Hechos 7
Capitulo 7:36-45
La resistencia contra Dios en el desierto y en la tierra prometida
36. Éste los
sacó, habiendo hecho prodigios y señales en tierra de Egipto, y en el Mar Rojo,
y en el desierto por cuarenta años.
37. Este Moisés es el que dijo a los hijos
de Israel: Profeta os levantará el Señor vuestro Dios de entre vuestros
hermanos, como a mí; a él oiréis.
38. Éste es
aquel Moisés que estuvo en la congregación en el desierto con el ángel que le
hablaba en el monte Sinaí, y con nuestros padres, y que recibió palabras de
vida que darnos;
39. al cual nuestros padres no quisieron obedecer,
sino que le desecharon, y en sus corazones se volvieron a Egipto,
40. cuando dijeron a Aarón: Haznos dioses que vayan
delante de nosotros; porque a este Moisés, que nos sacó de la tierra de Egipto,
no sabemos qué le haya acontecido.
41. Entonces hicieron un becerro, y ofrecieron
sacrificio al ídolo, y en las obras de sus manos se regocijaron.
42. Y Dios se apartó, y los entregó a que
rindiesen culto al ejército del cielo; como está escrito en el libro de los
profetas: ¿Acaso me ofrecisteis víctimas y sacrificios En el desierto por
cuarenta años, casa de Israel?
43. Antes bien llevasteis el tabernáculo de
Moloc, Y la estrella de vuestro dios Renfán, Figuras que os hicisteis para
adorarlas. Os transportaré, pues, más allá de Babilonia.
44. Tuvieron nuestros padres el tabernáculo del
testimonio en el desierto, como había ordenado Dios cuando dijo a Moisés que lo
hiciese conforme al modelo que había visto.
45. El cual, recibido a su vez por nuestros padres, lo
introdujeron con Josué al tomar posesión de la tierra de los gentiles, a los cuales Dios
arrojó de la presencia de nuestros padres, hasta los días de David.
Después de
experimentar el poder de Dios manifestándose en la zarza que ardía cuando
estaba solo en la montaña, Moisés empezó a cumplir su llamamiento milagroso en Egipto; cada plaga fue algo sobrenatural,
y después, fuera de
Egipto, al lado del Mar Rojo, Dios se manifestó otra vez por medio de él.
Cuando los egipcios intentaron volver a apresar a los israelitas después de
haber escapado de allí, el Cristo pre-encarnado se puso detrás de los
israelitas como una columna de nube, para que los egipcios no los vieran, y así
protegerles (Éx. 14:19). Después, abrió el Mar Rojo para que pasaran, y cuando
los egipcios quisieron seguirles, el Mar se cerró y todos perecieron ahogados.
Después, una
multitud de millones vivieron milagrosamente durante cuarenta años en el
desierto (v. 36). El Espíritu de Cristo vivía en Moisés y le hizo Su amigo.
Podemos ver cómo Moisés tuvo comunión con el Señor en la tienda que levantó fuera
del campamento, donde podía estar solo con Él. “Hablaba Jehová a Moisés cara a cara, como habla cualquiera a
su compañero” (Éx. 33:11). De esta comunión
vino una profecía, como Jesús dijo a los judíos: “Si creyeseis a
Moisés, me creeríais a mí, porque
de mí escribió él” (Jn. 5:46).
Esteban citó su profecía en el versículo 37.
Moisés influyó sobre la nación y cultura de Israel más
que cualquier antepasado, dándoles la Ley de Dios desde el monte Sinaí (v. 38).
Este, más que cualquier otro, fue un héroe para Israel en los días de Jesús, pero
en su propio día fue rechazado. ¿Conoces casos de la historia pasada,
especialmente de hombres de Dios, que recibieron mucha oposición durante su
vida pero que después de su muerte fueron honrados? Durante los cuarenta años que
estuvieron en el desierto, Israel luchó continuamente contra el Señor, haciendo
referencia vez tras vez a la ‘vida maravillosa’ de Egipto (v. 39). Es como si
no se acordaran de la esclavitud; la seguridad y provisión garantizadas allí les
tenía engañados.
