La salvación… una obra soberana
De aquí en adelante, los textos
bíblicos serán citados, generalmente, de la versión “La Biblia de las
Américas”. Indicaremos, de forma especial, cuando se utilice alguna otra
versión. Estamos llegando al fin de este estudio expositivo de Isaías, pero
todavía no es tarde, para que tú, personalmente, hagas tu propio estudio del
libro, acudiendo a la introducción y a todos los capítulos que están colgados
en este blog.
54. Un estudio
expositivo de Isaías, capítulo 59
¿Dónde, fuera de la Palabra de
Dios, podemos acudir para entender los asuntos vitales de la raza humana? La
Biblia, claramente, presenta la doctrina del hombre, la cual es muy importante para
nosotros saberla y entenderla. Así, podremos reconocer cual es nuestro lugar
entre la humanidad y diagnosticar nuestra condición, en particular. Desde este
punto, iremos adelante hallando el remedio.
El hombre tiene la culpa
Nunca te permitas, de ninguna
manera, pensar que Dios tiene la culpa de algo. Nunca es así y, para los que
eligen ir en esa dirección, no hay remedio. Terminará siendo su ruina. Cuando
hay un problema entre Dios y el hombre, la culpa siempre la tiene el hombre. “He
aquí…” observar con cuidado, aprender y entender… “no se ha acortado la mano
del Señor para salvar; ni se ha endurecido su oído para oír” (v.1). Como ves,
el problema nunca se origina en Dios. Él no cambia ni se debilita en ningún
caso, ni siquiera por un momento. Tenemos que llegar a esta conclusión y establecernos
convencidos en esta verdad, antes de que podamos desviarnos en otra dirección.
El próximo paso es poner la
confianza en Él. Es inmensurable la distancia hasta donde alcanza Su mano, igual
que Su poder para salvar. Se extiende dondequiera a quien sea y Su potencial
para auxiliar es sin límites. Su oído recibe el gemido más débil dirigido hacia
Él. No hay una cualidad en toda Su esencia que sea menos que infinita.
La única razón por la cual existe
una distancia de separación entre el hombre y la ayuda divina es su pecado: “Vuestras
iniquidades han hecho separación entre vosotros y vuestro Dios, y vuestros
pecados le han hecho esconder su rostro de vosotros para no escucharos” (v.2).
La Palabra de Dios nos enseña la doctrina del pecado para que lo temamos y lo veamos
como un obstáculo que prohíbe poder experimentar el auxilio celestial.
El pecado ha entrado en la historia
humana y con él unas consecuencias desastrosas; ha causado la depravación total
de las facultades del hombre. Sus dedos cometen hechos malignos, incluso hasta
llegar a manchar sus manos con la sangre del prójimo. Su boca es un instrumento
de maldad; sus labios y su lengua articulan palabras engañosas y maliciosas
(v.3).
Todos sus sistemas son corruptos.
Falsifican la justicia y a los que practican la ley les falta la honestidad
necesaria para hacer que prevalezca la justicia en la sociedad. La meta, tanto
de la fiscalía como de la defensa, es ganar el caso, muchas veces a costo de la
verdad. “No hay quien clame con justicia ni quien abogue con honestidad,
confían en la confusión, y hablan falsedades; conciben malicia, y dan a luz
iniquidad” (v.4). ¡Es exactamente así!
El hombre está ansioso por pecar
Podemos apreciar y disfrutar del
hecho de que la Palabra de Dios está adornada con una excelencia literaria, lo
que la hace tener más impacto todavía. Es muy rica en metáforas, simbolismo y,
por supuesto, parábolas. Fíjate en el versículo 5: “Incuban huevos de áspides y
tejen telas de araña; el que come de sus huevos muere, y del que es aplastado
sale una víbora”. Significa que, en lugar de aplastar la maldad, la gente había
alcanzado un alto nivel de depravación y estaba fomentando su producción. Sus
motivos eran engañosos y, en el versículo 6, muestra que sus productos eran
defectuosos y débiles.
