Entradas Recientes
Lowell Brueckner

Ingrese su dirección de correo electrónico:


Entregado por FeedBurner

Llevados por la fe, 2a parte

Etiquetas:

 (Un estudio expositivo del libro de Hebreos)


Capítulo 11 (segunda parte)  

 21.  Por la fe Jacob, al morir, bendijo a cada uno de los hijos de José, y adoró apoyado sobre el extremo de su bordón.

22.  Por la fe José, al morir, mencionó la salida de los hijos de Israel, y dio mandamiento acerca de sus huesos.

23.  Por la fe Moisés, cuando nació, fue escondido por sus padres por tres meses, porque le vieron niño hermoso, y no temieron el decreto del rey.

24.  Por la fe Moisés, hecho ya grande, rehusó llamarse hijo de la hija de Faraón,

25.  escogiendo antes ser maltratado con el pueblo de Dios, que gozar de los deleites temporales del pecado,

26.  teniendo por mayores riquezas el vituperio de Cristo que los tesoros de los egipcios; porque tenía puesta la mirada en el galardón.

27.  Por la fe dejó a Egipto, no temiendo la ira del rey; porque se sostuvo como viendo al Invisible.

28.  Por la fe celebró la Pascua y la aspersión de la sangre, para que el que destruía a los primogénitos no los tocase a ellos.

 

La fe vio al Invisible

 En el versículo 20, vimos como Dios cambió la situación e Isaac no hizo su voluntad, sino que llevó a cabo el propósito del Señor por la fe. Insisto, Dios da la fe para que Su voluntad sea hecha por medio de seres humanos. Jacob aprendió bien la lección y, cuando tuvo que bendecir a los hijos de José, no lo hizo como José esperaba.

 

 José fue un hombre fiel al que Dios dio autoridad y poder, pero ningún hombre va a aconsejar o decir al gran Arquitecto de la historia de la humanidad como debe actuar en cualquier situación. José trajo a sus dos hijos ante su padre para que recibiesen la bendición de manera ordenada. El hijo mayor, Manasés, estaba a la derecha de Jacob para recibir la bendición más grande, de acuerdo a su primogenitura. Efraín estaba a la izquierda. La acción que sigue, me hace sonreír, porque sorprende al hombre con sus ideas, que tan firmemente cree correctas, pero que en unos segundos son destruidas por la sabiduría infinita del Señor. En este caso, considero graciosa la soberanía de Dios. Jacob dejó a un lado la cultura del Medio Oriente y las expectativas del gran aristócrata de Egipto, sencillamente por el hecho de cruzar sus manos, poniendo la diestra sobre la cabeza de Efraín y la mano izquierda sobre la de Manasés.

 José protestó, pero su padre le respondió con benignidad: “Lo sé, hijo mío, lo sé; también él vendrá a ser un pueblo, y será también engrandecido; pero su hermano menor será más grande que él, y su descendencia formará multitud de naciones” (Gé.48:19). La historia de la raza hebrea confirma que la profecía fue cierta. Jacob adoró apoyado sobre el extremo de su bordón. El bordón o bastón era el cetro del patriarca hebreo y, en su vejez, se apoyó y dependió de este símbolo con más confianza que nunca. Fue un acto de adoración,  símbolo de su determinación de dirigir a su familia en la voluntad eterna del Dios de Abraham, Isaac y Jacob. Por eso, por la fe, Jacob… y José, Manasés y Efraín… son dirigidos hacia la voluntad de Dios (v:21). Es un privilegio poder poner nuestro futuro en las manos de Dios para que haga lo que Él quiera.

 En cuanto a José, toda su vida fue un testimonio de su amor y honor para su Dios, quien se le reveló cuando era joven. No vaciló en su vejez en cuanto a la esperanza de juntarse con su pueblo, incluyendo a su padre, en el paraíso. Escucha las palabras de fe, dirigidas a una generación futura, de un hombre con un alumbramiento extraordinario sobre el plan de Dios: “Yo voy a morir; mas Dios ciertamente os visitará, y os hará subir de esta tierra a la tierra que juró a Abraham, a Isaac y a Jacob” (Gé.50:24). A esta misma generación le dio órdenes de llevar su cadáver embalsamado, desde Egipto a la Tierra Prometida. Quiso resucitar allí (v:22).

