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Lowell Brueckner

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Hechos 3

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Capítulo 3:1-12

 La sanidad de un cojo

 1.      Pedro y Juan subían juntos al templo a la hora novena, la de la oración. 

        2.      Y era traído un hombre cojo de nacimiento, a quien ponían cada día a la puerta del templo que se llama la Hermosa, para que pidiese limosna de los que entraban en el templo. 

   3.      Éste, cuando vio a Pedro y a Juan que iban a entrar en el templo, les rogaba que le diesen limosna. 

         4.      Pedro, con Juan, fijando en él los ojos, le dijo: Míranos. 

          5.      Entonces él les estuvo atento, esperando recibir de ellos algo. 

6.      Mas Pedro dijo: No tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy; en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda. 

7.      Y tomándole por la mano derecha le levantó; y al momento se le afirmaron los pies y tobillos; 

8.   y saltando, se puso en pie y anduvo; y entró con ellos en el templo, andando, y saltando, y alabando a Dios. 

9.      Y todo el pueblo le vio andar y alabar a Dios. 

10.  Y le reconocían que era el que se sentaba a pedir limosna a la puerta del templo, la Hermosa; y se llenaron de asombro y espanto por lo que le había sucedido. 

11. Y teniendo asidos a Pedro y a Juan el cojo que había sido sanado, todo el pueblo, atónito, concurrió a ellos al pórtico que se llama de Salomón. 

12.  Viendo esto Pedro, respondió al pueblo: Varones israelitas, ¿por qué os maravilláis de esto? ¿o por qué ponéis los ojos en nosotros, como si por nuestro poder o piedad hubiésemos hecho andar a éste? 

 Dios dijo a Israel, por medio de Moisés, antes de su entrada en la Tierra Prometida, que Él iba a escoger un sitio en el que ellos tenían que adorar; una vez mostrado el lugar, solamente podrían hacerlo allí: “Cuídate de no ofrecer tus holocaustos en cualquier lugar que vieres; sino que en el lugar que Jehová escogiere, en una de tus tribus, allí ofrecerás tus holocaustos, y allí harás todo lo que yo te mando (sería bueno leer toda la porción de Deuteronomio 12:5-12 para darnos cuenta de lo estricta que era esta regla sobre el lugar de la adoración).   

El profeta Gad mandó al rey David que edificara un altar dentro de Jerusalén, en la era donde el Ángel del Señor había detenido la plaga que destruía al pueblo. David pudo saber, entonces, que este era el sitio que Dios había escogido para que Israel adorara (1 Cr. 22:1). Muchos años antes, Abraham llevó a Isaac a ese mismísimo lugar para sacrificarle, en obediencia al Señor, cuando un borrego apareció allí para tomar el lugar de Isaac (Gé. 22:9-13).

 El salmista compuso este poema: “¿Por qué observáis, oh montes altos, al monte que deseó Dios para su morada? Ciertamente Jehová habitará en él para siempre” (Sal.68:16). Hay otros versículos en la Escritura que confirman que Dios eligió este monte en Jerusalén. En el Nuevo Testamento, la samaritana conocía esta verdad: “Vosotros decís que en Jerusalén es el lugar donde se debe adorar” (Jn. 4:20). Es fácil ver que tales costumbres, como ir al templo para orar, quedarían muy gravadas en las conciencias de los discípulos. Lo que estoy intentando decir es que el trasfondo del discípulo judío le atraía a su religión del Antiguo Testamento, pero no será así en la iglesia gentil. 

 Sin embargo, en el caso de toda la cristiandad, la oración será la actividad central: “(Jesús) les enseñaba, diciendo: ¿No está escrito: Mi casa será llamada casa de oración para todas las naciones?  (Mc. 11:17). La iglesia primitiva dependía del poder y presencia del Espíritu Santo para llevar a cabo los negocios sobrenaturales del cielo. No estaban dependientes de la capacidad y la sabiduría de los hombres (v.1). Siendo convencidos de esta necesidad, ellos recurrían diariamente a la oración. Creo que la canción de Bill y Gloria Gaither describe la necesidad que tenían los discípulos; la misma que tenemos nosotros en el siglo XXI: 

Ven, Espíritu Santo

 Ven, Espíritu Santo, te necesito,

Ven, dulce Espíritu, te pido;

Ven en tu fuerza y poder,

Ven de tu manera especial.

