No hay paz
Capítulo 6
Una amenaza inminente – su causa y su certeza
1 1. Huid, hijos de Benjamín, de en medio de Jerusalén, y tocad bocina en Tecoa, y alzad por señal humo sobre Bet-haquerem; porque del norte se ha visto mal, y quebrantamiento grande.
2. Destruiré a la bella y delicada hija de Sion.
3. Contra ella vendrán pastores y sus rebaños; junto a ella plantarán sus tiendas alrededor; cada uno apacentará en su lugar.
4. Anunciad guerra contra ella; levantaos y asaltémosla a mediodía. ¡Ay de nosotros! que va cayendo ya el día, que las sombras de la tarde se han extendido.
5. Levantaos y asaltemos de noche, y destruyamos sus palacios.
6. Porque así dijo Jehová de los ejércitos: Cortad árboles, y levantad vallado contra Jerusalén; esta es la ciudad que ha de ser castigada; toda ella está llena de violencia.
7. Como la fuente nunca cesa de manar sus aguas, así ella nunca cesa de manar su maldad; injusticia y robo se oyen en ella; continuamente en mi presencia, enfermedad y herida.
8. Corrígete, Jerusalén, para que no se aparte mi alma de ti, para que no te convierta en desierto, en tierra inhabitada.
9. Así dijo Jehová de los ejércitos: Del todo rebuscarán como a vid el resto de Israel; vuelve tu mano como vendimiador entre los sarmientos.
En su niñez Jeremías moraba entre los benjamitas en Anatot y es probable que por eso aconseje a esta tribu cómo escapar. Es otro aviso de que el ejército babilonio está aproximándose. El primer rey de Jerusalén (del Israel dividido), quizás lo recuerdes, fue Roboam, que construyó Tecoa, a 20 kilómetros al sur de Jerusalén, junto al desierto de Judá. Tecoa fue también el pueblo donde nació el profeta Amós. Aparentemente, Judá encendió fogatas en lugares altos produciendo señales de humo, en este caso en Bet-haquerem (casa de viñas), para señalar el lugar en el que los benjamitas, por consejo de Jeremías, deben juntarse y huir (me recuerda las señales de humo de los nativos americanos). Bet-haquerem estaba cerca de Tecoa.
La gente de las ciudades, especialmente en tiempos bíblicos, tendía a vivir un estilo de vida más cómodo y delicado, por eso la Biblia a veces llama a los ciudadanos de Jerusalén la delicada hija o las hijas de Sion. Ellas no escaparán de la invasión venidera (v.2). Una analogía del ejército invasor son los pastores y sus rebaños, y el texto describe un asedio en el que los soldados enemigos consumen todo el alimento y el agua que se encuentran alrededor de Jerusalén (v.3). El ejército tiene ganas de atacar. Quisieron atacar anteriormente, pero antes de que cayera el juicio le fue dado un poco más de tiempo a Jerusalén (vs.4-5).
El enemigo levantará un vallado contra los muros de Jerusalén con los árboles que ha cortado cerca de la ciudad. Los fuertes se oponen a los débiles dentro de los muros y Dios lo ha estado observando. Él mismo llama al enemigo para castigarla. Desgraciadamente, a menudo, los que llevan el nombre de Cristo se oponen unos a los otros, mientras hay un enemigo común afuera esperando destruirlos a todos. El Señor dice que esta práctica será castigada (v.6).
En la profecía nunca faltan ilustraciones, para que el oyente o el lector tengan una mejor idea de lo que va a pasar. Jeremías, inspirado por el Espíritu Santo, presenta una tras otra. Habla de la maldad de Jerusalén, específicamente de la injusticia y el robo, como de una corriente continua de agua que hiere y debilita a sus víctimas entre los habitantes. Dios observa estas condiciones (v.7) y, como es propio de Él, ofrece instrucción y escape para los que le hacen caso. Lo peor de todo sería Su ausencia, usando la expresión aparte mi alma, expresión hebrea que significa, literalmente, presencia de aliento. Si Él deja a la ciudad indefensa, quedará inhabitada (v.8). Jerusalén sin la presencia de Dios no puede luchar contra el enemigo invasor.
Ahora aplica otra ilustración: la de vendimiadores que, después de la cosecha de uvas, siguen buscando la fruta que fue dejada, vaciando por completo la vid. El remanente que había escapado la primera vez sentirá cómo otra mano busca entre los sarmientos, hasta la última uva (v.9). En este versículo el Señor da el mandamiento a los vendimiadores para que lo hagan así. No da lugar a un poco de alivio ni un rayo de esperanza para los ciudadanos de Jerusalén durante la invasión babilónica. Nadie escapará.
