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Lowell Brueckner

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47. Un estudio expositivo de Isaías, capítulo 52

Un despertamiento


Cuando Israel fue hecho un estado soberano en 1948, los gobernantes gentiles empezaron a no poder controlar el destino de la nación. Estamos viviendo el tiempo en el que la escena se está preparando para la restauración completa de Israel. Nuestro estudio expositivo entra en capítulos mesiánicos de profecía que se extienden mucho más allá del tiempo de Isaías, incluyendo el primer y segundo advenimiento de Cristo. Cualquier cumplimiento de esta profecía, inmediatamente después del cautiverio babilónico, es parcial. La promesa de que no entrará jamás en Sion el incircunciso ni el inmundo pertenece solamente al Milenio.

“Despierta, despierta, vístete de poder, oh Sion; vístete tu ropa hermosa, oh Jerusalén, ciudad santa; porque nunca más vendrá a ti incircunciso ni inmundo” (v.1). En el capítulo 51:9, vemos el brazo de Dios despertándose para un avivamiento, un renuevo de la demostración de Su poder sobre los enemigos de Israel. En 51:17 tenemos el llamamiento a Jerusalén, despertándole para Su obra de consuelo y restauración. Entonces, como ya hemos estudiado, vimos los resultados severos de la ira de Dios, a menudo simbolizada como el vino. Israel bebió excesivamente y se tambaleó descontrolado fuera de las posibilidades del apoyo humano. Desde este estado, es llamado por Dios, que vuelve a hacerlo al comienzo de este capítulo. El tiempo ha llegado, hablando proféticamente, de que Israel se libre de su debilidad y de los trapos de su embriaguez y sea revestido de fuerza divina y hermosas ropas.


Observa el proceso: Israel tiene que despertarse a la realidad espiritual de la bendición de Dios y sacudirse del polvo de la maldición. Necesita levantarse de la tierra, sentarse y tomar la liberación completa de su pasado cautiverio (v.2). Estos capítulos hablan de un rescate, de la necesidad de la redención que se relaciona con el Mesías venidero. Él es el Redentor de Israel. El capítulo 49 nos relata Su llamamiento, Su propósito, Su concepción y Su nacimiento. Él es el Siervo de Su Padre, habiendo sido rechazado por el hombre. La liberación que Dios obrará (prometida en 50:2) vendrá por medio de Él y Su sufrimiento: “Di mis espaldas a los que me herían, y mis mejillas a los que me arrancaban la barba; no escondí mi rostro de injurias y esputos” (50:6, LBLA).

“De balde fuisteis vendidos y sin dinero seréis redimidos” (v.3, LBLA). Dios les entregó a sus captores gratuitamente. Jeremías nos dice: “Tus riquezas y tus tesoros entregaré a la rapiña sin ningún precio, por todos tus pecados, y en todo tu territorio” (Jer.15:13).

El versículo 4 se refiere a dos ocasiones en la historia de Israel en las que fueron cautivos. En un principio estuvieron esclavizados en Egipto y después, en los días de Isaías, Asiria oprimió y llevo al cautiverio a las 10 tribus norteñas. Muchos años después, los babilonios completaron totalmente la conquista, llevándose a las dos tribus del sur. “También declara el Señor: Sus dominadores dan gritos, y sin cesar mi nombre es blasfemado todo el día” (LBLA). Por causa de la derrota de Israel, el nombre de Dios fue menospreciado por ambos, el conquistador y los conquistados. El ganador no dio la gloria al Dios de Israel por haber entregado a Su pueblo en sus manos y el pueblo no reconoció sus pecados como la causa de su derrota. En ninguna manera Dios les había fallado (v.5). Pablo citó a Isaías y este versículo en Romanos 2:24: “Como está escrito, el nombre de Dios es blasfemado entre los gentiles por causa de vosotros”.
 
Conociendo al YO SOY



“Por tanto, mi pueblo sabrá mi nombre por esta causa en aquel día”. Cuando el Señor habla de conocer Su nombre, está refiriéndose a algo más que aprender un título. Está hablando de Su esencia y los atributos de Su carácter. Ellos reconocerán a Aquel que habla con ellos; conocerán al Dios de la palabra, quien está hablando con ellos. Él es el Dios revelado en Su palabra.

También, en el versículo 6, como a Moisés en la zarza ardiente, Él se nombra como “YO SOY el que dice: ‘Heme aquí’” (LBLA). Jesús, claramente, proclamó Su divinidad al decir a los judíos: “Antes que Abraham fuese, YO SOY” (Jn.8:58). Es la esencia de Sí mismo y las descripciones que le siguen son múltiples: “YO SOY el camino, la verdad y la vida… YO SOY el buen pastor… YO SOY la resurrección y la vida… YO SOY alfa y omega, el principio y el fin” etc., etc. Ellos van a tener un conocimiento personal de Él al experimentar la manifestación de Su personalidad.

