Una hoja tomada del libro de Dios
UNA
HOJA TOMADA
DEL
LIBRO DE DIOS
En mi opinión, las biografías cristianas son las obras más fascinantes de
toda la literatura. Contienen un elemento que no se encuentra en historias
meramente humanas. Uno puede percibir en ellas una autoría que supera las
capacidades e inteligencia de los escritores terrenales. Este artículo es un resumen
de una historia que tiene su origen en el cielo, y solamente será completamente
relatado por las crónicas eternas. Por favor, léelo pensando en esto…
El hecho de que Dios elija hombres y
les levante para cumplir Sus propósitos eternos, es una evidencia fascinante de
una sabiduría excelente. Jesús regocijándose hasta el éxtasis, dijo a Su Padre:
“Escondiste estas cosas de los sabios y entendidos, y las has revelado a los
niños”. Los doce apóstoles eran candidatos poco probables para llegar un día a
convertirse en joyas para el fundamento de la Nueva Jerusalén. En el Antiguo
Testamento, Dios llamó a Abram de la idolatría de Ur, la ciudad capital del
paganismo y le hizo un príncipe nómada, destinado a ser el padre espiritual de las
naciones. David fue tomado del rebaño, y fue preparado en las cuevas y en las
ciudades del enemigo, para ser hecho rey sobre el pueblo escogido de Dios.
Amós, un boyero que también recogía higos silvestres, se maravilló de poder
recibir un llamamiento profético, habiendo otros muchos más capacitados que él.
El gran Arquitecto todavía tiene Su plan en la mano y Sus diseños continúan
asombrándonos.
Un nene muy enfermizo
En 1928, dentro de una reserva
indígena en Arizona, USA, nació un nene navajo con una grave enfermedad en el
corazón. El médico del hospital estatal, viendo que no podría sobrevivir mucho
tiempo, dijo a sus padres que se le llevaran a casa y le mantuvieran en el
estado más cómodo posible. El nombre de aquel bebé fue Herman Williams. El
apellido le fue dado a su abuelo por el oficial del registro público, ya que no
fue capaz de poder pronunciar, y mucho menos escribir, su nombre ancestral.
De alguna manera, aquel niño débil y
enfermizo sobrevivió. Su padre, sin embargo, murió cuando Herman era muy joven.
Su madre tenía que encontrar empleo, así que Herman fue criado por sus abuelos.
Debido a su delicado estado de salud no podía asistir a la escuela, donde los niños
de su edad aprendían inglés. Su escuela fue un aprisco en el campo donde arreaba
la manada, mientras su abuelo y su tío, le enseñaban las antiguas costumbres de
los navajos. Su abuelo era un hechicero.
Probablemente Herman también lo hubiera
sido, si no fuera por que los granjeros cerca de Phoenix, Arizona, necesitaron
contratar mano de obra a finales de la Segunda Guerra Mundial. En 1945,
decidieron recurrir a la reserva de los nativos navajos. Transportaron a jóvenes
en camiones y les empleaban durante tres meses en grandes granjas de algodón y
vegetales. Herman, siendo ya un adolescente y habiéndose recuperado de la
enfermedad de su niñez, con muchas ganas, aprovechó la oportunidad que se le
presentó de descubrir otro mundo fuera del suyo.
Una excursión muy larga
Fue el principio de una aventura de
cinco años lo que llevó a Herman a toda la parte oeste de los Estados Unidos, terminando
en una granja de trigo en el estado de Montana. Cuando abandonó su hogar, esta
gran excursión no formaba parte de sus planes. Sin conocer el mundo del hombre
blanco, y ni siquiera su lenguaje, abandonó su primer empleo y se perdió sin la
esperanza de poder volver. Halló un trabajo en otra granja a muchos kilómetros
de distancia de la primera y, durante sus ratos libres, dos niñitos le enseñaban
a hablar inglés. Aprendió lo suficiente como para poder andar por los bares y las
salas de billar de los pueblos y ciudades cercanas. Fue en aquel tiempo cuando
experimentó profundamente el pecado. Se convirtió en un borracho y un blasfemo.
