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Lowell Brueckner

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El Creador o dioses formados

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41. Un estudio expositivo de Isaías, capítulo 44

Escogido

¿Has considerado las muchas cosas en tu vida, sobre las que no tenías control? Nadie te preguntó cómo las querías. Por ejemplo, la familia en la cual naciste, el tiempo y el lugar de tu nacimiento, tu nombre, y tus rasgos físicos; todo esto son cosas que tú no elegiste. En la primera etapa de tu vida, dependías totalmente de otros para que te cuidaran. Fuiste dejado en sus manos para que te movieran, te alimentaran y te acostaran para dormir. Ellos pensaban y hacían todo por ti.

Como niños, anhelábamos tener libertad e independencia, esperando el día en el cual pudiéramos dejar la casa de nuestros padres y tener nuestra propia casa. Así que buscamos un empleo y vivimos en nuestro propio hogar. Pero pronto, nos dimos cuenta de que no éramos tan libres como pensábamos. Había cuentas que pagar, y nuestro jefe pensaba que teníamos que obedecerle. Después, nos casamos y vimos que nuestra área de libertad era incluso más pequeña, porque teníamos que compartir nuestra vida con otra persona. Entonces… los hijos, quienes hicieron que nuestro pequeño mundo de independencia se redujera aún más.


Ahora, vamos a ver el otro lado; los tiempos en los que pudimos hacer uso de nuestra independencia y tomar decisiones. ¿Nos producen más placer o satisfacción estos recuerdos? En muchas áreas de nuestra vida, estamos sufriendo las consecuencias de las malas decisiones y, si miramos correctamente nuestra situación, vemos que hemos sido y todavía somos esclavos de nuestra propia voluntad. Debemos llegar a la conclusión de que nuestra independencia no nos ha traído más felicidad, sino que quizás, hubiera sido mejor que otro hubiera tomado las decisiones por nosotros.

Debido a nuestra naturaleza, tercamente independiente, no hallamos placer en que otro tome las decisiones por nosotros. Queremos hacerlo por nosotros mismos y gobernar sobre cada área de nuestras vidas. Queremos controlar nuestro futuro. Me parece que la fuente de esta independencia es nuestra naturaleza caída, porque fuimos creados como seres dependientes, hechos para el placer de Dios y para recibir de Él nuestra subsistencia.

Este capítulo comienza recordando a Jacob, es decir, la nación de Israel, que es un siervo escogido por Dios. Viene del último capítulo, en el que vimos que Jacob estaba sufriendo las consecuencias de su rebelión contra su Dios. Jesús dijo a Sus discípulos: “No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros…” (Jn.15:16). Fueron escogidos por Dios y también lo somos todos los que hemos sido hechos discípulos. Al orar al Padre, Jesús habló de ellos como, “los que me diste, porque tuyos son” (Jn.17:9). En el asunto del discipulado, nosotros no elegimos, sino que fuimos elegidos.

Recipientes del agua y del Espíritu

Como en el último capítulo, el Señor apacigua a su pueblo, diciéndole que no debe temer porque Él le ha formado, y Él le ayudará. El nombre Jacob es deshonroso, pero aquí Dios le da otro nombre, Jesurún, un antónimo que, en su raíz, significa derecho o correcto (v.2). Es una palabra profética y poética de cariño.

El agua es un bien escaso en Israel y el Señor, a menudo, se refiere al agua como una bendición sobre Su pueblo; no solamente es una bendición física, sino también espiritual. “Yo derramaré aguas sobre el sequedal… mi Espíritu derramaré sobre tu generación, y mi bendición sobre tus renuevos” (v.3). Jesús también se refirió al agua como la vida y el refrigerio espiritual: “El que no naciera de agua y del Espíritu” (Jn.3:5) y “El agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna” (Jn.4:14).

Los primeros versículos expresan refrigerio y vitalidad, un pueblo transformado, regocijándose en su Dios, emocionado por ser de Él. Se siente satisfecho y realizado por ser un pueblo escogido (vs.4-5). Vamos a repasar rápidamente el mensaje: Habla de un pueblo elegido, hecho por el Señor desde el principio de su existencia, seguro en Él, bendecido en un ambiente de vida abundante, participante del Espíritu Santo, gozoso por ser Israel, Su posesión.

¿No hemos repetido muchas veces que el mayor propósito por el cual estudiar la Biblia es porque es una revelación de la naturaleza y la persona de Dios? Queremos saber que el Dios que hemos encontrado y que ha tocado nuestras vidas, es Él mismo que se revela en Su palabra. En el versículo 6, Él es el Señor, el Rey de Israel, su Redentor y el Señor de los ejércitos. Añade: “Yo soy el primero, y yo soy el postrero”.  Por eso, sabemos que Jesús reclamaba Su divinidad al hablar de Sí mismo como, “Yo soy el primero y el último”, en el libro de Apocalipsis (1:17; 2:8; 22:13).

