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Lowell Brueckner

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Una llanura, una ciudad y un nombre

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El libro de los Hechos nos enseña, principalmente, dos cosas. Una se trata de lo que es el plan de Dios para esta época, "el tiempo de los gentiles". Los profetas del Antiguo Testamento profetizaron que Dios abriría la puerta para que el evangelio fuese predicado en todas las naciones. Comenzó en el tiempo del libro de los Hechos y ha estado realizándose por casi 2.000 años. 

La segunda cosa que nos enseña es el modo por el cual se llevaría a cabo, que es por la dirección y el poder del Espíritu Santo. Pero tristemente, en este siglo, es la parte que más ha faltado en la obra misionera. No así el personal ni la disposición para trabajar en el plan. Con capacidades y recursos humanos a disposición de la iglesia, como no ha habido en toda su historia, la iglesia gentil ha pensando que con la preparación y el desarrollo de capacidades humanas, podría terminar la gran obra. Pero ha sido un error. Siendo así, pocos saben lo que es andar en el Espíritu, bajo Su guianza y el poder de lo alto. 

Lo que pasó en Babel está repitiéndose hoy. Los cristianos buscan el lugar apropiado, utilizando materiales que ellos mismos puedan usar de manera  fácil y práctica, como es el ladrillo. Entonces, como la obra es hecha por el hombre, también se hace para el hombre, poniendo sobre ella una bandera y un nombre, además del nombre de Cristo. Es tiempo de volver a la “gran comisión” y a la manera correcta de llevarla a cabo, como vemos en el libro de los Hechos. Esto requiere una revolución tremenda de las motivaciones y la mentalidad entre los cristianos. 


D
espués del diluvio, Dios encomendó a Noé y a sus descendientes una importante misión, que continuó en vigor durante muchas generaciones. Tenía que ver con la procreación natural y la distribución mundial de la población. “Fructificad,” dijo, “y multiplicaos, y llenad la tierra” (Gé.9:7). Aún hoy en día, un estudio superficial de la geografía del mundo, manifestará la manera tan maravillosa en la que la voluntad de Dios ha sido ejecutada. 

Mientras viajábamos por todo Méjico, a menudo pasábamos por tierras muy áridas; sin embargo, veíamos aldeas por aquí y por allá. De una u otra manera la gente subsiste. El hombre ha aprendido a sobrevivir, tanto bajo un sol aplastante en la zona del ecuador, como en las frías regiones polares, donde existen pequeños asentamientos. La gente edifica chozas sobre el agua, habiendo tenido que construirlas sobre zancos; y ha construido islas, flotando frágilmente sobre lagos. El hombre coexiste con enjambres de torturantes mosquitos, serpientes venenosas, escorpiones y animales salvajes. Parece que intenta a propósito probar su capacidad de auto-preservación y resistencia, poblando con vida humana las áreas menos habitables de la tierra.


Un mandamiento en tres partes
El mandamiento de Dios para Su creación humana constaba de tres partes. La primera tenía que ver con ser fructífero, dependiente de la capacidad divina y del poder de la palabra de Dios. En la segunda parte, los hombres eran responsables de entrar en acción; tenían que multiplicarse y ser numerosos. Y en tercer lugar, tenían que extenderse hasta los confines de la tierra.

Sin embargo, Dios estaba hablando a una raza de rebeldes. En el capítulo 11 de Génesis, ya habían resistido o ignorado Su plan, y diligentemente habían conspirado para llevar a cabo el suyo propio. Habían descubierto una situación agradable, una llanura plana, donde poder edificar y plantarse.

La ciudad y la torre de Babel fueron construcciones de ladrillo. En la Biblia, construir con ladrillo siempre simboliza imponer la voluntad humana sobre la de Dios. En lugar de esparcirse, la gente empezó a concentrarse en un local y a edificar hacia arriba, intentando alcanzar el cielo. Entonces, buscó su propia identidad; una bandera de unidad bajo la que poder reunirse, alzándose un nombre por encima del nombre de Dios. Siguiendo estos pasos, se encontró directamente en contra del plan de Dios, quien había decretado que llenaran la tierra. Dios mismo interrumpió este sueño colectivo y creó la circunstancia que ellos intentaron evitar.

La situación en Jerusalén
La tendencia humana hacia la independencia, la seguridad y la identidad, es fortísima. Aún en la iglesia primitiva de Jerusalén empezó a desarrollarse. Antes que Jesús ascendiera al cielo, ordenó una comisión semejante a la que fue dada a Noé y a sus hijos, con la diferencia de que los discípulos tenían que esparcir por todo el mundo una nueva creación y un reino espiritual. Su mandamiento sigue en vigor hasta ahora. El mandato fue: “Recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en Samaria, y hasta lo último de la tierra” (Hch. 1:8).

