El Mesías y el pueblo
56. Un estudio expositivo de Isaías, capítulos 61 y 62
Este
capítulo contiene profecía, claramente mesiánica. Jesús mismo la compartió con
Sus conciudadanos de Nazaret. Él acostumbraba a ir a la sinagoga el día de
reposo y, según dice Lucas 4:17, le dieron el libro de Isaías para leer. Tras
la porción que está delante de nosotros, hizo esta asombrosa declaración: “Hoy
se ha cumplido esta Escritura que habéis oído” (Lc.4:21).
El
primer versículo le presenta como el Mesías, el Cristo, que significa el Ungido del Padre: “El Espíritu del Señor Dios está sobre mí, porque me ha ungido el Señor para traer buenas nuevas a los
afligidos; me ha enviado para vendar a los quebrantados de corazón, para
proclamar libertad a los cautivos y liberación a los prisioneros”. La primera
cosa que quisiera enfatizar es que el ministerio de Cristo fue una obra de la
trinidad, desde el principio hasta el fin. En Su bautismo, el Espíritu Santo
vino sobre Él como una paloma y se oyó una voz del cielo decir: “Este es mi
Hijo amado en quien me he complacido” (Mt.3:17). Hablando de Su resurrección,
Jesús dijo: “Destruid este templo, y en tres días lo levantaré” (Jn.2:19). Por la resurrección de entre los muertos fue
declarado Hijo de Dios “conforme al Espíritu de santidad” (Ro.1:4). El Padre “Dios le levantó de entre los
muertos” (Hch.13:30).
Traer
buenas nuevas estaba por encima de todos los hechos que marcaron el ministerio
de Jesús. Son noticias increíblemente buenas que el mundo jamás ha oído y que nunca
ha podido igualar. Frente a la riqueza y grandeza del mensaje, la población
terrenal es pobre y afligida, amenazada por la muerte y el infierno. Los que
pueden recibir el evangelio son los que reconocen su condición espiritual y,
por eso, felizmente lo obedecen.
Semejantes
a los pobres de espíritu, son los quebrantados de corazón, víctimas del engaño
y promesas falsas que nunca fueron cumplidas. Sólo Cristo habla la verdad que
consuela y sana, cuyo valor permanece para siempre. Para las multitudes, atadas
por las cadenas del pecado, Él provee una salida y libertad de su prisión.
Jesús dijo: “Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres… todo el que
comete pecado es esclavo del pecado… Así que, si el Hijo os hace libres, seréis
realmente libres” (Jn.8:32,34,36). Todas estas evidencias de Su ministerio
demuestran que el Espíritu de Dios estaba sobre Él.
“El
año favorable del Señor…” Con esta frase, Jesús terminó Su lectura del libro de
Isaías, lo enrolló, lo devolvió al asistente, y se sentó. Cada persona en la
sinagoga, bien instruida en las profecías mesiánicas, continuó con sus ojos fijos
en Él. ¿Por qué? Mi opinión es que, simplemente, estaban asombrados de que parase
de leer en medio de una frase. La razón por la que lo hizo fue porque, en ese
punto, terminaba la profecía del primer advenimiento
de Cristo. Desde allí en adelante, Isaías señalaba hacia Su segunda venida. ¡La coma que separa las
dos partes de la predicción en el mismo versículo, representa unos dos mil
años!
El año mencionado se refiere al jubileo, que se celebraba cada 50 años.
En ese tiempo, los esclavos eran libertados, las deudas canceladas y la
propiedad devuelta a sus dueños originales. Simbolizaba la época del evangelio.
La restauración y libertad demuestran los resultados de la predicación del
evangelio, cuando la gracia (es decir, el favor) del Señor es ofrecida al
mundo. Durante este periodo de gracia, los pobres pueden decir, “Yo soy rico”,
y los débiles, “Soy fuerte”, porque la salvación restaura a todos los que
creen.
“El
día de la venganza de nuestro Dios” ocurrirá cuando Cristo vuelva al mundo,
como declara Pablo: “Cuando el Señor Jesús sea revelado desde el cielo con sus
poderosos ángeles en llama de fuego, dando retribución a los que no conocen a
Dios, y a los que no obedecen al evangelio de nuestro Señor Jesús” (2 Tes.1:7-8).
El apóstol comenzó esta declaración asegurando que, en aquel día, Dios daría “alivio
a vosotros que sois afligidos”, o, como Isaías prometió, Él consolará “a todos
los que lloran” (v.2).
El
lenguaje es poético, inspirado por el Espíritu Santo, y describe el gozo de
Sion al comenzar el Milenio. Se les repartirán diademas ornamentales, puestas
en tiempos de gozo, reemplazando la costumbre de tirar ceniza sobre la cabeza;
aceite perfumado para eventos festivos, en lugar de luto; y en vez de poner
cilicio, se vestirán de mantos de colores brillantes, reservados para las
demostraciones de gratitud del pueblo. Será evidente que todo lo que están
experimentando es “el plantío del Señor” y por eso le darán la gloria. Él levantará
hombres al estilo de Juan Bautista, establecidos en la justicia, comparados a
robles, en vez de “una caña sacudida por el viento” (Lc.7:24 y v.3).