El siguiente versículo habla de la
ansiedad que poseían para cometer pecado… “sus pies corren al mal, y se
apresuran a derramar sangre inocente”. Las mentes torcidas no se satisfacen con
su propia corrupción, sino que tienen celo por enseñar a otros. La sociedad
intenta cubrir su maldad interior exhibiendo un hermoso exterior. En capítulos
anteriores he intentado probar que una sed para el pecado es una realidad de
los tiempos modernos. Ataca el centro de la civilización, oponiéndose al hogar,
al matrimonio y a la familia. Se manifiesta por los millones de abortos que
practica, por el intento de normalizar la perversión y por un porcentaje
altísimo de hogares rotos y divididos.
¡Qué precisa es la palabra del
profeta para nuestro mundo hoy! Dice, “Desolación y destrucción hay en sus
caminos”. La palabra traducida para caminos
es una vía pública principal, o,
como diríamos hoy, una carretera o autopista. El Siglo XX ha concebido artefactos
peligrosos, causando la muerte de miles por accidentes de tráfico. Una
estadística en Alemania decía que el promedio de vida de un motociclista era de
7 años, después de recibir el permiso para circular. Para alcanzar metas
egocéntricas, el hombre utiliza las carreteras como pistas de carrera contra el
tiempo. Para calmar su sensibilidad hacia la realidad, mezcla el alcohol con
sus viajes; sí, “destrucción hay en sus ‘carreteras’” (v.7).
“Camino de paz no conocen”, sino guerra, “y no hay justicia en sus senderos”, sino consejos
destructivos. “Han torcido a su favor las sendas”, de forma engañosa y
antinatural. “Cualquiera que ande en ellas no conoce la paz”, así que nadie
tiene la posibilidad de obtener ningún beneficio verdadero (v.8). ¿Cómo podemos
esperar algún bien de los caminos del mundo? La palabra de Dios nos está
avisando y Salomón lo resumió bien cuando dijo: “Todo es vanidad”, sin embargo,
hay cristianos engañados que utilizan libremente los medios propagandísticos,
las relaciones públicas y la mentalidad del mundo, especialmente en la iglesia
del Oeste.
“El derecho está lejos de nosotros, y no nos alcanza
la justicia; esperamos luz, y he
aquí tinieblas, claridad, pero andamos en
oscuridad” (v.9). El hecho más chocante y
triste de todo lo que Isaías está construyendo en esta profecía, es que está
escribiéndola a una nación que proclama que Dios es suyo…y al ser así, no existe
un ejemplo para el resto del mundo.
Aplica todo esto a la iglesia de
hoy
Actualmente, la iglesia es la
última esperanza para la tierra, y al grado al que se adapta a los caminos del
mundo pierde su propósito terrenal. Jesús enseñó a Sus discípulos: “Vosotros
sois la sal de la tierra; pero si la sal se ha vuelto insípida, ¿con qué se
hará salada otra vez? Ya para nada sirve, sino para ser echada fuera y
pisoteada por los hombres” (Mt.5:13, lo mismo en Mc.9:50; Lc.14:34). No debemos
buscar ser como la gente del mundo, sino totalmente diferente. No debemos pedir
prestado de sus caminos y métodos, al contrario, debemos compartir con ellos
los beneficios del cielo. No debemos seguir, sino dirigir; no debemos ser
influidos, sino influir.
Estoy muy consciente, mientras
escribo, de que estoy acorralado por la palabra del Señor. No puedo vagar de
sus límites; no puedo ser positivo, si ella es negativa. Cuando uno da un
estudio bíblico expositivo, verdaderamente se da cuenta de los avisos divinos y
las consecuencias que resultan de ignorarlos. Lo noto al exponer del Evangelio
de Juan. Una buena parte de las buenas noticias del evangelio avisa contra las
malas cosas que resultan a los que las pasan por alto, o conociéndolas, las
desobedecen. Un rechazo de la maldad tiene que preceder a una aceptación de lo
bueno.
El evangelio declara que somos la
luz del mundo (Mt.5:14) y Pablo mantiene que somos “hijos de luz”, despiertos a
lo que acontece antes del arrebatamiento de la iglesia: “Mas vosotros,
hermanos, no estáis en tinieblas, para que el día os sorprenda como ladrón;
porque todos vosotros sois hijos de la luz e hijos del día” (1 Tes.5:4-5). Sin
embargo, Isaías confiesa: “Vamos palpando la pared como ciegos, y andamos a
tientas como los que no tienen ojos; tropezamos al mediodía como al anochecer,
entre los robustos somos como muertos” (v.10).
