La ley real de la libertad
Capítulo 2:1-13
El pecado de hacer acepción de personas
1. Hermanos míos, que vuestra fe en nuestro glorioso Señor Jesucristo sea sin acepción de personas.
2. Porque si en vuestra congregación entra un hombre con anillo de oro y con ropa espléndida, y también entra un pobre con vestido andrajoso,
3. y miráis con agrado al que trae la ropa espléndida y le decís: Siéntate tú aquí en buen lugar; y decís al pobre: Estate tú allí en pie, o siéntate aquí bajo mi estrado;
4. ¿no hacéis distinciones entre vosotros mismos, y venís a ser jueces con malos pensamientos?
5. Hermanos míos amados, oíd: ¿No ha elegido Dios a los pobres de este mundo, para que sean ricos en fe y herederos del reino que ha prometido a los que le aman?
6. Pero vosotros habéis afrentado al pobre. ¿No os oprimen los ricos, y no son ellos los mismos que os arrastran a los tribunales?
7. ¿No blasfeman ellos el buen nombre que fue invocado sobre vosotros?
¿Podemos ver que Santiago es un creyente firme en la “fe en nuestro glorioso Señor Jesucristo”, igual que lo fue el apóstol Pablo? Sin embargo, en este capítulo Santiago está desafiando una fe que es manchada por hacer acepción de personas. Él trata con este defecto en la primera mitad de este capítulo y después, a partir del versículo 14, enseña acerca de una fe que no termina cumpliendo el propósito de Dios. En Efesios 2:10 leemos: “Somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras”. Sí, Pablo también creyó en buenas obras.
La fe de Jesucristo no es compatible con las prácticas mundanas que dan preferencia a los más exitosos, y no representan dignamente el nombre del “glorioso Señor”. Tal gloria se presenta en los Evangelios cuando Cristo, en Su enseñanza, relata la buena obra del buen samaritano que atendió al pobre viajero, que tanto el levita como el sacerdote habían ignorado (Lc.10:33). Jesús conversó con la mujer samaritana, aunque “los judíos y samaritanos no se tratan entre sí” (Jn.4:9). Fue un leproso samaritano quien se volvió a Jesús para darle las gracias después de haber sido sanado por Él (Lc.17:6).
Felipe demostró la práctica cristiana cuando “descendiendo a la ciudad de Samaria, les predicaba a Cristo” (Hch.8:5). Pedro y Juan le siguieron, orando por los samaritanos para que fuesen maravillosamente bautizados en el Espíritu Santo. De vuelta a Jerusalén “ellos predicaron en muchas poblaciones de los samaritanos” (Hch.8:25). La gloria de Jesucristo continúa brillando en el libro de los Hechos, mientras el evangelio se abre, paso a paso, a los gentiles despreciados en la religión judía.
Cuando los cristianos judíos escucharon por boca de Pedro las conversiones en la casa de un centurión “¡glorificaron a Dios!” (Hch.11:18). Cuando la iglesia en Jerusalén, dirigida por Santiago, escuchó acerca de la obra de Dios entre los griegos incircuncisos en Antioquía, enviaron a Bernabé a ministrar entre ellos (Hch.11:22). Al ser judíos convertidos, la iglesia de Jerusalén representó el espíritu del cristianismo, alabando a Dios cuando personas, normalmente despreciadas por los judíos, recibieron las bendiciones del evangelio.
Leeremos, exactamente, de lo que trata Santiago, empezando en el versículo 2, donde, para dar un ejemplo, usa la congregación de creyentes. Es interesante como él demuestra sus raíces judías al llamar a la reunión de los cristianos, la sinagoga (literalmente en el griego), y es el único que usa este término en el Nuevo Testamento. La sinagoga judía significa, tanto el lugar como la reunión de ellos, pero estamos observando que Santiago también llamó a la asamblea de los cristianos judíos una sinagoga.
Dar preferencia al rico sobre el pobre creó una ruptura de la costumbre cristiana, como escribió Santiago en el primer capítulo (vs. 9-10). Debería ser totalmente al contrario. No solamente dieron mal testimonio de cómo es el verdadero cristianismo, sino también perjudicaron el desarrollo espiritual del rico y humillaron al pobre, quien debería ser tratado con dignidad en la iglesia (v.3).
Santiago lo consideró como un serio error que manifestaba malos pensamientos y una mala práctica (v.4). Hacer acepción de personas es, en verdad, un pecado, fuera de la voluntad y los caminos de Dios y de Cristo. Es un ejemplo de la mentalidad mundana, y la persona que posee tal actitud seguramente es incapaz de participar en los asuntos de la iglesia.
Santiago sigue los mismos hechos que Pablo enseñó en 1 Corintios. Pablo solamente escribe lo que observa entre creyentes, y también discierne que son los caminos y las maneras que Dios usa, que fluyen de las intenciones de Su corazón: ¿No ha enloquecido Dios la sabiduría del mundo?... lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte; y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, a fin de que nadie se jacte en su presencia” (1 Co.1: 20, 27, 28, 29).
