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Lowell Brueckner

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Buscando el Espíiritu del Reino, capítulo seis

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El capítulo es tomado de este libro


¡Que lejos está la nombrada iglesia hoy en día del modelo del Nuevo Testamento! Hablando de la iglesia como un cuerpo, Pablo nos hace ver que el Espíritu Santo está encargado sobre cada miembro y Él da las capacidades para que cada miembro funciona (1 Co.12:13). Los coloca como Él quiere (v.18). En cuanto de las reuniones dice, “Cuando os reunáis, cada uno tiene salmo, tiene doctrina, tiene revelación, tiene lenguas, tiene interpretación…”, y todo es movido por el Espíritu.

En la iglesia, los hombres son dispensables, “Yo planté, Apolos regó, pero el crecimiento lo da Dios. Así que, ni el que planta es algo, ni el que riega, sino Dios, que está dando el crecimiento.” Dios pone y quita, el Espíritu Santo dirige sobre todos. Pedro habló a los líderes de la iglesia, “Apacentad la grey de Dios que está entre vosotros… no enseñoreándoos de la gran heredad, sino siendo ejemplos de la grey” (1 P. 5:2,3). Juan Bautista se gozo, viendo los discípulos abandonándole para seguir a Jesús: “El que tiene la esposa es el esposo,” dijo (Jn.3:29). Ellos habían nacido de Dios (1:13), y eran de Él y Su Hijo: “Manifesté tu nombre a los hombres que del mundo me diste. Tuyos eran y me los diste…” (Jn.1:17). Así se distingue la que es una obra de Dios.

Ahora, raras veces as así. Los miembros son convertidos por los hombres y pocos han experimentado una obra realmente de Dios. Los pastores y líderes les colocan en el grupo y guardan celosamente, para que otros no les influyan. No les es permitido aún obedecer a la Biblia, a menos que el dirigente esté de acuerdo y les dé permiso. Tienen el ministerio de Diótrefes, como verás en la tercera parte de este capítulo. Pues, en este capítulo vamos a tomar un vistazo a la iglesia en su comienzo y la necesidad que había de la persona del Espíritu Santo en su función práctica…  


CAPÍTULO 6

EL ESPÍRITU SANTO SE IDENTIFICA
CON EL CUERPO DE CRISTO

EL CONSOLADOR-EL PARAKLETOS

En Juan 14-16, Jesús hace mención cuatro veces del Espíritu Santo como el consolador, según la traducción que tenemos en la versión Reina-Valera, revisión 1960. Esta versión es muy confiable y podemos leerla con toda confianza, sabiendo que lo que en ella leemos es legítimamente la palabra de Dios. En ella tenemos una buena traducción de la palabra original griega parakletos. Sin embargo, es cierto que algunas veces los traductores han errado o, como es más común, no le han dado todo el significado que viene del griego. Pero la verdad es que no siempre pueden hacerlo ya que no existe una palabra en el vocabulario español equivalente a la del griego original.

La persona que estudia seriamente la Biblia, de vez en cuando tiene que estar dispuesta a indagar un poco por su cuenta en el lenguaje griego clásico. No tiene que aprenderlo todo, ni hacerse un experto en el idioma, ya que además y especialmente hoy en día tenemos muchas ayudas. Cualquier persona puede conseguir la concordancia Strongs, que incluye además un buen diccionario griego y hebreo con el significado literal y, a veces, la raíz de las palabras. Igual de útil, si puedes conseguirla, es una concordancia griega del Nuevo Testamento. También me gusta mucho el Nuevo Testamento Interlineal Griego–Español. Tampoco es difícil conseguir un estudio sobre las palabras de la Biblia. Quizás el mejor sea el editado por W. E. Vine.

