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Lowell Brueckner

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Una zarza común, un fuego nada común

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Y se le apareció el Ángel de Jehová en una llama de fuego en medio de una zarza; y él miró, y vio que la zarza ardía en fuego, y la zarza no se consumía.         
       Éxodo 3:2 (fíjate en los capítulos 3 & 4 enteros)



Moisés no estuvo preparado volver a Egipto a librar a su pueblo, hasta que puso sus pies en la tierra santa y tuvo un encuentro cara a cara con Dios en la zarza que ardía. ¿Dónde halló el “monte de Dios”, para que aconteciera tal encuentro? Seguramente, no lo encontró en el palacio de faraón, pero quizás nos sorprende que tampoco lo halló entre el pueblo de Dios. Solo pudo tener esta experiencia al llegar al fin de su propio camino, bancarrota, cuidando el rebaño de otra persona. Un reconocimiento sobrecogedor de una necesidad de Dios tomó posesión de su alma. Fue una convicción más allá de un deseo o un anhelo. Cuando el Señor tiene una persona en esa posición, piensa de venir a él para hacer una obra eterna.

En el transcurso de 40 años, el príncipe de Egipto aprendió a ser un simple pastor. Cualquier orgullo que se hubiera apegado a él en los pasillos de palacio en Egipto, fue quebrantado en el desierto, ya que después la Escritura inspirada nos dice que “Moisés era muy manso, más que todos los hombres que había sobre la tierra” (Nm. 12:3). Se olvidó del entrenamiento sofisticado de la alta sociedad y aprendió a andar en los caminos sencillos del Señor. La escuela del desierto fue necesaria, incluyendo sus dolores y desilusiones. La voluntad propia fue quebrantada por tener que vivir con resultados muy por debajo de los que exigía su preparación profesional. Allí ninguna luz brillaba hacia un futuro mejor. Sin embargo, hacía falta algo más; algo que A. W. Tozer definió como: “Un encuentro de crisis”. 

Un hombre común con una desventaja
El hombre que Dios había elegido para la obra gigantesca de librar a una nación entera de esclavos, no estaba rebosando de auto-confianza, ni de una mentalidad positiva hacia lo que estaba por delante. Fue realista, ya que al examinar la situación, no esperaba ninguna solución humana. Él sabía que los israelitas no creerían su mensaje de liberación. Sabía que no poseía el carisma personal para ganar el oído de su nación, y mucho menos para enfrentar el trono real de Egipto. Rogó a Dios para que eligiera un candidato más digno.


El fuego cayó sobre una zarza común, nada diferente a las miles que la rodeaban. Fue sólo una zarza, no una palmera elegante, ni una planta hermosa. Ninguna persona que posee las capacidades, el entrenamiento o el equipaje adecuado, necesita vivir o caminar por la fe en Dios. La fe es solamente para los débiles y quebrantados. Moisés tenía que mantener siempre este estado de necesidad, porque Dios nunca le quitó su minusvalía (era tartamudo). Cuando una persona o grupo alcanzan el éxito y la prominencia, el Señor tendrá que despojarlos o abandonarlos. Su poder solamente se manifiesta por medio de la debilidad humana. 

Dios tenía un plan soberano y eterno para llevar a cabo. En Su omnisciencia, tomaba en cuenta cada detalle y tenía la situación controlada. Ya estaba abriendo un camino para Moisés hacia Egipto. El mismo Faraón que hubiera podido matarle, había muerto, y un nuevo Faraón se sentaba sobre el trono. Una vez que el fuego ardió en el libertador de Dios, no hubo nadie lo suficiente grande como para tocarle. La misma llama que ardía, protegía la zarza; mientras estaba el fuego, ningún animal silvestre podía acercarse a mordisquear sus hojas o pisotearla.

Un fuego purificador
Dios vio cómo todas las deficiencias de Moisés fueron vencidas por el poder de un fuego que aniquilaría todo lo que viniera en contra. Sin embargo, la persona sobre la que cae el fuego no es dañada. Cualquier parásito apegado a la zarza experimentará una muerte instantánea. Nada resiste al fuego; nada puede ir en contra. Lo que está en estado sólido pasa a líquido, y el líquido se evapora en gas. Si la llama de Dios arde en un pecho humano, le purificará, puedes estar seguro de ello.