Una curación inefectiva no procede de los caminos antiguos
10. ¿A quién hablaré y amonestaré, para que oigan? He aquí que sus oídos son incircuncisos, y no pueden escuchar; he aquí que la palabra de Jehová les es cosa vergonzosa, no la aman.
11. Por tanto, estoy lleno de la ira de Jehová, estoy cansado de contenerme; la derramaré sobre los niños en la calle, y sobre la reunión de los jóvenes igualmente; porque será preso tanto el marido como la mujer, tanto el viejo como el muy anciano.
12. Y sus casas serán traspasadas a otros, sus heredades y también sus mujeres; porque extenderé mi mano sobre los moradores de la tierra, dice Jehová.
13. Porque desde el más chico de ellos hasta el más grande, cada uno sigue la avaricia; y desde el profeta hasta el sacerdote, todos son engañadores.
14. Y curan la herida de mi pueblo con liviandad, diciendo: Paz, paz; y no hay paz.
15. ¿Se han avergonzado de haber hecho abominación? Ciertamente no se han avergonzado, ni aun saben tener vergüenza; por tanto, caerán entre los que caigan; cuando los castigue caerán, dice Jehová.
16. Así dijo Jehová: Paraos en los caminos, y mirad, y preguntad por las sendas antiguas, cuál sea el buen camino, y andad por él, y hallaréis descanso para vuestra alma. Mas dijeron: No andaremos.
No hay estudiantes genuinos entre la población que puedan recibir instrucción y aprovechar para la salvación de sus almas. La señal de la circuncisión significaba que el hebreo era separado del resto del mundo para ser, exclusivamente, posesión de Dios. En general, el hombre caído es incircunciso espiritualmente, y esta es la condición de todas las personas a nuestro alrededor. Es lo que enseñó Pablo al citar al salmista: “No hay justo, ni aun uno; no hay quien entienda, no hay quien busque a Dios. Todos se desviaron…” (Ro.3:10-12). Es imposible que pueda afinar su oído para oír la voz de Dios y creer para ser salvo. Después, el apóstol declara: “La fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios” (Ro.10:17). Es muy común que las personas supongan que por escuchar un sermón de la Biblia o por leer sus páginas, viene la fe. ¡Esto no es lo que significa! Quiere decir que el Espíritu de Dios tiene que abrir los oídos incircuncisos para que la palabra penetre y produzca fe.
La población de Jerusalén tenía oídos incircuncisos y no pudieron recibir las palabras del profeta… ¡Y estos, se supone, son el pueblo de Dios! Hace falta una transformación y una nueva naturaleza con oídos que oyen y ojos que ven. Un miembro de la iglesia puede escuchar sermones y enseñanzas de la Biblia toda su vida y todavía tener oídos incircuncisos que nunca aprovechan de la instrucción de Dios. Al contrario, resiste la palabra; su naturaleza se opone y no se deleita en ella. Solamente se sienta entre el pueblo de Dios porque piensa que, de alguna manera, su presencia en ese lugar acredita algo a su cuenta espiritual (v.10). Está tan perdido como un pagano en la jungla que nunca escuchó la palabra, sin embargo, es mucho más responsable que él.
¡Que cada maestro y predicador hagan caso a la actitud de Jeremías!: “Estoy lleno de la ira de Jehová”. Que no solamente acepte que la justa ira es un atributo de Dios, sino que participe de ella. Si el Señor está airado, ¡entonces Su siervo también lo está! En esta época en la que hay que ser políticamente correcto, tal premisa es rechazada y juzgada como inapropiada. Muchos incluso niegan que sea una característica del Señor mismo y seguramente no aceptarán tal actitud en un predicador. El fallo está en la mentalidad general que hay en nuestro día, y no en el comportamiento de un ministro de justicia, enfurecido. Dime, por favor, ¿como sería recibido un Jeremías en los púlpitos del siglo XXI?
Dadas las consecuencias, que son segurísimas, él tiene que hablar y avisar. La unción del Espíritu sobre él demanda que hable. ¡El silencio será juzgado como culpable, igual que los que pecan! “Estoy cansado de contenerme”, sigue diciendo el profeta. El juicio caerá sobre los niños, los jóvenes, los maridos y las mujeres. Los ancianos, antes de que hayan cumplido su tiempo en la tierra, tienen que ser avisados (v.11). Todas sus posesiones están a disposición del conquistador de su nación; tanto sus campos como sus esposas están amenazados. Nadie está excluido (v.12).