He dicho todo esto porque tenemos por delante una palabra ejemplar, parakletos, que debe animarnos a meternos más profundamente a estudiar la palabra de Dios. No es que el consolador no sea una buena traducción, pero quiere decir mucho más que esto. El prefijo para, en este caso, quiere decir al lado de, y kletos significa llamado, así que literalmente la palabra significa, uno llamado a estar al lado. Este es un término legal griego que se da para nombrar a un abogado defensor. Un sinónimo es intercesor. Ya que tiene que ver con Dios y Su amor para con nosotros, lo que significa es que Cristo rogó al Padre para que nos mandase al Espíritu Santo para estar para siempre a nuestro lado, defendiéndonos en Su amor. Así que tenemos un verdadero consolador, Dios, el Espíritu Santo, llamado desde el cielo para estar con nosotros. He aquí, el versículo: “Yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador (parakletos), para que esté con vosotros para siempre” (Jn. 14:16). ¡Qué consuelo debe darnos esto sabiendo que tenemos a alguien que día y noche nos acusa delante de Dios! (Ap. 12:10)

Ahora podemos entender mejor la enseñanza de Pablo en Romanos: “El Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles” (Ro. 8:26). La persona que se encuentra metida en un lío legal y no sabe defenderse, necesita un abogado que le represente. Así nos hallamos nosotros, indefensos y sin palabras delante de la Corte Suprema, frente a toda clase de culpas que el acusador, con una elocuencia sobrenatural, lanza sobre nosotros. Sus acusaciones son demasiado fuertes y concretas, basadas en evidencias que no podemos negar. La potencia de sus argumentos nos echa para atrás.

Sin embargo, a nuestro lado está el Espíritu Santo, defendiéndonos, no con palabras, sino dirigiendo los gemidos que salen desesperadamente de nuestra boca en esos momentos – incluso a veces están tan adentro de nosotros que ni podemos extraerlos para expresarlos - y que son entendidos por el Juez, ya que, “el que escudriña los corazones sabe cuál es la intención del Espíritu, porque conforme a la voluntad de Dios intercede por los santos” (vr. 27). Su intercesión es eficaz. Está basada en la buena voluntad de la misma persona de Dios y en la obra que Cristo hizo por nosotros. La decisión final de la Corte Suprema es la siguiente: “¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aun, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros” (Ro. 8:33-34). Aunque nuestra mente se aflija y nuestras emociones se vean fuera de control muchas veces, nuestra posición legal delante de Dios es segura. Cristo está al lado del Padre defendiéndonos en el cielo, pero el Espíritu Santo está a nuestro lado, tratando nuestro caso aquí en la tierra. Nuestro Consolador nos hace triunfar vez tras vez.

OS CONVIENE QUE ME VAYA

Su función como el Parakletos es estar a nuestro lado como intercesor y consolador, pero Jesús promete aún más: “Mora con vosotros, y estará en vosotros” (Jn. 14:17). Por eso Jesús pudo decir palabras tan asombrosas y a la vez tan difíciles de creer para los discípulos que habían andado paso a paso con Él y vivido en Su presencia durante tres años y medio: “Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuera, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré” (Jn. 16:7). Ellos habían sido testigos de cosas que el ojo humano nunca había visto. Desde la fundación del mundo no se había oído de un hombre que habiendo nacido ciego recibiera la vista. ¿En que otra ocasión, en medio de un desierto, cinco mil hombres, con todas sus familias recibieron el suficiente pan y peces como para llenarse? Además habían visto resucitar a un hombre después de cuatro días muerto. Siempre que tuvieron una necesidad Jesús estaba con ellos para suplirla. Incluso se encargó de pagar sus impuestos, dando a Pedro, en una ocasión, una moneda sacada de la boca de un pez.

¿Cómo pues podría convenirles que Él se alejara de ellos? Era algo inconcebible. En ese momento no pudieron apreciar lo que les estaba diciendo, ni la magnitud del regalo supremo que el Padre les estaba dando desde el cielo; el don del Espíritu Santo. Fíjate en Su persona. Dios no nos está dando solamente una de las incomparables riquezas celestiales, sino que se nos está dando a sí mismo. No debemos estar buscando “las cosas” de Dios, sino a Dios mismo. El Padre nos está dando a la tercera persona de la trinidad, quien a su vez posee todos los atributos de Dios. De la misma manera que el Padre y el Hijo, el Espíritu Santo también es omnipotente, omnisciente y omnipresente.

