tierra” (Ap.5:9-10).
Un himno dice…
Grato
es contar la historia; el que la sabe ya,
Parece
que de oírla sediento aún está.
Y
cuando el nuevo canto en gloria entonaré,
Será
la antigua historia que en vida tanto amé.
El plan de Dios incluye
planes específicos en todas partes de la tierra, que resultan en la conversión
de personas que le darán alabanzas a Él. Nosotros, tenemos que descubrirlos y
seguirlos. Isaías, especifica los marineros, abundantes en el territorio
mediterráneo, que viven por el comercio y la pesca. Añade también a los
habitantes de las costas e islas. Desde los desiertos interiores y sus ciudades
salen las alabanzas de gente convertida. Los nombres propios son usados,
enfatizando la atención que el Señor da, individualmente, a Cedar (21:16), en
la parte noroeste del Desierto Árabe y de un área cerca de Petra, llamada Sela
(16:1). En todas partes y en todo tiempo, Dios realiza Su propósito, llamando a
los pueblos a alabarle y darle gloria (vs.11-12). En nuestros días, tenemos que
recordarnos constantemente que la predicación del evangelio no solamente es
para salvar a los pecadores, sino que la meta es dar gloria a Dios.
El
Hombre de guerra
“Jehová saldrá como gigante,
y como hombre de guerra despertará celo; gritará, voceará, se esforzará sobre
sus enemigos” (v.13). Él es el Señor de los ejércitos, que arma a los ejércitos
para llevar a cabo Su voluntad. Él es un conquistador que vence a sus enemigos:
“Porque Jehová juzgará con fuego y con su espada a todo hombre; y los muertos
de Jehová serán multiplicados” (66:16). Ésta, es la única manera de tratar con
una raza amotinada, que se levanta en rebelión contra su Creador. Cada
individuo que se rinde a Cristo es un enemigo conquistado. Al juntarnos con la
iglesia para cumplir Su voluntad en nuestras vidas, nos alistamos en un
ejército dedicado a una lucha a favor de la verdad. Escuchamos poco de este
tema hoy en día, pero muchos de los antiguos himnos, llevaban el son de la
batalla, incluso el famoso de Lutero, “Castillo fuerte es nuestro Dios”.
Utilizando otra analogía, el
Señor se compara con la mujer que, después de nueve meses de espera, mientras se
forma un niño en su seno, de repente, tiene dolores de parto. Ha guardado
silencio mientras la ira se incrementaba en Él, pero ahora dice: “Jadeo y a la
vez resuello” (v.14 BTX). Entonces, hablando de forma literal: “Convertiré en
soledad montes y collados, haré secar toda su hierba; los ríos tornaré en
islas, y secaré los estanques” (v.15). El Señor jadea y resuella al ejecutar juicio
sobre Sus enemigos.
El siguiente versículo
interrumpe la declaración de juicio para demostrar que, en medio de la guerra,
Dios se acuerda de los indefensos y los conduce. Hace esta pausa para
asegurarles que no les ha abandonado: “Guiaré a los ciegos por camino que no
sabían, les haré andar por sendas que no habían conocido; delante de ellos
cambiaré las tinieblas en luz, y lo escabroso en llanura. Estas cosas les haré,
y no los desampararé” (v.16). ¿Puede estar apuntando hacía un tiempo en el que
el judío, todavía en ceguera espiritual, es guiado a su patria, la primera vez
desde Babilonia, pero en los últimos tiempos desde otras muchas naciones?
A través de todas las
Escrituras, los ídolos son una ofensa terrible al Dios vivo y verdadero (v.17).
Son sustitutos débiles y odiosos, comparados a Su fuerza gloriosa y Su cuidado
infinito. Continuaré manteniendo que la idolatría es algo más que formas
religiosas, e incluye las imágenes de la tecnología del hombre, que confía en
lo que ha creado con sus propias manos. Solamente, los que están ciegos y
sordos a la realidad de Dios, pueden practicar este arte de engaño infame. El
Señor llama a los idólatras a oír y ver. Está hablando, especialmente, a la Israel
del cautiverio babilónico y la Israel de hoy en día, esparcida entre las
naciones, recordándola que es Su mensajero y siervo (vs.18-19).
En el versículo 20, otra vez
vemos un tema de Isaías que sigue repitiéndose en los Evangelios: “Ve muchas
cosas y no advierte, que abre los oídos y no oye”. Ésta es la condición del
hombre que crea en él la hipocresía y la falsa religión. Por su independencia y
orgullo, el Espíritu Santo no le asiste, y así es condenado a quedarse dentro de
las limitaciones de pensar como un mero humano, no importando lo creativo y
astuto que sea. Jesús vio estas características en los saduceos, fariseos y los
maestros de la ley.
