Sobre la lengua y la sabiduría
El poder de la lengua
1. Hermanos míos, no os hagáis maestros muchos de vosotros, sabiendo que recibiremos mayor condenación.
2. Porque todos ofendemos muchas veces. Si alguno no ofende en palabra, éste es varón perfecto, capaz también de refrenar todo el cuerpo.
3. He aquí nosotros ponemos freno en la boca de los caballos para que nos obedezcan, y dirigimos así todo su cuerpo.
4. Mirad también las naves; aunque tan grandes, y llevadas de impetuosos vientos, son gobernadas con un muy pequeño timón por donde el que las gobierna quiere.
5. Así también la lengua es un miembro pequeño, pero se jacta de grandes cosas. He aquí, ¡cuán grande bosque enciende un pequeño fuego!
6. Y la lengua es un fuego, un mundo de maldad. La lengua está puesta entre nuestros miembros, y contamina todo el cuerpo, e inflama la rueda de la creación, y ella misma es inflamada por el infierno.
7. Porque toda naturaleza de bestias, y de aves, y de serpientes, y de seres del mar, se doma y ha sido domada por la naturaleza humana;
8. pero ningún hombre puede domar la lengua, que es un mal que no puede ser refrenado, llena de veneno mortal.
9. Con ella bendecimos al Dios y Padre, y con ella maldecimos a los hombres, que están hechos a la semejanza de Dios.
10. De una misma boca proceden bendición y maldición. Hermanos míos, esto no debe ser así.
11. ¿Acaso alguna fuente echa por una misma abertura agua dulce y amarga?
12. Hermanos míos, ¿puede acaso la
higuera producir aceitunas, o la vid higos? Así también ninguna fuente puede
dar agua salada y dulce.
He de decir que la primera parte de mi ministerio fue el evangelismo misionero. Por supuesto, además del evangelismo tuve que estar involucrado en la enseñanza bíblica y el discipulado de nuevos conversos. Lo que quiero decir es que no me concentré, particularmente, en la enseñanza. Muchas veces menciono que los primeros cinco años en la Costa Chica de Oaxaca, Méjico, fue mi entrenamiento para la obra de Dios. Gané experiencia práctica en el cristianismo sobre la hostil tierra extranjera, vi evidencias de la providencia de Dios, y leí constantemente, vez tras vez, las páginas sagradas de la Palabra de Dios. Formaba doctrinas también al observar cómo la palabra obraba en las circunstancias de la gente con historias como las que estudiaba en la Biblia.
Mis “héroes” en la fe siempre han sido los que han batallado en el frente de fuertes conflictos contra fuerzas espirituales. Muchas veces me preguntaba cómo los estudiantes jóvenes pueden poner tanta fe y confianza en maestros que han aprendido la mayor parte de su teología sentados en cómodas oficinas, estudiando comentarios y volúmenes de obras hermenéuticas, escritos por hombres superiormente intelectuales.
No fue hasta años después de haber vivido en Méjico que pude compartir con el cuerpo de Cristo lo que aprendí en el sur del país. Se abrieron puertas para enseñar en convenciones desde Argentina hasta India, y en otros muchos lugares.
Claro que he leído y estudiado, porque también es necesario hacerlo, pero sin las situaciones prácticas que incluso amenazan la vida a veces, consideraré el estudio como algo estéril. El aprendizaje intelectual, si no penetra en el corazón, termina antes de alcanzar la meta. No puede aprenderse verdaderamente nada del ambiente espiritual hasta que el Espíritu Santo sea el Profesor. Jesús dijo: “Mas el Consolador (gr. parakletos), el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho” (Jn.14:26).
El apóstol Juan edificó sobre ese fundamento: “Pero vosotros tenéis
la unción del Santo, y conocéis todas las cosas… Pero la unción
que vosotros recibisteis de él permanece en vosotros, y no tenéis necesidad de
que nadie os enseñe; así como la unción misma os enseña todas las cosas, y es
verdadera, y no es mentira, según ella os ha enseñado, permaneced en él” (1Jn.2:20,27).
Estos versículos no significan que no debamos escuchar a hombres cristianos que
tengan un ministerio de enseñanza, pero sí significa que no aprendamos nada de
ellos si no es por medio del Espíritu Santo obrando en ellos y en nosotros.