“¡Cuán hermosos son sobre los montes los pies del que trae alegres nuevas, del que anuncia la paz, del que trae nuevas del bien, del que publica salvación, del que dice a Sion: ¡Tu Dios reina!” Acompañado de una bonita melodía, el versículo 7 es conocido por multitud de personas. Lo cantamos honrando la obra misionera y hacemos bien cantándolo. Habla de los triunfos del evangelio, las buenas nuevas llevadas a los oprimidos por el pecado que no saben de una paz verdadera, de las nuevas de la felicidad o la salvación. Sin embargo, una vez más, la palabra se dirige precisamente a Sion, y no será perfectamente cumplida hasta el Milenio.

“¡Voz de las atalayas! Alzarán la voz, juntamente darán voces de júbilo; porque ojo a ojo verán que Jehová vuelve a traer a Sion (o Jehová vuelve a Sion)” (v.8). El gozo empieza con una canción en el corazón de los centinelas, que son los primeros en ver la respuesta a sus oraciones. El significado original del lenguaje hebreo no es tanto que Dios trae a Sion, sino que Él vuelve personalmente a Sion.

Sobre los atalayas, confieso que intento aplicar su ministerio, en un sentido, a nuestra época. Sin embargo, no estoy solo en ver a los atalayas como hombres de oración. Matthew Henry escribe: Estos centinelas están en las torres de vigilia, esperando la respuesta a sus oraciones y, por eso, cuando vienen las buenas nuevas, ellos las tienen primero. Los comentaristas Jamieson, Fausset, Brown también dicen: Los centinelas, espiritualmente, son ministros y otros que oran por la paz de Jerusalén. Jesús nos enseñó: “Velad y orad” (Mt.26:41; Mc.13:33; 14:38: Lc.21:36) …el que ora, también tiene que ser un centinela, vigilando mientras otros duermen. La frase “ojo a ojo” habla de ver la misma cosa en el mismo tiempo. Jesús dijo también: “Si dos de vosotros se pusieren de acuerdo en la tierra acerca de cualquier cosa que pidieren, les será hecho por mi Padre que está en los cielos” (Mt.18:19). Los centinelas han estado velando y esperando unánimes mientras oraban “¡venga Tu reino”!

Los que oyen su proclamación se unen a ellos y la canción llega a los que pueden apreciarla más, los que están en la soledad. Por la necesidad que tienen, las palabras les consuelan a ellos, especialmente. La plenitud de redención ha venido desde Sion para toda Jerusalén (v.9) y se extiende más allá: “Jehová desnudó su santo brazo ante los ojos de todas las naciones, y todos los confines de la tierra verán la salvación del Dios nuestro” (v.10). Esto es lo que ha prometido en el versículo 6, vindicando Su nombre delante de todo el mundo por los que le han blasfemado.

La separación

El Señor, con pasión, manda a Su pueblo que abandone a la Babilonia literal: “Apartaos, apartaos, salid de ahí, no toquéis cosa inmunda; salid de en medio de ella; purificaos los que lleváis los utensilios de Jehová” (v.11). Están devolviendo los utensilios que Nabucodonosor había llevado a Babilonia, los mismos con los que Belsasar bebió en su fiesta pagana. Tanto las personas como los utensilios tienen que ser consagrados de nuevo. En el tiempo de Ciro, el regreso a Israel se limitó a unos 40.000 judíos, pero el número que quedó fue el doble. En el territorio conocido hoy como Iraq, la mayor parte de la población era judía y, más que cualquier otra parte del mundo, Iraq fue por un tiempo el centro del judaísmo.

Pablo da una aplicación espiritual a la iglesia en Corinto: “¿Y qué acuerdo hay entre el templo de Dios y los ídolos?... Por lo cual, Salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, y no toquéis lo inmundo…” (2 Co.6:16-17). El pueblo de Dios, judío o gentil, siempre tiene que ser un pueblo separado. El apóstol Juan hace resonar el mismo mandamiento, acerca de otra Babilonia en el libro de Apocalipsis: “Salid de ella, pueblo mío, para que no seáis partícipes de sus pecados, ni recibáis parte de sus plagas” (Ap.18:4). En los últimos días, cientos de miles volverán a Israel desde muchas tierras donde están exiliados por todo el mundo. El éxodo ha estado aconteciendo desde principios del siglo XX.

Deben salir inmediatamente, pero no apresuradamente, porque saben que la presencia de Dios va con ellos. Su presencia no produce pánico, sino confianza, “porque delante de vosotros irá el SEÑOR, y vuestra retaguardia el Dios de Israel” (v.12, LBLA). Aun delante del Mar Rojo, cuando se acercaba el ejército egipcio, no había por qué apresurarse. Había tiempo para esperar toda la noche, mientras un recio viento retiraba las aguas. Entonces, protegiéndoles, “el ángel de Dios, que iba delante del campamento de Israel, se apartó y e iba en pos de ellos; y asimismo la columna de nube que iba delante de ellos se apartó y se puso a sus espaldas” (Éx.14:21). Las tinieblas de la nube les separaron de los egipcios.

