¡Tendras que renacer! Parte cinco
VI. El último Adán… (En esta
porción, quiero dejar que los comentaristas hablen, demostrando que la nueva
creación toma su lugar en y por medio de Cristo. Como Adán fue la primera
creación, Cristo es el último, el Progenitor de una posición y calidad de vida
más alto para la raza humana. Él levantó al hombre encima del lugar dado a Adán
en el principio. Dios nunca retrocede, sino continua Su perfecto propósito
hasta que lo lleva a su plenitud o madurez.)
Barnes: “El segundo
Adán o el ‘segundo hombre’ (1 Co.15:47). Es reconocido por los comentaristas
que este termino refiere a Cristo. Parece que Cristo aquí se llama Adán por el
contraste que tiene con el primer Adán; o porque, como recibimos nuestra
naturaleza animal y moribunda de uno, así recibimos nuestro cuerpo inmortal e
imperecedero del otro. De uno recibimos una existencia animal y vital; del otro
recibimos nuestra existencia inmortal, y la resurrección de la tumba. Uno está
como cabeza sobre todos los que tienen una existencia representada por las
palabras, ‘un alma viviente’; el otro de todos los que tendrán un cuerpo
espiritual en el cielo. Él es llamado
‘El ultimo Adán’, significando que no habrá otro después de Él que afectará el
destino del hombre de la misma manera, o
que estará a la cabeza de la raza de una manera semejante a la que fue hecho
por Él y el primer padre de la raza humana. Ellos mantienen una economía
especial. El nombre ‘Adán’ no es dado referente al Mesías en otro texto, aunque
varias veces se hace una comparación entre Él y Adán.
Wiersbe: ”Un
propósito de la cruz fue para introducir una nueva creación (Gal.6:15). Esta ‘nueva
creación’ es la iglesia, el cuerpo de Cristo. La ‘creación vieja’ fue
encabezada por Adán y terminó en un fracaso. La nueva creación es encabezada
por Cristo y va a tener éxito. A los romanos, Pablo explicó la doctrina de los
dos Adán… Adán y Cristo (Ro.5:12-21). El primer Adán desobedeció a Dios y trajo
al mundo el pecado, la muerte y el juicio. El último Adán (1 Co.15:15) obedeció
a Dios y trajo la vida, la justicia y la salvación. Adán cometió un pecado y
sumergió a toda la creación en el juicio. Cristo ejercitó un hecho de
obediencia en Su muerte en la cruz, y pagó por todos los pecados del mundo. Por
el pecado de Adán, reina la muerte en este mundo. Por la victoria de Cristo,
podemos ‘reinar en vida’ por medio de Jesucristo (Ro.5:17). En otras palabras,
el creyente pertenece a una ‘nueva creación’, una creación espiritual que no
sabe nada de los defectos y limitaciones de la ‘vieja creación’ (fíjate en 2
Co.5:17).
Barnes: “Un espíritu vivificador… (eis
pneuma zōopoioun.) Un espíritu que vivifica; un espíritu que da o imparte la
vida.) No es un ser que tiene funciones vitales, o una naturaleza viva, sino un
ser que tiene el poder de impartir la vida. Esta no es algo citado de una parte
de la Escritura, pero parece que Pablo lo usó como una afirmación de algo
verdadero por su propia autoridad apostólica, o para transmitir la sustancia de
lo que fue revelado en cuanto del Mesías en el Antiguo Testamento. Puede haber
también una referencia a lo que el Salvador mismo enseñó… que Él era la fuente
de vida y que tenía el poder de impartir la vida a los que quiso y que Él dio
vida a quienes le complació. Juan 5:26: ‘Porque como el Padre tiene vida en sí
mismo, así también dio al Hijo tener vida en sí mismo.’ Juan 5:21:’Porque como
el Padre levanta y da vida a los muertos, así también el Hijo de vida a los que
quiere.’