Leí de un maestro, inteligente y popular hoy en día, que comentó sobre 1 Corintios 1:27-29, insinuando que no importa lo inteligente que sea una persona, porque no puede aprender por sí mismo las cosas de Dios. Aunque estaba en lo correcto, esta no es la enseñanza principal de Pablo en 1 Corintios 1 y 2. Lo que el apóstol afirma es “a fin de que nadie se jacte en su presencia” (1 Co.1:29). Dios escogió, con pocas excepciones, lo necio, lo débil, lo vil y lo menospreciado en este mundo. Pablo mismo, aunque conocía bien las Escrituras del Antiguo Testamento, fue ignorante del Nuevo Testamento hasta que fue lleno del Espíritu Santo. Ananías le habló como a un nuevo converso: “Hermano Saulo, el Señor Jesús, que se te apareció en el camino por donde venías, me ha enviado para que recibas la vista y seas lleno del Espíritu Santo” (Hch.9:17).
Jesús escogió a pescadores galileos, a un cobrador de impuestos y a un rebelde nacionalista para que fuesen Sus discípulos más íntimos, los mejores de ellos, fueron definidos por los gobernantes del pueblo como “hombres sin letras y sin preparación” (Hch.4:13). Así eran, pero el Espíritu Santo les enseñó la sabiduría y el conocimiento preciosos del cielo y ellos, por su parte, enseñaron lo que habían aprendido, que resultó ser el canon inspirado de la Escritura inerrante. Es esta clase de hombres que encontramos en la Biblia, y que ha existido durante toda la historia de la iglesia. Ellos hacen arder mi alma e instruyen mi corazón, sea que vivan en este siglo o en siglos pasados.
Cuando la situación lo requería, los apóstoles enviaron a hombres, en quienes confiaban, para enseñar a las nuevas iglesias gentiles: “Nos ha parecido bien, habiendo llegado a un acuerdo, elegir varones y enviarlos a vosotros con nuestros amados Bernabé y Pablo, hombres que han expuesto su vida por el nombre de nuestro Señor Jesucristo”. En aquellos días, la iglesia obró en unión directa con el Espíritu Santo: “Porque ha parecido bien al Espíritu Santo, y a nosotros, no imponeros ninguna carga más que estas cosas necesarias” (Hch.15:25-26, 28).
Quisiera que más maestros del siglo XXI obedecieran los consejos de Santiago y siguieran el ejemplo de Cristo: “Y luego, cuando subía del agua, vio abrirse los cielos, y al Espíritu como paloma que descendía sobre él… Y luego el Espíritu le impulsó al desierto” (Mc.1:10,12). ¿Cuántos en nuestros tiempos han recibido un bautismo sobrenatural en el Espíritu Santo y después han sido probados por experiencias en un desierto? El juicio del Tribunal de Cristo viene, el cual solamente considerará una obra producida por el Espíritu, y en ninguna manera tendrá en cuenta el éxito terrenal.
Por la influencia que tiene un maestro, el juicio sobre su ministerio será severo, según el punto de vista del cielo (v.1). Santiago sabía, incluso al nivel de un apóstol, que podría errar, no en sus escritos de la Escritura inspirada, sino en el uso de la lengua en el curso natural de su vida y ministerio. Perfecto, como la palabra es utilizada en el versículo 2, significa madurez, y la prueba de la madurez está en someter la lengua al señorío de Cristo. Si una persona ha conquistado y amansado este miembro complicado de su cuerpo, sin duda, ha podido someter el resto de sus miembros. Para probar que este es el caso, Santiago usó el verbo refrenar.
Por saber el valor del freno y del timón, podemos evaluar la importancia de la lengua. Podemos saber que necesita estar bajo control, no solamente para dirigir al cristiano en su caminar personal, sino también para poder traer socorro, consuelo y edificación a otras personas. Una lengua bien controlada puede resistir la oposición del enemigo para desviarla del propósito deseado, intentando que sea infructuoso.