La sorprendente verdad era que este Consolador iba a venir a morar en los discípulos. Antes, durante tres años y medio, estuvo morando con ellos, desde el bautismo de Jesús en el Jordán. El Espíritu Santo vino sobre Él antes de que empezara Su ministerio, el cual fue una demostración del poder del Espíritu. Pero ya les estaba enseñando que “el que en mí cree, las obras que yo hago, él las hará también; y aun mayores hará” (Jn. 14:12), y cuatro versículos después les dice el porqué…porque el Padre iba a darles otro Consolador. Ellos seguían a Jesús dondequiera que andaba, pero este Consolador iba a guiarles desde adentro; Él mismo iba a estar en ellos.

Millones de creyentes no tuvieron las mismas oportunidades que los primeros discípulos. Solamente unos cuantos, más de quinientos, dijo Pablo, fueron testigos de su resurrección. Sin embargo, nosotros tenemos algo todavía mejor a nuestro alcance en el siglo XXI, como lo han tenido los cristianos durante todas las edades que ha existido la iglesia. De la misma forma que las personas de quienes nos escribe Lucas en el libro de los Hechos, nosotros también tenemos al Espíritu Santo a nuestro lado como el Parakletos, y dentro de nosotros, enseñándonos, guiándonos, y dirigiendo nuestras vidas. Por eso no estamos en desventaja, ya que el Espíritu Santo es capaz de revelarnos a Cristo en nuestro espíritu de una manera más real que sí pudiéramos verle con los ojos.

Pablo habla a su querido hijo en la fe, Timoteo, de un gran misterio que él llama “el misterio de la piedad” (1 Ti.3:16). Se refiere a un hecho que los demonios jamás quisieran reconocer. Es el hecho de que Dios ha venido en carne. Piénsalo bien. Aquel que habita la eternidad, Aquel que hizo lo que es de lo que no era, Aquel cuyo universo no puede contenerle, Aquel que midió los océanos con el hueco de Su mano y los cielos con Su palmo, y con tres dedos juntó el polvo de la tierra… ¿cómo es que pudo hacerse como una de Sus criaturas, entregarse como un bebé indefenso en los brazos de una mujer, fruto de Su creación, y confiar en ella para criarle? Es completamente un misterio.

Vamos a considerar ahora otro misterio. El Espíritu Santo, con todos los atributos de Dios, como hemos mencionado anteriormente, fue enviado desde el cielo para habitar en cuerpos humanos. No en cuerpos perfectos y sin mancha que no conocieron pecado, como fue el cuerpo del Hijo de Dios, sino en cuerpos de pecadores, plagados de imperfecciones. Mi padre pudo captar ese gran misterio y recuerdo cómo lo expresó en una convención de mejicanos. Primeramente enseñó sus manos a los oyentes y dijo: “¡Mirad estas manos! No son mías, ¡son las manos del Espíritu Santo!” Luego señaló sus pies, y siguió exclamando: “¡Fijaos en estos pies! No son míos, ¡son los pies del Espíritu de Dios!” Por esta razón Jesús dijo: “Os conviene que me vaya”. No es para extrañarse, cuando aquellos hombres, asombrados por la verdad que acababan de oír, empezaron espontáneamente a aplaudir, algo que no era común en aquellos días. No estaban ensalzando al mensajero, sino a la verdad que les había sido presentada.

Igualmente, si nosotros consideramos seriamente la verdad de que este Santo Espíritu se quiere identificar con nosotros, quedaremos totalmente atónitos y asombrados. Limitado por el espacio, no puedo citar las muchas veces que Cristo, hasta este punto en el evangelio de Juan, se identificó con el Padre. Entre otras muchas afirmaciones dijo que no hacía nada sin el Padre, que el Padre daba testimonio de Él, y que Su doctrina no era Suya, sino del Padre.

Sin embargo, en el capítulo 13, incluye también en esta comunión a las personas que Él envía. Medita acerca de lo que dice el versículo 20: “De cierto, de cierto os digo: El que recibe al que yo enviare, me recibe a mí; y el que me recibe a mí, recibe al que me envió”. En muchas ocasiones Jesús, como acabamos de decir, mencionó que el Padre se identifica con el Hijo, pero ahora, Él también está identificándose con los enviados, presentes y futuros. El que los rechaza a ellos rechaza al Hijo de Dios. ¿Cómo es que tanta autoridad y responsabilidad pueden residir en un ser humano? Es porque el Espíritu Santo es enviado desde el Padre y el Hijo para habitar en seres humanos, a quienes envía a presentar el evangelio de Cristo al mundo. Así es que, el que rechaza al Espíritu que obra por medio de hombres y mujeres redimidos por la sangre de Cristo, está rechazando al mismo tiempo al Hijo y al Padre. El Espíritu Santo se identifica con ellos.

