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Lowell Brueckner

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30 Agosto - 5 Septiembre Meditaciones diarias de los Salmos

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30 de Agosto Salmo 85:1-6

1. Fuiste propicio a tu tierra, oh Jehová; volviste la cautividad de Jacob.
2. Perdonaste la iniquidad de tu pueblo; todos los pecados de ellos
     cubriste. Selah
3. Reprimiste todo tu enojo; te apartaste del ardor de tu ira.
4. Restáuranos, oh Dios de nuestra salvación, y haz cesar tu ira de sobre nosotros.
5. ¿Estarás enojado contra nosotros para siempre? ¿Extenderás tu ira de
     generación en generación?
6. ¿No volverás a darnos vida, para que tu pueblo se regocije en ti?

  Dios ha sido totalmente fiel, y las buenas intenciones que ha tenido para Su
pueblo se han cumplido. Parecía haber llegado el fin para Israel después de la
cautividad en Babilonia, pero en este Salmo, observamos al pueblo de Israel
caminando de nuevo hacia Canaán. El tiempo señalado por Dios no falló, sino
que Su pueblo fue guiado directamente hacia la venida del Mesías. Se cumplieron
los terribles juicios y el pueblo fue perdonado. La ira del Señor fue calmada.
 
El salmista está llamándonos a una conversión de corazón, para que el castigo
no se repita. Necesitamos el socorro divino para poder volvernos a Dios. La
respuesta completa a la oración del salmista no llegó hasta la época del evangelio.
En Lucas 1 leemos la promesa del ángel y la profecía de Zacarías en cuanto a
estas cosas. Algo tenía que cumplirse para que la ira perpetua de Dios fuese
calmada y Su gran corazón hallase descanso. Este cumplimiento viene por medio
de un avivamiento de Su pueblo. El avivamiento más fuerte, después de 400 años
de silencio, vino con la llegada de Cristo a la tierra. Fue Su Hijo en la carne, sobre
quien Dios pudo sonreír y en quien tenía Su complacencia. La furia de todas
las generaciones fue derramada sobre Él y sólo en Él pudo ser calmada. Días
después, el Espíritu Santo fue derramado y Su pueblo se regocijó en Él.


31 de Agosto Salmo 85:6-13

6. ¿No volverás a darnos vida, para que tu pueblo se regocije en ti?
7. Muéstranos, oh Jehová, tu misericordia, y danos tu salvación.
8. Escucharé lo que hablará Jehová Dios; porque hablará paz a su pueblo y a
     sus santos, para que no se vuelvan a la locura.
9. Ciertamente cercana está su salvación a los que le temen, para que habite
     la gloria en nuestra tierra.
10. La misericordia y la verdad se encontraron; la justicia y la paz se
     besaron.
11. La verdad brotará de la tierra, y la justicia mirará desde los cielos.
12. Jehová dará también el bien, y nuestra tierra dará su fruto.
13. La justicia irá delante de él, y sus pasos nos pondrá por camino.

  De vez en cuando, a través de los años, nuevos derramamientos del Espíritu
han llegado. Una vez más miramos con ansia a los cielos y exclamamos como
lo hizo el salmista: ¡Oh Dios! ¡Queremos ver otro tiempo en el que Tu pueblo
esté bien contigo! ¡Que haya regocijo en el cielo y en la tierra porque Tu
misericordia sea evidente y Tu salvación venga por medio de la iglesia! La palabra
del Señor es paz para nosotros, como la que fue dada a la mujer sorprendida en
adulterio, pero con esta frase adicional: “Vete y no peques más”. Su salvación
no está lejos porque en él vivimos, y nos movemos, y somos”. Desde que Jesús
vino a la tierra, el hombre tiene la posibilidad de acercarse a Él. La misericordia
y la verdad han sido compañeras. Su palabra de paz y Su poder para la justicia,
son las que dan la fuerza a Su pueblo para servirle fielmente en amor. El cielo se
ha encontrado con la tierra, y la gente en la tierra nace del cielo. Dios manda
Su justicia desde el cielo y la verdad florece en la tierra. El ministerio de Elías y
Juan el Bautista van delante del avivamiento, exhortando a la humanidad para
que ajusten sus corazones a los caminos de Dios. “¿No volverás a darnos vida?”
¡Señor, contesta esta oración y prepara nuestros corazones!