La realidad del juicio es mucho más severa en los tiempos cristianos debido a que Jesús habló más del infierno que del cielo. El escritor de Hebreos advirtió: “Si la palabra dicha por medio de los ángeles fue firme, y toda transgresión y desobediencia recibió justa retribución, ¿cómo escaparemos nosotros, si descuidamos una salvación tan grande?... El que viola la ley de Moisés, por el testimonio de dos o de tres testigos muere irremisiblemente. ¿Cuánto mayor castigo pensáis que merecerá el que pisoteare al Hijo de Dios…?” (He. 2:2-3; 10:28-29).
El Señor declara culpables a todos; desde el más común de entre los moradores de Jerusalén hasta los gobernantes más importantes. La avaricia es común entre todos. ¿Puede un mensajero verdadero del Señor cooperar con esta característica maligna enseñando doctrinas acerca de la prosperidad financiera? Muchas veces he dicho que esta sugerencia es un ministerio a la naturaleza caída y no a la creación nueva en Cristo Jesús. Jeremías no ignoró al profeta ni al sacerdote, y nosotros tampoco debemos hacerlo con los que están tras los púlpitos y son engañadores (v.13).
Hay dos versículos en este capítulo que son especialmente poderosos y dignos de nuestra total atención. El versículo 14 es uno de ellos: “Curan la herida de mi pueblo con liviandad, diciendo: Paz, paz; y no hay paz”. ¿Qué significa curar con liviandad? La paz con Dios es una dádiva ofrecida al penitente y obtenida por el creyente por medio del sacrificio de Cristo. Una palabra alternativa es reconciliación, y se trata de una sanidad en la relación entre el Creador y el hombre, de la cual el hombre pecador es totalmente culpable por haberla roto. La reconciliación entre la divinidad y el ser humano fue un hecho tremendamente costoso, ganado en la cruz.
En estos tiempos modernos hay profetas y sacerdotes falsos que ofrecen la paz sin la cruz. El inmenso problema del pecado es tratado como una pequeña falta, tratándola como si pusiéramos una tirita en una herida cancerosa. El versículo 15 declara que es una paz sin vergüenza; es decir, sin convicción de pecado, dada por el Espíritu Santo para llevar al pecador al arrepentimiento, abandonando su estilo de vida pasado. Esta convicción a menudo está acompañada por la perdida de sueño y apetito, y le dirige a la cruz para recibir el perdón y el alivio. David confesó: “Mi dolor está delante de mí continuamente. Por tanto, confesaré mi maldad, y me contristaré por mi pecado” (Sal. 38:17-18).
Los “evangelistas” de hoy en día ofrecen la salvación como un regalo, envuelto cuidadosamente, sin hablar de condiciones como el arrepentimiento o someterse al señorío de Cristo. Le garantizan un plan maravilloso, una ayuda para perseguir sus metas personales, e incluso realizar sus sueños más queridos. No implica ninguna tristeza por la multitud de ofensas hechas contra la santidad infinita de Dios y ninguna consecuencia causada por Su ira. Años atrás llamábamos a esto: gracia grasienta, creencia liviana o un evangelio “light”. Actualmente se sigue presentando muchas veces sin ningún desafío. Jeremías, sin embargo, expone el error de proponer la aceptación de Dios sin vergüenza por parte del ofensor y declara que “no hay paz”. El castigo del Señor es inminente.
La segunda Escritura, inmensamente importante, que es especialmente aplicable para corregir la confusión moderna, es el versículo 16: “Así dijo Jehová: Paraos en los caminos, y mirad, y preguntad por las sendas antiguas, cuál sea el buen camino, y andad por él, y hallaréis descanso para vuestra alma. Mas dijeron: No andaremos”. La mentalidad de hoy en día rechaza también esta premisa, pero observa, por favor, que el Señor es quien la ofrece. El que hace poner atención en el cristianismo que fue manifestado en el pasado, es llamado “anticuado, que vive en el pasado, etc.”. Los cristianos hoy están tan involucrados en actividades y en sus ‘éxitos’, que no tienen tiempo de estudiar la historia de la iglesia y sus clásicos avivamientos, que estremecían la tierra. Los críticos escarnecían a Leonard Ravenhill por hablar de las glorias anteriores de una iglesia mejor y una demostración más potente del camino cristiano, a lo que él contestó: “¡Yo hablo del cristianismo verdadero donde lo encuentro, en el pasado o en el presente!”
