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Lowell Brueckner

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Una alegoría... séptima parte

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LA COBARDIA CONDUCE AL CONFORMISMO

…Llegamos a un lugar especialmente refrescante. Durante este tiempo, tanto de día como de noche, entrábamos repetidas veces en el Río para lavarnos. Parecía que las aguas penetraban hasta la profundidad de nuestro ser y extraían gratitud y alabanza. Había otras maneras de gozarse en aquel lugar, pero nadie quería dejar el Río. Todo lo demás parecía menos refrescante en comparación con Él.

Acampamos en un llano donde crecía un árbol distinto a cualquier otro en el mundo. Nadie conoce su antigüedad, pero los siervos del Rey lo llaman “Revelación”. Su corteza es blanca, y curiosamente una escritura cubre el tronco de arriba a abajo. De vez en cuando nos sentábamos alrededor del árbol para leer las palabras. Una brisa procedente del Río soplaba en las hojas, emitiendo un susurro. Al escucharlo cuidadosamente, podíamos oír palabras entendibles que daban más claridad a las que estaban escritas en la corteza. Nos daba la impresión de que si obedecíamos sus instrucciones, no habría límites a las alturas que podríamos alcanzar. Nos hablaba de que el camino que llevábamos entraba en las aguas, donde seríamos guiados sobrenaturalmente. Al igual que el Río, estas palabras penetraban hasta la profundidad de nuestro ser.

Ahora teníamos que partir y confirmar con nuestros pasos la palabra que habíamos recibido. Íbamos hacia el oriente y no habíamos caminado mucho cuando, no muy lejos, oímos un murmullo de voces. En este momento, llegamos a un precipicio que desembocaba en un gran cañón, y según lo que pudimos saber, no había manera de atravesarlo.

Mientras considerábamos el siguiente paso, las personas cuyas voces habíamos oído se aproximaban a nosotros. Insistían en que no podíamos seguir en la dirección en la que íbamos. “Imposibilidad” era el nombre del gran cañón, y nos informaron que no había ningún puente para cruzarlo. Además, en las montañas, al otro lado, existían muchos peligros. Tendríamos que pasar por lugares donde el camino era muy angosto, y sólo podríamos pasar de uno en uno, sin posibilidad de ayudarnos los unos a los otros.

Seguían diciéndonos que muy pocos habían pasado a aquella región, y nos indicaban otro sendero hacia el sur, llamado “Cobardía”, que llevaba hasta la ciudad “Conformismo”. Nos dijeron que el sendero era conocido, y que si nos sentíamos inseguros, ellos nos acompañarían hasta llegar. En el camino siempre encontraríamos gente que nos hospedaría y nos proveería de lo necesario. Desde allí, si queríamos seguir adelante, había una gran carretera que conducía a otros lugares muy poblados, como las ciudades gemelas: “Capacidad Humana” y “Esfuerzos Humanistas”, y la capital de la región, “Carnalidad”. Estas ciudades eran muy transitadas entre sí. Así podríamos llegar a nuestro destino con seguridad. “La ciudad es muy cómoda”, nos garantizaban, “muchos viajeros han decidido quedarse permanentemente allí”.

No pocos fueron convencidos para desviarse, pero algunos de nosotros nos acordábamos de lo que habíamos oído cuando el viento movía las hojas. Nos decía que Sus sendas eran en las muchas aguas y que sus pisadas no fueron conocidas. Nos decía también que no había límites hasta donde uno podía llegar.

Vimos que el sendero “Cobardía” había sido señalizado por los hombres, y también tuvimos en cuenta que las personas que nos querían guiar llevaban lámparas. Aunque el sendero era bastante ancho, en un principio pudimos ver que era algo sombreado y oscuro. Desde que empezamos en el “Camino de Fe”, pudimos comprobar que nunca nos faltó una luz misteriosa y celestial que nos alumbrara, justo cuando era imposible distinguir la vereda. Aunque atravesábamos muchos lugares peligrosos y difíciles, siempre encontrábamos la manera de seguir adelante. Así es que nos despedimos de los que quisieron ir hacia “Conformismo”, para tratar de encontrar la forma de cruzar el precipicio que de momento nos impedía avanzar…  