La palabra ‘espíritu’ aquí aplicada
a Cristo, es distinguido de ‘un ser viviente’, como se aplica a Adán, y parece
ser usada en el sentido de un espíritu de vida, como para levantar a los
cuerpos de Su pueblo de la muerte, e impartir vida a ellos. Toda la que es la
vida es la creación o la producción de ‘espíritu’ (Pneuma), como se aplica a Dios Padre, o el Hijo, o el Espíritu Santo
como la fuente de toda vitalidad. Dios es un espíritu, y Dios es la fuente de
toda vida; que Él fue la fuente de toda la vida a Su pueblo. La palabra
‘espíritu’ es aplicada a Su naturaleza espiritual exaltada, distinguiéndola de
Su naturaleza humana en Romanos 1:4; 1 Timoteo 3:16; 1 Pedro 3:18.
Cuando el pecador cree en Jesucristo, el Espíritu de Dios utiliza de la
Palabra de Dios para impartir la vida y la naturaleza de Dios interiormente.
Los padres comparten su naturaleza con su nene y una persona nacida de Dios
recibe la naturaleza divina. El pecador perdido está muerto, pero el cristiano
vive, porque recibe la naturaleza divina. El pecador perdido se pudre por su naturaleza
corrompida, pero el cristiano puede experimentar una vida dinámica de
piedad, porque tiene la naturaleza de Dios adentro. La raza humana está bajo las
ataduras de la corrupción (Ro.8:21), pero el creyente posee la libertad y el crecimiento
que es una parte de la naturaleza divina.
Wiersbe (comentando también sobre 2 Co.5:14,17): “El tiempo
del verbo da el significado… ‘entonces todos murieron’. Esta verdad se explica
detalladamente en Romanos 6:1-23, identificando el creyente con Cristo. Cuando
Cristo murió, morimos con Él y en Él. Por eso, la vida vieja no tiene sus garras
en nosotros hoy: ‘Con Cristo estoy juntamente crucificado’ (Ga.2:20). Esto es
el aspecto positivo de nuestra identificación con Cristo; no solamente morimos
con Él, sino que también fuimos resucitados con él. También Él murió para que
nos involucremos en la nueva creación (2 Co.5:16-17). Nuestra nueva relación
con Cristo nos ha llevado de una relación con el mundo y el pueblo alrededor de
nosotros. Ya no vemos la vida como antes. Conocer a Cristo ‘según la carne’
quiere decir evaluarle de un punto de vista humano. Pero los ‘días de Su carne’
han terminado (Heb.5:7), porque Él ha ascendido al cielo y ahora es glorificado
a la diestra del Padre. Adán fue la cabeza de la antigua creación y Cristo (el
último Adán, 1 Co.15:45) es la cabeza de una nueva creación.”
Jamieson, Fausset and Brown: 2 Corintios 5:14 “Que si Uno murió
por todos (griego: ‘en nombre de todos’)’. Entonces la siguiente clausula sería
“entonces todos (literalmente ‘el todo’, sea para lo que Él murió) murieron’. Su
muerte quiere decir lo mismo como si todos murieran; y habiendo muerto así,
murieron al pecado y a sí mismo, para que vivieran a Dios su Redentor, a quien
desde entonces ellos pertenecen. (Ro.6:2-11; Gal.2:20; Col.3:3; 1 P.4:1-3). 2 Corintios 5:17… Como Cristo ha
entrado en su nueva vida celestial por Su resurrección y ascensión, así todos los
que están ‘en Cristo’ (significando, unido a Él por fe como el pámpano se une a
la vid) son nuevas criaturas (Ro.6:9-11). ‘Nuevo’ en el griego implica una
nueva naturaleza diferente de cualquier cosa que jamás ha existido previamente,
no quiere decir ‘recientemente’, como sería expresado por otra palabra en
griego (Gal.6:15).”
