Muy amado
Hace algunos años, estuve dando este mensaje a creyentes en un centro en Barcelona, con la intención de fortalecerles en el amor de Dios. Parecía como si un silencio santo viniera sobre la reunión. En los últimos momentos, sin ninguna instrucción, varias personas se levantaron y fueron a los líderes, pidiendo oración porque quisieron recibir a Cristo. Incluso una joven que, hasta entonces, manifestaba un corazón duro y rebelde, se quebrantó en lágrimas.
Muy Amado
“Al principio de tus ruegos fue dada la orden, y yo he venido para enseñártela, porque tú eres muy amado.” Daniel 9:23
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s muy claro, desde el principio del libro de Daniel, que Dios y él tenían una relación muy íntima. Aún así, Dios vio necesario reafirmarlo por medio de un mensajero celestial. Dios envió al ángel Gabriel para decirle que era “muy amado” (algunas versiones lo traducen como “altamente estimado”). La lista de sinónimos hallada en un diccionario hebreo incluye: muy agradable, deseable y querido. Estas palabras llevan un toque de pasión. Más tarde, el ángel volvió a visitar a Daniel repitiéndole las mismas palabras (10:11). Unos versículos después, se las repitió de nuevo (10:19).
Dios nos declaró su amor a nosotros de forma más clara que a Daniel: “Porque de tal manera amó Dios al mundo que ha dado a su Hijo unigénito”. Su Hijo es nuestro mensajero. Él fue hecho hombre y Su mensaje en la tierra por medio de Sus labios y Sus hechos, fue, en una palabra, “el amor”. Después tomó el paso más grande que se puede tomar. Fue a la cruz, y allí demostró el amor de Dios por la humanidad, recibiendo sobre Sí la sentencia de muerte que nos correspondía a nosotros. Él murió en nuestro lugar porque tú y yo somos muy amados.
El amor obra poderosamente en el corazón humano. Nos motiva a hacer lo que la responsabilidad, el temor y la fuerza no pueden lograr. Yo creo que el poder del Espíritu Santo, prometido a los discípulos de Cristo y demostrado por medio de todo el libro de los Hechos, no es ni más ni menos, que el poder dinámico del amor. El bautismo en el Espíritu Santo es un bautismo de amor. Primeramente necesitamos experimentar el amor de Dios hacia nosotros y, entonces, le veremos obrar por medio de nosotros.
Nuestra dificultad para recibir el amor
Los hermanos de José se acordaron del odio y el pecado cometidos contra él en su juventud. Les parecía imposible creer que José les amara, aunque se lo había confirmado a través de sus cuidados, lágrimas, regalos y promesas. Pero un cambio en las circunstancias provocó que sus dudas se manifestaran, y le enviaron un mensaje, rogándole que les perdonara. José lloró al recibir su petición, les consoló y les habló al corazón.
Es más difícil para nosotros captar las buenas noticias que las malas, y más aún creer que puedan tener un efecto perdurable en nosotros (al mencionarlo, estoy pensando en cómo sus hermanos tenían miedo de que José les castigase después de morir su padre).
Algunas de las verdades básicas de la Biblia son con las que más batallamos. Jacob nos dio un clásico ejemplo de la tendencia que hay en la naturaleza humana de creer lo peor y negar lo mejor. Solamente necesitó ver algunas manchas de sangre sobre la túnica de José para concluir, inmediatamente, que “alguna mala bestia lo devoró; José ha sido despedazado” (Gn.37:25). Lo que parecían experiencias tenebrosas causaba que se incrementaran los malentendidos en Jacob mientras envejecía. “José no aparece, ni Simeón tampoco, y a Benjamín le llevaréis; contra mí son todas estas cosas” (Gn.42:36). Sin embargo, el estudio de la historia nos revela que estaba viendo las cosas desde una perspectiva terrenal, y que trás sus temores no había ni una pizca de verdad. Muy al contrario, el cielo estaba obrando en amor para el bien de todos los involucrados. Al final, cuando sus hijos vinieron con las nuevas y los carros llenos de pruebas de que José vivía, “el corazón de Jacob se afligió, porque no los creía” (Gn.45:26). ¿Cuántos de nosotros podemos identificarnos con sus reacciones?
Dios se preocupa, en gran manera, de garantizar Su palabra a los hijos de los hombres. No tiene el mismo problema con el resto de Su creación. Al sonar Su voz, toda la naturaleza responde. Su palabra no puede fallar, nunca miente y, con total seguridad, Él no necesita jurar para validar Su palabra. Sin embargo, cuando Dios dio la promesa a Abraham, y por medio de él a todos los herederos de la fe, Él juró por Sí mismo. Tenemos una Biblia llena de promesas, confirmadas y juradas, para ayudarnos a luchar contra el enorme y terco obstáculo llamado “incredulidad”.
