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Lowell Brueckner

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Hechos 4

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Capítulo 4:1-4

El progreso por medio de la oposición

1. Hablando ellos al pueblo, vinieron sobre ellos los sacerdotes con el jefe de la guardia del templo, y los saduceos,

2. resentidos de que enseñasen al pueblo, y anunciasen en Jesús la resurrección de entre los muertos.

3. Y les echaron mano, y los pusieron en la cárcel hasta el día siguiente, porque era ya tarde.

4. Pero muchos de los que habían oído la palabra, creyeron; y el número de los varones era como cinco mil.


Los primeros ocho capítulos de los Hechos tienen que ver con el primer paso de la Gran Comisión: predicar el evangelio a los judíos en Jerusalén. El apóstol Pablo enseña en Romanos 1:16 el principio de que el evangelio le fuera predicado primeramente al judío, después a los no judíos. Casi todos los primeros creyentes fueron judíos. Dos meses atrás había acontecido la crucifixión de Jesús, y al predicarlo, los apóstoles hallaron mucha oposición. Después de que el paralítico fuese sanado, la ciudad se abrió al evangelio, pero el enemigo de las almas se movió para detener el movimiento. La fuente de toda oposición es espiritual; este principio es la verdad hasta el día de hoy, y siempre lo será. Es una lucha a muerte “contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes” (Ef. 6:12).

Viéndolo humanamente, la predicación del evangelio suponía una amenaza para el liderazgo judío que gobernaba en Jerusalén, el Sanedrín: un concilió de 70 líderes, con una larga historia en Israel, por lo que los judíos creían que había sido ordenado por Dios desde los días de Moisés (Éx. 24:1,9; Núm. 11:24 y 25). Hasta el tiempo presente, sigue gobernando en Jerusalén. Ellos contaban con una fuerza policial dentro del templo que era dirigida por un capitán. Dentro del sanedrín estaban los fariseos y los saduceos, siendo estos últimos, especialmente, quienes se agitaron porque no creían en la doctrina de la resurrección, la cual enfatizaban los discípulos. Ahora, aparecen para poner fin a la predicación, y la frase – “les echaron mano” – describe la violencia de la interrupción (v. 1); no fueron arrestados ni encarcelados con gentileza.

Lo que enseñaban Pedro y Juan representaba un desafío al statu quo de los líderes, una amenaza para su posición y autoridad. Sin embargo, la autoridad de los apóstoles estaba “en Jesús”, no en sí mismos, y dado que Jesús ya había dejado este mundo para ir al cielo, ellos eran Sus portavoces. Los líderes se sienten amenazados porque la población de Jerusalén está prestando mucha atención a los apóstoles, y más y más gente se unía a ellos. Lo que está ocurriendo en Jerusalén, en el futuro estremecerá al mundo entero (v. 2).