Los esclavos y libres
Gálatas 4:17-31
17. “Tienen celo por vosotros, pero no para bien, sino que quieren
apartaros de nosotros para que vosotros tengáis celo por
ellos.
18. Bueno es mostrar celo en lo bueno siempre, y no solamente cuando
estoy presente con vosotros.
19. Hijitos míos, por quienes vuelvo a sufrir dolores de
parto, hasta que Cristo sea formado en vosotros,
20. quisiera estar con vosotros ahora mismo y cambiar de tono, pues
estoy perplejo en cuanto a vosotros.”
Pablo acaba de describir la
relación que tenía con los gálatas. El hecho de visitar ese territorio no fue
un plan de Pablo, sino que Dios utilizó una enfermedad para que se detuviese
allí. Mientras estuvo en Galacia, el amor de Dios, que sobrepasa todo
entendimiento, les unía mutuamente.
Era más que un amor natural,
porque se manifestó por razones normalmente repulsivas. Ellos amaban a Pablo a
pesar de su apariencia física, y le recibieron como a un mensajero de Cristo. ¿Cuál
era su mensaje? … el mensaje de la cruz, “para
los judíos ciertamente tropiezo, y para los gentiles locura” (1 Co.1:23).
Todo esto demuestra una obra sobrenatural de otro mundo y, sobre todo, una
relación basada en la verdad eterna.
Después empieza a escribir
acerca de una nueva relación entre los falsos maestros judaicos y las iglesias
de Galacia, y como esa relación no añadía nada a la obra de Dios, nada bueno
resultará de ella. Habían sido atraídos y engañados por las maneras que habían
aprendido del mundo, que son de la carne. Se habían vuelto de los caminos
espirituales y celestiales.
Una de las características
de las sectas falsas es que se concentran en los creyentes y no en los paganos.
Pablo revela sus métodos. Primeramente, declara: “Tienen celo por vosotros”. Normalmente este sentir sería positivo,
como aclara en el siguiente versículo, pero en este caso, los judaizantes
complacen el orgullo de la carne, resultando en que los gálatas se sientan bien
consigo mismos. Utilizan la estrategia de la auto-importancia, adulando a sus
estudiantes, muy diferente a lo que hacía Pablo, que siempre hablaba la verdad.
En segundo lugar, ellos
intentan aislarles… “quieren apartaros”
(de nosotros no está en el texto
original), usando la táctica del exclusivismo. Quieren que sus discípulos se
aparten totalmente de otras influencias para poder adoctrinarles según sus
puntos de vista y maneras. Y, en tercer lugar y como resultado, quieren que su
presencia entre los creyentes sea de suma importancia… “para que vosotros tengáis celo por ellos”.
Hoy en día, podemos ver este mismo método en las sectas. Ellos
degradan a las iglesias, afirmando ser los únicos verdaderos cristianos o,
cuando menos, los mejores. Desaniman o prohíben totalmente a sus miembros recibir
enseñanza de otras fuentes, como literatura o grabaciones. De esa manera,
enseñan al pueblo a ser totalmente dependientes de ellos y, como hemos visto, ésta
es la mayor preocupación de Pablo, desde el comienzo de su carta; ve que los
gálatas están fijándose en los hombres y no en Dios. El libro de los Hechos relata
cómo Pablo y Bernabé, durante su tiempo en Galacia, “los encomendaron al Señor en quien habían creído” (Hch.14:23). El
tiempo más largo que Pablo se quedó en un lugar fueron tres años. Escribió a
los corintios: “Os he desposado con un
solo esposo” (2 Co.11:2). Su trabajo era presentar a Cristo a los creyentes
y, después de hacerlo, seguía su camino.
En los versículos 14 y 15, Pablo nos dio un ejemplo del buen
propósito que puede resultar de una relación íntima entre los cristianos. He
estado pensando, durante algunos días, en las palabras acerca de Lázaro, en el
Evangelio de Juan: “El que tú amas está
enfermo”, y en lo que Jesús dijo
a Sus discípulos: “Nuestro amigo Lázaro se ha dormido” (Jn.11:3,11). Mostrar celo por
personas o, en otras palabras, que haya personas creyentes que sean importantes
para ti, es una parte hermosa del verdadero cristianismo.
Un antiguo dicho declara: “Fuera de la vista, fuera de los pensamientos”,
pero al referirse a las verdaderas relaciones existe otra expresión: “La
ausencia hace que el amor del corazón crezca”.
Éste es el sentir que Pablo quiere ver en los gálatas, porque es el que
él tiene en su corazón. El amor de Dios crece en el corazón cuando los
cristianos se separan.