Sin embargo, Santiago enfatiza que la lengua también es capaz de mucha maldad. Proverbio 18:21 dice: “La muerte y la vida están en poder de la lengua”. Ya que frecuentemente es mal utilizada con palabras insensatas, el apóstol tiene que enseñarnos acerca de su fuerza destructiva. La lengua es grandemente jactanciosa y refleja la arrogancia del corazón. Sería difícil exagerar el orgullo que cualquier persona lleva dentro de sí. El libro de Proverbios lo declara entre las siete características del hombre más aborrecidas de Dios (Pr.6:16-17). Toda la Biblia muestra que el orgullo y sus sinónimos causan inmensas y múltiples destrucciones en el mundo. La lengua descubre el orgullo para que sea visible a todo el mundo.
Santiago demuestra que, aunque sea pequeña, la lengua es como un fuego con una fuerza destructiva tremenda. Las ilustraciones que usa son de conocimiento común y sencillo, y no tenemos que explicarlas. Todos sabemos cómo un bosque puede ser exterminado por un incendio forestal. Sin embargo, lo que las enciende puede ser una pequeña cerilla, un cigarrillo, o una pequeña fogata (v.5).
El apóstol no exagera cuando dice que la lengua es una pequeña fuerza controladora del cuerpo, una llama que devora la naturaleza entera de una persona y un mundo de potencial maligno. Después nos lleva a la causa: “Es inflamada por el infierno”. La Biblia Amplificada explica que el término griego que traduce en la RV60 el versículo 6 como creación en la frase “la rueda de la creación”, significa nacimiento, es decir, la rueda del nacimiento. La misma palabra griega, traducida como natural, la hallamos en el capítulo 1 (v.23): rostro natural, y significa el rostro del nacimiento. La lengua no solamente inflama el cuerpo físico, como venimos aprendiendo en este estudio, sino que inflama lo que somos desde el nacimiento, es decir, quienes somos por nuestra naturaleza caída, y esa naturaleza está aliada con el reino espiritual de las tinieblas (v.6).
Santiago nos da otro ejemplo más para compararlo con la lengua… la doma de animales salvajes. ¿Has visto alguna vez a un domador entrar en una jaula con bestias feroces: leones, tigres y osos, y cómo las controla? También hemos visto focas, delfines, e incluso ballenas responder al dominio de los hombres (v.7), pero la lengua, dice, es indomable y revoltosa. Rechaza cada esfuerzo de someterla, porque resiste con una voluntad inflexible que rehúsa doblegarse, y no responde ni al castigo, ni a la benignidad. Es un arma de muerte, venenosa e incontrolable, cuyos dardos entran al alma del oponente, destruyendo incluso su deseo de vivir (v.9).
En los versículos 10-12, Santiago continúa con sus ilustraciones ungidas e inspiradas por el Espíritu Santo. El Espíritu de Dios, con una sabiduría infinita, le da términos con los que poder penetrar el alma humana. Descubre una forma de hablar contradictoria, al ilustrar que la bendición y la maldición proceden de la misma boca. Sigue comparando lo que es constante en la naturaleza creada, con la inconstancia existente en los seres humanos. Por ejemplo, pregunta: ¿Puede un manantial producir agua dulce y agua amarga por la misma apertura? La respuesta es que no. Después añade una suposición ridícula diciendo si una higuera puede producir aceitunas o una vid higos. Vuelve al ejemplo de una fuente y la imposibilidad de que pueda fluir de ella agua salada y dulce.
Jesús vio esta inconstancia en los fariseos y les aconsejó: “Haced el árbol bueno, y su fruto bueno, o haced el árbol malo, y su fruto malo; porque por el fruto se conoce el árbol. ¡Generación de víboras! ¿Cómo podéis hablar lo bueno, siendo malos? Porque de la abundancia del corazón habla la boca” (Mt.12:33-34). Esta secta religiosa tenía raíces malas, pero intentaba enseñar las cosas buenas de Dios. Les dijo que eran una generación de víboras y Juan el Bautista usó la misma expresión en Mateo 3:7, dirigiéndola a los fariseos y a los saduceos.
Ese tipo de estrategia hipócrita y diabólica es especialmente peligrosa y, por eso, Dios la aborrece. Engaña, enseñando cosas buenas que proceden de un corazón maligno. Golpea y hiere, e incluso mata a los que se acercan, sin que ellos se den cuenta del peligro que procede de una lengua hipócrita. El daño causado en el hombre interior es mucho más nocivo que el veneno de una serpiente.