El amor nos oye cuando oramos
Dios demostraba Su amor a Daniel escuchando y contestando sus oraciones. En nuestro texto, fue informado por el ángel de que, tan pronto como había orado, la respuesta había sido enviada. El ángel “volando con presteza” (v.21) vino a traerle la respuesta. En el capítulo diez, el ángel dijo a Daniel que, aunque había estado orando durante tres semanas, Dios le había escuchado desde el primer día, e inmediatamente había mandado la respuesta con el ángel. Sin embargo, hubo complicaciones para su llegada.
Un sábado de 1936, mi padre predicó fuera de un salón de baile en Quinney, Wisconsin, y algunos respondieron positivamente al mensaje. Después, una mujer se le acercó y le pidió que se quedara por la noche para hacer una reunión el domingo en una iglesia abandonada en su propiedad. “He estado orando durante ocho años”, dijo ella, “para que alguien viniera a hacer reuniones de nuevo”.
Ocho años es un tiempo largo para orar sin ver resultados. Ocho años antes, mi padre, el hijo del dueño ateo de una taberna en Milwaukee, tuvo una visión de una luz brillando sobre él desde el cielo. Algunos años después, la familia se había mudado de casa y los vecinos eran cristianos. Ellos ayudaron a mis padres a encontrar a Cristo.
Mi padre fue de casa en casa, por todo el vecindario, compartiendo el evangelio con todos y, como resultado, dirigió a un anciano nativo americano a Cristo. Antes de morir, el hombre rogó a mi padre que llevara el mensaje del evangelio a sus parientes en Stockbridge, Wisconsin. Las autoridades de aquella aldea rehusaron dar permiso a mi padre para hacer una campaña en la calle, pero le hablaron de una fiesta en Quinney, donde quizás pudiera hallar a gente que le escuchase.
El día siguiente, mi padre hizo la reunión en la iglesia en la que después llegaría a ser pastor. Muchos detalles tenían que tomar lugar antes de que la contestación a la oración de aquella mujer se llevara a cabo:… una visión… una mudanza … la ayuda de vecinos cristianos… un nativo entregándose a Cristo y haciendo una petición… una celebración en Quinney… las autoridades recomendando hacer una reunión allí… La mujer, en el transcurso de los años, no era consciente de lo que el Señor estaba haciendo como respuesta a su oración. Yo creo que Dios la oyó desde el día que oró por primera vez, y por eso envió una luz del cielo en la noche a una habitación en Milwaukee. Dios quiere que sepamos que Su oído está atento a nuestras peticiones desde el momento en que empezamos a orar.
Dios en Su amor nos habla
El propósito mayor de la oración es que recibamos una palabra de Dios. En Su amor por nosotros, Dios anhela la intimidad. No solamente oye nuestras palabras, sino que también nos habla, en secreto, mensajes que tienen que ver con Su voluntad y plan eternos.
Dios envió dos mensajes a Daniel sobre el futuro de Su pueblo y el del mundo, que están siendo cumplidos aún en nuestros días. No dejará a su pueblo en tinieblas: “No hará nada Jehová el Señor, sin que revele su secreto a sus siervos los profetas” (Am.3:7). Antes de que Dios destruyera Sodoma, habló con Abraham sobre lo que iba a hacer: “¿Encubriré yo a Abraham lo que voy a hacer?” (Gn.18:17). Puedes ver que Abraham fue amigo de Dios (St.2:23). Jesús dijo a Sus discípulos: “Os he llamado amigos, porque todas las cosas que oí de mi Padre, os las he dado a conocer” (Jn.15:15). Dios disfrutará de la comunión con Su pueblo hasta el fin del tiempo. “Vosotros, hermanos, no estáis en tinieblas, para que aquel día os sorprenda como ladrón” (1Ts.5:4), dijo Pablo, refiriéndose al regreso de Jesucristo. Desde el principio hasta el fin, “la comunión íntima de Jehová es con los que le temen” (Sal.25:14).
Algunos de los que leerán este artículo nunca han conocido personalmente el amor de Dios ni han entrado en una dulce relación con el Padre celestial. Otros, están batallando en su caminar con el Señor, dejando que las dudas y los temores hagan enfriar sus corazones. ¿Puede ser que Dios mismo sea el que te esté entregando esta palabra en tus manos hoy, porque quiere mostrarte que eres muy amado? ■
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