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Lowell Brueckner

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Una sonrisa en la adversidad

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…Raquel andaba con su silla de ruedas en un hospital de rehabilitación en Macedonia, donde su hermano, Daniel, iba una vez a la semana a dar una clase de la Biblia, a la que sólo asistían cuatro o cinco hombres. Cuando Raquel entraba, las chicas también, en sillas de ruedas, la rodeaban. Ella no podía hablar con ellas porque no conocía su lenguaje, ni podía caminar, pero hacía lo que podía. Las llevaba dentro, a la sala donde Daniel estaba enseñando. Nunca habían asistido pero, en poco tiempo, varias tuvieron un encuentro con Cristo. Ahora, una de ellas es una brillante cristiana, que además escribe poesías y pinta cuadros con la boca. Sus obras han sido publicadas por todo el país y su arte ha sido expuesto en el centro cultural de Strumica y en otros lugares más. También ha sido entrevistada en varios programas de televisión. A Raquel la complace glorificar a Dios en su cuerpo, sin importar la condición en la que está, y hacerlo… ¡con una sonrisa!  

Hace poco presenté “Unas historias pictóricas”, las historias de algunas personas que hemos conocido y algunos eventos que han acontecido a lo largo de nuestras vidas. Dijo el salmista: "Aun en la vejez y las canas, oh Dios, no me desampares, hasta que anuncie tu poder a la posteridad, y tu potencia a todos los que han de venir" (Sal.71:18). Nuestros ocho hijos también conocen a Dios, y Él les ha abierto puertas personalmente. Ellos le sirven en distintos ambientes cristianos. Raquel, nuestra hija mayor, está en una silla de ruedas desde de un terrible accidente ocurrido en 1995. Ella cuenta su testimonio.

Una Sonrisa en la Adversidad

Por Raquel

Y
o nací en Cacahuatepec, Oaxaca, México, donde mis padres eran misioneros. Fui la cuarta en la familia, después de tres varones. Tras de mí nacieron tres mujeres y un chico. Estoy muy agradecida por haber tenido padres que nos enseñaron a temprana edad acerca de Dios… así crecimos en Sus caminos.

  Era muy joven (6 años) cuando me di cuenta de que era una pecadora y que necesitaba un Salvador. Recuerdo que estábamos jugando fuera cuando mi hermano, Esteban, me dijo que si el gran árbol bajo el cual jugábamos caía sobre mí y me mataba, iría al infierno, porque Jesús no me había salvado. Me asusté de tal manera que no quise jugar más. Recorrí el patio pensando en lo que debía hacer, hasta que me decidí a ir a ver a mi madre. Ella me llevó al estudio de mi padre y me explicó que todos éramos pecadores y que, por lo tanto, estábamos perdidos y necesitábamos ser salvados. Cuando me preguntó si quería orar a Jesús para pedirle que me salvara y viviera en mi corazón, me sentí muy entusiasmada. Mi mamá oró conmigo y después estuve muy alegre. Ya no tenía miedo de que un árbol me cayera encima, porque Jesús me había salvado.

 Días después, cuando estaba en la escuela, la maestra hizo un estudio Bíblico con nosotros y dijo: “No es suficiente con pedir a Jesús sólo que entre en tu corazón, también es importante corregir las cosas malas que hiciste en tu vida y pedir perdón a las personas que hayas ofendido”. Eso era difícil para mí, pero empecé a pedir perdón a todos los que venían a mi mente. Recuerdo que lo más duro fue confesar haber robado un chocolate del escritorio de mi amiga, Merry Elva, pero después de haberlo hecho, tuve paz.

  Un par de años después, nos mudamos a vivir a Minnesota, USA, y siete años más tarde a Alemania. Conocí a un alemán, Tom Ehmer, y me casé con él. Tuvimos una niña, Jessica, que tenía siete meses de edad, cuando sufrimos un accidente de tráfico. Ese día, mientras Tom estaba trabajando, vino a visitarnos mi hermano Daniel y su familia, que vivían en Macedonia. Fue el 14 de Junio de 1995. Recuerdo, ese mismo día, haber leído en un libro de mi hija, escrito por Joni Erickson (una cristiana parapléjica), una oración especial que decía: “Por favor, ayuda a mi papá hoy, él tiene mucho en qué pensar. Estate con él en una manera especial”, y pensé: “Eso no tiene nada que ver con nosotros hoy”.

Planes rudamente interrumpidos


  Ese día, después de que Tom saliese del trabajo, pensábamos ir a comer a un restaurante y, como él no tenía que trabajar por cuatro días, esperábamos pasar ese tiempo con nuestras familias. Dos semanas después, pensábamos viajar todos juntos a Irlanda, para la boda de mi hermano David. ¡Cómo íbamos a divertirnos!