María, por su propia experiencia como una humilde mujer del pueblo de Nazaret, conocía el principio divino: “A los hambrientos colmó de bienes, y a los ricos envió vacíos” (Lc.1:53). Santiago descubre el mismo principio al escribir que Dios ha elegido a los pobres para que fuesen ricos espiritualmente en fe y herederos de Su reino. Los caminos de Dios no son los caminos del mundo.
Jesús dijo al gobernador romano en Jerusalén: “Mi reino no es de este mundo… pero mi reino no es de aquí” (Jn.18:36). Él representaba, para Pilato, una fuente de autoridad inmensurable por encima de la del gobernador. Santiago enseñó que Dios había prometido que los pobres serían herederos de Su reino, sobre la base de su amor por Él (v.5).
Santiago recibe noticias de que una parte significativa de los judíos que habían sido dispersados se habían desviado del camino cristiano. Al dar prioridad a los ricos están satisfaciendo a sus enemigos, que se oponen a todo lo que Dios hace. Se van alejando de los propósitos que Cristo estableció en la iglesia, que son principios odiados por la gente rica y poderosa. Su reino es el mundo presente, y el reino futuro de Dios es una amenaza para ellos. Son amigos del imperio romano, y utilizan sus tribunales para perseguir a los cristianos (v.6).
Como cristianos nos hemos identificado con el
nombre de Cristo, y le honramos y adoramos en amor. Él es precioso para
nosotros y nuestros corazones se rompen al ver el trato que recibe en este
mundo. Somos llamados por Su nombre, cristianos, y Él mismo nos ha
llamado a Sí mismo. El compositor, W. Spencer Walton expresó nuestro sentir en
una estrofa de su himno “En ternura me buscó”:
Lavó las heridas sangrantes de pecado, y derramó aceite y vino,
Susurró para asegurarme, ´Te encontré, mío eres´
Jamás
escuché una voz tan dulce, ¡hizo mi corazón adolorido gozar!
Este es Aquel a quien los prósperos blasfeman, se burlan e insultan. En su arrogancia insensata, no tienen temor de levantar la voz, el corazón y la mente contra el Cristo y Creador. No son dignos de que los cristianos les den preferencia, porque su pobreza interior anula su elegancia exterior (v.7). Por otro lado, por su rica fe, el pobre refleja la gloria de Dios. Amigo cristiano, ¡te animo a posicionarte con el Nazareno y Sus galileos despreciados, pobres, débiles y de poco valor terrenal!
Amarás a tu prójimo como a ti mismo
8. Si en verdad cumplís la ley real, conforme a la Escritura: Amarás a tu prójimo como a ti mismo, bien hacéis;
9. pero si hacéis acepción de personas, cometéis pecado, y quedáis convictos por la ley como transgresores.
10. Porque cualquiera que guardare toda la ley, pero ofendiere en un punto, se hace culpable de todos.
11. Porque el que dijo: No cometerás adulterio, también ha dicho: No matarás. Ahora bien, si no cometes adulterio, pero matas, ya te has hecho transgresor de la ley.
12. Así hablad, y así haced, como los que habéis de ser juzgados por la ley de la libertad.
13. Porque juicio sin
misericordia se hará con aquel que no hiciere misericordia; y la misericordia
triunfa sobre el juicio.
A veces Santiago usa expresiones muy interesantes. Solamente él se refirió a la palabra de Dios en el evangelio, establecido en amor, como “la perfecta ley, la de la libertad” (1:25), y dijo que el término, “amarás a tu prójimo como a ti mismo” es “la ley real”. Esta ley es otorgada por el Rey de reyes y es prominente sobre todas las demás, refiriéndose a relaciones humanas (v.8). Jesús dijo que es el segundo mandamiento, solamente superado por el supremo mandamiento: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas” (Mc.12:30).
Santiago consideró que hacer acepción de personas era una brecha contra la ley real y un pecado contra Aquel que no hace acepción de personas, como Eliú declara en Job 34:19: “Cuánto menos a aquel que no hace acepción de personas de príncipes. Ni respeta más al rico que al pobre, porque todos son obra de sus manos.” La Escritura lo repite tantas veces que no intentaré citar cada pasaje. Hacer acepción de personas es un pecado contra la naturaleza y la ley de Dios, porque la ley dice que no solamente no demos preferencia a los ricos, sino que tampoco favorezcamos a los pobres en el juicio (v.9). El símbolo de la justicia es el de una mujer con una venda sobre los ojos para no darse cuenta de la clase, raza o sexo de la persona que está siendo juzgada: “No harás injusticia en el juicio, ni favoreciendo al pobre ni complaciendo al grande; con justicia juzgarás a tu prójimo” (Lv.19:15).
