Entradas Recientes
Lowell Brueckner

Ingrese su dirección de correo electrónico:


Entregado por FeedBurner

El lenguaje espléndido de la Cruz, parte 1

Etiquetas:

Una vez leímos en las noticias de una manada de mil ovejas que se precipitó de un alto acantilado, siguiendo a una que iba por delante y saltó. Seis cientos murieron. Demasiado a menudo, vemos que en general las poblaciones del mundo son conducidas ciegamente como ovejas por un líder o una ideología. El individuo no toma tiempo para pensar o meditar por si mismo, sino que solamente repite lo que ha oído o leído. Aunque la Biblia utiliza de una manada de ovejas para ilustrar lo que es el pueblo de Dios, el sentido de ser seguidores ciegos, no entra en la comparación.

En el paganismo el diablo toma ventaja sobre la gente por su ignorancia. Pablo escribe a los corintios, con el deseo de informarles y enseñarles sobre la vida cristiana, “No quiero, hermanos, que ignoréis…” (1 Co.12:1) contrastándola con la vida y la religión que vivían anteriormente: “Cuando erais gentiles, se os extraviaba llevándoos, como se os llevaba… Por tanto, os hago saber…” (v.2). El primer pastor que tuvo mi padre, Paul Rader, ayudó a los nuevos creyentes poner una base firme para su fe. Dijo, “Los cristianos tienen que saber de lo que hablan.” Pues, así es. Por eso ofrezco dos capítulos en el libro, Tenemos un altar, que tienen que ver con cinco palabras bíblicas sobre la cruz: Perdón, redención, reconciliación, propiciación, justificación. ¿Sabes lo que estas palabras significan? Pues, en el capítulo cinco escribo de las primeras dos…  

          Capítulo 5

El lenguaje espléndido de la Cruz

Parte I


Al usar palabras como perdón, redención, reconciliación, propiciación, justificación…, no estamos entrando en un estudio profundamente teológico, reservado para gente intelectual, sino usando palabras bíblicas que han sido dadas al creyente común para que sepa acerca de ellas. Si las ignoramos y rehusamos enseñarlas debido a que el hombre común no está familiarizado con ellas, entonces estamos privándole del mensaje completo que Dios quiere que reciba. No están ahí sólo para unos pocos; es la herencia de cada hijo de Dios.

Me siento obligado a empezar el capítulo con esta aclaración, porque hay gente que piensa que existe alguna virtud en la ignorancia y, por consiguiente, se gloría en ella. Es un engaño. La Biblia ensalza el valor de la sabiduría, e incluso un estudio rápido de los Proverbios nos convence de su importancia: “¿No clama la sabiduría y da su voz la inteligencia?... Oh hombres, a vosotros clamo; dirijo mi voz a los hijos de los hombres. Entended, oh simples, discreción; y vosotros, necios, entrad en cordura… Mejor es la sabiduría que las piedras preciosas… Las riquezas y la honra están conmigo… Jehová me poseía en el principio, ya de antiguo, antes de sus obras… Cuando establecía los fundamentos de la tierra; con él estaba yo ordenándolo todo, y era su delicia de día en día…” (Pr.8:1,4,5,11,18,22,29,30). Con estas palabras apenas estamos entrando en el principio de la doctrina de la sabiduría, enseñado por toda la Escritura.

¿Cuántas veces dicen los apóstoles “no quiero que ignoréis…”? Por ejemplo, en Romanos 11:25, Pablo no quería que los creyentes ignorasen acerca de la reincorporación de Israel en el plan de Dios. En 1 Corintios 10:1-11, no quería que ignorasen que siempre hay hipócritas entre el pueblo de Dios, que no forman parte genuina de Su pueblo. En el 12:1, no quería que fuesen ignorantes acerca de los dones espiritualesTampoco quería que fuesen ignorantes acerca de la resurrección y la escatología (el estudio de eventos en los últimos días) (1Ts.4:13). Muchos cristianos voluntariamente eligen ser ignorantes acerca de las profecías Bíblicas sobre los últimos tiempos, y no quieren saber nada de ellas. Claro, dijo también, que si alguno insiste en ser ignorante, hay poco que se puede hacer para ayudarle (14:38). No solamente Pablo, sino Pedro, fue también enemigo de la ignorancia (2 P.3:5,8). En una de sus parábolas, Jesús honró a cinco vírgenes sabias y condenó a cinco insensatas (Mt.25:1-12). Su problema fue la ignorancia. No entendieron lo que estaba pasando en su día (los últimos días) y, como consecuencia, no estuvieron preparadas.

