Los versículos 25 y 26 del capítulo 3 hablan de guerra, de la
muerte de los jóvenes y fuertes, y del luto que sigue. Como resultado, la
población masculina ha sido severamente reducida y el capítulo 4 comienza con
una descripción de en qué condiciones han quedado: “Echarán mano de un hombre siete mujeres en aquel tiempo, diciendo:
Nosotras comeremos de nuestro pan, y nos vestiremos de nuestras ropas;
solamente permítenos llevar tu nombre, quita nuestro oprobio”.
Si vemos literalmente los números mencionados, tenemos una
proporción de siete mujeres por cada hombre. La guerra ha traído pobreza y
enfermedad, como fue dicho en 3:18-24. Quitaron sus ornamentos y ropas de gala
a las mujeres, y fueron vestidas de ceñimiento de cilicio y cuerdas, en lugar
de cinturón. Durante el cautiverio, sufrieron hediondez, las raparon la cabeza
y se quemaron, por estar trabajando bajo el sol.
Sin embargo, ahora están preocupadas por algo que parece
afectarles más aún; su oprobio. Es tan fuerte para ellas que, en una
humillación desesperada, acuden a un hombre para rogarle el matrimonio, aunque
tuviera otras esposas. Podríamos
entenderlas mejor si fuesen buscando apoyo, refugio, alimento y vestido,
pero no es el caso, porque ellas prometen sostenerse por sí mismas.
En la cultura de aquellos días, sufrían más desgracia siendo
solteras y estériles que por estar en una relación de poligamia. Querían
adquirir el nombre de un marido y tener el honor de pasarlo a la siguiente generación.
Quizás quieras estudiar el caso de Raquel, para que te hagas una idea de las
necesidades de las mujeres en los tiempos del Antiguo Testamento. Estas
necesidades eran especialmente urgentes en Israel por el advenimiento del
Mesías y el honor de darle entrada al mundo. (He escrito un artículo sobre esta
necesidad y puedes hallarlo en este blog. Sencillamente puedes escribir Dame hijos, o si no, me muero, en la ventana
de búsqueda al lado derecho).
La
necesidad de tener a Cristo
El versículo 1 estaría totalmente aislado en este capítulo si no
fuera por la necesidad y el honor que acabo de describir. El Señor puso en el
corazón de las mujeres israelitas este poderoso anhelo instintivo de dar a luz
hijos, para poder asegurar la venida del Mesías futuro. La raza hebrea tenía
que ser fundada, propagada y, después de la aniquilación parcial y necesaria,
causada por el juicio desde Génesis hasta Mateo, repoblada. El enemigo, por su
parte, estaba entregado a la aniquilación total de este pueblo. Ahora, ¿podemos
captar esta céntrica y sobrecogedora necesidad de tener un Mesías? Cristo fue la esperanza para Israel y el mundo
entero. En el corazón de Dios ninguna otra cosa en el universo era más esencial
que Su venida.
¿Acaso piensas tú que no le necesitas? Tienes que buscarle tan
desesperadamente como estas mujeres buscaban un marido y como Raquel buscaba
tener un hijo. Era más necesario que la vida para ella y, de hecho, dio su vida
al nacer su segundo hijo. ¡Vamos a ajustar nuestras prioridades! Es esencial
tener a Cristo para que nuestra vida tenga significado; después, es nuestra
obligación compartirle con el mundo. No hay sentido en este planeta aparte de
Él.
El resto del capítulo es mesiánico; apunta al lector hacia
Cristo. Brilla con la esperanza, especialmente después del trasfondo de un
estado extremo, descrito en el versículo 1 y el capítulo anterior. Aprendemos
un principio valioso: Mientras el mundo se hunde en la desesperación y las
tinieblas, si nosotros tenemos nuestros ojos fijados en el Señor, ¡no veremos
más que la gloria por delante! Él es suficiente para borrar totalmente la
oscuridad y llenar nuestras vidas con luz, hasta derramarse. Si aprendes a
mirar hacia arriba, siempre estarás encima de las circunstancias de la vida.