Los versículos 10 y 11 declaran una verdad que es todavía más grande que el tema de hacer justicia entre los hombres, porque se refiere a la ley de Dios, en general. Quien es culpable por un mandamiento es condenado por toda la ley. Jamieson-Faucett-Brown dice: “La ley es una armonía musical echada a perder por una nota disonante.” Pablo también mencionó que una nota mala puede dañar la música: “Las cosas inanimadas que producen sonidos, como la flauta o la cítara, si no dieren distinción de voces, ¿cómo se sabrá lo que se toca con la flauta o con la cítara?” Después dice que una trompeta empleada para la batalla tiene que ser correctamente tocada, porque si no puede provocar un desastre: “Si la trompeta diere sonido incierto, ¿quién se preparará para la batalla?” (1 Co.14:7-8).
Permíteme añadir que una simple omisión en cumplir con la ley, trae consecuencias semejantes a las ya mencionadas. Comparto una historia que escuché en mi juventud acerca de un músico frustrado que tocaba el flautín. Él pensaba que no era bien reconocido porque su instrumento era muy pequeño y suave. En un ensayo con cientos de instrumentos y voces, dirigido por un famoso director de orquesta del siglo XIX, el señor Michael Costa, el coro cantó a plena voz, acompañado por un estruendoso órgano, tambores y trompetas. En medio de todo, el hombre del flautín pensó “no importa lo que haga” y decidió no tocar más. Inmediatamente, el director levantó la mano, interrumpiendo el ensayo y gritó: “¿Dónde está el flautín?” Para la mayoría, quizás, la falta del flautín era imperceptible, pero, para el director de la orquesta, toda la pieza musical se arruinó debido a la negligencia del intérprete del pequeño flautín. De igual manera, Dios considera que la menor negligencia u omisión en cuanto a Su ley, aunque sea diminuta, trae grandes consecuencias.
Aunque sea demasiado simple, quisiera hablar de un ladrón que se presenta delante un juez con el siguiente argumento: “Sí, es verdad que robé el dinero de la tienda, pero no hice daño ni maté a nadie. No provoqué daños en el inmueble ni tomé a nadie como rehén.” Ah, pero robó, y no está delante del juez por sus buenos actos; la ley le culpa y le sentencia por lo que ha hecho mal.
Por la misma razón, el argumento de muchos que se consideran “buenas personas”, es invalido: “He sido buena gente. Doy a los mendigos que vienen a mi puerta. Ayudo a los vecinos cuando tienen dificultad. Visito a los enfermos en los hospitales, y siempre asisto a la iglesia.” A pesar de todo esto, el Legislador te considera “culpable” por las veces que has quebrantado su ley, aunque solamente haya sido una vez y de una sola manera, pero el hecho anula todos los demás buenos actos. Un breve repaso de la vida de quien sea demostrará que él o ella ha pecado. Por eso, en cuanto a la ley de hacer acepción de personas, hace que el ofensor sea culpable delante de Dios.
Colosenses 3:17 define la responsabilidad del cristiano que ahora está bajo la ley de la libertad: “Y todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él”. Sus palabras y obras apuntan hacia la naturaleza de Cristo, que está en su interior y, por la misma naturaleza, él con gratitud reconoce la gracia del Padre en su vida. El Señor Jesús, según la voluntad del Padre, le ha puesto bajo la ley de la libertad, el evangelio de amor (v.12). Él razona, honestamente, que la ley de Dios es justa y buena, y que Cristo le ha rescatado de su culpabilidad delante de la ley santa. Ahora él, desde el corazón y voluntariamente obedece a esa ley y no tiene que justificar sus muchas ofensas; Dios le ha justificado por su fe en Cristo.
Esta mañana, en mi devocional, leí acerca de dos pájaros (Levítico 14:4-7). Uno fue matado, y el segundo fue sumergido en la sangre del que había muerto y dejado en libertad. El primero murió para que el otro pudiera vivir libremente. ¡Qué maravillo ejemplo de la ley de la libertad, en la cual Cristo llevó nuestros pecados, los cuales nos ataban y hacían culpables delante de la ley de Dios, para que pudiéramos ser libertados!
El juicio contra nuestros pecados ha sido tratado con misericordia para nuestro bienestar. ¡Que Dios nos ayude a ser misericordiosos hacia cada falta cometida contra nosotros, para que la ley de la libertad no nos condene (fíjate de Mt.18:27-34)! Que nos sea fácil perdonar al reconocer plenamente el perdón de Dios hacia nosotros. Por la cruz, la misericordia triunfó sobre el juicio (v.13). “La misericordia y la verdad se encontraron; la justicia y la paz se besaron” (Sal.85:10). Estas palabras nos llegaron mientras caminábamos en nuestras veredas descarriadas de la vida, y cuando creímos ¡nos fueron aplicadas eternamente!
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