 El comentario de Jamieson-Faucett-Brown menciona algo muy interesante sobre la muerte de Cristo en Mateo 27:52: “Se abrieron los sepulcros, y muchos cuerpos de santos que habían dormido, se levantaron”. “Estos santos dormidos eran creyentes del Antiguo Testamento que se levantaron a una vida resucitada en el momento que el Señor murió… Fue una resurrección de una vez para siempre a la vida eterna; y así no hay porqué dudar que ellos acompañaron al Señor a la gloria…” También comenta Matthew Henry: “Es más conveniente al honor de Cristo y al de los santos, suponer, aunque no es posible asegurarlo totalmente, que ellos se levantaron como Cristo, para no morir jamás, y por eso ascendieron con Él a la gloria”. También este es mi punto de vista. Cuando Cristo ascendió al cielo, “llevó cautiva una hueste de cautivos” (Ef.4:8, LBLA), cautivos librados de la tumba, cuerpo, alma y espíritu con Él. El salmista vio una gran procesión y una voz que clamaba: “Alzad, oh puertas, vuestras cabezas, alzaos vosotras, puertas eternas, para que entre el Rey de la gloria. ¿Quién es este Rey de gloria? Jehová el fuerte y valiente, Jehová el poderoso en batalla” (Sal.24:7-8).

 Los padres de Moisés, Amram y Jocabed, también fueron llevados por la fe de Dios, que vio en su bebé algo que ellos no vieron; un gran libertador. Lo que ellos vieron fue su hermosura y, por este motivo, salvaron su vida, no temiendo la ley de Faraón: “Echad al río a todo hijo que nazca, y a toda hija preservad la vida” (Éx.1:22). La verdad es que Dios dio sabiduría a Jocabed, quien, obedeciendo al mandato de echar a su hijo al Nilo, primeramente, le puso en una pequeña arquilla que construyó para él.

 El testimonio de Moisés, escrito por el Espíritu Santo, es poderoso. El niño hebreo, criado por la hija de Faraón, llegó a ser un príncipe egipcio. Sin embargo, la obra del Señor en el corazón humano es más fuerte que la influencia que lo rodea y, por eso, Moisés rehusó gozar de sus privilegios reales (v:24). La elección fue entre los placeres pecaminosos del palacio egipcio, asiento del imperio más majestuoso del mundo antiguo, y el oprobio de una nación de esclavos. Por la fe, Moisés eligió lo último… sólo la fe de Dios haría algo así (v:25). Por favor, aprecia la gloriosa explicación que sigue.

 En este tiempo de la vida de Moisés, Cristo le fue revelado, y mucho más tarde, profetizó que Dios le levantaría en medio de ellos (Dt.18:15). Moisés rehusó lo mejor del mundo… los tesoros de Egipto… prefiriendo lo peor que un discípulo de Cristo puede experimentar; persecución, maltrato y vituperio. Lo peor que uno puede recibir en el Reino de Dios es un galardón más grande que los deleites del reino de los hombres. Otra vez, solamente la fe puede elegir de esta forma, y Dios dio fe a Moisés para guiarle a hacer Su voluntad. No se trataba únicamente de la liberación de Israel o su viaje hacia la Tierra Prometida. El Espíritu de Cristo en él vio Su día venidero y, por causa de Él, eligió Su vituperio (v:26).

 El Espíritu de Dios hizo que el escritor viera que lo que hizo huir a Moisés de Egipto no fue el temor a Faraón, sino un llamado por la fe. “Se sostuvo como viendo al Invisible”, y tuvo la paciencia de que Juan escribió en el libro de Apocalipsis: “Yo Juan, vuestro hermano, y copartícipe vuestro en la tribulación, en el reino y en la paciencia de Jesucristo” (Ap.1:9). Moisés fijó los ojos de su corazón en el Jesús invisible, y esta fe es la que le llevó a través de 80 años de pruebas y experiencias en el desierto (v:27).  

 Él dirigió a los israelitas en su primera pascua, por la fe, dándoles instrucciones detalladas de cómo hacerla, apuntando al poder salvador y libertador de la sangre del Cordero de Dios, por medio de la cruz. Así, el destructor no podía tocar a los primogénitos de Israel, al tomar la vida de cada uno de los egipcios. Cuando la sangre fue rociada en los dinteles, el destructor no podía pasar por la puerta (v:28). En los tiempos del Nuevo Testamento vemos claramente que, “Aquel que fue engendrado por Dios le guarda, y el maligno no le toca… el Hijo de Dios ha venido, y nos ha dado entendimiento” (1 Jn.5:18, 20).