 

Ven como sabiduría para niños,

Ven como vista nueva para los ciegos;

Ven como la fuerza en mi debilidad,

Lléname alma, cuerpo y mente.

 

Ven como un descanso para los cansados,

Ven como un bálsamo para el alma;

Ven como rocío en mi sequedad,

Lléname con gozo eterno.

 

Ven como manantial en el desierto,

Ven al alma marchita;

Señor, que tu poder dulce y sanador,

Me toque y me haga completo. 

 Observa el resultado de tal principio de la oración en la siguiente porción del capítulo 3. Sus amigos o familiares traían al inválido al templo desde su niñez hasta el día que nos presenta el capítulo 3, cuando tenía más que 40 años. Le traían al lugar en el que, probablemente, la gente sentía una responsabilidad religiosa de ayudar a los necesitados. Allí estaba, día tras día, recibiendo limosna (v. 2). Dios tiene una mejor manera de llevar a cabo Su voluntad en la vida de las personas. Este hombre ya estaba atento a Pedro y a Juan, pero con un motivo imperfecto, dentro del ámbito de la benignidad y las posibilidades humanas. Su confianza siempre tenía que ver con la buena voluntad de los hombres (v. 3).

 Fijó los ojos en Pedro y Juan pensando en ayuda monetaria: “Cuando vio a Pedro y a Juan… les rogaba que le diesen limosna”. Pedro le manda que los vea de una manera que le traerá un mejor resultado; algo que jamás, ni en sus mejores pensamientos, hubiera imaginado que fuera posible (v. 4). Pero ese día y hasta las tres de la tarde, no tenía ni idea de lo que estaba delante para él, pero esta manera – la manera de Dios – fue poderosa y le transformó para el resto de su vida (v. 5). 

En el tiempo de los Evangelios, Jesús ya enseñó a Sus discípulos a hacer lo imposible cuando les mandó alimentar a miles que vinieron a Él en un lugar desierto: “Dadles vosotros de comer (Mt. 14:16; Mc. 6:37; Lc. 9:13), les dijo. Ellos tenían cinco pequeños panes y dos peces. Pedro aprendió bien la lección de dar, a pesar de las imposibilidades humanas, durante su discipulado, y ahora se estaba formando algo milagroso para el paralítico, algo que transformaría su vida. Pedro, primeramente, confesó su falta de posibilidades materiales: “No tengo plata ni oro”.

 La iglesia primitiva no suplía, en primer lugar, las necesidades humanas por medio de recursos naturales. El Dr. Lucas observa las actividades sobrenaturales de los apóstoles y las reporta en el libro de los Hechos. Ya he dicho que Lucas nunca entró ayudando al equipo de Jesús con sus conocimientos médicos.

 Los discípulos no tenían cómo alimentar a la multitud, y Pedro no tenía recursos materiales para ayudar a este pobre hombre inválido. Llevar los pocos panes y peces a Jesús, verle cómo los bendecía, y después dárselos a la multitud, le valió de experiencia, haciéndole saber que Jesús también podría hacer algo para el paralítico. “Lo que tengo te doy”, y lo que Pedro tenía era la Persona Todo-Suficiente de Jesucristo de Nazaret habitando en él. Era vida divina en el corazón de un ser humano. Jesús dijo que esta verdad hará que el mundo crea (Jn. 17:23) y, en el siguiente capítulo, nos hablará que cinco mil personas llegaron a creer. El texto no aclara si este fue el número total de creyentes, incrementado grandemente desde la manifestación en Pentecostés, o si fue el resultado de este milagro. Puede ser que solamente fue este milagro el que añadió a cinco mil personas a la iglesia.