Esteban se refirió a uno de los puntos más tristes
durante su jornada por el desierto, cuando Moisés tardó en descender del Sinaí.
El pueblo pidió a Aarón que les hiciera un ídolo para adorar mientras Moisés estaba ausente (v. 40), a lo que Aarón
accedió y cooperó con ellos fabricando un becerro de oro. Sacrificaron al
becerro e hicieron una gran celebración. (v. 41). Este fue creado por
manos humanas, demostrando así la esencia tras la idolatría: la humanidad adora
su propia creación en lugar de la de Dios, y ese principio continúa en el corazón
hasta la fecha.
A lo largo de todo el Antiguo Testamento leemos que Dios
dio a Su pueblo lo que anhelaba su corazón, es decir, las cosas que ansiaban e
insistían en obtener. Pablo establece su doctrina en Romanos 1, diciendo que “Dios
los entregó a la inmundicia, en las concupiscencias de sus corazones” (Ro.
1:24). Dos versículos después, Romanos 1:26, añade: “Dios los
entregó a pasiones vergonzosas”, y después en el versículo 28, dice
otra vez: “Dios los entregó a una mente reprobada, para hacer cosas
que no convienen”. Los problemas que existen en el mundo no provienen
del Señor, sino de la voluntad de los hombres que aman el pecado e insisten en vivir
una vida pecaminosa. Por ello, Dios les entrega a hacer lo que sus corazones
desean, pero también experimentan las consecuencias que resultan. Retira Su
mano de restricción y les deja andar en sus propios caminos. Esteban dijo: “Dios
se apartó, y los entregó a que
rindiesen culto al ejército del cielo”, y aquella maldición terminó en la terrible
y brutal práctica de sacrificar a sus niños, quemándolos en los brazos de su
ídolo, Moloc.
Otro principio que Esteban
expresó es que Dios nunca aceptará la adoración que sale de un corazón
dividido. ¿Puede ser verdadera adoración piadosa cuando se está sacrificando al
Señor y al mismo tiempo honrando a dioses paganos (v. 42)? Esteban respaldó sus
propias palabras con la Escritura del Antiguo Testamento, Amós 5:26, donde la
palabra tabernáculo es representada por una palabra hebrea totalmente
diferente, que significa cobertizo idólatra. Ya en el desierto, los
israelitas llevaban consigo un santuario de la imagen de Moloc. Este era un dios amonita al que la gente
adoraba encendiendo una fogata delante de su imagen. Allí, los padres ponían a
sus bebés en sus manos, y deslizándose de ellas caían al fuego. Los
espíritus no mueren, y este dios vive todavía en el siglo XXI, al cual los
padres sacrifican a sus bebés no nacidos. Las clínicas para abortos son hoy los
tabernáculos de Moloc.
La mayoría de los teólogos
piensan que Renfán fue un nombre dado al planeta Saturno, por eso es llamado
una ‘estrella’, porque en tiempos antiguos la gente no distinguía entre
planetas y estrellas. Amós profetizó que el juicio por los siglos de idolatría,
que ya existía en el desierto, estaba cercano para el pueblo de su tiempo. El
juicio consistía en la expatriación de los judíos a Asiria y a Babilonia (v.
43).
Moisés, sobre el monte Sinaí,
se fijó en el cielo y vio la realidad de Cristo tras el tabernáculo. El Hijo de
Dios vino a tabernaculizar en la tierra, manifestando la gloria del
Padre, “lleno de gracia y de verdad”. Como Moisés le vio desde el monte, aquí, mientras
caminaba sobre la tierra, el apóstol Juan le vio y escribió: “De Su
plenitud tomamos todos, y gracia sobre gracia… la gracia y la verdad vinieron
por medio de Jesucristo” (Jn. 1:14, 16, 17). Él es el cumplimiento de todo
lo que el tabernáculo representaba en medio de las tribus de Israel. Fue
levantado donde todos, al salir de sus tiendas, pudieran verle, sin importar de
qué tribu fueran. Él es el Pan de Vida (la mesa de la proposición), Él es la
Luz del Mundo (el candelero), Él es el Altar de Incienso, es decir, la Casa de
Oración. Él es el Propiciatorio que cubre la Ley de Dios y es el Arca del
Pacto. Él es adorado por los ángeles
y los querubines, quienes le rinden adoración delante del trono de Dios, en el
lugar Santísimo.