 29.  Por la fe pasaron el Mar Rojo como por tierra seca; e intentando los egipcios hacer lo mismo, fueron ahogados.

30.  Por la fe cayeron los muros de Jericó después de rodearlos siete días.

31.  Por la fe Rahab la ramera no pereció juntamente con los desobedientes, habiendo recibido a los espías en paz.

32.  ¿Y qué más digo? Porque el tiempo me faltaría contando de Gedeón, de Barac, de Sansón, de Jefté, de David, así como de Samuel y de los profetas;

 

La fe es para los débiles, indefensos, y con menos probabilidades

 Lo que daba vida a los hijos de Israel, mataba a los egipcios, tanto en la Pascua como en el cruce del Mar Rojo. Ellos fueron llevados por la fe a través del Mar Rojo (v:29). Debido a las plagas, los israelitas escaparon del juicio y fueron una luz a las naciones para que supieran  lo que significaba estar bajo el cuidado del Creador. Incluso en el caso de la disciplina de Dios a sus hijos, Pablo enseña que “siendo juzgados, somos castigados por el Señor, para que no seamos condenados con el mundo” (1 Co.11:32). Su disciplina es para nuestro bienestar y aprenderemos más de ella en el siguiente capítulo. 

 La fe proveyó un camino en el mar, e igualmente, la fe derribó los muros de una gran ciudad sin necesidad de ningún artilugio. El centurión romano tuvo razón; la obediencia a la Autoridad más alta hizo que una palabra de Cristo devolviese la salud a un cuerpo severamente enfermo. Siguiendo, expresamente, las instrucciones del Señor, los muros de Jericó cayeron al sonar de las trompetas. El número siete es el número perfecto de la obra de Dios y, cuando los israelitas completaron el circuito de Jericó por séptima vez, Dios hizo Su obra perfecta (v:30).

 A continuación, tenemos la maravillosa y, a la vez, misteriosa obra de fe de una prostituta idólatra de Jericó. Ella escuchó, tuvo temor, creyó, y obró para llevar a cabo los propósitos de Dios; a ella le fue dada una heredad eterna. Como sus conciudadanos de Jericó, “el temor de vosotros ha caído sobre nosotros… hemos oído que Jehová hizo secar las aguas del Mar Rojo delante de vosotros… y lo que habéis hecho a los dos reyes de los amorreos” (Jos. 2:9-10). La diferencia entre esta mujer y los demás ciudadanos de Jericó, es que ella creyó que el Creador, el Guardián del cielo y la tierra, era un Dios de misericordia. Ella trató con benignidad a los espías de su enemigo y los hizo jurar por el Dios misericordioso que la tratarían con misericordia, también a su familia. Ellos prometieron tratarla como ella los trató, y así lo hicieron. Dios hizo una obra santificadora en su vida; en el futuro, se convirtió en la esposa fiel de un hombre prominente de la tribu de Judá. A través del matrimonio entró a formar parte de esta tribu, siendo así beneficiaria de las promesas mesiánicas, y convirtiéndose en una antepasada de Cristo, como enseña la genealogía de Mateo. Su nombre es honrado allí, aquí y en el libro de Santiago. Por la fe, su nombre está escrito en el Libro de la Vida Eterna del Cordero (v:31).

 La fe es la energía divina y el poder necesario para llevar a cabo la obra sobrenatural de Dios. El escritor solamente menciona los nombres de otras personas llevadas por la fe… Gedeón, el menos probable en la casa de su padre, que fue la menos importante en las familias de Manasés. Su ejército fue reducido de 32.000 hombres a 300, para que la fe pudiera traer una victoria poderosa contra un ejército de diez miles. El escritor menciona a Barac, que, junto a la profetisa, Débora, y otra mujer, llamada Jael, recibió el crédito por haber matado al general campeón de Canaán. El Espíritu Santo aquí concede un honor merecido a Barac. Jefté fue el hijo ilegítimo de una prostituta, que también ganó una victoria para Israel. Sansón perdió sus dos ojos antes de que la fe le moviese para destruir al mayor número de nobles filisteos que jamás hubiese matado durante toda su vida. Incluso, el rey David y el profeta Samuel, simplemente son nombrados en este capítulo. Ni siquiera intentaré resumir brevemente sus historias, que ocupan una porción mayor en la historia de Israel. Todos los profetas, mayores y menores, son reducidos a una palabra en este resumen de los que fueron llevados por la fe, y así lo dejaré. 