Imagina
un tour turístico por Israel durante el reinado de Cristo. Los lugares
históricos de Israel y las ruinas tras la Tribulación serán reedificadas (v.4).
El espíritu judío será restaurado después de siglos de reproche y persecución. La
gente de otras naciones se ofrecerá al servicio de Israel como pastores,
granjeros y viñadores (v.5), para que los judíos puedan dedicarse a ser una nación
de sacerdotes intercesores entre las naciones gentiles y su Mesías, enseñándoles
los caminos de Dios y los principios del reino (v.6).
Recibirán
una doble porción de bendición. Cesarán las guerras y su iniquidad habrá sido
perdonada. El Señor les consolará por los tiempos cuando “recibieron de la mano
del Señor el doble por todos sus pecados” (Is.40:2). En lugar de vergüenza y
deshonra, recibirán una porción gozosa en la vida, que permanecerá por la
eternidad (v.7).
Cristo
tomará Su lugar, cumpliendo el pacto que Dios dio a David de que su
descendiente reinaría sobre Su pueblo eternamente, y Él es fiel y justo para llevarlo
a cabo. No debemos tener ninguna duda de que el Señor va a guardar Su palabra,
ya que Él es quien ama el derecho y odia el latrocinio (v.8). Él bendecirá a la
raza de David, que será respetada y considerada como gente noble en toda la
tierra. Nacer judío significará ser bendecido por Dios, que es y será el
privilegio más grande sobre la tierra (v.9).
Isaías
nos enseña qué significa cuando Dios trae la salvación por medio de la gracia a
Su pueblo. Es la misma obra gloriosa que se hace en cada individuo que cree en
Cristo: “En gran manera me gozaré en el Señor, mi alma se regocijará en mi
Dios; porque Él me ha vestido de ropas de salvación, me ha envuelto en manto de
justicia”. La fe trae el gozo de la salvación de parte del Señor, sin ninguna
obra de justicia. Y porque es una obra divina y gloriosa, “en gran manera me gozaré… mi alma se regocijará en mi Dios”. Dios le
envuelve “en manto de justicia, como el novio se engalana con una corona, como
la novia se adorna con sus joyas” (v.10).
De
la misma manera que brota un huerto, según las leyes de la naturaleza, así Dios
sembrará en el corazón lo que brotará a la vista de todas las naciones. Como el
grano cae en la tierra y nadie se da cuenta de cómo nace, la ley de la
naturaleza, la naturaleza fiel de Dios, demanda que, lo que Él ha sembrado
secretamente en el corazón, brote visiblemente: “Así el Señor Dios hará que la
justicia y la alabanza broten en presencia de todas las naciones” (v.11).
Capítulo 62
“Por
amor de Sion no callaré, y por amor de Jerusalén no me estaré quieto, hasta que
salga su justicia como resplandor, y su salvación se encienda como antorcha” (v.1).
Isaías da ejemplo a su pueblo y a la iglesia, orando por el futuro de Jerusalén
y, más específicamente, por el Monte Sion. Jesús nos enseñó a orar: “Venga Tú
reino”, apuntando a Sus discípulos hacia el Milenio, que incluye amar Jerusalén.
El salmista instruye: “Orad por la paz de Jerusalén: Sean prosperados los que
te aman” (Sal.122:6).
Según
Su humanidad, Cristo era de raza judía. Hoy, el cristiano debe amar al judío y desearle
una felicidad con un futuro brillante. Él es la esperanza de que la tierra
tenga un estado positivo. “Verán las naciones tu justicia, y todos los reyes tu
gloria…” Jerusalén será un modelo para todas las ciudades del mundo, gobernada
en justicia y ardiendo como una antorcha ante los ojos de todos los reyes de
las naciones. La llamarán, según sus características, con un nombre nuevo. Su
grandeza será la obra del Señor, coronada con una nueva gloria que nunca había
sido vista o experimentada en la historia del mundo. “Te llamarán con un nombre
nuevo que la boca del Señor determinará” (v.2).
La
hermosura real de Sion tornará la atención de la población hacia su Fundador y
Arquitecto, que se sentará sobre el trono de David. Sion será guardada y
gobernada por Su mano y será la gloria suprema de Su reino (v.3) Su futuro será
seguro e intachable; sus antiguos nombres, relacionados con los fallos y
pecados del pasado, serán olvidados. Antes, la ciudad fue llamada Abandonada y tierra Desolada.
El
nuevo nombre que describe su nueva relación con el Señor será “Mi deleite está en ella” (Hefsiba (2
R.21:1), el nombre de la esposa del buen rey Ezequías), y la nación que la
rodea, será llamada Beula (Desposada);
será bien atendida y fructuosa. Los nombres reflejan el placer que el Señor
tiene en ella, a la que se unirá como Esposo (v.4). Así será la relación en el
Milenio.
