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José, Rubén y Judá

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José, Rubén y Judá

  ¿Por qué razón lees la Biblia? ¿Aprecias su valor literario? ¿Estás buscando la verdad y estás utilizando la Biblia como un libro de texto? ¿Buscas consuelo y seguridad en sus páginas? Estas y otras muchas razones son legítimas, pero si te concentras solamente en ellas, te alejarás de la intención principal por la que Dios ha puesto este tesoro en tus manos. La Biblia, tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento, es una revelación de Jesucristo. Mientras lees, estate siempre buscándole, y te encontrarás directamente frente a la corriente de los pensamientos y propósitos de Dios.

  Una de las historias preferidas del Antiguo Testamento empieza en Génesis 37. Aunque tiene que ver con el patriarca Jacob y sus doce hijos, su propósito es apuntarnos a Cristo. Voy a suponer que el lector ya está familiarizado con el relato, pero si no es así, valdría la pena leerlo. Al empezar, notarás que ciertos personajes son prominentes. Rubén, el hijo mayor, entra en acción primero, y Judá, el cuarto, le sigue. Sin embargo, la mayor parte del relato tiene que ver con José, el hijo preferido de Jacob. Vamos a observar a estos tres individuos.

El Espíritu de Cristo en José
  Cuando José tenía 17 años de edad, sus hermanos le vendieron como esclavo. Bajo tal trauma, sería casi imposible sentir que Dios estuviera trabajando poderosamente en él, preparándole para un ministerio futuro. Pero después de trece años de pruebas que parecían insoportables e interminables, fue hallado como el oro. Es una de las más perfectas demostraciones del amor de Dios en toda la Biblia.

  Cuando sus hermanos se presentaron delante de José, siendo éste gobernador de Egipto, no había rastro de resentimiento en él. Lloró por ellos y anheló abrazarles. El secreto de su espíritu victorioso fue la convicción de que Dios tenía un buen propósito tras todo el sufrimiento que había pasado. No culpó a nadie ni se enfocó en el diablo.

  En la primera visita sus hermanos no le reconocieron. Habían pasado veintidós años desde que le habían visto. Sin duda, hablaba como un perfecto egipcio, y se vestía y comportaba como un gobernante natural de Egipto.

  Jacob y sus hijos estaban en un periodo de hambruna total y, por esa razón, tuvieron que volver a Egipto para conseguir alimento. Por supuesto, Dios estaba en todo lo que pasaba. José tuvo que calmar sus deseos personales e instintos naturales para cooperar con la providencia y poder así servir mejor a sus hermanos. Tenía que conseguir mucho más que simplemente suplir sus necesidades presentes. Antes de que pudiera tener lugar una feliz reunión familiar, tendría que convencerles de su miserable situación espiritual.

  Tenía que llevarles a Dios en un arrepentimiento perdurable y profundo. Esto significaba tener que llegar a tener una revelación más profunda que simplemente reconocer un hecho pecaminoso contra él. Tenían que mirar dentro de sus crueles corazones para poder ver allí su verdadera naturaleza. Gracias a la piadosa sabiduría de José, pudieron convencerse de la dureza que habitaba dentro de ellos: “Vimos la angustia de su alma (de José) cuando nos rogaba, y no le escuchamos”.
           
El fracaso de Rubén
  Rubén fue la excepción. Él había sido el menos culpable en el complot contra José. Cuando los hijos de Jacob se sintieron presionados a confesarlo, Rubén se justificó y presentó una ‘os-lo-dije’ actitud: “¿No os hablé yo y dije: ‘No pequéis contra el joven, y no escuchasteis?’” Como hijo mayor, él era el responsable ante su padre por las acciones de sus hermanos, y por ello su intención fue librar a José y llevarle a casa. La responsabilidad y las buenas intenciones no son herramientas suficientes para funcionar en la obra de Dios… ni en aquel entonces, ni ahora. Rubén fracasó otra vez, aunque tuvo mucha determinación al intentar convencer a su padre de que entregara a Benjamín bajo su cuidado: “Harás morir a mis dos hijos, si no te lo devuelvo; entrégalo en mi mano, que yo lo devolveré a ti”.