Otra vez, en el capítulo 15, Jesús sigue enseñando acerca de lo mismo: “Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán; si han guardado mi palabra, también guardarán la vuestra. Mas todo esto os harán por causa de mi nombre, porque no conocen al que me ha enviado” (vrs. 20-21). Por la evidencia del testimonio poderoso del Espíritu Santo en el cristiano (vr. 26), glorificando a Cristo, él será perseguido, como Cristo también lo fue. Los que le perseguirán lo harán porque no conocen al Padre que envió a Su Hijo. Están engañados en su concepto de Dios, acerca de quién es y lo que le complace. Por lo tanto tampoco pueden reconocer la obra y la palabra del Espíritu. Lo repite Jesús en Juan 16:2-3: “Cualquiera que os mate, pensará que rinde servicio a Dios. Y harán esto porque no conocen al Padre ni a mí”. Sin embargo, esta palabra es solamente para la persona que es enseñada, ungida, y controlada por el Espíritu Santo, quien no habla de Sí mismo, sino de lo que recibe de Cristo, quien, de igual manera, tomó de lo que es del Padre (16:14-15). Por eso es imposible funcionar en el Reino de Dios si no somos guiados por el Espíritu.

El libro de los Hechos confirma la palabra que Jesús enseñó a Sus discípulos, donde no les vemos como huérfanos en el mundo, sino fuertemente apoyados y cimentados en la persona del Espíritu Santo. Enseñados por el Espíritu declararon la palabra de Dios con denuedo. Ungidos por el Espíritu, hicieron las mismas obras que Jesús hizo. Controlados por el Espíritu, se entregaron a Su voluntad, permitiendo que Él les guiara con Su voz. Representaban a la Deidad en el mundo y vivían solamente para la gloria de Dios.

Cuando un hombre y su mujer intentaron engañar a la congregación en Jerusalén, Pedro lo consideró como una mentira y un insulto contra el Espíritu: “Ananías, ¿por qué llenó Satanás tu corazón para que mintieses al Espíritu Santo, y sustrajeses del precio de la heredad?” Y a Safira preguntó: “¿Por qué convinisteis en tentar al Espíritu del Señor?” (Hch. 5:3,9). De igual manera, Pablo vio la resistencia a Su palabra como una rebelión contra Dios mismo: “Pablo, lleno del Espíritu Santo, fijando en él los ojos, dijo: ¡Oh, lleno de todo engaño y de toda maldad, hijo del diablo, enemigo de toda justicia! ¿No cesarás de trastornar los caminos rectos del Señor? Ahora, pues, he aquí la mano del Señor está contra ti, y serás ciego” (Hch. 13:9-11).

Vimos en un capítulo anterior cómo Pablo y su equipo fueron dirigidos con exactitud a Macedonia. Y de la misma forma, por todo el libro de los Hechos, observamos claramente cómo el Espíritu Santo dirige a los discípulos. La relación entre el Espíritu Santo y los apóstoles era tan íntima que ellos podían sentir lo que Él sentía: “Porque ha parecido bien al Espíritu Santo, y a nosotros, no imponeros ninguna carga más que estas cosas necesarias: que os abstengáis de lo sacrificado a ídolos, de sangre, de ahogado y de fornicación” (Hch. 15:28,29). Pero este sentir en ellos no estaba basado en su experiencia personal ni en una opinión propia, ni tampoco era algo concebido en su imaginación o manera de pensar, sino que estaba realmente respaldado por la Escritura. Habían sido bien instruidos por el Espíritu en las palabras antiguas del Señor. Como dijo Jacobo en aquel momento: “Con esto concuerdan las palabras de los profetas, como está escrito… dice el Señor, que hace conocer todo esto desde tiempos antiguos” (15:15-18) y cita Amós 9:11-12. El Espíritu solamente se identifica con aquellos que desean profundizar en la Biblia.