 Observa de nuevo el tratamiento dado a Jesús por el apóstol: Jesucristo de Nazaret. El Mesías, el Ungido, había venido inesperadamente a Nazaret de Galilea. Este hecho fue un tropiezo para el pueblo judío, un tropiezo que no podían superar. Desde el territorio despreciado de Galilea y desde la aldea insignificante de Nazaret, Su fama se esparció sobre todo Israel. Durante siglos, los judíos le esperaban fervientemente; había sido profetizado por Moisés en el Pentateuco, y por los profetas en todo el Antiguo Testamento. Él fue la Esperanza de Israel, el Príncipe de Paz, el Conquistador. Sin embargo, “a lo Suyo vino, y los Suyos no le recibieron (Jn. 1:11). Le crucificaron.

 No cambió la verdad inalterable de que Jesús de Nazaret era el remedio celestial para cada necesidad terrenal. Cuando el cojo miró a Pedro y a Juan, estaba fijándose en hombres en quienes habitaba Jesús de Nazaret. Ellos no se representaban a sí mismos ni a ningún movimiento religioso, sino que vinieron de Galilea a Jerusalén para representar a una sola Persona y declarar Su nombre. 

 Un principio bíblico nos enseña que el nombre de una persona identifica su carácter. Venir en el nombre de Jesús quería decir que esa persona presentaba Sus atributos y todo lo que Él es. Su Nombre es poderoso y misericordioso sobre cualquier otro nombre que jamás haya sido nombrado sobre la tierra. Por eso, con plena fe en Su nombre, Pedro le ordenó: “¡Levántate y anda!” (v. 6).

Cada ser terrenal y celestial tiene que inclinarse sumiso bajo este Nombre. Pedro quiso ayudar al hombre a desafiar la incredulidad que naturalmente poseía, y a la vez impulsarle a creer. Así, tomando al cojo de la mano, le ayudó a levantarse. La imposibilidad dio lugar a la omnipotencia y, en ese momento, el poder espiritual fue desatado desde el cielo, proveyendo fuerza a huesos y músculos incapacitados. El hombre, cojo desde antes de nacer, todavía en el seno de su madre (según el griego original), ¡fue sanado en aquel instante! (v. 7).

 No es sorprendente que el Dr. Lucas pusiera todo su conocimiento médico a un lado al ver la habilidad infinita de Jesús de Nazaret. Pedro y Juan dejaron sus barcos para siempre para poder ser Sus pescadores de hombres. Pronto veremos cómo Saulo de Tarso abandonó su religión y su carrera, respondiendo a la Luz que brillaba más que el sol de mediodía.

 ¿Qué reacción demandaría este acto de amor y poder en este pobre cojo? En el versículo 8, el paralítico, al principio, luchaba para enderezarse y dar el primer paso, pero de repente se puso en pie y saltó. Algo pasó también dentro del hombre. Estaba acostumbrado a estar fuera, a la puerta del templo, esperando recibir algo que supliera sus necesidades temporales, sin embargo, ahora se había convertido en un adorador. Acompañaba a los apóstoles al templo, no simplemente yendo a su lado, ¡sino “caminando, saltando y alabando a Dios! Quizás Pedro y Juan también saltaban y alababan a Dios, pero la Escritura no nos revela su respuesta al milagro.

 El milagro no fue solamente físico, sino que trajo la salvación a su alma. No puedo pensar que alguien criticara su reacción en aquel momento, y no creo que el lector le culpe por un emocionalismo excesivo. No señor, su reacción está totalmente justificada por la obra física que cambió su vida y por la obra espiritual en su interior. Si la realidad de recibir vida eterna es una realidad en el alma, me parece que cualquier reacción menor no sería aceptable.

Los nativos Mouk, gozan la salvación
 Quizás hayas visto el video de todo un pueblo nativo, saltando y lanzando a otros al aire por el gozo que les produjo escuchar acerca de una salvación gratuita y eterna. Lo que no puedo aceptar es que un predicador anuncie tales noticias sin ninguna pasión. ¿Puede ser que el mensaje no sea una realidad para él? ¿Será que sus emociones han sido endurecidas por una teología mental que no ha llegado al corazón?