El Siervo redentor

Empezando aquí entramos en la profecía de la redención que continúa en el capítulo 53. “Mi Siervo hará actuar sabiamente…” (BTX). Cristo, el Ángel del Señor, estaba con Israel en el éxodo, haciéndole actuar sabiamente, llevándole a la libertad. Él entra en esta profecía como el Siervo del Señor, llevando a cabo la redención de Israel por Su sabiduría. La profecía empieza a revelar los secretos de la redención. En el último capítulo del libro de Rut tenemos un ejemplo maravilloso. En la profundidad de la historia del Antiguo Testamento, durante el tiempo de los Jueces, el Espíritu Santo nos demuestra un redentor, que después se convirtió en novio (para enriquecerte, estudia Rut, capítulo 4). El Mesías tenía que ser un pariente cercano… se hizo hombre (de hecho, un judío): “No se avergüenza de llamarlos hermanos… uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado” (He.2:11, 4:15), para redimir a Su novia.

Quiero que veamos, una vez más, el versículo 3, para reconocer de nuevo el hecho de que Israel fue llevado al cautiverio sin que costara nada a sus captores. Tampoco recibieron dinero por soltar a sus esclavos; al contrario, los opresores fueron destruidos. Sin embargo, un precio terrible tuvo que ser pagado por los pecados que les llevaron a la esclavitud, y satisfacer así la justicia de Dios. Es un precio que Israel no pudo pagar. Por llevar a cabo la obra de la redención, el Siervo “será engrandecido y exaltado, y será puesto muy en alto” (v.13). Jesús dijo: “Y yo, si fuere levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo. Y decía esto dando a entender de qué muerte iba a morir” (Jn.12:32-33).

“Como se asombraron de ti muchos, de tal manera fue desfigurado de los hombres su parecer, y su hermosura más que la de los hijos de los hombres” (v.14). Más que el asombro por ver a un hombre tremendamente golpeado, el alma que ha sido alumbrada siente verdadero asombro por ver la manera en la que Dios satisfizo Su justicia. Pablo dijo: “A quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre… con la mira de manifestar en este tiempo su justicia, a fin de que él sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús” (Ro.3:25,26). La cruz es un cuadro asombroso, brutal y horrible de la justicia perfecta de Dios al tratar con el pecado. Isaías demuestra el precio que pagó para redimirnos a nosotros y a Israel. Fue tan terriblemente golpeado en la cara, a base de puñetazos y bofetadas, y en la cabeza con una caña, que era imposible reconocer quien era. Recibió el justo castigo, proclamado contra nosotros, como sentencia por nuestros pecados.

Ahora, tenemos un problema con un verbo en el versículo 15, traducido en esta frase como, asombrará Él a muchas naciones, en las versiones en español. En primer lugar, observo que la palabra en hebreo (yazzeh o nazah) es diferente a la que aparece en el versículo 14 (alaiv)se asombraron de ti muchos. Donde aparece este verbo, en muchas otras partes del Antiguo Testamento, es traducido como rociar, esparcir, o expiar, incluso en Levítico 16:14-15,19, que estudiaremos en el siguiente párrafo. Con algunas reservas, entonces, pero con el acuerdo unánime de los cinco comentaristas que tengo delante de mí, intentaré explicar el significado de esta primera frase del versículo… “Así rociará él a muchas naciones”.

El Día de la Expiación era el único día durante el año en el que el sumo sacerdote podía entrar en el Lugar Santísimo. Un sacrificio de pecado era ofrecido por todo el pueblo y la sangre del sacrificio era llevada dentro del Lugar Santísimo y rociada en frente del propiciatorio. Fue esparcida sobre el altar y también fue expiado todo el tabernáculo. El Siervo del Señor fue obediente hasta la muerte, y muerte de cruz, ofreciéndose a Sí mismo en sacrificio, y Su sangre fue aceptada en el Lugar Santísimo en el cielo. La sangre preciosa rocía a las naciones. Los que son rociados por la sangre, son limpiados por Su gracia. El precio de la pena impuesta por sus pecados es pagado, y son redimidos gratuitamente por el Cordero.


“Los reyes cerrarán ante él la boca”. Los pies del apóstol Pablo llevaban las buenas nuevas asombrosas a las tierras que nunca habían oído antes (Ro.15:21). No existe una historia igual. Es el evangelio el que enseña que los pueblos son justificados por la gracia, como un regalo, por la redención que hay en Cristo Jesús. Nada, ni toda la literatura escrita en la historia ni todas las tramas o argumentos imaginados, nada se acerca a las maravillas del evangelio. La boca de los más preparados y nobles se cierra cuando el Espíritu de Dios abre el entendimiento. Pero, cuando el Carpintero de Nazaret, despreciado, rechazado y crucificado, es exaltado, tomando el trono de David y reinando sobre las naciones, el asombro cerrará toda boca y toda rodilla se doblará delante de Él.  


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