El testimonio fueron los diez
mandamientos dentro del tabernáculo, que existió para guardar el arca del
testimonio, y por eso fue llamado: el tabernáculo del testimonio (v. 44). Bajo
el liderazgo de Josué, los israelitas llevaron el arca del testimonio a la Tierra Prometida, conquistando a
siete naciones paganas que la ocupaban. Aquí, en el Antiguo Testamento, tipifica
a la iglesia entrando entre los paganos, conquistándoles por la espada del
Espíritu, que es la palabra de Dios. Al entrar en la Tierra Prometida, Josué encontró al
Príncipe del ejército de Jehová (Jos. 5:13) con su espada desenvainada, y Él se
puso al mando del ejército de Israel, echando fuera a sus enemigos. La gente
que cae delante Su espada muere a la vida vieja y se levanta a una vida nueva
(v. 45). Lo que sigue son palabras de Charles Wesley:
Ven, Palabra encarnada, ciñe Tu poderosa espada,
Atiende nuestra oración;
Ven y bendice a Tu pueblo, y da éxito a Tu
palabra,
Espíritu de santidad, desciende sobre nosotros.
Con las últimas palabras del versículo 45, Esteban
habló del tiempo de los jueces de Israel hasta
el tiempo del reino, empezando con David y no con Saúl.
Saúl fue la respuesta al clamor del pueblo, que pidió un rey y, por iniciativa
humana, así como Ismael, que fue nacido de la carne, fue rechazado por
Dios. Saúl, de igual manera, fue un ejemplo perfecto de la carnalidad humana;
cabeza y hombros sobre sus hermanos, tipificando lo mejor de la calidad humana.
Pero esto falló delante de Dios, y Él levantó a un hombre conforme a Su corazón
para reemplazarle. David, desde su niñez, dependió del poder sobrenatural para
matar al león y al oso. Con una honda y una piedra venció al principal enemigo
de Israel. Durante toda su vida este fue su grito de guerra de victoria: “Levántese Dios, sean esparcidos sus enemigos, y huyan de
su presencia los que le aborrecen” (Sal. 68:1). El espíritu de Saúl y el de
David existen hoy en la iglesia, representando las obras de la carne y las
obras del Espíritu.
Capítulo 7:46-50
Resistir a Dios edificando
un templo material
46. Éste halló
gracia delante de Dios, y pidió proveer tabernáculo para el Dios de
Jacob.
47. Mas Salomón le edificó casa;
48. si bien el Altísimo no habita en templos
hechos de mano, como dice el profeta:
49. El cielo es mi trono, Y la tierra el estrado de
mis pies. ¿Qué casa me edificaréis? dice el Señor; ¿O cuál es el lugar de mi
reposo?
50. ¿No hizo mi
mano todas estas cosas?
La vida de
David estuvo manchada por la imperfección, siendo la más conocida su adulterio
con Betsabé y el asesinato de su marido. Cualquier cristiano sabe que estas
atrocidades están entre los hechos más viles, y sería difícil pensar en algo
peor que una persona podría hacer contra un compañero. Pero hay más cosas que
considerar: El rey Saúl persiguió a David y David dijo: “Al fin seré muerto algún día por la mano de
Saúl; nada, por tanto, me será mejor que fugarme a la tierra de los filisteos”.
Él engañó a Aquis de Gat, un enemigo de Israel, uno de los cinco reyes de los
filisteos, y con sus seiscientos soldados, fue a morar con él, confiando en su
protección. David vivió una mentira que derivó en complicaciones muy serias. Estaba
con Aquis a punto de luchar contra su propio pueblo, cuando los filisteos unieron
sus fuerzas contra Israel, pero Dios le libró cuando los otros cuatro reyes de
los filisteos se quejaron a Aquis por llevar a David y a los suyos a la
batalla.
