La amenaza de Asiria
12. Un estudio expositivo de Isaías, capítulo 10.
Asiria,
enemigo de Israel, era una potencia muy importante en la historia mundial.
Derrotó al reino norteño de Israel y estuvo próximo a Jerusalén para derribarla
en el tiempo del rey Ezequías. Verás en el mapa que Judá, incluso Jerusalén, no
están en el imperio asirio. Puedes notar que es la única nación del medio
oriente que no se rindió a sus ejércitos. Lo que tenemos en este capítulo es la
profecía de Isaías de los eventos relacionados con Asiria, prontos a acontecer,
con la intención de fortalecer a Judá contra la amenaza. De la misma manera, la
palabra del Señor y las promesas seguras del Omnipotente fortalecen a Su pueblo
hasta el día de hoy.
Justicia y defensa para
los necesitados
El capítulo
10 empieza con algunas quejas por parte de Dios contra los sistemas legislativos
y judiciales de Judá. Él les llama la atención por las leyes malvadas y las decisiones
injustas hechas por los jueces (vs.1-2). Dios toma en cuenta estas cosas a
cualquier nación, pero especialmente a la que es llamada “Su pueblo”. No tolera
que los derechos de los pobres sean ignorados y no ejecutados. Los necesitados
no tienen manera de reclamar tales derechos y les faltan medios para poder
defenderse cuando son acusados falsamente. Dios se preocupa grandemente por los
huérfanos y las viudas, y los abusos del gobierno de Judá contra ellos son las
razones principales por las que el juicio ya está determinado por Dios. “Padre de huérfanos y protector de viudas
es Dios en su santa morada” (Sal.68:5).
En la
economía de Dios, los deberes humanitarios de la iglesia se llevan a cabo de
una manera ordenada y justa, para que los recursos alcancen a los que son
verdaderamente necesitados. Fíjate en las instrucciones de Pablo a Timoteo: “Honra a las viudas (las realmente viudas)…
Ahora bien, la que es realmente viuda y ha quedado sola, tiene puesta su
esperanza en Dios, y persevera en súplicas y oraciones noche y día… Sea
incluida en la lista la viuda no menor de sesenta años, mujer de un solo
marido, aprobada por buenas obras; Si crió hijos, si mostró hospitalidad, si
lavó los pies de los santos, si socorrió a los afligidos, si se dedicó a toda
buena obra… Si alguna creyente tiene viudas, manténgalas, y no sea gravada la
iglesia, a fin de que ayude a las que realmente son viudas (1 Ti.5:3-16). La
iglesia no era un sistema de beneficios sociales para los que eluden las responsabilidades
familiares o falta de entrega a Dios.
Sea como
sea, Dios defiende a los indefensos (v.3) y, tarde o temprano, prevalecerá la
justicia. Sería interesante poder conocer las múltiples maneras en las que el
juicio cae sobre la sociedad hoy en día por las razones que ya hemos
considerado. A veces el castigo es obvio, otras, es más sutil; a veces cae
inmediatamente, otras, aumenta y gana fuerzas para un tiempo futuro. Alguien puso
el ejemplo de un tirachinas que se estira lentamente para ilustrar lo que
parece ser una demora del juicio de Dios. El científico Newton definió una ley
de la moción: Para cada acción hay una
reacción opuesta e igual. Cuanto más se estire el tirachinas más fuerte será
la propulsión y el impacto.
Asiria, vara de la ira
de Dios
El rey de Asiria, Senaquerib, sentado en su trono |
Dios
utiliza los asuntos que pasan en el mundo, considerando a su pueblo, para disciplinarle,
fortalecerle y hacerle avanzar. En Su sistema de justicia, utiliza naciones
enteras como ejecutoras. En el caso de Israel, será “Asiria, la vara de mi ira” (v.5). Por no vivir y actuar en el
temor de Dios, Él le abandona a su ruina, y la muerte y el cautiverio están por
delante (vs.3-4). En el capítulo 9 se menciona dos veces que después de un
juicio parcial Su ira aún no se ha aplacado. No obstante, al final de todo se
derramará completamente, o bien en el Calvario o en las llamas del infierno. Ahora,
en el capítulo 10, volvemos a leer de una ira no aplacada. La ira de Dios es un
asunto asombroso y digno de temor en los corazones de un pueblo hipócrita y
desviado. “Una nación infiel”, les llama, “el pueblo de mi ira” (v.6), despojado y pisoteado.