1 de Septiembre Salmo 86:1-4

1. Inclina, oh Jehová, tu oído, y escúchame, porque estoy afligido y
      menesteroso.
2. Guarda mi alma, porque soy piadoso; salva tú, oh Dios mío, a tu siervo
     que en ti confía.
3. Ten misericordia de mí, oh Jehová; porque a ti clamo todo el día,
4. Alegra el alma de tu siervo, porque a ti, oh Señor, levanto mi alma.

  Solamente pueden tener audiencia con Dios los pobres y necesitados, no importa
si son reyes o mendigos. El Señor se fija en la necesidad, que es el primer requisito
para poder obtener la ayuda divina. El segundo requisito es la santidad. La obra
de santidad en nuestras vidas empieza cuando somos lavados por la sangre de
Cristo, y cuando por medio del nuevo nacimiento nos revestimos de Cristo Jesús.
Dios nos llama a un camino irreprensible y a una consagración y separación
totales, cosas que no podemos alcanzar sin la confianza y la fe. Los justos por la
fe vivirán, y ningún hombre podrá santificarse con sus propios esfuerzos, sino
solamente rindiéndose a la obra del Espíritu Santo. El tercer requisito es un clamor
constante del corazón. Este clamor diario expresa nuestra confianza, reconociendo
que Él es nuestra única fuente de sostén. El cuarto requisito es levantar nuestra
alma. Éste es un poco distinto al tercero y significa una entrega completa,
ofreciendo nuestras vidas como un sacrificio de adoración a Dios. Nos sometemos
a Él diciendo: “Aquí estoy, Señor, para que Tú me cuides y me guardes”.
  Finalizamos llegando a la conclusión de que el Señor oye al necesitado, guarda
al siervo santo y confiado, muestra Su misericordia al clamor del corazón, y hace
que el alma se regocije cuando es levantada en Su presencia. Vamos a inclinar
nuestros corazones delante de Dios de esta manera, hasta que estas características
sean habituales en nuestras vidas.


2 de Septiembre Salmo 86:5-7, 15

5. Porque tú, Señor, eres bueno y perdonador, y grande en misericordia para
     con todos los que te invocan.
6. Escucha, oh Jehová, mi oración, y está atento a la voz de mis ruegos.
7. En el día de mi angustia te llamaré, porque tú me respondes.
15. Mas tú, Señor, Dios misericordioso y clemente, lento para la ira, y grande
     en misericordia y verdad.

  Para acercarnos al Señor tenemos que seguir siempre el camino de la
misericordia y la gracia. Si sentimos nuestra indignidad y reconocemos nuestro
pecado, entonces nos resultará imposible acercarnos por nuestra propia justicia.
Al mismo tiempo, vemos la bondad de Dios que lo perdona todo, y cuando
clamamos a Él, Su misericordia anula nuestra indignidad. Está deseoso de escuchar
y responder, de atendernos y hacer Su obra en nuestras vidas, basándose en Su
bondad. Él quiere ayudarnos a través de Sus atributos abundantes: grande en
misericordia y en verdad, clemente, y lento para la ira.


3 de Septiembre Salmo 86:11-13

11. Enséñame, oh Jehová, tu camino; caminaré yo en tu verdad; afirma mi
     corazón para que tema tu nombre.
12. Te alabaré, oh Jehová Dios mío, con todo mi corazón, y glorificaré tu
     nombre para siempre.
13. Porque tu misericordia es grande para conmigo, y has librado mi alma de
     las profundidades del Seol.

  El Señor nos enseña Su camino. “¿Perseveraremos en el pecado para que la
gracia abunde? En ninguna manera”. Nuestra oración debe ser la del salmista:
“Señor reconozco que tengo fallos y que no soy perfecto en conocimiento, justicia,
ni pureza. Vengo a ti confiando solamente en Tu misericordia. Perdóname y
límpiame de mis pecados no conocidos. Y ahora, Señor, enséñame Tus caminos
para que los míos te complazcan. Que mi vida y mis palabras manifiesten Tu
verdad. Dame un corazón completo para que no sea yo de doble ánimo, sino para
que te adore con todo el corazón y no cese de glorificarte. Tu misericordia me
ha elevado más alto de lo que yo hubiera podido imaginar o apreciar porque,
¿hasta dónde llegan las profundidades del Seol? Desde allí me has levantado.
Permíteme andar de una manera que sea digna de Tu nombre”.