Sin embargo, había algo en
David que no podía ser bien evaluado. Él tenía la capacidad de ver las cosas
como Dios las veía. Estas son las cosas que
leemos ahora en los Salmos, que el Espíritu de Cristo le reveló y, al final, 2
Samuel 23:1 dice de él: “Dijo aquel varón que fue
levantado en alto, el ungido del Dios de Jacob, el dulce cantor de Israel” (2 S. 23:1). Por un lado, David fue honrado por su deseo de edificar un
templo para el Señor (v. 46), pero al mismo tiempo cometió un error del cual
tenemos que aprender una lección.
Iremos a 2 Samuel 7 para
saber los sentimientos de Dios en este asunto, empezando con el error del
profeta Natán. Al expresarle David su deseo, Natán respondió: “Anda, y haz todo lo que está en tu
corazón, porque Jehová está contigo” (2 S. 7:3). En la misma noche, oyó del Señor
que se había equivocado. Dios le habló lo que estaba en Su corazón: “¿He
hablado yo palabra a alguna de las tribus de Israel, a quien haya mandado
apacentar a mi pueblo de Israel, diciendo: ¿Por qué no me habéis edificado casa
de cedro?” (2 S. 7:7). Jesús reveló el principio al caminar sobre la
tierra; Él tabernaculizó sin establecerse en una morada terrenal, y así
nos enseñó a no dejar profundizar raíces en este mundo.
Descubrió un elemento de
orgullo en David, ahora rey de Israel. Pensó que un mero humano podría hacer
algo para Dios, y el Señor le corrigió demostrándole que Él era el Creador y
Ayudador del hombre. “¿Tú me has de edificar casa en que yo more?... Yo te tomé del redil, de detrás de las
ovejas, para que fueses príncipe sobre mi pueblo, sobre Israel”, y el
profeta continuó hablando la palabra del Señor: “Asimismo Jehová te hace
saber que Él te hará casa” (2 S. 7:5, 8, 11). Esta fue la reprensión para
David, porque todo viene de Dios y recibimos de Él siempre “por gracia… por
medio de la fe” (Ef. 2:9). Él tiene que recibir toda la gloria.
El mismo constructor, Salomón
(v. 47), reconoció la verdad de que Dios no habita en templos hechos de manos
(1 R. 8:27), y el profeta Isaías lo hizo más claro todavía (Is. 66:1-2).
Esteban lo citó en este mensaje (v. 48), pero leyendo el texto en Isaías,
aprendemos acerca de la posición que una persona debe tener: “Miraré a aquel que es pobre y humilde de espíritu, y
que tiembla a mi palabra” (Is. 66:2). Un ser humano nunca puede hacer algo para Dios porque todo
viene de Él. Los corintios tenían que saberlo y Pablo les preguntó: “¿Qué
tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿por qué te glorías como si no
lo hubieras recibido?” (1 Co.
4:7). El argumento es que el creyente no tiene nada bueno dentro de sí, sino
que tiene que recibir todo del Dios bondadoso. Por eso, no hay de qué jactarse.
El templo de Salomón fue
degenerando a una formalidad religiosa y finalmente fue corrompido por ídolos.
Los judíos pensaban que Dios les protegería del ataque de Babilonia porque Su
templo estaba entre ellos. Jeremías les advirtió contra una fe supersticiosa, y
les dijo que habían transformado la casa de Dios en una cueva de ladrones (Jer.
7:1-16). Jesús confirmó su declaración, demostrando que ellos habían profanado
el templo de Herodes y que sería destruido. El templo construido por Salomón con
los materiales que David había almacenado fue
totalmente destruido por los caldeos. El segundo templo, al que muchos años
después el rey Herodes engrandeció y embelleció, fue destruido por los romanos
en el año 70 d.C. (49-50).
Todos los edificios
terrenales se corrompen con el tiempo porque han sido construidos por medio de
manos humanas de manera imperfecta. Ellas mismas
llevan la carnalidad que da a luz a un Ismael, confiando en las posibilidades
humanas. En la Nueva Jerusalén no hay templo, porque la realidad celestial ha
reemplazado todos los símbolos. Vamos a fijarnos en las cosas de arriba,
mirando la eternidad: “Y oí una gran
voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él
morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como
su Dios… Y no vi en ella templo;
porque el Señor Dios Todopoderoso es el templo de ella, y el Cordero” (Ap. 21:3, 22).