Otra vez, expresa Su singularidad como el único Dios verdadero que no tolera un rival: “Fuera de mí no hay Dios… No hay Dios sino yo. No hay Fuerte; no conozco ninguno”. Él se manifiesta en y por medio de Su pueblo, llamándole desde tiempos antiguos, y declarándole el futuro (vs.7,8). La iglesia se junta con Israel en este llamado. Pablo enseña: “En aquel tiempo estabais… alejados de la ciudadanía de Israel… pero ahora en Cristo Jesús… habéis sido hechos cercanos… para que la multiforme sabiduría de Dios sea ahora dada a conocer por medio de la iglesia a los principados y potestades en los lugares celestiales” (Ef.2:12,13; 3:10).

¿Puedes entender que hemos sido elegidos por Dios, junto a los judíos, no solamente para dar testimonio al mundo, sino también a los “principados y potestades en los lugares celestiales”?  Siento que puedo entrever a estas autoridades celestiales, más allá de cualquier autoridad que conocemos, sentadas en tronos, unidas para observar y maravillarse de las obras de Dios entre Su pueblo escogido en la tierra. ¿Podrías haber imaginado tú un llamamiento como el que tenemos?


Una lección sobre los ídolos

El que lee los escritos del profeta ha entrado en un aula de escuela celestial, donde tiene el privilegio de aprender desde el punto de vista de Dios. Solamente allí, participa de la verdad absoluta, sobrepasando cualquier cosa enseñada por las mentes más prominentes de este planeta. Dios se ha revelado en los versículos anteriores y, ahora, nos enseñará acerca de la idolatría.

Nos dice que un idólatra es una persona que se deleita en una vanidad sin sentido. Él no escatima el tiempo, la energía ni el precio por algo que no tiene ningún valor. “Ellos mismos son testigos para su confusión, de que los ídolos no ven ni entienden” (v.9). Ahora, el Espíritu Santo nos da las razones por las que ésta es la verdad.

Formar un ídolo puede llegar a ser un asunto muy elaborado, en el que se involucra a varias personas, incluso a un diseñador y un artesano. Dios les une para avergonzarles, demostrándoles su ignorancia.  “¿Quién formó un dios, o quién fundió una imagen que para nada es de provecho?” Todo el proyecto empieza y termina en pensamientos y esfuerzos humanos; un hecho que, en sí mismo, es suficiente prueba de que es un objeto falible. “Todos los suyos serán avergonzados, porque los artífices mismos son hombres. Todos ellos se juntarán, se presentarán, se asombrarán, y serán avergonzados a una” (vs.10-11).

El herrero es presentado para demostrar su capacidad y parte en hacer un ídolo. Tiene las herramientas designadas para hacer su trabajo, y ha desarrollado habilidad y fuerza practicando su profesión. Sin embargo, al hacer un ídolo, sus fuerzas humanas llegan a su límite. Según la historia, ellos no comían ni bebían hasta terminar este trabajo. La cuestión puesta aquí es sobreentendida: ¿Tiene él los recursos para crear un objeto sobrenatural? (v.12).

Sigue el carpintero que talla la obra. Estamos familiarizados con la regla, los cepillos, el compás… Él dibuja sobre la madera y después la labra. Diestramente, forma una imagen hermosa, que quedará bien en cualquier casa. Usa cedro, ciprés o encina, pero también planta una arboleda de pino, teniendo que esperar décadas para que crezca y madure. Una parte del árbol es utilizada como leña para calentar su casa, y con la otra parte hace brasas para calentar el horno en el que cuece el pan y asa la carne. Y de éste mismo árbol, elige un trozo para formar un ídolo para la adoración religiosa. “Se postra ante él” (BTX). Nuevamente, tenemos una pregunta sobreentendida: ¿Es este trozo de madera un objeto digno para que un ser humano lo adore? (vs.13-15)      

Aprende el razonamiento del Espíritu Santo: “Parte del leño quema en el fuego; con parte de él come carne, prepara un asado, y se sacia; después se calienta, y dice: ¡Oh! Me he calentado, he visto el fuego; y hace del sobrante un dios, un ídolo suyo; se postra delante de él, lo adora, y le ruega diciendo: Líbrame, porque mi dios eres tú” (vs.16-17). ¿Puede algo que procede de una fuente tan común, con usos tan comunes, ser separado y tallado para algo divino? ¿Puede servir y proveer alguna ayuda sobrenatural algo que ha sido hecho por las manos del mismo hombre natural?