Herman conoció a otro navajo, un
joven preparado, en una sala de billar. Le contó que no había podido encontrar
el camino a su casa y le pidió ayuda. El joven le llevó a su apartamento y le enseñó
brevemente la geografía americana. Le describió la forma de los Estados Unidos,
asemejándola a un cuero de vaca tirado sobre una valla. El cuello representaba
los estados de Nueva Inglaterra, los estados del noreste, la pierna era
Florida, y la barriga Tejas. La parte trasera era California, y a lo largo de
la espalda corría la frontera con Canadá. Después sacó un mapa para enseñar a
Herman las carreteras que conectaban los pueblos y le explicó como podía seguirlas
para volver a su casa y hallar a su gente.
La descripción de la “tierra del
cuero de vaca” que el joven instructor explicó a Herman, le fascinó. Antes de
regresar a la reserva, pensó… ¿Qué tal si primeramente exploro esta tierra?
¡Que historia podré contar a mis abuelos al volver! ¿Cuánto tiempo tardaré?
¿Tres semanas, quizás?
Varios años después, en 1950, aquel
aventurero llegó a Montana. Era un hombre miserable, temeroso, y cargado de
pecado. En su mente tenía aún guardadas las voces que había escuchado siendo
niño, cuando estaba solo arreando las ovejas. Terribles pesadillas le
atormentaban mientras dormía. Debido a su temor a la oscuridad, siempre tenía
que dejar una luz encendida durante las noches.
Jesús, el Dios de los navajos
Un granjero de trigo de sangre sueca
además de darle trabajo le trató como a un hijo. Dos veces al día, con toda la
familia sentada alrededor de la mesa, leía un libro grande. Por primera vez,
Herman fue expuesto a la Biblia. Contaba que su jefe hablaba a Jesús en
oración. El joven navajo concluyó que Jesús tenía que ser el Dios del hombre
blanco.
El predicador de la iglesia local
donde el granjero asistía, a veces asustaba al navajo. El jamás había confiado
a nadie los pecados que había hecho, pero este hombre, mirando directamente
donde él estaba sentado, mencionaba las cosas malas que Herman había hecho.
Parecía conocer toda su vida. Cuando el pastor inclinó la cabeza y cerró sus
ojos, su oyente, sobrecogido por una convicción de pecado, se retiró por la
puerta trasera.
Una noche, el granjero le llevó a
una convención misionera. El gran edificio estaba repleto, y el único asiento
vacio estaba en la primera fila. Sentado en la plataforma, directamente frente a
Herman, estaba un hombre blanco, vestido de cuero de venado, como un indio. Enseguida,
se puso en pie e informó a la congregación que Dios le había llamado a
proclamar a los nativos americanos que Jesús les amaba y había muerto por
ellos. El evangelio fue predicado esa noche y el pobre Herman, perdido y
cargado bajo el peso de su pecado, lleno de miedo e inquietudes, halló paz a
los pies de Jesús. Por la experiencia personal, Herman supo que Jesucristo
también era el Dios de los indios.
Lágrimas sobre una Biblia
Después de la reunión, el director de una escuela bíblica para nativos
invitó al nuevo converso, “tal como estaba”, para ingresar en el nuevo curso
que estaba a punto de empezar. El granjero y su mujer regalaron a Herman una
Biblia nueva con un forro de cuero genuino. Ninguno sabía que no podía leer ni
escribir. Esa misma noche, Herman se arrodilló al lado de su cama, con la
Biblia abierta sobre la manta. De seguro, había tenido un encuentro con este
maravilloso Jesús, pero no podría leer Su palabra para aprender como andar con
Él para cumplir Su voluntad. A los jóvenes indios “guerreros” les enseñaban a
no llorar, sin embargo, sus lágrimas cayeron sobre las hojas de la Biblia,
dejando una arruga permanente en ella. Desde esa noche, cada vez que abría su
Biblia, siempre lo hacía por la misma
página, en el libro de Jeremías.