Capítulo 7:51-60
Esteban aplicó la
lección de la historia a los judíos presentes, causando su martirio
51. ¡Duros de cerviz, e incircuncisos de corazón y de oídos!
Vosotros resistís siempre al Espíritu Santo; como vuestros padres, así también vosotros.
52. ¿A
cuál de los profetas no persiguieron vuestros padres? Y mataron a los que
anunciaron de antemano la venida del Justo, de quien vosotros ahora habéis sido
entregadores y matadores;
53. vosotros que recibisteis la ley por disposición
de ángeles, y no la guardasteis.
54. Oyendo estas cosas, se enfurecían
en sus corazones, y crujían los dientes contra él.
55. Pero Esteban, lleno del Espíritu
Santo, puestos los ojos en el cielo, vio la gloria de Dios, y a Jesús que
estaba a la diestra de Dios,
56. y dijo: He aquí, veo los
cielos abiertos, y al Hijo del Hombre que está a la diestra de Dios.
57. Entonces ellos, dando grandes voces, se taparon
los oídos, y arremetieron a una contra él.
58. Y echándole fuera de
la ciudad, le apedrearon; y los testigos pusieron sus ropas a los pies de un
joven que se llamaba Saulo.
59. Y apedreaban a Esteban, mientras él
invocaba y decía: Señor Jesús, recibe mi espíritu.
60. Y puesto de rodillas, clamó
a gran voz: Señor, no les tomes en cuenta este pecado. Y habiendo dicho esto,
durmió.
La resistencia de los judíos ilustra el estado del hombre caído. La condenación de Esteban contra el Sanedrín y la Sinagoga de los Libertinos fue la condenación que toda la humanidad lleva. Las naciones gentiles no son mejores que las judías y si Dios hubiera elegido cualquiera otra nación en su lugar, la historia no habría terminado mejor. Todos somos “duros de cerviz, e incircuncisos de corazón y de oídos” y resistimos “siempre al Espíritu Santo”. Si no fuera por Su iniciativa y paciencia al tratar con nosotros, no habría absolutamente ninguna esperanza. Nuestra naturaleza pecaminosa nos conduce a correr siempre en la dirección contraria a la Suya, y el hecho de que nos hayamos acercado es porque Él nos atrajo. ¡Toda las gracias y la gloria le pertenecen a Él! (v. 51).
Los dos mensajes de Pedro, y ahora el de Esteban, hicieron una incisión
cortante y profunda por medio de la Espada del Espíritu. Los judíos que
resistieron a Esteban tenían los genes de sus antepasados, que resistieron a los
profetas que profetizaron de Aquel a quien ellos crucificaron. Una
evangelización que no incluye un intento de hacer ver al pecador su
depravación, no será efectiva, porque todos somos traidores y asesinos (v. 52). Todo intento de
esconder la verdad y cada esfuerzo religioso de autojustificación tienen que
ser descubiertos.
Como reveló el escritor de Hebreos: “La palabra dicha por medio de los ángeles en el
Antiguo Testamento fue firme”, y ellos son “todos espíritus ministradores,
enviados para servicio a favor de los que serán herederos de la salvación… Toda
transgresión y desobediencia recibió justa retribución” (Heb.1:14;
2:2). Pero la gente rechazó esta palabra sobrenatural y celestial, y con ellos también
a la Palabra hecha carne. Por los siglos rechaza continuamente la invitación hecha
por el Espíritu Santo y la novia, escrita por Juan en Apocalipsis. También rechazará
las plagas usadas por Dios en la Gran Tribulación para llevarla al
arrepentimiento, y finalmente rechazará el Reino justo literal de mil años de
Cristo. La humanidad seguirá
a su enemigo a la condenación final y eterna. ¡La dureza del corazón humano es
inmensa, más allá de toda comprensión! (v. 53).