El Señor nos instruye: Un idólatra no puede distinguir entre lo común y lo santo. Él es ciego y su corazón está muerto a la realidad espiritual; no puede entender. No hay sabiduría de lo alto para poder decir: “Parte de esto quemé en el fuego, y sobre sus brasas cocí pan… ¿Me postraré delante de un tronco de árbol?” (vs.18-19). ¿Puedes discernir la vergüenza de todo esto? “Su corazón engañado le desvía” (v.20). No distingue la mentira de la verdad porque vive en un mundo de engaño. Si puede formar un dios con sus propios materiales y su propio esfuerzo y pericia, entonces… ¿no es él mismo el creador, el dios, sobre su dios? ¿No es él mismo el dios sobre su propio mundo? Parece que tenemos que llegar a esta conclusión, después de haber contemplado esta enseñanza.


El Señor está con Su pueblo

Éstas son las cosas que Dios enseña a Su pueblo para que esté mejor informado que el resto del mundo. Aun en la cautividad de Babilonia, es una luz en un lugar oscuro, como también la iglesia debe serlo en la dispensación del Nuevo Testamento; “irreprensibles y sencillos, hijos de Dios sin mancha en medio de una generación maligna y perversa, en medio de la cual resplandecéis como luminares en el mundo” (Fil.2:15).

En medio de la idolatría, el pueblo de Dios debe acordarse del Dios verdadero, a quien pertenece. No le han formado, Él les formó; Él no les sirve, ellos son Sus siervos. Aun si existiera el peligro de que sus pecados entraran entre ellos y su Señor, para que Él les dé la espalda (v.21), entonces Él dice: “Yo deshice como una nube tus rebeliones, y como niebla tus pecados; vuélvete a mí, porque yo te redimí”. Transgresiones, algunas tan espesas como una nube, otras menos, como la niebla, que bloquean la vista celestial, son borradas del libro de cuentas. El problema de la reconciliación con Dios es su responsabilidad; ellos son los que se han descarriado y tienen que arrepentirse (v.22).

Cuando la humanidad es librada por medio de la redención, toda la creación canta. Los cielos, las profundidades, los montes, los bosques, cada parte de la creación y cada cosa que existe allí, tiene que unirse a la canción. Nada en el mundo es tan grande como la redención, y nada trae más gloria a Dios que ésta (v.23).

Al contrario de lo que pasa en el mundo de la idolatría, desde el principio de su existencia, Dios formó a Su pueblo. Él, por Sí mismo, es el Creador del hombre y el Creador de su ambiente; el cielo y la tierra. Él es su Redentor, quien resuelve todos los problemas que pueden separar a Su pueblo de Él (v.24)

Él pelea contra un mundo corrompido que se le opone, que ha pervertido Su creación con la falsa religión. Él tratará con ello, porque Él es el Señor… “deshago las señales de los adivinos, y enloquezco a los agoreros; que hago volver atrás a los sabios, y desvanezco su sabiduría” (v.25). Él siempre está del lado de la verdad: “Yo soy el que confirma la palabra de sus siervos, y cumple el plan de sus mensajeros”.

La palabra del Señor es proclamada a la cautividad de babilonia: “Que dice: ¡Jerusalén, serás habitada! ¡Ciudades de Judá, seréis reconstruidas! ¡Ruinas, Yo os levantaré!” (v.26 BTX). Él obra por el poder de Su palabra; Su palabra hablada es tan segura como su cumplimiento. Todo lo que se entremeta entre Él y Su propósito, desaparecerá (v.27).

En el versículo final, el “vaso” que Dios ya ha dicho que será levantado para apoyar el regreso de los judíos a su tierra, es nombrado unos 200 años antes de su nacimiento. Ciro será Su pastor, quien dirigirá a Israel a su patria. El Señor nombra a quien sea, incluso a un rey de un imperio pagano mundial, para llevar a cabo Sus propósitos. Por medio de Ciro, Jerusalén será reedificada y también lo será el templo, el punto emblemático y el centro más importante de la ciudad.

De una cosa podemos estar seguros, lo que Dios ha hecho para cumplir Su voluntad en el pasado, es lo mismo que hará en el futuro. La idolatría de los tiempos modernos es mucho más complicada y sofisticada que la de los días de Babilonia, pero Él la avergonzará y Su temor caerá sobre la generación idólatra. Su verdad triunfará y Su palabra derrotará a todos Sus enemigos, incluso en la rebelión final, dirigida por el anticristo y su falso profeta. Él, que es la Palabra de Dios, descenderá del cielo para apresar a la bestia y al falso profeta, y matará con la espada que sale de Su boca (Ap.19:13, 15, 20-21). Él es REY DE REYES Y SEÑOR DE SEÑORES (Ap.19:16).


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