El
renuevo
“El
Renuevo de Jehová” (v.2) es un término mesiánico y es utilizado por los profetas
Isaías, Jeremías y Zacarías. Como hemos declarado antes, Cristo es la única
esperanza para Israel y el mundo entero. “El Renuevo” es como se traduce el
nominativo hebreo. En Zacarías 6:12, el Mesías es nombrado como “el Renuevo”.
Su nombre significa un atributo, que es una parte de Su esencia, y apunta hacia
el ministerio que llevará a cabo. Saltará de Su ser. Dondequiera que se
encuentre este término, quiere decir que Él brotará de un tronco que ha sido
cortado. Quizás el versículo que más lo aclara es el que escribió Isaías más
adelante: “Saldrá una vara del tronco de
Isaí, y un vástago retoñará de sus raíces” (11:1).
Creo que será muy bueno examinar brevemente un argumento de Job.
Por supuesto, Job se encuentra en un estado pesimista, pero esto no quiere
decir que no esté viendo las cosas correctamente. Dice que “si el árbol fuere cortado, aún queda de él esperanza; Retoñará aún, y
sus renuevos no faltarán… más el hombre morirá, y será cortado; perecerá el
hombre, ¿y dónde estará él?... Así el hombre yace y no vuelve a levantarse;
hasta que no haya cielo, no despertarán ni se levantarán de su sueño” (Job
14:7,10,12). Job nos hace el favor de destruir el engaño de la reencarnación.
El hombre no volverá en ninguna otra forma, y no hay nada en la Biblia que nos sugiera
tal cosa. Junto con el engaño de la reencarnación, vamos a dejar también a un
lado condolencias a veces ofrecidas a los seres queridos de un difunto:
“Todavía estará con vosotros cuando os acordéis de las palabras que os habló”…
o como una canción que dice que los cuerpos de los soldados muertos fertilizan
las flores que brotan de la tierra encima de sus sepulturas. ¡Pobres consuelos,
pienso yo!
Podemos estar seguros de que Job no está negando la
resurrección. Él declara definitivamente: “Yo
sé que mi Redentor vive, y al fin se levantará sobre el polvo; y después de
deshecha esta mi piel, en mi carne he de ver a Dios” (Job 19:25-26). ¡No se
puede hablar más claramente de la resurrección del cuerpo! Sin embargo, esta
resurrección no se encuentra de forma natural dentro del cuerpo humano. El
cuerpo está destinado a volver al polvo desde la caída de Adán: “Pues polvo eres, y al polvo volverás” (Gn.3:19).
La esperanza de la resurrección para Job fue en la vida de su Redentor, y Jesús
dijo: “Porque yo vivo, vosotros también
viviréis” (Jn.14:19).
Job dice que hay más esperanza para un árbol que para el hombre
natural. Señala al árbol para dar esperanza, e Isaías dice que Cristo es el
Renuevo que brota de un tronco inútil para traer la esperanza renovada a la
nación de Israel. Una nación decaída experimentará de nuevo las bendiciones del
reino de David, pero con una gloria que lo excederá. Cuando son injertados los
gentiles, entonces Él es la esperanza de las naciones.
Hermosura
en lugar de ceniza
Aquí encontramos una revelación de Cristo dada al remanente
redimido de Israel, y es puesta delante de nosotros para que nos fijemos y
conozcamos Sus atributos. Él es hermoso y glorioso. No leas solamente las
palabras; toma tiempo para mirar dentro del invisible y meditar sobre el
insondable. Lo que puedas captar enamorará tu corazón; y lo que no puedas
captar servirá para provocar una adoración en el Espíritu.
Eres
hermoso más allá de toda descripción,
Demasiado
maravilloso para las palabras,
Demasiado
asombroso para la comprensión,
Como
nada jamás visto o escuchado;
¿Quién
puede captar Tu sabiduría infinita?
¿Quién
puede sondear la profundidad de Tu amor?