4 de Septiembre Salmo 86:8-10, 14-17

8. Oh Señor, ninguno hay como tú entre los dioses, ni obras que igualen tus
     obras.
9. Todas las naciones que hiciste vendrán y adorarán delante de ti, Señor, y
     glorificarán tu nombre.
10. Porque tú eres grande, y hacedor de maravillas; sólo tú eres Dios.
14. Oh Dios, los soberbios se levantaron contra mí, y conspiración de
     violentos ha buscado mi vida, y no te pusieron delante de sí.
15. Mas tú, Señor, Dios misericordioso y clemente, lento para la ira, y grande
     en misericordioso y verdad,
16. Mírame, y ten misericordia de mí; da tu poder a tu siervo, y guarda al hijo
     de tu sierva.
17. Haz conmigo señal para bien, y véanla los que me aborrecen, y sean
     avergonzados; porque tú, Jehová, me ayudaste y me consolaste.

  Una vez más, las oraciones de David incluyen a más gente además de a él
mismo. Es evidente en muchos Salmos que este hombre con un corazón conforme
al corazón de Dios, tenía carga para llevar a las naciones hasta Él; haciendo más
que cualquier otro israelita para llevar la gloria de Dios a ellas. Había llegado a
la conclusión de que los dioses de los paganos en verdad no eran dioses, y supo
que “todas las naciones que hiciste” vendrían, adorarían y glorificarían al Dios
de Israel unidos a él, experimentando Su misericordia y aprendiendo Sus caminos.
  Es correcto pedir del Señor una señal que demuestre que “verdaderamente
Dios está entre vosotros”. Él desea tener un testimonio entre las naciones, y
cuando oramos para llevar “un buen testimonio”, esto es lo que queremos decir.
Debe haber evidencias muy claras de que el Dios vivo y verdadero mora con
nosotros y está manifestando Su naturaleza sobrenatural por medio nuestro, para
que los soberbios, los aborrecibles y los violentos, quienes le han olvidado, puedan
verle a través de Su pueblo.


5 de Septiembre Salmo 87

1. Su cimiento está en el monte santo.
2. Ama Jehová las puertas de Sion más que todas las moradas de Jacob.
3. Cosas gloriosas se han dicho de ti, ciudad de Dios. Selah
4. Yo me acordaré de Rahab y de Babilonia entre los que me conocen; he
     aquí Filistea y Tiro, con Etiopía; este nació allá.
5. Y de Sion se dirá: Este y aquél han nacido en ella, y el Altísimo mismo la
     establecerá.
6. Jehová contará al inscribir a los pueblos: Este nació allí. Selah
7. Y cantores y tañedores en ella dirán: Todas mis fuentes están en ti.

  De una cosa podemos estar seguros, y es que Dios se ha adelantado mucho más
allá de lo que nosotros podemos imaginar. Él fundó la ciudad de Salem sobre
el monte de Sion en el libro de Génesis. Entonces llamó a Abraham fuera de
Ur de los Caldeos y le mandó al territorio de Canaán, poniéndole en contacto con
Melquisedec, el rey de Salem. Los cimientos de todo tienen su origen en Dios.
  La fuente de vida en Salem fue un manantial, situado por Dios en un lugar
idóneo, como señal para Su pueblo de que el que fundó Su nación, le había dado
Su aliento de vida y la fuerza para dar su primer paso. Fue su cuidador en todos
los tiempos; antes de que la primera célula humana fuese creada, los tenía en Sus
pensamientos.
  Se han dicho cosas gloriosas de Salem porque es la ciudad de Dios: “Mas la
Jerusalén de arriba, la cual es madre de todos nosotros, es libre”. Las
manifestaciones del cielo sobre la superficie deslucida de la tierra, son muy
gloriosas. Los hombres brillan cuando el cielo les alumbra. Dios separó a Pablo
del seno de su madre y nació de nuevo en la ciudad de Sion; Pedro y Juan dejaron
sus redes y encontraron un trabajo mejor en sus calles. Juan Wesley, quien en su
infancia había sido rescatado de una muerte en el fuego, llegó a ser un embajador
del cielo, hecho que conmovió a toda Inglaterra. Jorge Whitefield abandonó el
hostal de su madre y sacudió América. Carlos Finney dejó de ejercer como abogado
para tratar el caso de Dios antes de la Guerra Civil en los Estados Unidos. Todos
ellos nacieron en las alturas del monte de Sion, respirando el aire puro de la gracia
de Dios, latiendo con Su vida y brillando con Su luz. Todos debemos reconocer
nuestro nacimiento de lo alto, beber del mismo manantial, y proclamar: “Todas
mis fuentes están en ti”.


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