Entradas Recientes
Lowell Brueckner

Ingrese su dirección de correo electrónico:


Entregado por FeedBurner

La Justicia y la Salvación

Etiquetas:


 CAPÍTULO 12

      1.      Justo eres tú, oh, SEÑOR, cuando a ti presento mi causa; en verdad asuntos de justicia voy a discutir contigo. ¿Por qué prospera el camino de los impíos y viven en paz todos los que obran con perfidia? 

2.      Tú los plantas, y echan raíces; crecen, dan fruto. Cerca estás tú de sus labios, pero lejos de su        corazón. 

La justicia de Dios no es cuestionable

 “Justo eres tú, oh SEÑOR.” El corazón de Jeremías, como el de Pablo, tenía bien establecido el asunto de la justicia de Dios y no la cuestionaba. Incluso, en circunstancias difíciles, como en Romanos 9, donde Pablo discernió el gran potencial que hay en el ser humano para dudar de la justicia de Dios, él, inmediatamente, descartó la posibilidad de que Él fuera injusto. “(Porque cuando aún los mellizos no habían nacido, y no habían hecho nada, ni bueno ni malo…), está escrito: A Jacob amé, pero a Esaú aborrecí… ¿Qué diremos entonces? ¿Qué hay injusticia en Dios? ¡De ningún modo!” (Ro.9:11,13,14). “¿Quién eres tú, oh hombre, que le contestas a Dios?” (Ro.9:20). Dios es perfectamente justo, nosotros no. Vamos a establecer esta verdad para no culpar nunca a Dios de ser injusto. Pablo no está dando una explicación al hablar de Jacob y Esaú. Él declara la verdad, y es así como la Biblia presenta todos los asuntos. No explica todo, sino declara. No intenta satisfacer la curiosidad intelectual, sino que penetra al corazón del hombre. No promociona el intelectualismo, sino la fe; la plena confianza en la persona del Señor y Su palabra.

 Encuentro descanso en lo que citamos al principio: “Justo eres tú, oh, Señor.” Ya que mi entendimiento es limitado, o más bien, muy pequeño, dejaré las cosas en las manos de Aquél que es perfectamente justo, que considera y mira todo desde el punto de vista de la eternidad. Entonces simplemente diré: “Si Dios ya decidió los destinos de Jacob y Esaú antes de su nacimiento, fue perfectamente justo, sin ningún fallo de justicia.” Puedo confiar en Él y en Su justicia. Tolero poco la arrogancia, tanto la mía como la de otros, que se levanta pensando que entiende la justicia más que Dios. ¡Qué demostración tan terrible de hibris!* (*La hibris en griego antiguo ὕβρις hýbris. Es un concepto griego que puede traducirse como 'desmesura' del orgullo y la arrogancia, desafiando autoridades muy superiores). 

El pacto invalidado

Etiquetas:


CAPITULO 11

La responsabilidad humana

 1.      Palabra que vino de Jehová a Jeremías, diciendo: 

2.      Oíd las palabras de este pacto, y hablad a todo varón de Judá, y a todo morador de Jerusalén. 

3.      Y les dirás tú: Así dijo Jehová Dios de Israel: Maldito el varón que no obedeciere las palabras de este pacto,

4.      el cual mandé a vuestros padres el día que los saqué de la tierra de Egipto, del horno de hierro, diciéndoles: Oíd mi voz, y cumplid mis palabras, conforme a todo lo que os mando; y me seréis por pueblo, y yo seré a vosotros por Dios;

5.      para que confirme el juramento que hice a vuestros padres, que les daría la tierra que fluye leche y miel, como en este día. Y respondí y dije: Amén, oh Jehová. 

6.      Y Jehová me dijo: Pregona todas estas palabras en las ciudades de Judá y en las calles de Jerusalén, diciendo: Oíd las palabras de este pacto, y ponedlas por obra. 

7.      porque solemnemente protesté a vuestros padres el día que les hice subir de la tierra de Egipto, amonestándoles desde temprano y sin cesar hasta el día de hoy, diciendo: Oíd mi voz. 

 Observamos, desde el principio de este libro, que a Jeremías le preocupaba más el contenido del mensaje que el Señor le dio, que su cronología. Nos hace concluir que el mensaje se aplicaba a su pueblo, desde todos los tiempos, y hemos intentado ver cómo se nos aplica a nosotros, muchos siglos más tarde, bajo el Nuevo Pacto.

 Parece que el Señor dio esta porción a Jeremías cuando era muy joven. Jeremías estaba todavía entre los ciudadanos de Anatot, su pueblo nativo, de los cuales ya está recibiendo oposición. Anatot está en el territorio de la tribu de Benjamín y Dios le está enviando a Judá, concretamente, a las calles de Jerusalén (v.6). También, de acuerdo con su llamamiento y mensaje, Jeremías proclama, “Amén”.

 El mensaje tenía que ver con el Pacto que Dios había establecido con Su pueblo en el monte Sinaí, al cual dijeron que obedecerían (Éx.24:3). Precisamente, en aquellos días, el Libro de la Ley fue redescubierto mientras reparaban el templo y, el buen rey Josías, lo hizo público. El rey manifestó un profundo remordimiento e intentó dirigir a su pueblo al arrepentimiento. Con todo su corazón, destruyó la idolatría, incluso la practicada en los lugares altos; también restauró el templo y celebró de nuevo la Pascua, aunque parece que el pueblo no le siguió con todo su corazón.

 Ellos asumían que Dios sería fiel a Su Pacto, sin importarles mucho su responsabilidad hacia el mismo. Los judíos supusieron lo mismo en los días de Juan Bautista y Jesús. Valoraban mucho el hecho de que ellos eran la simiente de Abraham, la simiente elegida por Dios. En Jeremías 7, vimos su lealtad hacia las costumbres ceremoniales sin arrepentirse de sus obras inmorales de opresión, robo, adulterio, idolatría, falso juramento, e incluso, homicidio.