 Este hombre tuvo un testimonio inmediato del poder de Jesús de Nazaret que la gente que le rodeaba pudo observar (v. 9). La gloria del evangelio había llegado al centro de la ciudad de Jerusalén y sus ciudadanos la vieron delante de sus ojos. Habían observado al hombre de más de cuarenta años, en su impotencia, y algunos lo habían visto desde su niñez, desde el primer día que se había puesto a mendigar en la puerta del templo. Ahora, eran testigos de un gozo inefable que su Mesías rechazado podía traer a un ser humano sin esperanza. La manifestación del verdadero evangelio en aquel día, hoy y para siempre, produce un asombro como ninguna otra cosa en este mundo (v. 10). 

 Pienso que es legítimo decir que, “estando él asido de Pedro y de Juan”, estaba asido del Cristo en ellos en la misma manera que las mujeres se asieron a los pies de Jesús después de la resurrección (Mt. 28:9). Él hombre oyó a Pedro decir: “En el nombre de Jesucristo de Nazaret”, y creyó.

No fue así con el pueblo que estaba observando el milagro (v. 11). La gente miraba a dos simples seres humanos y se maravillaban porque no reconocían la vida asombrosa y divina del Cristo resucitado en ellos. La gente necesitaba saber la instrucción verdadera de lo que Jesús habló a Su Padre: “Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado” (Juan 17:23). No fue la capacidad ni la santidad de los vasos empleados de Dios en Sus propósitos, sino, como Pedro les dijo, solo Jesucristo es digno de la gloria por esta sanidad (v. 12). 

 

Hechos 3:13-26

El Segundo sermón de Pedro 

13.  El Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres, ha glorificado a su Hijo Jesús, a quien vosotros entregasteis y negasteis delante de Pilato, cuando éste había resuelto ponerle en libertad. 

14.  Mas vosotros negasteis al Santo y al Justo, y pedisteis que se os diese un homicida, 

15.  y matasteis al Autor de la vida, a quien Dios ha resucitado de los muertos, de lo cual nosotros somos testigos. 

16.  Y por la fe en su nombre, a éste, que vosotros veis y conocéis, le ha confirmado su nombre; y la fe que es por él ha dado a este esta completa sanidad en presencia de todos vosotros. 

17.  Mas ahora, hermanos, sé que por ignorancia lo habéis hecho, como también vuestros gobernantes. 

18.  Pero Dios ha cumplido así lo que había antes anunciado por boca de todos sus profetas, que su Cristo había de padecer. 

19.  Así que, arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados; para que vengan de la presencia del Señor tiempos de refrigerio, 

20.  y él envíe a Jesucristo, que os fue antes anunciado; 

21.  a quien de cierto es necesario que el cielo reciba hasta los tiempos de la restauración de todas las cosas, de que habló Dios por boca de sus santos profetas que han sido desde tiempo antiguo. 

22.  Porque Moisés dijo a los padres: El Señor vuestro Dios os levantará profeta de entre vuestros hermanos, como a mí; a él oiréis en todas las cosas que os hable; 

23.  y toda alma que no oiga a aquel profeta, será desarraigada del pueblo. 

24.  Y todos los profetas desde Samuel en adelante, cuantos han hablado, también han anunciado estos días. 

25.  Vosotros sois los hijos de los profetas, y del pacto que Dios hizo con nuestros padres, diciendo a Abraham: En tu simiente serán benditas todas las familias de la tierra. 

26.  A vosotros primeramente, Dios, habiendo levantado a su Hijo, lo envió para que os bendijese, a fin de que cada uno se convierta de su maldad. 

 Fue el Dios de la historia de Israel, el Dios de los patriarcas, quien se movió otra vez entre su pueblo. No pudieron escapar de la verdad de que Jesús de Nazaret, a quien ellos habían crucificado, era el Mesías. Pedro les culpó a ellos más que a Pilato, el gobernador romano, a quien ellos aborrecían. El judío, personalmente, tiene que ver su culpabilidad antes de poder ser salvo (v. 13).

 En los versículos 14 y 15, continúa impresionándoles por la magnitud de su pecado. El predicador que no intenta provocar arrepentimiento, no predica bien el evangelio: “Mas vosotros negasteis al Santo y al Justo, y pedisteis que se os diese un homicida, y matasteis al Autor de la vida”. ¿Puedes ver y entender la pesada acusación de Pedro hacia ellos? Es un esfuerzo intencional de llevar a los pecadores a poder sentir su desesperada situación, en la cual existen. El pecador, hoy en día, no necesita nada menos cuando escucha el evangelio. El Espíritu de Dios ha venido a la tierra y convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio” (Jn. 16:8). Mucho del evangelismo de este siglo no es bíblico.