¿Diría alguien que Esteban fue agresivo y severo en su
presentación? Tal reacción se debe al entendimiento humano y carnal; son los
mismos pensamientos que motivaron a los judíos a apedrearlo. No, su declaración estaba llena de
compasión, sacrificando su vida por haberlo dicho. Su corazón latió por sus
acusadores, haciendo todo lo posible para salvarles, impulsado por el Espíritu
Santo. Otra vez, vemos que la espada del Espíritu de verdad hirió profundamente,
y los oyentes reaccionaron con un odio feroz e incontrolable. La sofisticación
de los tiempos modernos no quita nada de la brutalidad. Warren Wiersbe nos dice
que tal depravación loca obra hoy también: Secuestran personas, detonan bombas que matan y mutilan a
personas inocentes, asesinan, y lo hacen todo en nombre de la religión o
la política. El corazón del hombre no ha cambiado, ni puede cambiarse fuera de
la gracia de Dios. El griego literal para ‘enfurecían en sus corazones’ es ‘aserrados
en medio’. No hay un juicio legal, ni un intento de hacer justicia,
simplemente hay una demostración puramente diabólica (v. 54).
El contraste
entre la compostura de Esteban y la descompostura de sus enemigos, fue
extraordinaria. La necesidad de la llenura del Espíritu Santo se observa en tal
circunstancia. El enemigo fue lleno de un odio extremo, mientras que Esteban
fue lleno del Espíritu. El enemigo tuvo las peores emociones malignas, pero
Esteban se fijó en el cielo. El enemigo buscó descargar todo su veneno, pero
Esteban vio la gloria de Dios. El enemigo consiguió eliminar una víctima, pero
¡Esteban vio a Jesús de pie a la diestra del Padre! (v. 55).
Esteban no
pudo guardar silencio al ver la
gloria en su mirada y clamó, viendo la realidad de Jesús de Nazaret delante del
trono celestial (v. 56). Su exclamación fue el testimonio final de una verdad
insufrible a los oídos impenitentes de almas perdidas. Intentaron gritar más
fuerte, cerraron sus oídos al clamor de triunfo y corrieron para arrojar
piedras sobre su cuerpo para silenciar su voz (v. 57). Esteban fue a Cristo fuera
del campamento, llevando Su vituperio. El joven, Saulo de Tarso, presenció
una escena de la que jamás se olvidaría. Llegó el día cuando él abandonó todo
sentido de dignidad delante de Dios, acordándose de su aprobación del martirio
de Su siervo, Esteban. Él guardó la ropa de los asesinos mientras actuaban con la furia del infierno, y consintió
en su muerte (v. 58).
La gloria de
la visión de Jesús cuando Esteban miró al cielo, atenuó los golpes de las
piedras sobre todo su cuerpo.
Porque Jesús está presente al morir los mártires, algunos han muerto cantando.
Si recuerdo bien, Policarpo fue quemado en la hoguera, y un testigo dijo que su
cuerpo olía a pan al ofrecerse como un aroma dulce a Dios. Sí, en el
martirio es evidente lo sobrenatural, no siempre para salvar de la muerte, sino
para manifestar la presencia de Jesús en esa hora. Las piedras dieron pasaje a
Esteban a una eternidad inefable. Hemos leído que Jesús se sentó a la diestra
del Padre, pero Esteban le observó de pie. Algunos predicadores han
interpretado bien la postura del Señor en este punto, diciendo que estaba de
pie para recibir el alma de Esteban, que pronto partió para encontrarse con el
Señor. Tuvo el privilegio de dar su vida por su Rey.
Sí, la vida de
Esteban terminó clamando a Dios, porque sólo el cielo suple el poder dar un
testimonio victorioso en tiempos como estos. Su voz aun tuvo fuerzas para pronunciar
dos frases más, que procedieron del Espíritu Santo en su interior, concediéndole
el honor de presentar a Cristo en su muerte. Clamó semejante a como lo hizo
Jesús, diciendo: “Señor Jesús, recibe mi espíritu”; Jesús clamó en la
cruz: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc. 23:46). Y
entonces, sin ningún indicio de venganza hacia sus enemigos, dijo a gran voz: “Señor,
no les tomes en cuenta este pecado”; Jesús dijo: “Padre, perdónalos,
porque no saben lo que hacen” (Lc. 23:34). Si no me equivoco, solamente el
Evangelio de Lucas cuenta estos clamores que salieron de los labios de Jesús. Tenían
que ser muy significativas para Lucas al saber que Esteban pronunció las mismas
palabras también en su muerte.
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