El Espíritu de Dios siempre contraataca un sistema religioso con un mensaje contradictorio. Elías fue Su instrumento en el Monte Carmelo, al desafiar al pueblo: “¿Hasta cuándo claudicaréis vosotros entre dos pensamientos? Si Jehová es Dios, seguidle; y si Baal, id en pos de él” (1 R.18:21). La iglesia de Laodicea manifestó la misma característica y Jesús fue fiel en revelarle a ellos: “Ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueses frío o caliente! Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca” (Ap.3:15-16).
Santiago nos ha hablado de una lengua indómita y ahora habla de una boca que bendice a Dios y maldice a los hombres. Los dos mandamientos más grandes que se originan en el Antiguo Testamento y son confirmados en el Nuevo, tienen que ver con amar a Dios con un amor que brota hacia nuestro prójimo. No podemos amar a Uno y odiar al otro. El corazón del que procede esta característica contradictoria es maligno, y lo bueno que pretende representar es falso. Santiago nos enseña acerca de una perversión religiosa.
La
sabiduría que desciende de lo alto y la que viene desde abajo
13. ¿Quién es sabio y entendido entre vosotros? Muestre por la buena conducta sus obras en sabia mansedumbre.
14. Pero si tenéis celos amargos y contención en vuestro corazón, no os jactéis, ni mintáis contra la verdad;
15. porque esta sabiduría no es la que desciende de lo alto, sino terrenal, animal, diabólica.
16. Porque donde hay celos y contención, allí hay perturbación y toda obra perversa.
17. Pero la sabiduría que es de lo alto es primeramente pura, después pacífica, amable, benigna, llena de misericordia y de buenos frutos, sin incertidumbre ni hipocresía.
18. Y el fruto de justicia se
siembra en paz para aquellos que hacen la paz.
No tienes que estar entre cristianos mucho tiempo, antes de observar a los que encuentran satisfacción expresando sus opiniones en un debate. Durante muchos años he observado el amor por la controversia como una motivación fuerte entre las sectas falsas. Desgraciadamente, también se halla en la iglesia y me molesta que muchos evangélicos tengan el mismo espíritu. Me parece que aman sus opiniones más que la verdad; de hecho, ellos valoran sus opiniones como si fueran la pura verdad. Su ideología parece concluir que el que puede debatir mejor, tiene razón. Pero de hecho, la capacidad de debatir no tiene que ver con la verdad, y aquel que es menos capacitado en el arte, bien puede ser el que es correcto.
Un cristiano honesto confesará que no sabe todo, pero como ama la verdad, la va buscando con toda sinceridad. Por supuesto, sí, reconoce las verdades esenciales del evangelio, las que el Espíritu Santo le ha revelado, porque si no, no sería de ninguna manera un cristiano. Sin embargo, el que puede debatir astutamente no es el que recibe premios en el Reino de Dios sino, lo que es agradable allí es, según Santiago, la buena conducta y la mansedumbre.
Tenemos que estar seguros de entender bien la afirmación del apóstol y vivir de acuerdo con ella. Las importantes cualidades entre los cristianos sabios y conocedores están en los que saben portarse bien, controlar su lengua y utilizarla bien: esta persona es mansa y humilde, enfrentándose con la esencia superior de la verdad bíblica, confesando su propia incompetencia en poder captarla por sí mismo (v.13).
Según Santiago, las características de un polemista necio son “celos amargos y ambición personal” (LBLA). Ellos piensan que siempre tienen que estar en lo correcto en cuanto a sus opiniones, y esta característica está en el ámbito de ambiciones personales. Un sinónimo sería egoísmo. Poncio Pilato entendió la motivación de los judíos contra Jesús, y “sabía que por envidia le habían entregado” (Mt.27:18). Como no podían combatir contra una espiritualidad superior, intentaron destruirle sobre un nivel bastante inferior. Recurrieron a su posición carnal, como gobernantes en Israel, y a su asociación con la ocupación romana en Jerusalén.