Después
de muchos siglos de haber estado separados de ella, los ciudadanos de Sion
poseerán su tierra con alegría. Entonces, el amor y la lealtad que el judío sentirá
por su patria, será algo extraordinario. “Y como se regocija el esposo por la
esposa, tu Dios se regocijará por ti” (v.5). El ciudadano y Dios se gozarán
unidos en una comunión maravillosa, y la ciudad proveerá el ambiente perfecto para
ello.
En
el libro de Isaías, los centinelas son típicos guerreros de oración (fíjate en el
capítulo 21:6-11). Jesús ordenó: “Velad y orad”. Como empezó el capítulo, así
continúa, con una petición de interceder por Jerusalén. Los intercesores estarán
sobre la muralla para ver lo que viene de afuera y avisar a los que están dentro.
La gente que ora es la misma que puede ver lo que está pasando y predicar a sus
compañeros. “Sobre tus murallas, oh Jerusalén, he puesto centinelas; en todo el día y en toda la noche jamás
callarán. Los que hacéis que el Señor recuerde, no os deis descanso, ni le
concedáis descanso hasta que la restablezca, hasta que haga de Jerusalén una
alabanza en la tierra” (vs.6-7).
Este
llamado a la oración es, específicamente, para Jerusalén, y sigue siendo
actual, más aún que en el tiempo de Isaías. Estamos en el tiempo en el que la
iglesia debe unirse al judío, clamando a Dios para que se mueva poderosamente y
traiga el reinado de Cristo a la tierra. Con este llamado, hay algo que debemos
aprender sobre la oración en general, y es compatible con la doctrina de Jesús:
“Les refería Jesús una parábola para enseñarles que ellos debían orar en todo
tiempo, y no desfallecer… ¿Y no hará Dios justicia a sus escogidos, que claman
a Él día y noche?" (Lc.18:1,7). La
reunión de oración tiene que ser
restaurada y no debemos esperar nada del Señor hasta que así sea. He oído a personas
decir, equivocadamente, que las cadenas de oración, 24 horas al día, no son
bíblicas. Acabamos de citar dos versículos, el primero por Isaías y el segundo
por Jesús, que tratan de estar clamando a Dios día y noche. Precisamente, para eso son las cadenas de oración.
“El
Señor ha jurado por su diestra y por su fuerte brazo”. Los hombres mentirosos tienen
que jurar, pero el Dios de Verdad nunca tiene que hacerlo, porque cada palabra
que sale de Sus labios es la verdad absoluta. Cuando Él jura, lo hace para el
beneficio de Su pueblo: “A fin de que por dos cosas inmutables, en las cuales
es imposible que Dios mienta, los que hemos buscado refugio seamos grandemente
animados para asirnos de la esperanza puesta delante de nosotros” (He.6:18). El
Señor promete, con un juramento, que los extranjeros jamás entrarán a Israel
para comer su grano o beber su mosto (v.8). Los que han trabajado la tierra
comerán y beberán sus propios productos y darán a Dios alabanza por ello en los
atrios de Su santuario (v.9). Tanto sus actividades cotidianas como sus
prácticas, específicamente espirituales, serán santas.
Se
harán calzadas hasta las puertas de Jerusalén. Será Dios el que iniciará esta
obra en el corazón, poniendo en los judíos la motivación de preparar caminos para
hacer más fácil la llegada hasta allí. “Pasad, pasad por las puertas; abrid
camino al pueblo…” Los estandartes serán levantados y marcarán el camino: “Alzad
estandarte sobre los pueblos” (v.10). Está llamando a su antiguo pueblo desde
los últimos términos de la tierra: “He aquí, tu salvación viene; he aquí, su
galardón está con Él y delante de Él su recompensa” (v.11). Jesús pronunció lo
mismo en Apocalipsis 22:7 y 12, refiriéndose a Su Segunda Venida y al
Arrebatamiento de la Iglesia. Su llamamiento alcanza al judío primero, la Hija
de Sion, y también al griego (Is.40:10).
“Y
los llamarán: Pueblo Santo, redimidos del Señor. Y a ti te llamarán: Buscada, ciudad
no abandonada”. Dios, en el versículo 2, prometió un “nuevo nombre”, de acuerdo
a la nueva naturaleza en las personas. Como ves, los nombres, en este versículo,
Pueblo Santo y Buscada, con letras
mayúsculas, son nombres propios, por los cuales serán conocidos. El Santo de
Israel, por medio de Su poder redentor, tendrá un Pueblo Santo. Formará parte
de una ciudad a la que la gente del Milenio anhelará poder ver; una ciudad
restaurada por Dios, junto a su fortuna y hermosura. Será mucho más de lo que
jamás ha sido; totalmente recompensada por su pasado de abandono (v.12).
Yo
creo que Dios ya está obrando en los corazones de los judíos, apasionándoles
con un deseo intenso de habitar en Sion; han vuelto y siguen volviendo a la
Tierra Prometida. De igual manera, Dios está creando un hambre profundo y
apasionado en el corazón del gentil, preparándole para un mover venidero del
Espíritu Santo en la tierra, antes de que termine el Tiempo de los Gentiles.
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