Es verdad que Dios muchas veces empieza con personas como los pescadores galileos, llamados “sin letras y del vulgo” (Hch.4:13), pero es precisamente a éstos a quienes la sabiduría invita en el proverbio: “Entended, oh simples, discreción; y vosotros, necios, entrad en cordura”. Pablo añadió que “lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios” (1Co.1:27); así lo ha hecho vez tras vez durante toda la historia de la iglesia. Sin embargo, Él reviste a tales personas con una sabiduría sobrenatural y piadosa por medio del Espíritu Santo de verdad y la revelación bíblica. “Sin embargo, hablamos sabiduría entre los que han alcanzado madurez” (1Co.2:6), continuó enseñando Pablo. ¿Podemos decir algo en contra de la sabiduría con la cual Pedro y Juan hablaban en el libro de los Hechos, o contra la maravillosa sabiduría revelada en sus epístolas? Yo he conocido a algunos de estos gigantes de la fe que posiblemente tropezaban en la gramática y en la ortografía, pero tenían un entendimiento espléndido sobre las profundas doctrinas de la Biblia.

La Biblia usa términos no comunes, porque el lenguaje común no explica bien los éxitos extraordinarios de la cruz de Cristo. Son ejemplos de la necesidad de separar lo santo de lo inmundo, aún a la hora de utilizar el lenguaje. Algunas traducciones modernas echan abajo los muros de la piedad para que el hombre de la calle pueda entender con facilidad los pensamientos únicos de Dios. Pero haga lo que haga no podrá entenderlos, ya sea una persona intelectual o un insensato, porque si es que de alguna manera el lenguaje celestial pudiera penetrar el corazón, el Espíritu Santo tendrá que invadir primeramente la mente humana.

La Biblia usa ciertos términos para mostrar las inescrutables riquezas de Cristo. Pongamos atención y cuidado para no rendirnos ante la pereza académica y acabar defraudándonos a nosotros mismos y también a otros: “Porque el Espíritu todo lo escudriña (para ti y en ti) aun lo profundo de Dios… para que sepamos lo que Dios nos ha concedido, lo cual también hablamos, no con palabras enseñadas por sabiduría humana, sino con las que enseña el Espíritu, acomodando lo espiritual a lo espiritual. Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente” (1Co.2:10;12-14). Toma cada una de estas cinco palabras: perdón, redención, reconciliación, propiciación y justificación, como si fuera una joya. Examínala cuidadosamente y medita sobre ella a la luz del Espíritu. Dios ha puesto delante de nosotros un tesoro espiritual de valor incalculable, para que podamos participar de este altar, el cual ningún forastero o extraño puede saborear.

Nos encontramos con otro problema en estos días, y es el hecho de que ahora existen nuevas definiciones para los viejos términos. Actualmente, en la religión moderna, aún en círculos evangélicos, las palabras han tomado un significado diferente al que tenían en tiempos pasados. Con el transcurso del tiempo, el entendimiento evangélico ha sobrepasado la intención original de los escritores inspirados. Arraigados en pensamientos perversos y en dirección hacia la apostasía, muchos de los libros y sermones modernos parecen decirnos una cosa, pero en verdad significan algo totalmente diferente en cuanto a la salvación, la fe, la gracia y el perdón. ¡Alejaos de la voluntad y los caminos modernos y “preguntad por las sendas antiguas, cual sea el buen camino, y andad por él, y hallaréis descanso para vuestras almas”! (Jer.6:16). Pero tristemente parece estar pasando lo mismo que en el antiguo Israel: “Mas dijeron: No andaremos”, por lo cual el profeta sigue informando en nombre del Señor: “Mi pueblo me ha olvidado, incensando a lo que es vanidad, y ha tropezado en sus caminos, en las sendas antiguas, para que camine por sendas y no por camino transitado…” (18:15). 

Perdón y remisión de pecados

Estos dos términos son sinónimos el uno del otro. El primero, no nos es difícil de entender porque su significado es bastante conocido. Sin embargo, el perdón de Dios tiene que ser entendido dentro del contexto del otro término. El perdón es condicional y nunca es concedido sin la completa satisfacción de la justicia y el juicio que hace posible la remisión o la expiación de pecados. Dios no comienza a tratar con nosotros pasando por alto nuestros pecados, proclamando simplemente el perdón. Nunca dice: “Vamos a olvidarnos de tu pasado, borrarlo de nuestras mentes, y empezar de nuevo”. ¡Nunca! La justicia perfecta de Dios demanda que cada transgresión de su ley, cada hecho, cada palabra, cada pensamiento y cada motivo que rompa Sus estatutos y decretos, por muy leve que sea, tiene que ser pagado con la pena completa que Su justicia demanda. Ningún pecado ha sido, puede ser, o será perdonado, sin que el castigo correspondiente se haya llevado a cabo.