Una demostración airada sobre el conocimiento que una persona tiene de la Escritura puede estar cubriendo su egoísmo y su envidia. Si es así, las palabras fluyen de la fuente turbulenta de un corazón amargado (Mt.12:34). Fíjate como Adam Clarke discierne claramente el problema: “Si estás bajo la influencia de un espíritu desagradable, feroz, y contencioso, aún si estás intentando o pretendiendo defender la religión verdadera, no te jactes de tus esfuerzos o éxitos al haber silenciado a un adversario; tú no tienes religión ni nada de sabiduría verdadera, y profesar tenerlas es solamente mentir contra la verdad. ¡Que todos los escritores que dan valor a lo que ellos llaman la divina polémica (es decir, tener deseos de pelear y batallar) acaten en el corazón lo que digo!” Un polemista argumenta y pone la evidencia delante de los oyentes como un abogado lo hace en un juzgado, y no se da cuenta que está presentándose como un abogado del diablo, el acusador de los hermanos.
Pablo advierte a los cristianos de Colosas: “Que nadie os prive de vuestro premio” por alguien que sea “vanamente hinchado por su propia mente carnal” (Co.2:18). Parece muy sincero, y su semblante y palabras dan crédito de que cree sinceramente lo que dice… y puede ser que sea así porque ha tenido éxito en engañarse. Ahora, prosigue en engañar a otros, porque su arrogancia ha triunfado sobre la verdad y la ha manchado. ¡Cuán a menudo hallamos el orgullo tras cada arte de pecado! (v.14).
La fuente de un argumento es más importante que el mismo argumento. La fuente que Santiago descubre es terrenal y no lleva el ambiente del cielo, sino que fluye con la corriente de la sociedad mundana. Es animal, perteneciente a las emociones carnales del alma caída. Pero va más allá de estar influenciada por el mundo o la carne, porque tal clase de lengua está controlada, o más bien posesionada, por demonios. Una trinidad maligna opera en estos debates: el mundo, la carne y el diablo (v.15). El mundo es representado por lo que es terrenal; la carne por lo que es animal o natural y, por supuesto, el diablo por lo que es diabólico.
Vamos a examinar nuestros corazones, hermanos y hermanas, si es que tenemos el deseo de dar testimonio a atributos celestiales, arraigados en Cristo, por medio de nuestras vidas. De ningún modo nos juntemos con la trinidad maligna, de la que apenas escribí. En el versículo 17, el apóstol describe el ambiente del cielo producido en un espíritu regenerado. Es: “Primeramente pura, después pacífica, amable, condescendiente, llena de misericordia y de buenos frutos, sin vacilación, sin hipocresía.” ¿No brota una respuesta desde la profundidad de tu corazón al pensar en estas palabras del apóstol? Sobre esta frase podemos, y debemos, meditar mucho. No requiere que la busquemos en un diccionario o una explicación de un maestro. Es presentada con sencillez y puesta delante de nosotros para que la contemplemos. Una lengua y alma pacíficas sembrará paz y producirá el fruto de la justicia. La iglesia es puesta sobre una colina para dar luz al mundo y también como sal para dar sabor. Tiene el deber de brillar y despertar los apetitos dormidos de los hijos de los hombres. Juan demuestra el uso sabio de la lengua al dar una invitación a los perdidos: “Y el Espíritu y la esposa dicen: Ven. Y el que oye, diga: Ven. Y el que tiene sed, venga; y el que desea, que tome gratuitamente del agua de la vida” (Ap.22:17).
La compositora de himnos, Mary A. Thompson
(1834-1923), se unió con la petición del apóstol Juan, estimulando a la esposa
a la comisión de esparcir la invitación por todo el mundo:
Oh Sion, pronto cumple tu alta misión,
Decir a todo el mundo que Dios es luz;
Que el que creó todas las naciones,
No quiere que un alma perezca
Perdida en las sombras de la noche.
Publica las felices noticias, noticias de paz,
Noticias de Jesús, de la redención y libertad.
Proclama a cada pueblo, lengua y nación,
Que el Dios, en Quien viven y se mueven, es amor;
Di cómo descendió a salvar a Su creación perdida,
Y murió sobre la tierra para que vivamos en el cielo.
Publicar un comentario