¿A qué se debe esta incongruencia?
Como Israel, la iglesia ha tenido tiempos de frialdad y falta de realidad.
Sigue con la apariencia, pero niega el poder del evangelio. Depende de las
habilidades y la sabiduría de los hombres, en lugar de ejercitar los dones y
fuerzas del Omnipotente. Funciona con las estrategias y maneras del mundo que
la rodea, enamorado con sus juguetes y herramientas, en lugar de establecerse en
los caminos sobrenaturales del cielo. Antiguamente, en tiempos así, una minoría
clamaba para que Dios enviara un avivamiento. Nunca ha habido un tiempo en la
iglesia en el que esto sea tan necesario como en el día de hoy.
Andamos a tientas, gruñimos y
gemimos; las quejas son síntomas de una enfermedad muy adentro de nosotros, sin
embargo, pocos son conscientes de ella. Tratamos con los síntomas, en lugar de
la causa. La salvación verdadera es mucho menos común de lo que pensamos.
Preguntamos por qué tantos tropiezan y corremos a levantar a los caídos.
Debemos estar mucho más preocupados por el hecho de que pocos, desde un
principio, verdaderamente se han puesto de pie y jamás han tomado el primer
paso adelante (v.11).
Ponerte en peligro por amar a la
verdad
Era común, en el día de Isaías,
decir las palabras correctas, hacer homenaje a Jehová y sentir el calor de las
emociones de la piedad, pero éstas no eran las pruebas de una realidad. Aquí
está la prueba máxima: El que practica la justicia es justo, así como Él es
justo. El que practica el pecado es del diablo, porque el diablo ha pecado
desde el principio”, dijo Juan (1 Jn.3:7-8). Un hombre sabio dijo: “No me
importa si saltas muy alto; lo que me vale es que andes derecho al aterrizar”.
La evidencia del pecado era
demasiado común y nadie lo podía negar: “Porque se han multiplicado nuestras
transgresiones delante de ti, y nuestros pecados testifican contra nosotros, y
conocemos nuestras iniquidades” (v.12). El pecado estaba presente y la gente
sabía más de la iniquidad que de la justicia. El testimonio público hablaba de
un estilo de vida deficiente y defectuoso.
El lenguaje elocuente del Espíritu
Santo acusa a Israel. Debemos prestar atención a los verbos del versículo 13: negar,
transgredir, apartarse, hablar de opresión y rebelión. Ellos niegan al Señor, así
como Pedro lo hizo en el patio del sumo sacerdote, aunque a veces no tan
claramente como él. Pablo dice a Tito: “Profesan conocer a Dios, pero con sus
hechos lo niegan, siendo abominables y desobedientes e inútiles para cualquier
obra buena” (Tito1:16). “Concebir y proferir en el corazón palabras mentirosas”.
Todo es concebido espiritualmente en el corazón y después es enseñado como una
doctrina. Jesús cita a Isaías: “En vano me rinden culto, enseñando como
doctrinas preceptos de hombres” (Mt.15:7).
Este libro tiene mucho que decir
sobre la justicia, lo que es un veredicto o una sentencia apropiada, a
favor del inocente y contra el culpable, pero en la práctica está siendo
invertido; la justicia, simplemente, el
derecho, es un estándar que se ha alejado, y nadie espera que se aplique. “Se
ha vuelto atrás el derecho, y la justicia permanece lejos; porque ha tropezado
en la plaza la verdad…” (v.14). He decidido enfatizar esta virtud en un momento
en el que la verdad no es una prioridad y ha cedido lugar a la unidad, la
tolerancia y el amor. Estoy convencido de que si perdemos la verdad hemos
perdido todo, porque sin la verdad, nada puede ser genuino. Si la verdad está ausente,
el amor no será más que una permisividad; la unidad se cambiará en sincretismo;
y la tolerancia se convertirá en libertinaje.