LA CARNE Y EL ESPIRITU

…De camino al precipicio oímos un motor e inmediatamente vimos un helicóptero que venía volando desde el otro lado. Aterrizó no muy lejos de nosotros y los pasajeros que viajaban en dirección opuesta a la nuestra, se bajaron. Pensamos por un momento que podría ser la respuesta a nuestro dilema, pero entonces vimos un anuncio publicitario de la compañía que transportaba a los viajeros que decía: “Camino derecho para cruzar el cañón”. Uno de nosotros citó del Manual del Rey: “Hay camino que parece derecho al hombre, pero su fin es camino de muerte”. Situados al borde del precipicio, miramos hacia abajo, al suelo del cañón, y vimos los restos de varios helicópteros que probablemente no pudieron hacer frente a los fuertes vientos que soplaban.

Al haber sido conducidos al cañón por el “Camino de Fe”, supimos que la fe llamaría la atención del Rey, y Él nos facilitaría un medio para cruzar. Esperamos varios días, porque los que esperan por la fe para recibir una respuesta de la Nueva Jerusalén, levantarán alas como las águilas, y lo imposible se hará posible. Un día, de repente, se nubló, no como suele acontecer, a la madrugada, sino a la media tarde, y todos fuimos conscientes de aquel hecho. La niebla se extendió sobre el cañón y pudimos vislumbrar una figura. Tengo que confesar que mientras se acercaba, sentí un escalofrío de temor. Entonces hizo como si tuviese intención de pasar de largo. Esto nos pareció más temible aún, así es que clamamos a Él. Respondió de inmediato y le invitamos a sentarse a comer con nosotros.

Mientras comíamos y bebíamos con Él, nos abrió la Palabra. Las horas pasaron volando y nos olvidamos de todo, escuchándole embelesadamente. La noche se nos echó encima y la niebla se hizo más densa. Por la mañana, Él había desaparecido, pero cuando se levantó la niebla, nos dimos cuenta que habíamos llegado al otro lado del cañón, sin tener ni idea de cómo.

En este lado estábamos más seguros que nunca de que no iba a ser posible confiar en la experiencia pasada, ni en nuestras capacidades. Nunca habíamos estado aquí, y cada paso era nuevo. El equipaje moderno no valía. Era un terreno rocoso y montañoso, y resultó ser verdad lo que nos habían dicho en cuanto a que había lugares tan estrechos que tendríamos que pasar uno por uno, pegados al muro de la montaña. Dormíamos en cuevas y vagábamos en desiertos. Sin embargo, estábamos en contacto continuo y directo con el Rey, a través de una comunicación que el hombre mundano no ha descubierto. De esta manera pudimos cruzar el territorio. 

Mientras dejábamos atrás las peores montañas, de repente una banda de nativos apareció a una distancia de medio kilómetro, todos armados con lanzas. En un segundo, mi mente fue trasportada a aquella reunión a la que había asistido hacía muchos años, y a la historia de la masacre de la gente del Rey. Al vernos, vinieron corriendo hacia nosotros, apuntándonos con sus lanzas. Fue entonces cuando nos dimos cuenta de que fluían unos fuertes rápidos del Río entre nosotros y ellos, que no tenían manera de cruzar. Nos arrojaron sus lanzas,  pero no nos alcanzaron.

Felices por saber que durante todo el camino el Río estaba cerca, lo seguimos. Se ensanchó en una tierra más llana y llegamos a un poblado en la orilla, en medio del cual había gente reunida, todos vestidos con togas blancas. Estaba seguro que nos encontrábamos en la tierra que había visto en la presentación filmada, y se lo dije a todos mis compañeros.

Un hombre se separó del grupo y vino hacia nosotros. Aunque habían pasado muchos años y ya era muy viejo, inmediatamente reconocí al que había anunciado: “Este es un pueblo santo”. Cuando nos presentamos como el pueblo del Rey, sonrió. Nos sentamos y escuchamos a nuestros nuevos amigos contar una historia tras otra acerca de cómo el Espíritu del Rey se movía entre ellos. Estas personas vivían del Río, y tenían que poner toda su confianza en Él para suplir todas sus necesidades, y también para que les protegiera de grandes peligros…


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