Puedo añadir que, ciertamente, nosotros no tenemos la obligación de perdonar a otros los pecados que han cometido contra Dios, a menos que estas personas se hayan sometido a Sus condiciones. ¿Somos nosotros acaso más misericordiosos que Él? ¿Podemos nosotros perdonar lo que Él no ha perdonado? El perdón solamente es concedido a los penitentes, es decir, a los arrepentidos.

Si esto no fuera verdad, entonces el ministerio de Juan Bautista habría sido totalmente innecesario. Él vino a preparar un camino para el Señor en los corazones de los hombres. El Reino de Dios, que viene sin ser visto y se entrona en el corazón humano, se había acercado, pero ninguno podía acceder a él sin el arrepentimiento. Así que Juan mandó a una generación de víboras que hiciera frutos dignos de arrepentimiento. Habló de que un hacha está puesta a la raíz de los árboles, para cortar todo lo que no da buen fruto, y echarlo al fuego. Predicó de un aventador que limpiaría por completo la era, recogiendo el trigo en el granero y quemando la paja en fuego que nunca se apaga (Mt.3:2-12).

¿Sabes que existe un perdón falso? Por ejemplo, Dios entregó a Ben-adad en manos del rey Acab de Israel para su destrucción. Sin embargo, cuando sus grandes ejércitos huyeron de Israel, Ben-adad también huyó. Sus siervos le dieron las “buenas noticias”: “Hemos oído de los reyes de la casa de Israel, que son reyes clementes” (1R.20:31). Todavía tenían fama de ser misericordiosos, aunque habían abandonado al Dios de misericordia. Por eso, cuando los siervos de Ben-adad vinieron a Acab, rogando por su vida, él dijo: “Mi hermano es”. Y al encontrarse ambos, “él le hizo subir en un carro” e “hizo pacto con él y le dejó ir”. Pero el Señor estuvo en total desacuerdo con este hecho, por lo que envió a Su profeta con la siguiente palabra: “Por cuanto soltaste de la mano el hombre de mi anatema, tu vida será por la suya, y tu pueblo por el suyo…” (vs.32-43).

Quizás nos sea más conocida la historia del rey Saúl, cuando salvó la vida del rey amalecita. Este rey vino alegremente a Samuel pensando que había sido perdonado. Pero Samuel “cortó en pedazos a Agag delante de Jehová…” (1Sam.15:33). El mismo Saúl que había perdonado al rey Agag, aniquiló a 85 sacerdotes de Dios en Nob, e hirió a filo de espada a hombres, mujeres, niños e infantes, juntos con sus bueyes, asnos y ovejas (1Sam. 22:18-19).

Hace tan sólo un par de años, los medios de comunicación dieron mucha cobertura a los amish, cuando su pequeña escuela fue atacada por un hombre que asesinó a sangre fría a algunos de los niños. El mundo se maravillaba de un pueblo que estaba dispuesto a perdonar al que había matado a sus hijos y, ciertamente, tal actitud humana es digna de gran admiración. Sin embargo, los amish no son cristianos, sino una secta que no enseña acerca del nuevo nacimiento. No predican un evangelio que da una seguridad completa de salvación por medio de la gracia, sino que confían en su propia fidelidad a sus tradiciones religiosas y la obediencia a sus ancianos, para obtener la salvación. Estas personas, dispuestas a perdonar a un asesino, muchas veces han excomulgado de su sociedad a cualquier individuo que ha llegado a tener fe en la obra consumada de Cristo para ser salvo y ha renacido genuinamente. ¿Cómo pues podemos tomar esta historia como un ejemplo del perdón de Dios?

Durante años, he seguido cuidadosamente los reportajes acerca de una secta en el oeste de los Estados Unidos y también en Canadá. Es un grupo separado de los mormones, que existe desde hace unos cien años y cuenta con aproximadamente 10.000 miembros. Practican la poligamia. Hace poco su profeta fue condenado a cadena perpetua, y a veinte años más por haber violado a niñas menores de edad, una de ellas con tan sólo doce años. Hablaba de un “matrimonio espiritual”. Él tiene 50 esposas. Para mí, lo más sorprendente en esta historia es lo que enseñan sobre el perdón. Oí decir al mismo profeta en una grabación, que las mujeres, especialmente, son enseñadas a perdonar y mantener un “espíritu dulce”… en cualquier circunstancia. No importa si sus hijas han sido violadas, sus hijos torturados cruelmente en nombre de la disciplina, y sus jóvenes expulsados por representar una amenaza para los hombres mayores. ¿Podemos admirar tal perdón? ¡En ninguna manera! ¡Estamos hablando de algo diabólico que permite y aun promociona el hecho de que hombres malvados dominen y abusen de sus débiles víctimas!