 Otra vez, Pedro reclama que él y los otros discípulos han visto la resurrección de Cristo. Jesús es el Sanador, y este es su nombre: Si oyeres atentamente la voz de Jehová tu Dios, e hicieres lo recto delante de sus ojos, y dieres oído a sus mandamientos, y guardares todos sus estatutos, ninguna enfermedad de las que envié a los egipcios te enviaré a ti; porque yo soy Jehová tu sanador (Ex. 15:26). Por medio de la fe en Él fue hecha esta sanidad innegable. El pueblo conocía lo que el paralítico era y vio lo que le pasó. Fue una sanidad pura y perfecta, que es lo que Dios quiere hacer, como fue manifestada en el libro de los Hechos. Aunque reconocemos nuestra imperfección y debilidad, nuestro deseo debe ser ver el poder de Dios actuando como en el libro de los Hechos. La fe que Pedro predica es la fe que es por Él” (v. 16). No es una fe natural, inherente en seres humanos, sino es una fe que “viene del oír, y el oír, por la palabra de Cristo” (Ro. 10:17, LBLA).

 En el versículo 17, Pedro ve que ahora es necesario aliviar la carga de culpabilidad sobre el pueblo para que Satanás no tome ventaja, que no sea que en alguna manera este sea abrumado por tanta tristeza… para que Satanás no tome ventaja sobre nosotros” (mira el caso en 2 Co. 2:6-11). Ahora es tiempo de consolar, y Pedro habla de una acción ignorante que, aunque no disculpa, alivia el castigo. Jesús enseñó que el pecado del ignorante es menor que el que es intencional: “El que sin conocerla hizo cosas dignas de azotes, será azotado poco” (Lc. 12:48).

 En su primer mensaje, Pedro les demostró que la voluntad de Dios se llevó a cabo por medio del aborrecible hecho de la multitud. Dios le había informado por medio de los profetas, por todo el Antiguo Testamento, de Su plan. Otra vez, me acuerdo de José, aliviando a sus hermanos de la culpabilidad por haberle secuestrado y vendido como esclavo. Les demostró la salvación que Dios obró a través de su horroroso crimen (v. 18).

 El remedio para su culpabilidad es el mismo que el que vimos en el segundo capítulo: el arrepentimiento, seguido de la conversión. Dios se involucra en el arrepentimiento igual que en la conversión y el perdón de pecados. Solamente Él puede hacer volver al pecador de sus caminos egoístas al Señor. El hombre, naturalmente, huye de Dios, y no puede hacer menos si Él no interviene. La transformación del corazón, que es la conversión, es un milagro. Por medio de la cruz ha sido provisto el perdón de pecados, pero la responsabilidad del hombre es someterse a la obra del Espíritu Santo en su interior. Pedro lo explica claramente: “Arrepentíos (vosotros) y convertíos”.

 Quisiera dirigiros a las palabras de ánimo para el pueblo de Dios en la última frase del versículo 19, para los que no están satisfechos con el statu quo en la iglesia, sino que anhelan un avivamiento. Hablo de la expresión tiempos de refrigerio”. Él escribe sobre lo mismo en su primera carta, utilizando diferentes palabras: “Para que en lo que murmuran de vosotros como de malhechores, glorifiquen a Dios en el día de la visitación (1 P. 2:12). Esperamos un aguacero celestial, enfatizado en un himno de D. W. Whittle en 1883: 

1.      Dios nos ha dado promesa, lluvias de gracia enviaré,

Dones que os den fortaleza, gran bendición os daré.

 (estribillo)

Lluvias de gracia, lluvias pedimos Señor,

Mándanos lluvias copiosas, lluvias del Consolador.

2. Obra en tus siervos piadosos, celo virtud y valor,

Dándonos dones preciosos, dones del Consolador.

3.      Muestra Señor al creyente, todo tu amor y poder,

Tú eres de gracia la fuente, llena de paz nuestro ser.