Estamos aprendiendo los caminos de Dios
y por eso tenemos que prestar mucha atención. “Hijo mío, no tengas en poco la disciplina del Señor, ni desmayes
cuando seas reprendido por Él. Porque el Señor al que ama disciplina, y azota a
todo el que recibe por hijo” (He.12:5-6, citando Pr.3:11-12). Oh sí, amado
lector, tenemos razones para temer la vara del Padre en este tiempo del Nuevo
Testamento. Esa vara puede adoptar muchas formas y no la debemos limitar a lo
que nosotros preferimos. Él la utilizará de la forma necesaria para llevar a
cabo el efecto deseado en nuestras vidas.
Sin embargo, Asiria no es consciente de que
ella no es nada más que una herramienta de Dios (v.7). Tiene sus propias metas
de destrucción y conquista. Mientras cae nación tras nación, sus príncipes o
ministros gobiernan sobre ellos (v.8). Al presentarse ante un nuevo oponente, Asiria
se jacta de su propio poder y se anima por las victorias del pasado (v.9). El
hecho de haber desaparecido las fronteras nacionales para crear un solo
imperio, lo atribuyen a su sabiduría y fuerza (v.13). Ha acumulado los tesoros
de otros países fácilmente… “como
cualquiera recoge huevos abandonados, así he recogido yo todos los tesoros de
la tierra”, dice (v.14).
Asiria no puede ver algo más allá de la
fuerza de sus ejércitos y categoriza a Jerusalén entre las naciones paganas e
idólatras (vs.10-12). Veremos más tarde la misma mentalidad en sus
negociaciones con Ezequías en Jerusalén. Lo que puede producir mucho temor
entre los judíos, sobre la capacidad de Asiria para derrotarles, es el hecho de
que la nación hermana al norte (representada por su ciudad capital, Samaria)
también ha caído.
Sin embargo, Dios nunca pasa por alto la
arrogancia. Ahora, en el texto, deja de hablar del castigo de Su pueblo y torna
Su atención hacia el opresor, utilizado para ejecutar el castigo. Declara
claramente que Asiria es “el hacha, la sierra, y la vara” (v.15). Dios es quien
maneja estas herramientas por Su poder y autoridad, y ha levantado a Asiria
para Sus propósitos. Es común en las Escrituras ver que los ejércitos que han servido
para disciplinar a Israel, más tarde son destruidos por no haber dado la gloria
a Dios; su odio y violencia contra Su pueblo excedió Sus intenciones.
La caída humillante de Asiria
Vamos a ver cómo el
Señor humilla a Asiria, atacando y debilitando las fuentes más fuertes de su
orgullo: “El Soberano, Jehová de los
ejércitos, enviará debilidad sobre sus robustos, y debajo de su gloria
encenderá una hoguera como ardor de fuego… la gloria de su bosque y de su campo
fértil consumirá totalmente” (vs.16,18). En su caída podemos ver una
manifestación del principio divino, declarado por el apóstol… “para que ninguna carne se jacte delante de
Dios” (1 Co.1:29).
En el versículo 17,
Isaías escribe de la luz de Israel y su Santo, que destruirá Asiria en un
día. El Señor considera todo su poder como “cardos, espinos, abanderado en
derrota, y tan reducido en número” que podría ser contado por un niño pequeño
(v.19). Esto aconteció en un solo día, exactamente como está escrito. Más
adelante, al contar la historia de Ezequías, veremos los detalles.
La nación que está bajo
la amenaza de un poder más fuerte que ella, a menudo acaba comprometiéndose con
él, como sucedió con Israel varias veces en la última parte de su historia en
el Antiguo Testamento. Una vez conquistada, se rendirá en dependencia a manos
de sus vencedores. Sin embargo, el remanente de Israel que regresa del
cautiverio determinará no volver a estar nunca más indefenso ante sus
agresores. En este siglo, el primer ministro de Israel, ha jurado que jamás
sucederá otro holocausto. Si nadie apoya a Israel, ellos solos se defenderán.
Como nunca en su historia, hoy en día tienen la obligación de depender del Dios
de Israel. La profecía de Isaías está delante de ellos en el Santuario del
Libro de Jerusalén, y la visión de Isaías, en el capítulo 6, provocó el título
que él mismo dio a Aquel que vio alto y
sublime sobre Su trono. Los serafines clamaron: “Santo, santo, santo”, e
Isaías le llama el Santo de Israel (v.20).