El
Departamento de Justicia
El Reino de Dios tiene su
Departamento de Justicia; de esto no cabe duda. “Jehová se complació por amor
de su justicia en magnificar la ley y engrandecerla” (v.21). La ley fue una
manifestación de la gloria y el deleite de Dios. Sin embargo, Pablo declara que
“todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Ro.3:23). Dos
versículos después, el apóstol habla de una doctrina vitalmente importante, resumiendo
la necesidad de la cruz: “(Jesucristo) a quien Dios puso como propiciación por
medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia”. La ley santa de un
Dios airado demanda la sentencia de muerte, irrevocable sobre el ofensor. Dios
demostró Su justicia en la muerte de Cristo, al derramar Su sangre, por la cual
la sentencia justa se llevó a cabo y la ira de Dios fue aplacada. Ésta fue una
muerte sustituta por los pecados del mundo y pago el horrible precio de nuestra
salvación.
Isaías escribe acerca de la
condición que resulta sobre Israel, pero también sobre todo el mundo, por causa
del pecado, si uno quita a Jesucristo del cuadro: “Este es pueblo saqueado y
pisoteado, todos ellos atrapados en cavernas y escondidos en cárceles; son
puestos para despojo, y no hay quien libre; despojados, y no hay quien diga:
Restituid” (v.22). Escucha bien ahora, porque en los siguientes versículos hay
una teología tremenda: “¿Quién de vosotros oirá esto? ¿Quién atenderá y
escuchará respecto al porvenir?” (v.23). Las preguntas se repiten al empezar el
capítulo 53: “¿Quién ha creído a nuestro anuncio? ¿y sobre quién se ha
manifestado el brazo de Jehová?”
Otra pregunta sigue: “¿Quién
dio a Jacob en botín, y entregó a Israel a saqueadores?” ¿Quién le condenó, no
solamente al cautiverio de Babilonia, sino a los fuegos del castigo eterno? La
palabra nos da la respuesta claramente: “¿No fue Jehová, contra quien pecamos?
No quisieron andar en sus caminos, ni oyeron su ley. Por tanto, derramó sobre
él el ardor de su ira, y fuerza de guerra; le puso fuego por todas partes, pero
no entendió; y le consumió, mas no hizo caso” (vs.24-25)
Vamos a considerar las
implicaciones del texto para poder entender mejor la obra que nos trajo la
salvación. La respuesta a la primera pregunta es la misma que la contestación
de la siguiente pregunta: ¿Quién planeó y causó la muerte del Hijo de Dios?
¿Fue el sanedrín o el gobernador romano? ¿Fueron satanás y sus ángeles? En
primer lugar, tenemos que reconocer que ha sido Dios mismo, y no otro, quien ha
pronunciado la sentencia divina contra nosotros. Jesús advirtió: “Temed a aquel
que después de haber quitado la vida, tiene poder de echar en el infierno; sí,
os digo, a éste temed” (Lc.12:5).
Sin embargo, “de tal manera
amó Dios al mundo” que proveyó un Cordero como sustituto y, por eso, “Jehová cargó en Él el pecado de todos
nosotros… plugo (hebreo khaw-fates’ – complacerse, desear, deleite,
querer, ser complacido, tener deleite) a
Jehová quebrantarle y someterlo a padecimiento… la voluntad (hebreo khay’-fets,
derivado de khaw-fates’, significando deseo, aceptable, deleite, cosas deseadas)
de Jehovah triunfará en su mano” (53:6,
10 BTX). Queremos que queda bastante
claro; el sacrificio de Cristo, no solamente fue planeado por el Padre, ¡sino
que fue Su placer! La muerte de Cristo no solamente nos trajo salvación, sino
que… en primer lugar… removió del corazón del Padre el disgusto causado por
nuestro pecado.
Ya que Israel, tercamente,
rehusó entender y hacer caso, y no quiso obedecer a su Dios, el juicio cayó
sobre él, como está descrito en los últimos dos versículos. Como estamos
mirando adelante, al capítulo 53, contemplando al Sustituto que tomó el lugar de
Israel… y el lugar nuestro… llevando la condenación merecida, veremos que el
mismo lenguaje del versículo 25 se aplica a Él: “Por tanto, derramó sobre Él el
ardor de Su ira”.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Publicar un comentario