4.      Cristo nos dio la promesa, del santo Consolador,

Dándonos paz y pureza, para su gloria y honor.

 Esperar tiempos de refrigerio o un día de visitación está totalmente de acuerdo con la esperanza de la venida de Cristo. Santiago une los dos en el último capítulo de su epístola: Por tanto, hermanos, tened paciencia hasta la venida del Señor. Mirad cómo el labrador espera el precioso fruto de la tierra, aguardando con paciencia hasta que reciba la lluvia temprana y la tardía” (Stg. 5:7). El granjero espera una cosecha abundante, pero primeramente tiene que llegar una lluvia tardía para preparar la cosecha, según el clima y la agricultura del Medio Oriente (v. 20).

 Jesús está a la diestra del Padre, en el cielo, intercediendo por nosotros, y estoy muy agradecido por Su intercesión en este mismo momento. Él volverá a la tierra por segunda vez para reinar: reinará en justicia y Su reino también traerán la paz y el gozo verdaderos a la tierra, como no ha existido desde el tiempo de Adán y Eva en el jardín de Edén. Los profetas nos dieron toda la historia, desde Su encarnación hasta Su reino milenario (v. 21).

Moisés levantó una tienda fuera del campamiento
 Pedro cita a Moisés, el gran héroe de los judíos, íntimo amigo de Cristo. Le conoció por una revelación celestial como un Profeta supremo que no debe ser ignorado como lo habían sido, generalmente, los profetas. Todos sabemos, presumo, que las Escrituras dicen que Dios habló con Moisés como un hombre habla a un amigo (Éx. 33:11). Antes de que el tabernáculo oficial fuera construido, Moisés levantó una tienda lejos, fuera del campamento, donde tenía comunión con Dios. Cualquier persona en la congregación también podía ir a tener un encuentro con el Señor. El escritor de Hebreos resalta el conocimiento personal que Moisés tuvo de Jesucristo: “Teniendo por mayores riquezas el vituperio de Cristo que los tesoros de los egipcios; porque tenía puesta la mirada en el galardón” (He.11:26). Profetizó que las consecuencias por no escuchar a Este sería destrucción total, es decir, la destrucción más terrible que pueda haber: la condenación eterna (v. 23).

 Ahora, en el versículo 24, Pedro, de nuevo, hace comentarios semejantes que más tarde escribirá en su epístola: “Los profetas que profetizaron de la gracia destinada a vosotros, inquirieron y diligentemente indagaron acerca de esta salvación… A estos se les reveló que no para sí mismos, sino para nosotros, administraban las cosas que ahora os son anunciadas” (1P. 1:10,12). Las voces de los profetas continuaron hablando más allá del primer siglo, alcanzando el presente siglo XXI (v. 24).

 Como en el capítulo 2, Pedro no se detiene en la acusación, aunque sus oyentes merecían toda su culpabilidad, sino que ahora, felizmente, abre la puerta a su salvación. El pacto de Dios se aplica a su generación y, en Su pacto con Abraham, nos incluyó a nosotros: En tu simiente serán benditas todas las familias de la tierra” (v. 25). Pablo declaró, con la misma promesa, que Abraham es el padre de todos nosotros, tanto judíos como gentiles (Ro. 4:16).

 Jesús se humilló al nivel de un siervo y, por Su humillación, nos bendice… ¿Cómo nos bendice? En “que cada uno se convierta de su maldad”. Pedro, seguramente, recordaba cuando Jesús se quitó Su manto y tomó una toalla para lavar los pies de los discípulos, y su propia reacción rechazando este acto. Pero Jesús estaba ilustrando, de forma simbólica, lo que Pedro estaba enseñándoles en este momento en Jerusalén. La bendición principal del Señor en Su servicio a nosotros fue lavarnos de nuestras iniquidades.

 El apóstol Pablo establece esta doctrina al credo santo de Dios en Filipenses 2:5-11, especialmente en el versículo 7: Se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo”. Pablo enseñó que Él se humillo aún más, yendo a la cruz, lavándonos de nuestras iniquidades, transformando nuestro carácter y alejándonos de nuestros pecados (v. 26). 




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