  

33.  que por fe conquistaron reinos, hicieron justicia, alcanzaron promesas, taparon bocas de leones,

34.  apagaron fuegos impetuosos, evitaron filo de espada, sacaron fuerzas de debilidad, se hicieron fuertes en batallas, pusieron en fuga ejércitos extranjeros.

35.  Las mujeres recibieron sus muertos mediante resurrección; mas otros fueron atormentados, no aceptando el rescate, a fin de obtener mejor resurrección.

36.  Otros experimentaron vituperios y azotes, y a más de esto prisiones y cárceles.

37.  Fueron apedreados, aserrados, puestos a prueba, muertos a filo de espada; anduvieron de acá para allá cubiertos de pieles de ovejas y de cabras, pobres, angustiados, maltratados;

38.  de los cuales el mundo no era digno; errando por los desiertos, por los montes, por las cuevas y por las cavernas de la tierra.

39.  Y todos estos, aunque alcanzaron buen testimonio mediante la fe, no recibieron lo prometido;

40.  proveyendo Dios alguna cosa mejor para nosotros, para que no fuesen ellos perfeccionados aparte de nosotros.

 

 Algunos, conquistaron, otros sufrieron por la fe

 Los próximos cuatro versículos hablan de los triunfos de la fe. ¿En verdad conquistaron reinos? La Biblia habla de, al menos, dos imperios conquistados por el pueblo de Dios. Egipto, por supuesto, fue humillado y prácticamente destruido por las plagas del Dios de Israel. El pequeño reino de Judá detuvo el ataque del poderoso imperio asirio y fue la única nación del Oriente Medio que mantuvo su independencia. En una noche, 185.000 soldados asirios resultaron muertos al rodear Jerusalén. Es un hecho que, no solamente la historia bíblica, sino también la historia secular, relata. Después, el rey, Senaquerib, fue matado por sus propios hijos, al estar adorando en el templo de su dios (Is.37:35-38).

 Obrando de parte de Dios, cuyo reino es de justicia, los hijos de Israel destruyeron la idolatría pagana y establecieron una nación que honró a Jehová y Su ley. Ellos vencieron la crueldad y las obras sin sentido de gente maligna, levantando en su lugar un reino que favoreció a los pobres y a los débiles, a las viudas y a los huérfanos. Sirvieron a un Dios que podía ver el futuro y honró Su palabra al cumplir la profecía. Fue Daniel, precisamente, que tapó bocas de leones por confiar en Su Dios, a quien conocía y a quien constantemente él oraba (Dn.6:10-23).

 Tres de los compañeros de Daniel apagaron fuegos impetuosos por fe, y el eterno Hijo de Dios vino a rescatarles del horno de Nabucodonosor. Ni un pelo de su cuerpo fue quemado, ni olor de humo se halló en sus ropas (Dn.3:16-27). ¡Cuantas veces los libró el Señor e hizo que las espadas de sus enemigos se volvieran contra ellos mismos! Las historias son numerosas. Ya, desde el Antiguo Testamento, es un principio espiritual que el poder de Dios se manifiesta en la debilidad humana. Otra vez, los relatos son numerosos. Las historias de los oficiales del ejército de David cuentan de aquellos que por la fe de Dios peleaban valientemente contra un sinnúmero de enemigos (2 S.8-39). Gran número de ejércitos que se habían reunido contra Israel, huyeron de ellos, por la fe. 

 La viuda de Sarepta fue muy benigna, dando de comer a Elías durante una gran hambruna; después su hijo enfermó y murió. Entonces, Elías clamó al Señor, quien devolvió la vida al niño (1 R.17:17-24). De igual manera, Eliseo, levantó de la muerte al hijo de la sunamita (2 R.4:18-37).