Es un amor asentado en el corazón, y se expresa en la siguiente
frase: “Hijos míos”. Pablo les ama
con el amor del Señor y este amor ahora le causa dolor. Alguien ha notado en
esta palabra de Pablo a los Efesios, “no
contristéis el Espíritu de Dios” (4:30), que solamente el amor puede causar
tristeza. La ira puede ser provocada tanto por los enemigos como por los
amigos, pero la tristeza es una manifestación del amor.
Pablo está contristado hasta el punto de “sufrir dolores de parto”. Está obrando en unión con el Espíritu
Santo y siente lo mismo que Dios en su corazón. Él está sufriendo dolores y
Pablo también los sufre. Warren Wiersbe comenta algo que también mi esposa y yo
seguramente hemos experimentado: “Parece
que nosotros, los padres, nunca perdemos el amor por nuestros hijos, aunque
sean adultos. ‘Cuando son pequeños es difícil mantenerles de la mano, pero al ser
maduros, seguimos llevándoles en el corazón. ´ Me acuerdo oír a mi madre decir:
‘Cuando son pequeños, pisotean los dedos de los pies; pero al madurar, pisotean
tu corazón.’”
Los gálatas habían retrocedido a los viejos caminos del
legalismo y no manifiestan la presencia de Cristo en sus vidas. Pablo quisiera
estar presente entre ellos para hablarles personalmente y contestar las dudas
que se han formado en su corazón. Ahora, al descubrir sus propios sentimientos,
vuelve a la enseñanza doctrinal, a la Escritura. Escribe otra vez refiriéndose
a Génesis.
21. Decidme, los que queréis estar bajo la ley:
¿no habéis oído la ley?
22. Porque está escrito que Abraham tuvo dos hijos; uno de la
esclava, el otro de la libre.
23. Pero el de la esclava nació según la carne; mas el de la libre,
por la promesa.
24. Lo cual es una alegoría, pues estas mujeres son los dos pactos;
el uno proviene del monte Sinaí, el cual da hijos para esclavitud; éste es
Agar.
25. Porque Agar es el monte Sinaí en Arabia, y corresponde a la
Jerusalén actual, pues ésta, junto con sus hijos, está en esclavitud.
26. Mas la Jerusalén de arriba, la cual es madre de todos nosotros,
es libre.
27. Porque está escrito: Regocíjate, oh estéril, tú que no das a
luz; Prorrumpe en júbilo y clama, tú que no tienes dolores de parto; Porque más
son los hijos de la desolada, que de la que tiene marido.
28. Así que, hermanos, nosotros, como Isaac, somos hijos de la
promesa.
29. Pero como entonces el que había nacido según la carne perseguía
al que había nacido según el Espíritu, así también ahora.
30. Mas ¿qué dice la Escritura? Echa fuera a la esclava y a su hijo,
porque no heredará el hijo de la esclava con el hijo de la libre.
31. De manera, hermanos, que no somos hijos de la esclava, sino de
la libre.
Veamos otro capítulo de la
vida del patriarca, Abraham, que tiene que ver con sus dos hijos, Ismael e
Isaac. Isaac es el hijo natural de Sara, nacido cuando era de edad avanzada.
Ismael es el hijo de la esclava de Sara, Agar. Otra vez, Pablo compara la
esclavitud con la libertad y, para enseñarnos, nos lleva al Pentateuco, los cinco
libros de Moisés, llamado comúnmente por los judíos, La Ley. Nos enseñará acerca de dos fuentes poderosas… la de la
servidumbre y la de la libertad.
Estas dos fuerzas
espirituales se aferran fuertemente a la vida de las personas. Pablo nos enseña
en esta porción que, además, son las fuerzas de la carne contra el espíritu, del
pacto del monte Sinaí contra la Jerusalén celestial, y los caminos naturales
contra la promesa de Dios. Fue la promesa lo que recibieron primeramente
Abraham y Sara. La promesa de Dios tiene un poder que es incomparable; puede
llevar a cabo lo que parece ser imposible, formar el futuro y producir algo que
permanecerá para la eternidad.
¿Cuántas veces, por las
Escrituras, hemos sido testigos del poder de la promesa obrando? Las promesas más
importantes son las relacionadas con el Mesías venidero y Su reino. Vencen toda
oposición natural y espiritual. Observa la respuesta del ángel a la virgen
María tras su pregunta, “¿cómo será esto?”
… “Nada hay imposible para Dios” (Lc.1:34,37).
Los planes y capacidades del
hombre se enfrentan a la promesa de Dios. Aunque no es comparable, vemos a los
gálatas aceptando los primeros, demostrando así la autoridad que los hombres
pueden ceder a lo que es finito sobre lo que es infinito. Pasó lo mismo con
Abraham y Sara. Dios les habló lo que era imposible… que Sara concebiría y
tendría un hijo a los 90 años, pero la pareja concibió un plan llevado a cabo
meramente por recursos humanos.