YO SOY
En la zarza que ardía, Moisés encontró al Ángel del Señor, quien le dijo que Él era el Dios de su padre, el mismo que había guiado a éste para poner a salvo a aquel bebé de la muerte en el río Nilo. Moisés necesitaba conocer personalmente a Éste, que siglos después, vino en carne y dijo a Sus discípulos: “Sin mí, nada podéis hacer”. Juan Bautista le introdujo como “el que bautiza con Espíritu Santo y fuego”. Él mandó a Moisés acercarse a la llama y después le dio el mensaje para compartir con Israel. “Así dirás a los hijos de Israel: YO SOY me envió a vosotros”. ¿Son esclavos? Entonces, YO SOY la verdad que les libertará. ¿No hay salida de Egipto? Entonces, YO SOY la puerta. ¿Ignoran la ruta en el desierto? Entonces, YO SOY el camino. ¿Les hace falta provisiones para el viaje? Entonces, YO SOY el pan de vida. Antes que Abraham fuese, YO SOY, y YO SOY es Su nombre en todas las generaciones.

Una condición para acercarse
Antes de que Moisés pudiera aproximarse al fuego, hubo una condición: tenía que quitarse las sandalias. Era tierra santa y no podía andar allí como había andado en cualquier otro lugar. Tenía que tener cuidado en separar lo que es santo de lo que es común y mundano. Tenía que morir a las maneras de este mundo, o si no, existiría el peligro de profanar y deshonrar a Dios. Tenía que andar descalzo, en contacto constante y directo con el Santo de Israel. No hace mucho tiempo yo estaba fascinado con una escena de un documental científico de Moody. Observé a un hombre mientras se ponía unos guantes especiales, se quitaba sus zapatos y se subía a una plataforma de metal. Ya preparado, mandó conectar la corriente eléctrica. Miles de voltios recorrieron su cuerpo y destellaron como relámpagos a través de sus manos levantadas. Sin embargo, el poder eléctrico no es comparable con el poder que traspasaba las manos de Moisés en Egipto. La verdad es que, sin este poder, nadie puede funcionar para llevar a cabo los propósitos del cielo.

Un cuadro absurdo
Ahora Moisés está listo para embarcar en su viaje. El cuadro es lastimoso y aún provoca la risa de lo absurdo que es. Ser liberados de la mano de la potestad más formidable en el mundo estaba en juego para, por lo menos, dos millones de personas. ¿Qué es lo que tenemos por delante? Un hombre tartamudo, su mujer, dos hijos, un burro y… una vara. El Señor nunca nos llama a una tarea sin darnos el equipaje necesario. Él nos capacita y nos otorga poder. Moisés preguntó qué hacía falta para convencer a los hijos de Israel de su llamamiento divino, y de qué manera lograría su libertad, y Dios sencillamente le preguntó: “¿Qué es lo que tienes en la mano?”

David tenía una honda y cinco piedras, y Sansón la quijada de un asno. La viuda en el tiempo de Elías tenía un poco de harina y unas gotas de aceite. En los días de Eliseo, el hijo de una viuda corría peligro de ser vendido como esclavo, y ella sólo tenía una vasija de aceite para pagar una deuda. Los discípulos tenían cinco panes y dos peces y… Moisés tenía una vara. No le había costado ni un céntimo, pero cuando el Señor la tomó, o mejor dicho, cuando el Señor tomó a Moisés, fue llamada la vara de Dios; porque cuando Dios posee a un hombre, todo lo que él tiene, también es Suyo. Lo que tienes en la mano ¿Es de Dios? Te aseguraré que los negocios eternos nunca se llevarán a cabo si Dios no otorga poder y da el equipaje necesario. Para terminar la historia; Moisés, teniendo en su poder solamente una vara y manteniendo contacto directo con Dios, volvió a Egipto, desató 10 calamidades sobre la tierra, y dos millones de esclavos fueron libertados.            


 
 






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