Jesús dijo que haría que Sus discípulos fuesen “pescadores de hombres”. No es que fuese a enseñarles a pescar hombres, sino que iba a crear en ellos un nuevo estado de ser. Iba a tratar con la profundidad de sus personalidades, y cuando Él terminara esta obra en sus vidas, ellos no podrían hacer más que pescar hombres. En el día de Pentecostés, el Espíritu Santo les capacitó para ser testigos. Ahora, habiendo recibido Su poder, ellos debían reproducir la vitalidad del evangelio en los corazones de los hombres, y llevarlo hasta los últimos confines de la tierra.

Jerusalén experimentó un poderoso movimiento espiritual que empezó en la fiesta tradicional de Pentecostés. La vieja ciudad fue estremecida bajo olas de energía divina, y los hechos del liderazgo atrajeron la admiración y el respeto de la gente. Serias consecuencias sobre los transgresores produjeron gran temor a la población en general. Las necesidades de los miembros desaparecieron, porque los bienes materiales fueron compartidos entre todos. Sin embargo, de manera sutil, la nueva iglesia empezó a extender raíces y, en lugar de unirse en contra del enemigo común, comenzaron a pelear unos contra otros.

La segunda y tercera fases
De pronto brotó una nueva ola de persecución. Los creyentes fueron esparcidos hasta Judea y Samaria, pero allí, donde habían huido, proclamaron el evangelio, y el plan de Dios entró en su segunda fase. Felipe, que ya había ganado una posición en Jerusalén, se lanzó a un ministerio de evangelismo en Samaria.  Sin embargo, el Señor de la Cosecha, no puede estar satisfecho mientras existan los que nunca han oído el evangelio. El corazón de Dios latía por el continente perdido en el sur. Felipe fue guiado a un camino en el desierto para encontrarse con un noble etíope. El etiope llevó a su tierra una experiencia fresca y gozosa con Cristo.

Dios continuaba inquieto y preocupado por otras tierras y gentes.  Por eso tenemos que tomar en cuenta a un antiguo fariseo. En el capítulo 9 leemos acerca de la conversión de Saulo de Tarso. El Señor pronto le mandaría “lejos a los gentiles En el capítulo 10, Pedro observaba la gracia de Dios hacia los que no eran judíos en Cesarea.

Un cambio de la base de operaciones
“El centro de operaciones” comenzó a trasladarse de Jerusalén hacia Antioquia. Dios favoreció este lugar, enviando a algunos de los ministros más destacados. Durante un tiempo, Bernabé y Saulo funcionaron entre los profetas y maestros, pero el Espíritu Santo nunca se desvió de Su visión original. “Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a que los he llamado”, demandó. Tuvieron que dejar el ministerio presente para enfrentarse con su llamado permanente hacia un mundo que no había escuchado el evangelio.

Bernabé y Pablo (como fue llamado después) embarcaron a la isla de Chipre y siguieron hacia Asia, lo que ahora conocemos como Turquía. Pablo sugirió hacer otra gira por el mismo territorio, lo que provocó una controversia entre él y su compañero. Se dividieron en dos equipos con nuevos acompañantes, y partieron en diferentes direcciones. Esta división les ayudó a cubrir más territorio. Parecía que a Pablo le costaba elegir la ruta que debía tomar. Él y su equipo consideraron dos provincias diferentes, pero en cada caso, el Espíritu Santo paralizó sus intenciones, siempre mirando adelante, a nuevos territorios. Los misioneros siguieron hasta que no hubo más terreno. En un lugar en la costa, un hombre de Macedonia se apareció a Pablo en un sueño pidiendo ayuda. El evangelio estaba a punto de invadir Europa.

Pablo cruzó el mar, dejando una impresión permanente sobre la antigua tierra de Felipe y su hijo, Alejandro el grande. Entonces descendió a la tierra de los grandes filósofos del mundo, y no paró hasta estar en el Areópago proclamando a los griegos el evangelio eterno de Jesucristo.

Los lugares más allá
Llegando al final del libro de los Hechos, el barco de Pablo, que iba con destino a Roma, se vio inmerso en una tormenta tremenda, y el Espíritu Santo lo guió a la isla de Malta, donde Pablo predicó a los bárbaros. En sus epístolas, vemos que nunca dejó de alcanzar nuevas tierras. Dijo a los corintios y a los romanos que utilizaría sus iglesias como un trampolín para saltar a “los lugares más allá”, incluso a España.

Hoy en día, aunque la iglesia a menudo ha sido desviada, ha perdido visión y fe, y ha abandonado las poderosas capacidades del Espíritu, confiando en los esfuerzos y planes de los hombres, el Espíritu Santo continúa con Su ojo fijado en los lugares más allá. Yo creo que no abandonará este mundo hasta que termine con Su gran propósito por medio de la iglesia: “Recibiréis poder... y seréis testigos... hasta lo último de la tierra”.

No hace falta nada más que Jesucristo. Su nombre es nuestra bandera y Su voluntad es la meta de nuestras vidas. Alcanzamos esta meta solamente por la fe, bajo el poder del Espíritu Santo. Vamos a volver a las bases y quitar los adornos y las florituras que diluyen la pureza cristiana. 
 


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