El argumento de Isaías continúa,
insistiendo en que un amor por la verdad y la justicia pondrá a la persona en
peligro. “La rectitud no puede entrar. Sí, falta la verdad, y el que se aparta
del mal es hecho preso”. La simpatía pública hoy en día está a favor de los que
caen moralmente, y la persona que les expone o descubre, que testifica contra
el pecado cometido, o demanda disciplina, es despreciada. Será llamado
criticón, juicioso, y nada amoroso, pero su ánimo podrá basarse en el hecho de que
el Señor está con él. “Lo vio el Señor, y desagradó a sus ojos que no hubiera
derecho” (v.15).
De la misma manera que los que
siguen a favor de la justicia son considerados “anticuados” o “pasados de
moda”, e incluso, un estorbo para el progreso de la sociedad, Dios está
asombrado por la falta de individuos que tienen convicciones y principios
morales. En este caso, no hay quien pueda mantenerse firme delante de Dios como
un intercesor para la justicia: “Vio que no había nadie, y se asombró de que no
hubiera quien intercediera”. Cuando es así, la soberanía tiene que ponerse
delante: “Entonces su brazo le trajo salvación, y su justicia le sostuvo” (v.16).
Los propósitos eternos de Dios no pueden ser detenidos. Él se sostiene a Sí
mismo y obra la salvación para Su propia gloria.
La salvación es una obra del Dios
soberano
El cristiano debe tomar toda la
armadura de Dios (Ef.6:13-17), pero si no, aunque él mismo sufra la derrota
personal, el Señor, sin embargo, continuará ganando la gloria para Su propio
nombre. “Se puso la justicia como coraza, y el yelmo de salvación en su cabeza…
se puso ropas de venganza, y se envolvió de celo como de un manto” (v.17). El
Señor no se atrasa y Su trono no conoce amenazas. Será solamente Dios quien se
levante para la salvación de Su remanente. Él solo soportó la cruz, sin una gota
de cooperación humana y, el Domingo de Resurrección, se levantó poderosamente
de la tumba, dando testimonio a la eficacia de Su obra.
Aunque la humanidad no quiere o no
puede llevar a cabo la justicia, la justicia se llevará a cabo, de esto puedes
estar seguro. Aunque el hombre moderno rehúsa reconocer Su ira, seguramente
caerá, “furor para sus adversarios, justo pago para sus enemigos”. No pasará
por alto ningún territorio sobre este planeta, aún a las costas más lejanas
(v.18), desde el este hasta el oeste.
La tierra será llena del temor y la
gloria del Señor. Como un río impetuoso de agua viva, impelido por la fuerza
del Espíritu Santo, el Redentor volverá a Israel (v.19). “Vendrá un Redentor a
Sion y a los que en Jacob se aparten de la transgresión – declara el Señor” (v.20).
Reconocemos, otra vez, que es el Santo de Israel quien hará una obra de
santificación. En cualquier circunstancia el pueblo de Dios ora: “Santificado
sea Tu nombre”. El Señor solamente obra en un ambiente de santidad. Cristo
vuelve a los que se apartan de la transgresión y afirma Su Reino conforme a la
santificación de Su nombre.
“‘En cuanto a mí’; dice el Señor: ‘éste es mi pacto
con ellos: Mi Espíritu que está sobre ti, y mis palabras que he puesto en tu
boca, no se apartarán de tu boca, ni de la boca de tu descendencia, ni de la
boca de la descendencia de tu descendencia; desde ahora y para siempre’” (v.21).
Su Espíritu permaneció sobre Su
pueblo y Su palabra siguió fiel. Su palabra estaba muy cerca ellos desde el
tiempo de Moisés en el desierto (Dt.30:14) y también, según Pablo, está cerca del
gentil. En su doctrina, la palabra de fe está en tu boca y en tu corazón. “Porque
no hay distinción entre judío y griego, pues el mismo Señor es Señor de todos,
abundando en riquezas para todos los que le invocan” (Ro.10:12, fíjate desde el
versículo 8 hasta el 13). El Nuevo Pacto con Israel continuará desde el padre
hasta el hijo y del hijo hasta el nieto, durante todas las generaciones del
Milenio y más allá hasta una eternidad sin fin. Él es el Señor soberano sobre
la salvación de Israel y la nuestra, y nosotros descansamos únicamente en Su
persona y en Su obra; confiamos solamente en Él.
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