En el principio de la
historia, Dios entregó Su promesa a Abraham. Después, él rehusó la oferta del
rey de Sodoma y Dios le llevó a contactar con el rey de Salem, quien le bendijo
con bendiciones espirituales. Dios hizo un pacto celestial con Abraham,
directamente desde la Jerusalén celestial de arriba, que es libre, enseña Pablo.
La Jerusalén celestial es la
fuente de toda libertad y cada hijo que nace de arriba es libre. El monte Sinaí
entra en la escena bíblica siglos después, produciendo hijos de la servidumbre
(con este ejemplo, Pablo se refiere al libro de Éxodo). Pablo enseña que no es
la Jerusalén física la que es nuestra iglesia madre, como los Judaizantes
intentaban reclamar. Debido a que el corazón de los que se atan como esclavos a
una fuente terrenal y vuelven a pensar carnalmente, Pablo utiliza la iglesia de
Jerusalén como un símbolo de servidumbre a la ley. Están viviendo bajo la
sombra del monte Sinaí.
No estamos tratando con la
importancia de lugares y gente, sino con cierta mentalidad y espíritu que
tiende a enfatizar las cosas externas. Esto es lo que quiere decir vivir según
“los rudimentos del mundo”. Estas personas se gozan en los éxitos de la carne.
Por otro lado, los que son naturalmente “estériles” se regocijan en la obra
sobrenatural de Dios.
Una vez más, Pablo, cita el
Antiguo Testamento, ahora al profeta Isaías, capítulo 54. Este pasaje define
quienes son los nacidos libres, engendrados por la que no tiene un marido
mundano, exterior y visible. Ella no pertenece a la Jerusalén natural (fíjate
otra vez en 1:17-20), donde se enfatiza la religión exterior con señales
físicas. Ella depende de un Marido celestial para producir un nacimiento
inexplicable, acompañado de una libertad maravillosa. Los cristianos deben
reconocerse en el espíritu de una Jerusalén celestial y no por señales externas.
Pablo dirige específicamente
sus comentarios a los nacidos-libres en Galacia, de la misma manera que Isaías habla
y escribe a un remanente. Ambos no solamente están escribiendo a los de su día,
sino a todo el sincero pueblo de Dios de toda la historia. Por eso, su
enseñanza se aplica también a las ovejas de nuestro tiempo. Seguramente, había
muchos esclavos espirituales allí, como los hay entre nosotros hoy en día. La
Palabra de Dios no tiene consuelo para ellos. La única palabra que se les
aplica es ¡arrepentíos! Los
verdaderos hermanos de Pablo están luchando bajo la invasión de la ley entre
ellos, y tienen que volverse desde este desierto del monte Sinaí a la Tierra
Prometida, llena de verdad y principios evangélicos.
¿Qué haremos con los hijos
de la esclava, nacidos de un sistema? Estos son los que se adaptan fácilmente a
los programas externos de la iglesia y funcionan muy bien en ellos,
probablemente siendo muy efectivos en la obra. Son leales y fieles al sistema,
pero no demuestran señales de una vida celestial.
Pablo lo dice bastante
claro: “No heredará el hijo de la esclava
con el hijo de la libre”. Esta verdad produjo mucho dolor en Abraham,
porque él amaba a Ismael. Pasó 13 años con él, incluso antes de que Isaac
naciera. Exclamó al Señor: “¡Ojalá
Ismael viva delante de ti!” (Gé.17:18), pero no pudo ser. Déjale que herede
lo que más le interesa, sobre una base temporal y terrenal. Su naturaleza, no
regenerada, no le permitirá participar del ambiente celestial de los libres.
También, la Biblia nos dice
claramente que Isaac e Ismael no pueden vivir juntos en armonía; es inútil
intentar mantenerles unidos. La única unidad verdadera del Nuevo Testamento es “la unidad del Espíritu” (Ef.4:3) o “la unidad de la fe” (Ef.4:13).
Intentar lograr algo fuera de la fe o del Espíritu es luchar con
imposibilidades frustrantes. “Es preciso
que entre vosotros haya disensiones, para que se hagan manifiestos entre
vosotros los que son aprobados (significando genuinos)” (1 Co.
11:19).
Isaac e Ismael, finalmente,
se alejarán uno del otro: “Salieron de
nosotros, pero no eran de nosotros; porque si hubiesen sido de nosotros,
habrían permanecido con nosotros; pero salieron para que se manifestase que no
todos son de nosotros” (1 Jn.2:19). Esto será una realidad entre cualquier
grupo de creyentes, en cualquier lugar y tiempo. Pasó entre los gálatas y
pasará también entre nosotros.
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