Según el Señor, cuya voluntad es la única que importa, no solamente existe una razón por la que anhelar las sendas buenas y antiguas, sino que nos manda hacerlo. ¿No fue esa la meta de Josué al poner doce piedras en la orilla del Jordán porque el pueblo de Dios había pasado en tierra seca? “Cuando mañana preguntaren vuestros hijos a sus padres, y dijeren: ¿Qué significan estas piedras? Declararéis a vuestros hijos, diciendo: Israel pasó en seco por este Jordán… para que todos los pueblos de la tierra conozcan que la mano de Jehová es poderosa; para que temáis a Jehová vuestro Dios todos los días” (Jos. 4:21-24).
Muchos hoy toman el libro de los Hechos como un periodo transicional entre la vida de Cristo y la terminación del canon bíblico, pero yo creo que es un modelo para la iglesia de todas las épocas. Un hombre mayor, perteneciente a la rama de “los hermanos”, vino a hablarme, después de haber predicado y dijo: “He estado leyendo el libro de los Hechos y estoy persuadido de que nos hemos alejado grandemente del estado original de la iglesia”. Esta debería ser la reacción apropiada, fruto de un estudio correcto de los Hechos. Debe ser leído atentamente por creyentes hambrientos que están cansados de los métodos de los hombres y anhelan un mover puro del Espíritu de Dios. Un predicador mayor, de la rama ‘Bautistas del Sur’, Vance Havner, dijo algo así: “El agua es antigua, pero sin agua pronto moriremos de sed; el aire es antiguo, pero no seguiremos existiendo ni unos segundos, si nos falta.” De hecho, todos los elementos esenciales básicos de la vida son antiguos, como también lo es el evangelio, esencial para la salvación y predicado desde el principio de los tiempos.
“Preguntad por las sendas antiguas, cuál sea el buen camino”, ordena el Señor. Este es el camino por el cual han caminado todos los santos y lo han hallado genuino. “La nueva doctrina es falsa doctrina”, dijo John Wesley. Más adelante, en este libro, escucharemos la voz del Señor diciendo: “Mi pueblo… ha tropezado en sus caminos, en las sendas antiguas, para que camine por sendas y no por camino transitado” (cap.18:15. Sería fácil formar un sermón con tres puntos de este versículo: 1. Tropezar en el camino. 2. Por eso, desviar del camino. 3. Con el resultado de caminar por sendas no transitadas). Las nuevas sendas son veredas no probadas que proceden de una percepción personal del cristianismo, preferencias de líderes, entregados a sus propios programas, y nociones extra bíblicas. No estudian cuidadosamente la historia para ver lo que trajo la gloria de Dios sobre Su pueblo, ni tampoco aprenden de ella para evitar repetir sus errores.
El rechazo final del pueblo
17. Puse también sobre vosotros atalayas, que dijesen: Escuchad al sonido de la trompeta. Y dijeron ellos: No escucharemos.
18. Por tanto, oíd, naciones, y entended, oh congregación, lo que sucederá.
19. Oye, tierra: He aquí yo traigo mal sobre este pueblo, el fruto de sus pensamientos; porque no escucharon mis palabras, y aborrecieron mi ley.
20. ¿Para qué a mí este incienso de Sabá, y la buena caña olorosa de tierra lejana? Vuestros holocaustos no son aceptables, ni vuestros sacrificios me agradan.
21. Por tanto, Jehová dice esto: He aquí yo pongo a este pueblo tropiezos, y caerán en ellos los padres y los hijos juntamente; el vecino y su compañero perecerán.
22. Así ha dicho Jehová: He aquí que viene pueblo de la tierra del norte, y una nación grande se levantará de los confines de la tierra.
23. Arco y jabalina empuñarán; crueles son, y no tendrán misericordia; su estruendo brama como el mar, y montarán a caballo como hombres dispuestos para la guerra, contra ti, oh hija de Sion.
24. Su fama oímos, y nuestras manos se descoyuntaron; se apoderó de nosotros angustia, dolor como de mujer que está de parto.
25. No salgas al campo, ni andes por el camino; porque espada de enemigo y temor hay por todas partes.
26. Hija de mi pueblo, cíñete de cilicio, y revuélcate en ceniza; ponte luto como por hijo único, llanto de amarguras; porque pronto vendrá sobre nosotros el destruidor.
27. Por fortaleza te he puesto en mi pueblo, por torre; conocerás, pues, y examinarás el camino de ellos.
28. Todos ellos son rebeldes, porfiados, andan chismeando; son bronce y hierro; todos ellos son corruptores.
29. Se quemó el fuelle, por el fuego se ha consumido el plomo; en vano fundió el fundidor, pues la escoria no se ha arrancado.