 En medio del versículo 35, la historia cambia, hasta el versículo 38, hablando de los que, por el poder de la fe, recibieron gracia para estar firmes en el sufrimiento, e incluso pagar el sacrificio supremo de dar sus vidas para la gloria de Dios. Warren Wiersbe relata lo siguiente: Visitando el hospital, encontré a una paciente acostada en la cama, llorando. Me mostró un libro que recibió por correo. Alguna persona anónima escribió en la guarda (página en blanco del principio de un libro) “Lee este libro – te dará fe para que seas sanada”. YO, PERSONALMENTE, HE EXPERIMENTADO el toque milagroso de Dios en mi cuerpo, cuando otros pensaban que seguramente moriría. Yo sé que Dios sana. Pero el escritor de Hebreos escribe del hecho de que muchos desconocidos, hombres y mujeres de la fe, no fueron librados de sus circunstancias difíciles, de hecho, requiere más fe sostenerse en el sufrimiento que escapar. Yo también he visto a creyentes enfermos o sufriendo de otras aflicciones, lastimados por las buenas intenciones de “expertos de la super-fe”, que piensan que saben exactamente lo que es la voluntad de Dios para todas las personas. Aparentemente, no han tomado en serio esta porción de las Escrituras.

 En Mateo 21:33-41, Jesús habló una parábola que fue respaldada por hechos, acerca de unos labradores que golpearon, mataron, y apedrearon a los siervos que les habían sido enviados. Desde el tiempo de José, leemos de siervos del Señor que fueron maltratados y encarcelados. La fe les mantuvo, esperando una vida mejor en la resurrección de sus cuerpos, algo que era más importante para ellos que comprometer la fe para escapar de la muerte. La tradición cuenta que Isaías fue aserrado en dos y, el versículo 37, describe el martirio de varias formas. Otros, rechazados por la sociedad, fueron vestidos toscamente con pieles de oveja o cabra. El Espíritu Santo recuerda que fueron pobres, angustiados y maltratados.

 Dios consideró que el mundo no era digno de tales personas, como parte de su población. Eran Sus elegidos, rechazados por el mundo. Fueron despreciados por los hombres, pero altamente estimados por el Señor. Vivieron dándole honor solamente a Él, y el mismo principio sigue por todo el Nuevo Testamento. ¿Estás tú firmemente a favor o contra el mundo, mientras vives fugazmente tu vida en él? En Apocalipsis 14:1-5, observamos a una multitud elegida con el Cordero sobre el monte Sion, con el nombre del Padre escrito en sus frentes. Estaban completamente identificados con la Trinidad, leales a otro mundo, cantando un canto diferente, siguiendo al Cordero dondequiera que iba; de ellos, el mundo no era digno. David y sus hombres vivieron en una cueva, vagando en desiertos y montes. No pudieron vivir en paz en el reino de Saúl.

 Como los otros testimonios descritos en este capítulo, estos testificaban de una fe que se encuentra en Dios y nace por el poder vivificador de Su palabra. Como los cristianos judíos que contemplaban un regreso a la ley y al judaísmo, cada lector del versículo 40, debe avergonzarse, si piensa abandonar su fe. El comentario, Jamieson-Faucett-Brown, dice lo siguiente: “Pienso que el propósito del escritor es amonestar a los cristianos judíos contra la tendencia de regresar al judaísmo. Aunque los santos del Antiguo Testamento son ejemplos de una fe extraordinaria, no están por encima de nosotros, en cuanto a privilegios. Al contrario, no somos nosotros los que somos perfeccionados por ellos, sino ellos por nosotros”. Los que existieron antes del advenimiento de Cristo a la tierra, fueron maravillosamente fieles, mientras esperaban Su venida y el cumplimiento de muchas profecías.

 Proveyendo Dios alguna cosa mejor para nosotros… Vivimos en el tiempo de la plena gloria del cumplimiento del evangelio, siendo nuevas criaturas en una nueva creación. Jesús ha ido a la cruz y ha sido resucitado de entre los muertos y así nuestros pecados son expiados, el Espíritu Santo mora en nosotros, y vivimos en el poder de una vida resucitada. Los santos del Antiguo Testamento que esperaban tales cosas y murieron siendo fieles, han llegado, junto con la iglesia, al propósito perfecto de Dios. Ellos nos esperaban a nosotros, y el Señor esperó hasta esta generación para hacernos participantes con ellos. Todos nosotros miramos adelante hacia la gloria eterna en el cielo.

 


0 comentarios:

Publicar un comentario