VII. Conocer a
Dios. Solamente
por medio del nuevo nacimiento puede uno tener el verdadero conocimiento de
Dios según enseña y demanda la Biblia. Es el conocimiento que viene a través de
la vinculación de naturalezas semejantes, lo que es la relación más fuerte e
intima. Tras este conocimiento es el propósito de la creación. Dios creó un ser
diferente de los ángeles, según Su imagen y semejanza. Esta relación fue
restaurado por el sacrificio de Cristo “para llevarnos a Dios”, pero no fue sólo la
restauración que Dios tenía en mente. Su propósito en el hombre nos llevó mucho
más allá de toda la potencial que tuvo Adán, a una vida superior que nos llegó
a través de Cristo. El último Adán mejoró la relación entre el hombre y Dios
por medio de Su vida, muerte y resurrección. Además de todo esto, el Espíritu
Santo nos fue dado para conducir y apoderar divinamente al nuevo hombre hacia la perfección. Jesús expresó este propósito en Su oración sumo sacerdotal al
Padre: “Ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero y
a Jesucristo, a quien enviaste.” (Juan 17:3)
Este conocimiento nunca llega a
existir sin la presciencia de Dios, quien lo tiene que iniciar, si habrá una
posibilidad de que pueda ocurrir. Pablo
enseñó a los Gálatas: “Pero ahora, conociendo a Dios, o más bien, habiendo sido
conocidos por Dios” (Gal.4:9). Jesús dijo sobre el pastor y sus ovejas, “A sus
ovejas llama por su nombre, y las saca”, entonces habló personalmente de Sus
propias ovejas: “Conozco las mías”. Pablo enseñó el mismo principio, en cuanto
del amor y el conocimiento de Dios, igual como Juan lo hizo en sus epístolas.
Para comprobar si la experiencia cristiana era auténtica o no, escribió: “Si
alguno ama a Dios, ha sido conocido por Él” (1 Co.8:3). Es de sumo importancia que tengamos
una relación con Dios, pero la cuerda más fuerte en esa relación es el
conocimiento de Dios hacia nosotros. Fíjate ahora en el sentido negativo que el
profeta falso no es condenado, porque no conoce a Dios, sino ¡porque Dios no le
conoce a él!: “Nunca os conocí, ¡Apartaos de mí, hacedores de maldad!” (Mt.7:23). Puedes ver el mismo principio
obrando en la historia de los cinco vírgenes en Mateo 25:12: “No os conozco”. Finalmente, “Después que el amo de casa
se levante y cierre la puerta, aunque comencéis a golpear por fuera la puerta,
diciendo, ‘Señor, ¡ábrenos!’, os responderá diciendo: ‘No sé de dónde sois… ¡Apartaos de mí todos los hacedores de
iniquidad!’” (Lucas
13:25,27).
En cada caso, ves, el factor que
decide en el juicio contra el acusado fue que Dios no tenía conocimiento de él.
Una relación verdadera entre Dios y el hombre siempre empiece con Dios… mi
naturaleza tiene que ser compatible con la de Dios. Tiene que ocurrir una
regeneración, para que ocurra una reconciliación. Tiene que haber más que el
perdón y el lavamiento de pecado. No es suficiente, porque el viejo hombre
volverá a su viejo estilo de vida. Tiene que acontecer un cambio de naturaleza,
la muerte al hombre viejo y la vida resucitada creando un nuevo hombre, y esta
obra sólo Dios puede hacer.
No hay una chispa de vida en el
hombre. No quiere a Dios y no persigue las cosas de Dios. Es totalmente
degenerado, sin esperanza de la reconstrucción. No le hace falta un reparador,
un mecánico, un jardinero paisajista, una renovación o un estiramiento facial.
El viejo tiene que morir y la nueva vida tiene que entrar. Nada menos
construirá una obra eterna.
Veremos que Moisés habló de este
gran problema inherente en la nación de Israel antes de entrar en la tierra
prometida: “Pero hasta el día de hoy, Jehová no os ha dado corazón paa
entender, ni ojos para ver, ni oídos para oír” (Dt.29:4). Cuando la historia vieja testimentaria
llegó a su terminación y la cautividad estuvo delante de ellos, el profeta
Jeremías reiteró esta falta básica y letal en la fibra nacional: “¡Oíd ahora
esto, pueblo insensato y sin corazón, que tiene ojos y no ve, que tiene oídos y
no oye!” (Jer.5:21). Por eso, como hemos mencionado
anteriormente, Jeremías, Ezequiel, y el apóstol Pablo, también, profetizaron de
un día venidero, cuando todo Israel sería salvo. Tendría que ocurrir una
resurrección nacional a la vida espiritual.