Juan empieza su primera epístola con unas palabras interesantes que debemos considerar: “Nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con su Hijo Jesucristo” (1 Jn. 1:3). Me acuerdo de un tiempo cuando al leer esto me hice la siguiente pregunta: ¿Por qué no menciona que nuestra comunión es también con el Espíritu? Creo que Dios me dio la respuesta: Es porque no es posible tener comunión con el Padre y el Hijo como meros hombres naturales, sino solamente como personas ungidas por el Espíritu Santo. De esta manera podemos ver al Espíritu formando parte del pronombre nuestra, y así poder parafrasear: “El Espíritu Santo nos unge y nos conduce a una comunión verdadera con el Padre y su Hijo”.

No sé de ninguna parte en las Escrituras donde se encuentre una oración dirigida al Espíritu Santo, y creo que es por la misma razón. Nosotros no podemos orar legítimamente sin el Espíritu, y el Espíritu no se dirige la oración a Sí mismo, sino al Padre y al Hijo. Es muy común en las congregaciones escuchar que se debe empezar a alabar a Dios para traer Su presencia a la reunión. Pero pregunto, ¿cómo podemos alabar realmente, si no es por la presencia del Espíritu? No, todas estas cosas tienen que ser hechas por el Espíritu Santo en unión con nuestro espíritu. Sin Él todo esfuerzo es vano.

EL ESPÍRITU NOS BAUTIZA EN UN CUERPO

En esta epístola de Juan, con el propósito de dar pruebas al que es verdaderamente un cristiano para que pueda afirmarse en la fe, Juan da una característica en el capítulo 4, versículo 6: “Nosotros somos de Dios; el que conoce a Dios, nos oye; el que no es de Dios, no nos oye. En esto conocemos el espíritu de verdad y el espíritu de error”. En su tercera epístola nombra en particular a una persona entre la iglesia, un tal Diótrefes, y le describe como uno que quiere tener una posición de preeminencia, es decir, que quiere ocupar el lugar más relevante y apoderarse de la grey de Dios. Este hombre tenía un problema profundo en su corazón. Dijo Juan: “No nos recibe…, no recibe a los hermanos, y a los que quieren recibirlos se lo prohíbe, y los expulsa de la iglesia” (3 Jn. 9-10). Los que están verdaderamente llenos del Espíritu y son guiados por Él, abren sus corazones a todo el pueblo de Dios y a todo ministerio y enseñanza que procede de Él. No están limitados por barreras denominacionales, ni reducirán su comunión, amor o visión al grupo al que están afiliados. El Espíritu de Dios no es un espíritu sectario.

Lo que sigue también es obra del Espíritu: “Por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu” (1 Co. 12:13). La persona guiada por el Espíritu Santo reconoce el cuerpo de Cristo. Cuando veas a una persona limitando a otros cristianos celosa y tercamente a sus ideas y maneras, sabrás que esta persona está actuando por sus propias facultades de entender y no según la mente de Cristo. Si estudias los avivamientos de Charles Finney, verás cómo él no aceptaba una invitación para trabajar con una iglesia a menos que ésta estuviera dispuesta a cooperar con las demás verdaderas iglesias de aquella región. Dios bendijo estos esfuerzos unidos con avivamientos tremendos, resultando en la salvación de miles de almas. Esta característica está en todas las personas de renombre, llenas del Espíritu, que Dios ha utilizado en Su reino a través de los siglos. Tampoco eran ecuménicas. No se unieron a las grandes iglesias que, aunque se denominaban cristianas, estaban muertas y corrompidas desde sus raíces; supieron rechazar a los falsos profetas y las doctrinas del error, porque el Espíritu también da discernimiento. Sin embargo, sus corazones eran tan grandes que no les permitían limitarse solamente a tener comunión entre los “suyos” y excluir a cualquier verdadero creyente.