30. Plata desechada los llamarán, porque Jehová los desechó.
Sin embargo, los caminos antiguos no son, y nunca serán los caminos populares. “No andaremos”, dice el pueblo, e incluso, al avisarles del desastre venidero con las notas claras del sonido de una trompeta, se opone: “No escucharemos” (v.17). Escuché decir a una mujer, al salir de una reunión después de un mensaje especialmente apasionante: “A mí no me gusta que me grite”. Dudo que hubiera tolerado la joven voz del profeta Jeremías.
Bueno, habría mucho más para comentar sobre estos versículos, pero tenemos que seguir adelante. Lo que sigue es un mensaje para las naciones del mundo. Por medio de la Biblia el mensaje ha sido predicado a través de los siglos, y gente en todo el mundo sigue leyéndolo hoy. Solamente un versículo después hallamos una lección histórica con la que podemos aprender sobre el tratamiento severo que el Señor da a Israel (v.18). La congregación mencionada aquí son los que escuchan la llamada de Dios para congregarse, haciendo caso a Su palabra. Somos llamados a temer las noticias de las calamidades que pasaron en Israel como resultado de la mentalidad desarrollada por los hebreos que no quisieron abandonar. Se habían olvidado de las palabras del Dios de sus patriarcas y de las leyes de su Creador (v.19).
Incluso en los tipos y símbolos del Antiguo Testamento, Dios no toleraba la religión que no procedía del corazón. No le importa que el incienso más preciado sea exportado desde Sabá para ofrecerse en Su altar. La buena caña, requerida como un ingrediente en el aceite santo de la unción (Éx.30:23), no es la esencia primordial que le agrada. Todo el sistema sacramental es deficiente y rechazado si no procede de la fuente del corazón de hombres y mujeres (v.20).
Dios mismo pone tropiezos en el camino para jóvenes y mayores, amigos y familia, que causan que los que tienen una religión superficial caigan y perezcan (v.21). Una trompeta profética vuelve a sonar, avisando de la invasión de Babilonia. El imperio se ha extendido a regiones de la tierra, distantes y poco conocidas por Israel. Ellos tienen que tomar en serio la amenaza y considerarla como un aviso del Señor (v.22). Los babilonios tienen un armamento superior y su carácter es cruel, inmisericorde. Los judíos jamás han escuchado la fuerza del grito de guerra de multitud de soldados cuyo blanco es precisamente Sion, el centro de Jerusalén, y es imposible ignorarlos (v.23).
Las noticias que acabamos de describir sobre este imperio van delante del ejército, y los informados de Judá nunca han escuchado un informe más trágico. Angustia y dolor acompañan los sucesos y las manos caen descoyuntadas al inundarse la mente, conscientemente, con la realidad. Pronto experimentarán el ataque (v.24). La vida no podrá ser igual y los sencillos placeres jamás podrán ser disfrutados. Tienen que aceptar las restricciones; incluso el atreverse a salir a pasear por los campos fuera de la ciudad. Puede ser que miembros de una avanzadilla babilónica estén escondido; no hay donde ir sin temor (v.25). La manera externa de expresar el peligro para Jerusalén es cubrirse con cilicio y ceniza. Es tiempo para lamentar desesperada y amargamente, como dice el proverbio hebreo: Ponte luto como por hijo único. Una actitud diferente es inaceptable (v.26). El ataque puede ocurrir en cualquier momento.
El profeta Jeremías tiene la evaluación del Señor y él es a quien Dios escogió para presentársela a la nación. En el poderoso Reino de Dios no son los nobles, reyes o príncipes, los que comparten el mensaje. No lo fue en el tiempo de Jeremías y no lo fue en el comienzo del Nuevo Testamento. Los ángeles entregaron “nuevas de gran gozo” a pastores que velaban sus rebaños por la noche. La voz del Señor se escucha a través de Sus profetas, como el que estamos estudiando, elegido siendo muy joven. Él tiene Su garantía de protección mientras proclama fielmente Su palabra (v.27).
En el caso de este versículo tenemos que acudir al hebreo original, en la Biblia Textual, porque los traductores, generalmente, no nos dan el significado de un quilatador, algo que ni los diccionarios modernos definen, pero que la BTX reconoce como un experto en fundición. El oficio de profeta existe para refinar al pueblo de Dios. Si el pueblo resiste y permanecen las impurezas, entonces los versículos finales del capítulo son para ellos. Y sí, siguen siendo tercos rebeldes que se oponen a la verdad. El texto los compara con metales como el bronce y el hierro, corruptos y no refinados (v.28). Aunque el quilatador incrementa el calor con el fuelle hasta que el plomo se deshace completamente y cae al fuego, los elementos desagradables quedan (v.29), y el resultado final es rechazado por el Señor. Es plata desechada, todavía repleta de impurezas (v.30).
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