“El remanente volverá… al Dios fuerte” (v.21). Como ellos se vuelven a Dios, Él
les librará del cautiverio y dependerán de Él. Dios ha determinado un juicio
justo después del cual solamente una minoría sobrevivirá (v.22). El temor de
Dios ha caído sobre el remanente y por eso ya no tienen por qué temer a Asiria
(vs.23-24), ni a cualquiera de los poderes mundiales sucesores. El salmista
escribió: “El temor del Señor es limpio,
que permanece para siempre” (Sal.19:9). Su temor es sano y da eterna
sanidad al alma, no como el temor a los hombres, que pone lazo y tormenta. Otro
Salmo asegura: “Me castigó gravemente el
Señor, más no me entregó a la muerte” (Sal.118:18).
La indignación contra Su pueblo llega a
aplacarse y se volverá contra sus enemigos (v.25). Dos veces en este capítulo,
Isaías compara Asiria con Egipto; la liberación de Faraón y la liberación de
Asiria (vs.24,26). Jeremías escribió acerca de dos grandes obras del Dios de
Israel, una en el principio de su historia y otra al final del Antiguo
Testamento: “He aquí vienen días, dice
el Señor, en que no se dirá más: Vive Jehová, que hizo subir a los hijos de
Israel de tierra de Egipto; sino: Vive Jehová, que hizo subir a los hijos de
Israel de la tierra del norte, y de todas las tierra adonde los había arrojado;
y los volveré a su tierra, la cual di a sus padres” (Jer.16:14).
El Dios de la restauración y esperanza
Dios es el Dios de la restauración y
esperanza para los que le temen. En el versículo 26 se menciona otra victoria;
la de Gedeón sobre Madián y el rey Oreb (Jue.7:25). Estos eventos históricos sirven
contra el peligro venidero como puntos de referencia, demostrando la fidelidad
de Dios hacia Israel. Aparentemente, existe una gran dificultad en la
interpretación del versículo 27: “Acontecerá
en aquel tiempo que su carga será quitada de tu hombro, y su yugo de tu cerviz,
y el yugo se pudrirá a causa de la unción”. Lo que no puede ser disputado en este versículo es que Dios
promete que van a ser liberados de Asiria, y éste es el punto principal. Ahora
Asiria está tiranizando a Judá, pero la manera que Dios usará para librarles puede
ser otra referencia al Mesías ungido, el Cristo. También puede significar que,
como Israel es la posesión ungida y separada para Dios, Él romperá su yugo por
la robustez de esa unción, es decir, el yugo se pudrirá por la robustez de la unción
sobre ellos. De todas maneras, este versículo se puede aplicar a algo que es
más que solamente la opresión del asirio, a una liberación espiritual para
todos los que temen al Señor.
Ahora vemos cómo el ejército enemigo se
aproxima, llegando al norte de la tribu de Benjamín, al pueblo de Ajat (Hai en
tiempo de Josué), y después a Migrón y a Micmas, 15 kilómetros al norte de
Jerusalén (v.28). Allí Asiria revisa sus armas y se prepara para el ataque. Los
próximos pueblos, Ramá y Gabaa son de Benjamín, conocidos desde el día de Saúl
(v.29). Por delante marcha el ejército, siempre más cerca, y un grito de alarma
se levanta en Galim y Lais. Luego llega a Anatot, solamente a 5 kilómetros de
Jerusalén (v.30). Madmena y Gebim (ambos desconocidos para nosotros) son
evacuados (v.31). En Nob, la ciudad de los sacerdotes, donde David fue recibido
mientras huía de Saúl, es donde se para el ejército, tan cerca que el asirio
levanta el puño desafiando a Sion, la colina de Jerusalén (v.32).
Arqueros asirios |
En ese lugar, con sus
ojos fijos en la meta, el ejército enemigo se encuentra con el Señor, el Dios
de los ejércitos, como se había predicho en los versículos del 16 al 18. Él “desgajará el ramaje con violencia” (v.33)
de “la gloria de su bosque” (v.18). “Sus robustos” (soldados… v.16), “los árboles de gran altura serán cortados,
y los altos serán humillados”. Aquí
entra una comparación entre el Líbano, famoso por sus hermosos bosques, y las
fuerzas de Asiria, como un bosque magnífico. Pero Dios, el Poderoso, lo cortará
(v.34).
El consuelo y la
esperanza de Judá están en la palabra del profeta, de la misma manera que
nuestro futuro está seguro por la Palabra de Dios, que vive y permanece para
siempre. Sus promesas son más seguras que las armas de defensa de cualquiera
nación. Él es el Señor de los ejércitos y cada uno de nuestros enemigos caerá,
como cayó el ejército poderoso de Asiria frente a Jerusalén. Estudiaremos los
detalles en el capítulo 36.
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