Nosotros, todos los verdaderos, somos una parte de un cuerpo grandísimo que consiste, como dijo Pablo, en griegos y judíos, esclavos y libres… Además puedes agregar las diferentes nacionalidades, clases sociales y diferentes grupos de cristianos sinceros que quieras. Como dijo A. W. Tozer: “Nunca fui un buen denominacionalista. Yo siempre he querido a todos mis hermanos”. No podemos existir solos. El Espíritu Santo, si lo permitimos, nos dirigirá a otras personas y a sus ministerios, es decir, a todo lo que sea necesario para nuestro crecimiento y salud espiritual. Como he escrito antes, al tener un verdadero encuentro con Dios, el nuevo creyente es dirigido, como lo fueron Cornelio y Saulo, a la persona que puede beneficiarle. Esta será una persona por medio de la cual Dios pueda hablar palabras de sana edificación. Esto también es la obra del Espíritu.

Algunos ignoran que el cuerpo también incluye a “los espíritus de los justos hechos perfectos” (He. 12:23), es decir, a los santos que ya están en el cielo. Por ello todavía podemos aprovecharnos del ministerio de nuestros hermanos, Pablo, Pedro, Juan y Santiago, ya que tenemos su palabra de forma escrita. “Pablo o Apolos, sea Cefas, sea el mundo, sea la vida, sea la muerte, sea lo presente, sea lo por venir, todo es vuestro, y vosotros de Cristo, y Cristo de Dios” (1 Co. 3:22-23). La palabra escrita permite que podamos beneficiarnos de los ministerios y las sanas enseñanzas de otras personas maduras en la fe que Dios nos ha dado a través de la historia de la iglesia. Claro, no podemos darles el mismo respeto ni confianza que damos a los escritores que recibieron una unción especial para escribir una palabra inerrante, como es la Biblia.

Aunque es la unción la que nos enseña todo y la Biblia es la palabra de máxima autoridad en nuestras vidas, no podemos ignorar que la iglesia se trata de un cuerpo con muchas diferentes funciones. Por ello, ninguna persona puede considerarse suficiente para entender todos los secretos de Dios, o creer que puede desarrollar su propia vida espiritual sin la ayuda de otros. Si conoces genuinamente la voz de Dios, Él y ningún otro ser humano, te enseñará a quien o a quienes acudir para tu crecimiento espiritual. De la misma manera que Dios ha puesto a personas en mi camino para que me animen, me reprendan y me edifiquen en la fe, también ha puesto en mis manos libros de personas que ya están en el cielo, y de otras que jamás hubiera podido conocer ni oír personalmente para sacar provecho de sus ministerios. Personalmente soy consciente de cuántas veces Dios me ha hablado justo en el momento que lo necesitaba por medio del trabajo de autores llenos del Espíritu Santo.
En este momento vienen a mi mente dos ejemplos de personas muy conocidas que fueron convertidas por leer algún libro. Uno de ellos es uno de los evangelistas más potentes de toda la historia, George Whitefield, que aunque se disciplinaba mucho en leer las Escrituras, no fue convertido hasta leer un libro de William Law titulado: Una llamada a una vida devota y santa.

Exactamente pasó lo mismo con el fundador de uno de los movimientos misioneros más poderosos que jamás ha existido, A. B. Simpson. Fue criado en un hogar cristiano, tenía mucho temor de Dios y un ferviente anhelo de servirle, pero a la edad de 17 años entró en una depresión terrible, hasta que Dios puso en sus manos un libro titulado: El misterio evangélico de la santificación por Marshall. Leyó: “La primera buena obra que harás será creer en el Señor Jesucristo… En el momento que lo hagas pasarás a la vida eterna, serás justificado de todos tus pecados, recibirás un corazón nuevo y todas las cosas que el Espíritu Santo tiene preparadas para ti”. Inmediatamente después de leer estas palabras recibió paz en su corazón y la salvación.

Hace varios años fui a visitar a mi amigo navajo, Herman Williams, a su casa en Arizona, USA. Herman no asistió a la escuela de niño porque estaba enfermo, pero cuando nació de nuevo, el deseo por estudiar la palabra de Dios hizo que se esforzara en aprender a leer, y lo consiguió. Un día me llevó a su “lugar secreto” y allí me enseñó estanterías repletas de libros – me dijo que tenía mil quinientos, y que los había leído casi todos. Pero a la vez, y lo digo sin exagerar, nunca he conocido a una persona que conozca más la voz del Espíritu Santo y sea dirigido por ella. Aunque continúa siendo una persona sencilla en su fe, conoce y entiende la Biblia como un verdadero experto. (Herman se reunió con Jesús el día 12 de Noviembre de 2009, debido a múltiples problemas físicos).