Referimos un poco antes al propósito
de la creación, cuando Dios hizo al hombre en Su imagen y su semejanza (Gé.1:26,27). Abraham fue elegido de Dios, para
que fuera el padre de los que creen: “Recibió la señal de la circuncisión como
evidencia de la justicia de la fe de cuando estaba en la incircuncisión, para
que él sea padre de todos los que creen sin estar circuncidados… la descendencia, no sólo
para la que es de la ley, sino tajmbíen para la que es de la fe de Abraham, el
cual es padre de todos nosotros.” (Ro.4:11,16). Abraham
fue justificado por la fe y “sin fe es imposible agradarle…" (Heb.11:6). El deleite de Dios es la fe y por la
fe, la intimidad con Él es asegurada. El Rey Josafat reconoció que Abraham ganó
la amistad con Dios: “¿No arrojaste Tú, oh Dios nuestro, delante de tu pueblo
Israel, a los habitantes de esta tierra, y la diste para siempre a la simiente
de tu amigo Abraham? (2 Cr.20:7). Sin embargo es el Dios mismo, asombroso
y omnipotente, el Magistrado incomparable y celestial, el Rey infinito y eterno sobre todo, quien
llama a este Abraham, mortal y finito, “Abraham, Mi amigo” (Is.41:8). ¡Esta es una confesión increíble!
Sin embargo, cuando Dios se hizo
hombre y habitó entre nosotros, levantó el hombre a una esfera nunca antes
alcanzado. Cuando Dios habló a nosotros directamente por medio de Su Hijo, Él
demostró que no solamente tenemos a Abraham para nuestro padre, sino
que por medio del nuevo nacimiento, Él compartiera con nosotros la misma intimidad
de que se gozó Abraham: “Nadie tiene mayor amor que éste, que uno ponga su vida
por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que Yo os mando. Ya no
os llamo siervos, porque el siervo no sabe qué hace su señor; pero os he
llamado amigos, porque todas las cosas que oí de mi Padre, os las di a conocer”
(Juan 15:13-15).
El hombre que escribió estas
palabras fue el amado discípulo que reclinó sobre su pecho. Me parece que
escribió su Evangelio con el propósito de abrir la puerta de la intimidad a su
lector, quien creyera y entrara a la vida en Cristo. Demostró, desde el primer
versículo de su libro, que había una comunión divina antes del principio de
todas las cosas, cuando dijo que “el Verbo estaba con Dios… en un principio
Éste estaba ante Dios.” Juan es el único que conservó para nosotros la oración
íntima entre el Padre y el Hijo, al decir, entre un tesoro de otras verdades no reveladas anteriormente, “Para que todos sean uno como Tú, Padre, en mí, y Yo
en ti; que también ellos estén en Nosotros, para que el mundo crea que Tú me
enviaste” (Jn.17:21).
Este es el versículo preferido de la gente con una mentalidad ecuménica,
pero en verdad, no hay nada en esta oración sobre un esfuerzo entre creyentes
de lograr tener la unidad entre ellos mismos, pero tiene que ver con la posibilidad que el
creyente pueda tener unidad con Dios. El que lo posea es unido por la
naturaleza con todos los otros que tienen la misma vida de Cristo en ellos.
Esta cercanía a Dios, junto con los atributos divinos manifestados en la vida
de un discípulo, provocará al mundo creer en Cristo: “Yo en ellos y Tú en mí”, Jesús
siguió orando, y así demostró la esencia de la unidad… sea, que la unidad viene
por la presencia de Cristo en todos los verdaderos creyentes y finalmente
expresó este deseo: “Para que el mundo conozca que Tú me enviaste, y los amaste
a ellos como me amaste a mí. Padre, aquello que me has dado, quiero que donde
Yo estoy, también ellos estén conmigo, para que contemplen mi gloria que me has
dado, porque me amaste antes de la fundación del mundo… para que el amor con
que me amaste esté en ellos, y Yo en ellos” (Juan 17:23,24,26). Aquí expresó la intimidad
última y eterna que empiece cuando el alma humana cree en Jesús. Entonces, por
un hecho sobrenatural de Dios, él nace de nuevo, es hecho un hijo de Dios, y
entra en este relación intima que no tiene fin.
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