La
majestad entronada en el cielo.
Y
estoy… estoy asombrado de Ti,
Estoy…
estoy asombrado de Ti,
Dios
santo a quién pertenece toda la alabanza,
Estoy
asombrado de Ti.
Será la hermosura de su Cristo lo que transformará a Israel. El
Retoño llevará fruto y será segado de la tierra para la gloria de Dios. Les
quitó todo el adorno de las hijas de Sion, pero el remanente de Israel
restaurará el orgullo nacional y será adornado con la santidad (v.3). Estos han
sido elegidos y sus nombres son hallados en el Libro de Vida. También están
registrados entre los verdaderos israelitas. De alguna manera, los antiguos
registros serán descubiertos. ¡Alabado sea Él, que es capaz de lavar todo lo
inmundo y limpiar la sangre tan absolutamente como para no dejar ni un rastro
de inmoralidad o crueldad!
He titulado un artículo anterior, tomado del capítulo 1, “La
restauración por medio del juicio”, y aquí vemos otra vez el poder redentor del
juicio en el versículo 4, “con espíritu
de juicio y con espíritu de devastación”. La devastación aquí se refiere a lo que queda después de haber
pasado el fuego consumidor. Ninguna impureza, ningún insecto o microbio puede
resistir al fuego. Las tormentas pueden arrancar los árboles, transportar
objetos lejos de sus orígenes, torcerlos y deformarlos, pero el fuego no dejará
nada más que ceniza después de él. Ningún crimen podrá ser perdonado y ninguna
ofensa quedará sin castigo. El juicio de Dios cae y Su nombre justo es
vindicado. Él ha pronunciado la sentencia y ha caído. Solamente de esta manera
Israel será restaurado… por el juicio y el fuego del Espíritu Santo.
Desde el tronco retoña el Renuevo; desde la ceniza salta la
hermosura. El espíritu de juicio y la devastación fue el prototipo de un juicio
que vendría cuando la ira de Dios cayera sobre el monte Calvario y Su Hijo
fuera ofrecido en sacrificio. La llama de ese holocausto subió al trono de Dios
y su olor grato entró en la nariz del Juez celestial, aplacando así Su ira y
satisfaciendo la justicia para siempre. Este fue el momento en el que la
devastación fue transformada en protección; una nube y una llama de gloria como
un dosel sobre Su pueblo (v.5) de día y de noche. “El Verbo fue hecho carne y tabernaculizó
(griego para habitar) entre nosotros” (Jn.1:14). Él fue el
verdadero propiciatorio que cubría el arca que contenía los Diez Mandamientos, “anulando el acta de los decretos que había
contra nosotros, que nos era contraria, quitándola de en medio y clavándola en
la cruz” (Col.2:14).
Esta es la segunda vez que la profecía de Isaías llega hasta el
Milenio. Existen cumplimientos temporáneos sobre los siglos. Uno fue el regreso
de los judíos de Babilonia (que era futuro para Isaías); otro fue el regreso de
los judíos a Israel a principios del Siglo XX, la primera vez desde la
destrucción por Tito en 70 d.C. Así, la historia se ha ido repitiendo,
esperando su cumplimiento final, cuando la tercera parte de Israel sobrevivirá
a un asalto futuro contra Jerusalén. La ofrenda del Mesías, a la que se
refiere Isaías, avala a Israel hasta el fin. Después de aquel juicio, Cristo
vendrá como su protector; como un refugio contra todos los ataques perpetrados
contra el pueblo de Dios (v.6); como un cumplimiento mayor que la protección
que le fue provista en el desierto. El salmista conoció este lugar de
seguridad: “El que habita al abrigo del
Altísimo morará bajo la sombra del Omnipotente. Diré yo a Jehová: Esperanza
mía, y castillo mío; mi Dios, en quien confiaré… No temerás el terror nocturno,
ni saeta que vuele de día… Porque has puesto a Jehová, que es mi esperanza, al
Altísimo por tu habitación” (Sal.91:1,2,5,9).