El perdón de Dios se relaciona directamente con, y solamente es posible por medio de, la cruz de Jesucristo. Aquí pongo unos comentarios de Albert Barnes sobre el asunto: “Es una verdad universal que el pecado nunca ha sido, y nunca será perdonado, a menos que sea conectado con, y en la virtud del derramamiento de sangre. Sobre este principio está basado el plan de salvación para la expiación, y sobre él, de hecho, Dios imparte el perdón para el individuo. No existe evidencia alguna de que un hombre haya sido perdonado, a menos que lo haya sido por medio de la sangre derramada por la remisión de pecados. El infiel que rechace la expiación no tendrá ninguna evidencia de que sus pecados le hayan sido perdonados; el hombre que niegue el evangelio, aunque tenga bastantes evidencias de que es un pecador, no tendrá ninguna evidencia de que sus pecados le hayan sido perdonados; y ni el musulmán ni el pagano pueden dar una sola prueba de que sus pecados hayan sido borrados. No existe una sola demostración de ningún miembro de la familia humana, con evidencias del pecado perdonado, si no es por la sangre de la expiación. En el arreglo divino no hay un principio más establecido que éste: que todo pecado que logra ser perdonado lo es por medio de la sangre de la expiación; un principio que nunca en el pasado ha sido renegado y nunca lo será.

Por el hecho de que Jesús pagó la pena total impuesta por la justicia divina, nosotros podemos ser perdonados por un Dios santo y justo. Es por esta razón y sólo por ésta. Él llevó sobre Sí nuestro castigo, y por ello nuestro pecado ha sido borrado del registro celestial. Nosotros, que estábamos en el corredor de la muerte, condenados a una sentencia segura y eterna, hemos sido indultados. Nuestros pecados son remitidos por medio de la muerte sustitutoria del Hijo, y ahora no hay nada en contra nuestra. No es necesario que el cristiano se enfrente con el juicio para decidir el asunto de su felicidad o sufrimiento eternos. Cristo fue condenado en nuestro lugar y ahora “ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús” (Ro.8:1). Este juicio ya pasó. Si no es así, entonces no tenemos un evangelio para proclamar, porque esto es el centro del corazón del evangelio.

Llegando al final del Evangelio de Lucas, Jesús mandó a Sus discípulos “que se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones…” (Lc.24:47). Nosotros accedemos a Su perdón por la obra de gracia por medio del Espíritu Santo, quien nos convence de pecado, y su “benignidad nos guía al arrepentimiento” (Ro.2:4). Al arrepentirnos de los pecados, incluso de nuestro orgullo y engaño, nos damos la espalda a nosotros mismos y rendimos nuestras vidas a Cristo. Entonces, desde este estado somos dirigidos a una fe que viene por el oír… porque recibimos oídos para escuchar la palabra de Cristo. “La fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios” (Ro.10:17).

Matthew Henry comentó sobre predicar la remisión de pecados: “El gran privilegio evangélico de la remisión de pecados tiene que ser propuesto a todos, y asegurado a todos los que se arrepienten, y creen en el evangelio. ‘Id y decid a un mundo culpable, que está condenado y sentenciado frente al banquillo de Dios, que un decreto de indemnización ha sido aprobado por el Rey. Esto garantiza a todos los que se arrepienten y creen que, no sólo gozarán de Su perdón, que ya es mucho, sino que además les será otorgado un lugar preferente delante de Dios para gozar de Sus beneficios”. Tenemos un altar de perdón y ahora no hay condenación…

Redención

La redención es una palabra menos conocida dentro del lenguaje cotidiano, así que vamos a comenzar con algunas definiciones. El verbo redimir en el griego es agorazo, y en sentido general quiere decir, sencillamente, “comprar”. En el Nuevo Testamento también es usado así. Sin embargo, más específicamente, cuando se agrega el prefijo “ex”… exagorazo… quiere decir comprar de. Especialmente tiene que ver con la compra de un esclavo, con la intención de otorgarle libertad. Hay otro verbo griego que traduce redimir como lutroo. Significa “librar por haber recibido un rescate”. En este caso, se ha pagado un rescate por el cautivo, y éste ha sido puesto en libertad.