El Dr. A. W. Tozer solamente pudo asistir ocho años al colegio cuando era niño, y no consiguió su doctorado estudiando en un seminario. A la edad de 19 años recibió a Cristo, y con un hambre voraz y para su provecho, empezó a estudiar la Biblia y muchos otros libros más. Aunque al escuchar sus grabaciones puede apreciarse el acento de un granjero, que es lo que era antes, cualquiera pensaría que está escuchando a un profesor de universidad. Actualmente es uno de los autores más leídos por cristianos serios. Mi padre tuvo el privilegio de escucharle en numerosas ocasiones, después de haber entregado su vida a Cristo a los 30 años de edad. También dedicó mucho tiempo a la lectura –primeramente de la Biblia, pero también de cientos de libros más.

Habiendo enfatizado la necesidad que tenemos de aprovechar el ministerio de los demás miembros del cuerpo de Cristo posibles, me preocupan los que, queriendo saciar su sed, siempre acuden a cisternas corrompidas. Son atraídos a lo que no les conviene. Rechazan lo que es sólido y andan tras lo que es raro, dudoso, radical y extremo. Me acuerdo de la enseñanza de un amigo hace años sobre los que tienen “comezón de oír” (2 Ti. 4:3). Dijo que la comezón es producida por alguna enfermedad en el oído. Como el oído no está sano, entonces les sucede lo que el mismo versículo dice, que no soportan “la sana doctrina”. El que no tiene oídos defectuosos aprovecha lo que dijo Jesús a las siete iglesias: “El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias” (Ap. 2:7, 11, 17, 29; 3:6, 13, 22). Para curar la comezón de oír falsedades, primeramente tiene que haber un reconocimiento del error, seguido por una humillación y arrepentimiento.

Permíteme dar mi opinión en cuanto a lo que creo, de que la lectura personal es mejor que una grabación o una película. Ambas pueden ser muy buenas, pero no como substitutos, tomando el lugar de la lectura personal. En general, un libro presenta la verdad de forma más completa y correcta que una película. Las películas tienden a dramatizar y a exagerar, e incluso a veces, su contenido es completamente opuesto a la verdad. Y el problema de escuchar una grabación, aún de las Escrituras, es que el énfasis es dado en ciertas partes, según la interpretación del que lee. Hablando de forma práctica, cuando lees, puedes fijarte y concentrarte más y mejor en las palabras y es más fácil, si te distraes, volver al lugar donde perdiste la atención. Mi consejo es que aprendas y te acostumbres poco a poco a leer, más que a cualquier otra cosa, si es que en el pasado no lo has hecho.

Hablando de libros, también reconozco y es cierto que hoy en día hay muchas trampas, muchos errores, y mucho engaño. Tristemente, la gran mayoría de los libros cristianos escritos por autores modernos son pobres, como también lo son muchos de los programas cristianos de televisión y radio. Personalmente no me molesto en leer libros que son muy populares o están de “moda”.

Pero en estos días Dios no nos ha abandonado a la ignorancia, y ha levantado a algunos buenos autores. Además siempre encontraremos una mina de riqueza en los libros clásicos que han sido leídos por los cristianos durante décadas y aun siglos. Especialmente recomiendo las biografías de grandes cristianos. Hay poco que te animará a vivir una vida digna del nombre de Cristo como lo harán estas biografías. A través de ellas, las vidas de personas que vivían muy cerca de Cristo pueden seguir formando parte de nuestras vidas hoy en día. También, por medio de algunos libros, podemos aprovechar y ser edificados a través de los secretos espirituales que han sido revelados a buenos autores cristianos, de este tiempo, pero también y especialmente de tiempos pasados. Así debe ser y es la obra de Aquél que se identifica con la iglesia de Cristo y bautiza a cada nuevo creyente en Su cuerpo, que es la iglesia.


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