Los dirigentes de la escuela bíblica para los nativos estaban más que un
poco desconcertados al descubrir que tenían un alumno que jamás había aprendido
el alfabeto. Herman, defendiéndose, contendió que el director le había invitado
a ingresar “tal como estaba”. Finalmente se decidió que podía quedarse, y que sus
colegas le ayudarían a aprender el material. Uno por uno vinieron personalmente
a él para confirmar la decisión de la facultad. Este alumno, sin embargo, había
sido llamado de forma especial por Dios, y Él, desde el principio de su vida,
tenía una manera única de tratar con Herman.
Un día, una chica tomó la Biblia de Herman y la abrió, por supuesto, por la
hoja marcada por las lágrimas. “¡Mira, Herman!”, exclamó ella, “aquí donde está
arrugada la página hay un versículo tremendo para memorizar. Dice: ‘Clama a mí, y yo te responderé, y te
enseñaré cosas grandes y ocultas que tú no conoces’”. La misma noche que este
joven indio analfabeto había sido convertido, sin que se diese cuenta, Dios le
había puesto bajo la elevada y asombrosa tutela del Espíritu Santo. Un tronco
en el bosque era su “aula” personal, donde se sentaba para repasar los
versículos que había memorizado. Durante los años que duró la escuela bíblica,
Herman solía arrodillarse en aquel lugar para orar.
Un gran Maestro
Herman Williams no fue un estudiante
destacado, si le medimos por cualquier estándar humano, pero fue un discípulo intensivo
de su Maestro celestial. Desde esa escuela, fue dirigido para alcanzar a su
pueblo indígena, un mundo de hombres, mujeres y niños confundidos y temerosos. Les
llevó al mismo lugar donde él había hallado la paz para su propia alma… a los
pies de Jesucristo.
Era consciente de la mucha oposición
que tendría que enfrentar. Por su niñez junto a su abuelo, sabía de los poderes
que ahora se amontonaban contra él. Mientras servía a Dios tenía que
enfrentarse a ellos continuamente, llegando, incluso, a ser atacado
físicamente. A menudo fue el blanco de los hechiceros, que estaban en contacto
directo con un mundo peligroso (para ellos las manifestaciones audibles y
visibles de demonios son comunes). Animales y aves hablan y llevan a cabo
funciones infernales bajo la dirección del hechicer, por increíble que esto
resulte para una mente no acostumbrada a tales realidades espirituales.
Venciendo tales obstáculos, Herman
trabajaba unido con su Señor para establecer asambleas de creyentes indios.
Enseñó a muchos hasta que acabaron siendo fuertes líderes cristianos. Viajaba
por EE.UU. y Canadá, evangelizando e instruyendo a los nativos americanos.
Muchas veces fue invitado a grandes convenciones en el mundo del hombre blanco.
Hace varios años, por primera vez, cruzó el Atlántico para compartir en Europa.
Este es el nene que los médicos habían
pronosticado que no podría sobrevivir; el joven analfabeto que no podía
aprender nada de los libros. Pero su gran Maestro ha
manifestado su soberana sabiduría y poder por medio de un sencillo navajo, como
lo ha hecho con gente sin número a través de la historia. Cuando era muy
anciano, después de cuarenta o cincuenta años de experiencia cristiana, Herman
muchas veces contaba como, mientras estaba arrodillado, llorando a un lado de
su cama en Montana, el Señor le dio Jeremías 33:3 como un lema para toda su
vida: “Clama a mí, y yo te responderé, y
te enseñaré cosas grandes y ocultas que tú no conoces”. Herman añadía conclusivamente… “¡Y lo ha hecho!” ■
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