Este verbo tiene tres formas nominativas. Una es lutron, que significa, sencillamente, un rescate. Otro es lutrosis, que solamente puede ser traducido como redención. En Hebreos 9:12 dice: “Entró una vez para siempre en el Lugar Santísimo, habiendo obtenido eterna redención (lutrosis). Está indicándonos que la obra redentora de Cristo, por medio de Su muerte, nos trajo la liberación de la culpabilidad y del poder del pecado. El otro nominativo es apolutrosis, y éste se define como “un rescate total, que quiere decir, deshacerse totalmente del problema, (específicamente) la salvación cristiana, la liberación, la redención”. No hago uso de estos términos en griego por ser un experto en el idioma, sino porque tengo un diccionario, como seguramente lo tendréis muchos de vosotros. Podéis buscar estos significados también.

Una vez entendidas estas definiciones, nos será más fácil ver cómo son utilizadas en el contexto del Nuevo Testamento. En primer lugar, debemos ser conscientes de la situación en la que nos encontrábamos cuando estábamos apartados de Cristo; en tal condición éramos esclavos del pecado, del mundo y del diablo. Nuestras vidas y voluntades estaban bajo su cruel dominio, éramos cautivos suyos, sin ninguna esperanza de poder ser liberados por medio de ningún remedio o esfuerzo humanos.

Como no había otra manera, Jesús tuvo que ir a la cruz para dar su vida por nosotros. La muerte fue el precio pagado por nuestro rescate y liberación. Él murió, pagando así la deuda que nosotros jamás hubiésemos podido pagar, ni siquiera torturándonos eternamente. El castigo es eterno, y aunque pagásemos por toda la eternidad, nunca podríamos satisfacer la cuenta que tenemos en contra. Ser redimido quiere decir ser puesto en libertad. Las cadenas de nuestras almas han sido rotas. No somos ya más esclavos del pecado ni de nuestro ego, los cuales nos sometían día y noche a su voluntad, llevándonos a la miseria y a la destrucción. Ya no tenemos que ser llevados como los demás en la corriente poderosa del mundo, para servir a su sistema cruel y corrupto, y ser después destruidos con él. Hemos sido liberados de las garras del diablo y arrancados de lo que nos conducía hacia la eterna condenación. Él seguirá hasta llegar al Lago de Fuego, pero nosotros experimentaremos el Cielo. Jesús nos compró (nos redimió) para liberarnos de esa triple esclavitud.

“No por sangre de machos cabríos ni de becerros, sino por su propia sangre, entró una vez para siempre en el Lugar Santísimo, habiendo obtenido eterna redención” (He.9:12). Jamieson, Fausset y Brown comentan: “La entrada de nuestro Redentor, una vez para siempre, al lugar más santo del cielo, asegura para nosotros la redención eterna; mientras la entrada del sumo sacerdote judaico fue repetida año tras año, y el efecto fue temporal y parcial”. Albert Barnes añade: “La redención que el Señor Jesús obró para su pueblo es eterna. Continuará para siempre. No es una liberación temporánea, dejando al redimido en peligro de caer en el pecado y la ruina, sino que le asegura su salvación, extendiendo su efecto por la eternidad. ¿Quién puede calcular la medida del amor que compró tal redención? La doctrina de este versículo es así; que la sangre de Cristo es el medio de la redención, es decir, la expiación para el pecado. En los siguientes versículos el apóstol demuestra que no solamente nos hace expiación, sino que es el medio para santificar y purificar el alma”.

Medita sobre estas cosas, hijo o hija de Dios, hasta que las riquezas de la redención de la cruz de Cristo cautiven tu alma. Aprende a deleitarte en ellas y a valorarlas más que a la vida misma. Estamos contemplando la verdad establecida, ¿por qué no gloriarnos en ella? Está establecida en el cielo, ¿por qué no vivir su realidad sobre esta tierra? Está en la Biblia, ¿por qué no explorarla y entenderla?

La redención también está relacionada con la venida de Cristo, cuando Él venga a por nosotros, que será entonces cuando se completará totalmente. Entonces nadie la cuestionará ni dudará de ella. Ahora conocemos en parte, mas entonces veremos cara a cara. Cualquier sombra será bañada en una luz brillante y eterna. Todas las pruebas de fe serán dejadas atrás, y todo lo que sea confuso o permanezca escondido será aclarado por una realidad viviente y gloriosa. Tenemos un altar redentor que nos liberta de una esclavitud espiritual…



0 comentarios:

Publicar un comentario