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Lowell Brueckner

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Una alegoría... octava parte (la última)

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TODO TIENE QUE VER CON RELACIONES

…Estas personas firmaron con ganas nuestra petición, arrodilladas, como era costumbre. Eran conocedores de la masacre. Les sorprendía que estos representantes extranjeros que venían de un país que muchos consideraban la tierra del Rey, supieran tan poco de Su poder. Tenían muchas ideas y planes, y estaban involucrados en muchos proyectos, sin embargo, al llegar una crisis, no sabían qué hacer. Parecía que les faltaba intimidad con el Rey.

Por otro lado, los nativos de ropa blanca estaban en contacto permanente con Él. Tenían un conocimiento extraordinario de Su Libro. Habían aprendido muy poco de métodos modernos y, sencilla y literalmente, confiaban en lo que estaba escrito. Sólo una cosa era importante para ellos; obedecer inmediatamente Su voz. Parecían sentir los mismos anhelos del Rey y se preocupaban de agradarle, incluso antes de que Él les diera un mandato.

Ellos entendían que cada individuo tenía el derecho de tener comunión con Él, desde el más pequeño hasta el más grande, y todos habían sido instruidos por Él. No había nada más importante en su vida que este derecho. Los líderes reconocían que solamente eran hermanos para los demás y que podían fallar como cualquier otro. Sabían someterse a la dirección individual que otros recibían, y entendían que cada uno era responsable de oír y obedecer al Espíritu del Rey. Un día cada uno de ellos tendría que rendirle cuentas.

Demostraban una sana desconfianza de sí mismos, y oímos a uno decir: “Soy gusano y no hombre”. Otro, que tenía una relación especial con el Rey declaró: “Me aborrezco y me arrepiento en polvo y ceniza”. Otro dijo: “Soy hombre inmundo de labios, y habito en medio de pueblo que tiene labios inmundos”. Sin embargo, por lo que nosotros observábamos, nos parecía  que era el pueblo más santo que jamás habíamos conocido. Aún así, ellos reconocían su necesidad del Rey, y por eso pasaban mucho tiempo con Él, de día y de noche. Vivían muy cerca del Río, y sus aguas agradables les lavaban de sus impurezas continuamente. ¡Qué refrescante era estar con ellos! Eran pobres, pero enriquecían a muchos.

Era obvio que les necesitábamos, y parecía que ellos a nosotros también. En verdad, nosotros teníamos algunas funciones espirituales que el Rey nos había encargado, y que ellos no conocían. Y por supuesto, nosotros estábamos recibiendo fuerzas de sus dones.

Eran extraordinariamente transparentes. Se confesaban sus ofensas los unos a los otros, y hacían peticiones unos por otros. El amor fraternal era muy evidente, sin embargo, no toleraban ni daban lugar a la desobediencia ni a la impureza, y a nosotros, sus huéspedes, nos trataban de la misma manera. Algunos sentimos el dolor de sus reprensiones de vez en cuando. Temían por nuestro bienestar espiritual y eran muy cuidadosos en cuanto a sernos fieles de todas las maneras posibles…


LA IGLESIA – UN CUERPO VIVO

…En la ribera del río había un monumento de doce piedras, puestas unas sobre otras sin cemento; sin embargo, estaban acopladas  perfectamente y no había posibilidad de que se cayesen. El monumento daba testimonio acerca de la gente que vivía allí, los nativos de ropa blanca. Fue asombroso ver cómo, cuando uno cumplía con la función específica que tenía, coincidía con lo que otros hacían, y todo combinaba y fluía en armonía. Fue evidente que una Cabeza estaba moviendo el cuerpo entero. No sólo esto, sino que vimos cómo ellos, ocupaban su lugar junto al nuestro, y armonizaban perfectamente con las funciones que nosotros habíamos aprendido del Rey. Lo que, sin saber, habíamos hecho según nuestra propia manera de pensar y sentido de lo que era correcto, al estar con los nativos, el Rey nos mostró que estas cosas eran meramente esfuerzos humanos y no tenían un propósito duradero.

Junto a este pueblo santo nosotros comprendimos, profundidades, alturas, anchuras y longitudes del amor del Rey, que habría sido imposible entender si hubiésemos continuado como un grupo separado. Ellos seguían manteniendo relación con otras gentes verdaderas que pertenecían a Su Majestad, con los que habían tenido contacto. Hicieron peticiones por muchos que estaban en tierras lejanas, separados sólo por distancias terrenales, pero que se mantenían cerca por los poderes maravillosos del Río.

Igual que nosotros, ellos estaban enterados de que no todos los que usaban el nombre del Rey eran verdaderos seguidores. Sentían un odio santo por todo lo que no era real, y por todo lo que se hace con ligereza o como un acto de teatro. Ellos demandaban practicar la verdad y una realidad que procediese profundamente de adentro.

Se tomaban muy en serio todo lo referente a presentar el mensaje del Rey a la gente encadenada a este mundo. A todos los que les escuchaban, no les quedaba duda de que tenían fuertes convicciones y vivían el mensaje que proclamaban. No usaban trucos para llamar la atención, y no disponían de ningún tipo de material con qué apoyar el mensaje, sino que dependían única y enteramente del Libro y del Río. No echaban las perlas delante de los cerdos. Las buenas nuevas fueron dadas después de estar seguros de que el oyente entendía que estaba viviendo en peligro, bajo la ira del Rey. Se le hacía saber claramente que si no se arrepentía de sus caminos malvados, sería echado en un fuego que nunca se apaga y en el que nunca moriría. Sería atormentado para siempre. 

También nos dábamos cuenta que, más allá de sus posibilidades financieras y físicas, estaban cumpliendo en pagar la cuota del Rey. Esa era la razón por la que existían debajo del sol. Oímos sus peticiones por amigos y parientes que estaban llevando el mensaje más allá de sus fronteras, a aquellos que no habían oído y no tenían otra manera por la que poder hacerlo.

Al conocer a esta gente y llegar a ser muy queridos para nosotros, una convicción nos tenía en sus garras. Sabíamos que se acercaba el tiempo para ir a estar con el Rey. Claramente, el fin de todas las cosas se acercaba. El amor crecía de manera sorprendente y las dificultades entre nosotros desaparecían, porque estábamos viviendo días extraordinarios. No hubo un énfasis especial o un esfuerzo involucrado en ello, solo pasó así, naturalmente. Sentíamos una necesidad y un amor por el cuerpo entero del Rey. La convicción de vivir unidos al Río también crecía, y las evidencias de Su influencia y poder se incrementaban. Sentíamos que si estas cosas seguían creciendo como hasta ahora, no tardaría mucho en ser pagada la cuota. Me acordaba de la reunión que describí al comienzo del libro, cuando la indiferencia reinaba entre las personas de los últimos asientos, pero ahora estaba viendo otra cosa. Pude ver que el Rey tenía individuos que no habían doblado sus rodillas a las modas del tiempo presente. Ellos abrieron la puerta cuando Él les llamó, estaban en comunión íntima con Él y seriamente involucrados en pagar la cuota. Nada menos que esto fue aceptable.



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