  Ese día salí a la calle a pasear con Jessica. Estaba lloviendo, pero no importaba. La gustaba mucho estar afuera. La puse en mi mochila y caminamos bajo un paraguas. Al regresar Tom, Jessica y yo nos subimos al asiento trasero del coche para ir a cenar a Augsburg. En la carretera, un coche que venía por el carril contrario, adelantó a un furgón y… no hubo tiempo para reaccionar. No pudimos recordar cómo salió el coche, ni nada del accidente. El conductor, que tenía 32 años, falleció. Más tarde, fuimos a ver a su esposa y a su familia, y hemos hecho amistad con ellos. Hasta la fecha, oramos para que Dios les salve.

  Tom sólo tuvo heridas leves, y Jessica, se rompió un hueso de la pierna. Yo fui gravemente herida. Se me rompió la quinta vértebra de la columna y tenía serias heridas internas causadas por el cinturón de seguridad. Recuerdo un poco del vuelo en el helicóptero… sentía mucho dolor y hubo mucho ruido. No recuerdo nada más hasta después de dos operaciones, cuando estaba en la sala de cuidados intensivos. Un doctor dijo que llegué al hospital más muerta que viva,  porque había perdido mucha sangre.

Parálisis y paz


  Otro doctor me explicó los daños y me dijo que me curaría de todo, ya que había sobrevivido a las operaciones y a la pérdida de sangre, pero que quedaría paralítica. Entonces pasó una cosa muy especial. En ese momento sentí paz. Estaba alegre y no me importaba no poder caminar. Yo misma me quedé sorprendida por sentir así y, no solo yo, sino el doctor también. Quería saber por qué estaba sonriendo. Yo sabía que Dios estaba cerca y que Él me había dado esa paz. Sé que si alguien me hubiese dicho antes que iba a tener un accidente, hubiese estado muy angustiada, pero cuando pasó, la gracia de Dios estuvo presente obrando en mí.  Hebreos 4:16 dice: “Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro”.

  Después de unas cuantas semanas en el hospital, estuve cuatro meses más en uno de rehabilitación. Pero, en lugar de ser un tiempo duro y difícil, fue un tiempo alegre y bendecido. Tom empezó a llamar al hospital “nuestro  segundo hogar”. En medio de todo, la paz y satisfacción que sentíamos, sobrepasaba nuestro entendimiento. No puedo entender cómo sucedió, sólo sé que lo sentimos. Tuvimos muchas oportunidades de hablar con otras personas. Fue un tiempo maravilloso.

El propósito divino y la ayuda celestial


  Cuando pensaba acerca de cómo podría cuidar a mi familia después de la rehabilitación, al principio, no lo creía posible. Pero poco a poco fui aprendiendo, hasta que pude llegar a hacer casi todas las cosas sin ayuda, desde mi silla de ruedas. En Marzo de 1997, tuvieron que quitarme el hierro de la columna vertebral, y pensé: “¿Cómo podré dejar a Jessica otra vez? ¿Cómo fue tan fácil la vez pasada?”  Pero de nuevo, Dios estuvo presente, me ayudó, y no fue difícil dejarla.

  En 1998, tuvimos otra hija, Rebecca Joy. El accidente me hizo tener que confiar más en Dios para cuidar a mis hijas pequeñas. Siempre tengo que clamar a Él, pidiéndole que las proteja. Por ejemplo, ¿que pasaría si la niña intentara bajar un escalón antes de que yo pudiera alcanzarla? En una ocasión, no pude llegar a tiempo cuando Rebecca, fuera de puerta de la casa, empezó a bajar una rampa con su pequeño coche. ¡Es demasiado activa! Me hace orar todo el día, pero Dios es siempre fiel en protegerla.
   
  En Mayo de 1999, sentimos que Dios quería que tomásemos un paso adelante, y nos abrió una puerta en Dakota del Norte. He perdido la cuenta de las personas que me han dicho que, desde el accidente, soy para ellos un ánimo y una bendición. No oí esto nunca antes del accidente. En esta situación, Dios me está usando más que antes, y tengo muchos motivos por los que darle las gracias. Doy gracias por mis padres, que me enseñaron el camino por el cual andar (Prov. 22:6)… por mi hermano Esteban, que me dijo que necesitaba a Cristo (me pregunto, cuánto tiempo hubiera pasado hasta que alguien me lo hubiera dicho) …por mi marido y mis hijas, y por muchos más que podría nombrar. Pero más que todo, estoy agradecida por la gracia de Dios que sigue obrando en mi vida, y por la paz y satisfacción que la acompañan. Muchas veces me pregunto, ¿cómo puede la gente afrontar sus problemas sin Él?       ■


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