Judá, el más duro de todos
  Cuando parecía ser cierto que iba a convertirse en un esclavo del gobernador de Faraón para toda la vida, no fue Rubén el que libró a Benjamín, sino Judá, el que menos probabilidades tenía de todos. Él había sido el más cruel en el asunto de José. La expresión más grande del odio es utilizar a otro para tu avance. La idea de vender a José como esclavo vino de él. No hayó provecho en matarle solamente.

  A través de un caso de adulterio con su nuera, muchos años antes del episodio en Egipto, Dios ya estaba descubriendo el corazón pecaminoso de Judá. Por este asunto fue avergonzado públicamente. En Egipto, se acordó de su insensibilidad al clamor de José. Seguramente recordó como él y sus hermanos, después de traer la túnica manchada de sangre a Jacob, observaron cruelmente como aquel viejo hombre casi se ahoga en su tristeza. Ante José, Judá admitió con dolor: “¿Con qué nos justificaremos? Dios ha hallado la maldad de tus siervos”.

  Fue Judá quien se hizo garantía para Benjamín. Al volver a Canaán, algo maravilloso había pasado en el alma de este malvado. No habló, como Rubén, de matar a sus hijos, sino totalmente lo opuesto. Rogó a Jacob: “Envía al joven conmigo… a fin de que vivamos y no muramos nosotros, y tú, y nuestros niños”. Entonces añadió: “Si no nos hubiéramos detenido, ciertamente hubiéramos ya vuelto dos veces”. Estas son nada menos que palabras de fe, y la fe siempre proviene del amor. Fueron estas palabras las que convencieron a Jacob para que entregase a Benjamín en manos de Judá. En el ruego que hizo a José, se puede notar la ternura que ahora reposaba en el corazón de Judá hacia su padre: “¿Cómo volveré yo a mi padre sin el joven? No podré, por no ver el mal que sobrevendrá a mi padre”. Estaba más que dispuesto a sacrificar su propia libertad en lugar de la de Benjamín. Fueron los frutos de este arrepentimiento y un corazón contrito lo que hizo a José revelar su identidad a sus hermanos.

Judá, elegido por causa de Cristo
  De hecho, Judá es el personaje principal de la historia. Después de estos dramáticos cambios en su vida, él fue, por causa de Cristo, destinado a ser el líder entre los hijos de Jacob. El honor más grande fue reservado para Judá y no para José, ya que, muchos siglos después, el Señor Jesús vendría de la tribu de Judá. José estaba contento de haber padecido años de sufrimiento para poder ayudar a Judá a tomar un lugar más alto en el plan eterno de Dios. Él sirvió a la causa de Cristo sin egoísmo. ¡Cómo avanzaría la misma causa hoy, si la actitud de José prevaleciese entre los cristianos!  

  En cuanto de Jacob… las circunstancias le habían dirigido a la desesperación. Esta fue su queja: “José no parece, ni Simeón tampoco, y a Benjamín le llevaréis; contra mí son todas estas cosas”. Me pregunto si algún lector pensará que la vida le ha dado demasiadas tristezas. O quizás tú, como Rubén, has tomado las cosas en tu propia mano, decidido a producir resultados, y aunque tienes buenas intenciones, fracasas continuamente. Permíteme un consejo: no te justifiques ni culpes a otros. Es mucho mejor, como Judá, aceptar humildemente la culpa y dejar que Jesús sea Señor sobre tu vida. De esta manera, Él se revelará a ti y te pondrá en Su plan. Verás si no empiezan a obrar todas las cosas para tu bien, como sucedió desde el principio con Jacob y sus hijos.       


2 comentarios:
Unknown dijo...
8 de noviembre de 2018, 5:18  

Siempre me había preguntado el porqué Dios permitió que Jesús descendiera de Judá (habiendo leído su vida) y no de José (tan parecidos Cristo) o de Rubén (con buen corazón). Gracias a su estudio por fin logré comprender el plan de Dios para mi vida a través de este maravilloso estudio. Gracias!!!!!

Unknown dijo...
8 de noviembre de 2018, 5:34  

Corrijo: Gracias a este maravilloso estudio por fin logré comprender el plan de Dios para mi vida!! Desnudando mi corazón, no quejándome, no echándole la culpa a nadie porque detrás del sufrimiento hay un propósito divino que ya se cuál es en mi vida personal!!

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