Capítulo 3:1-12
La sanidad de un cojo
1.
Pedro y Juan
subían juntos al templo a la hora novena, la de la
oración.
2.
Y era traído
un hombre cojo de nacimiento, a quien ponían cada día a la puerta del templo
que se llama la Hermosa, para que pidiese limosna de los que entraban en el
templo.
3.
Éste, cuando vio a Pedro y a Juan que iban a
entrar en el templo, les rogaba que le diesen limosna.
4.
Pedro, con
Juan, fijando en él los ojos, le dijo: Míranos.
5.
Entonces él
les estuvo atento, esperando recibir de ellos algo.
6.
Mas Pedro dijo:
No tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy; en el nombre de Jesucristo de
Nazaret, levántate y anda.
7.
Y tomándole
por la mano derecha le levantó; y al momento se le afirmaron los pies y
tobillos;
8. y saltando, se
puso en pie y anduvo; y entró con ellos en el templo,
andando, y saltando, y alabando a Dios.
9.
Y todo el
pueblo le vio andar y alabar a Dios.
10. Y le reconocían que era el
que se sentaba a pedir limosna a la puerta del templo, la Hermosa; y se
llenaron de asombro y espanto por lo que le había sucedido.
11. Y teniendo asidos a Pedro y a Juan el cojo que
había sido sanado, todo el pueblo, atónito, concurrió
a ellos al pórtico que se llama de Salomón.
12.
Viendo
esto Pedro, respondió al pueblo: Varones
israelitas, ¿por qué os maravilláis de esto? ¿o por qué ponéis los ojos en
nosotros, como si por nuestro poder o piedad hubiésemos hecho andar a
éste?
Dios dijo a Israel, por medio de Moisés, antes de su entrada en la Tierra
Prometida, que Él iba a escoger un sitio en el que ellos tenían que adorar; una
vez mostrado el lugar, solamente podrían hacerlo allí: “Cuídate de no
ofrecer tus holocaustos en cualquier lugar que vieres; sino que en el
lugar que Jehová escogiere, en una de tus tribus, allí ofrecerás tus
holocaustos, y allí harás todo lo que yo te mando (sería bueno leer toda la
porción de Deuteronomio 12:5-12 para darnos cuenta de lo estricta que era esta
regla sobre el lugar de la adoración).
El profeta Gad mandó al rey David que edificara un altar dentro de
Jerusalén, en la era donde el Ángel del Señor había detenido la plaga que
destruía al pueblo. David pudo saber, entonces, que este era el sitio que Dios
había escogido para que Israel adorara (1 Cr. 22:1). Muchos años antes, Abraham
llevó a Isaac a ese mismísimo lugar para sacrificarle, en obediencia al Señor,
cuando un borrego apareció allí para tomar el lugar de Isaac (Gé. 22:9-13).
El salmista compuso este poema: “¿Por
qué observáis, oh montes altos, al monte que deseó Dios para su morada?
Ciertamente Jehová habitará en él para siempre” (Sal.68:16). Hay otros versículos en la
Escritura que confirman que Dios eligió este monte en Jerusalén. En el Nuevo
Testamento, la samaritana conocía esta verdad: “Vosotros
decís que en
Jerusalén es el lugar donde se debe adorar” (Jn. 4:20). Es fácil ver que tales costumbres,
como ir al templo para orar, quedarían muy gravadas en las conciencias de los
discípulos. Lo que estoy intentando decir es que el trasfondo del discípulo
judío le atraía a su religión del Antiguo Testamento, pero no será así en la
iglesia gentil.
Sin embargo, en
el caso de toda la cristiandad, la oración será la actividad central: “(Jesús)
les enseñaba, diciendo:
¿No está escrito: Mi casa será llamada casa de oración para todas las naciones?” (Mc. 11:17).
La iglesia primitiva dependía del poder y presencia del Espíritu Santo para
llevar a cabo los negocios sobrenaturales del cielo. No estaban dependientes de
la capacidad y la sabiduría de los hombres (v.1). Siendo convencidos de esta
necesidad, ellos recurrían diariamente a la oración. Creo que la canción de
Bill y Gloria Gaither describe la necesidad que tenían los discípulos; la misma
que tenemos nosotros en el siglo XXI:
Ven, Espíritu Santo
Ven, Espíritu Santo, te necesito,
Ven, dulce Espíritu, te pido;
Ven en tu fuerza y poder,
Ven de tu manera especial.
Ven como sabiduría para niños,
Ven como vista nueva para los ciegos;
Ven como la fuerza en mi debilidad,
Lléname alma, cuerpo y mente.
Ven como un descanso para los cansados,
Ven como un bálsamo para el alma;
Ven como rocío en mi sequedad,
Lléname con gozo eterno.
Ven como manantial en el desierto,
Ven al alma marchita;
Señor, que tu poder dulce y sanador,
Me toque y me haga completo.
Observa el resultado de tal principio de la
oración en la siguiente porción del capítulo 3. Sus amigos o familiares traían al
inválido al templo desde su niñez hasta el día que nos presenta el capítulo 3,
cuando tenía más que 40 años. Le traían al lugar en el que, probablemente, la gente sentía
una responsabilidad religiosa de ayudar a los necesitados. Allí estaba, día
tras día, recibiendo limosna (v. 2). Dios tiene una mejor manera de llevar a
cabo Su voluntad en la vida de las personas. Este hombre ya estaba atento a
Pedro y a Juan, pero con un motivo imperfecto, dentro del ámbito de la
benignidad y las posibilidades humanas. Su confianza siempre tenía que ver con
la buena voluntad de los hombres (v. 3).
Fijó los ojos en Pedro y Juan pensando en ayuda
monetaria: “Cuando vio a Pedro y a Juan… les rogaba que le diesen limosna”.
Pedro le manda que los vea de una manera que le traerá un mejor resultado; algo
que jamás, ni en sus mejores pensamientos, hubiera imaginado que fuera posible
(v. 4). Pero ese día y hasta las tres de la tarde, no tenía ni idea de lo que
estaba delante para él, pero esta manera – la manera de Dios – fue poderosa y
le transformó para el resto de su vida (v. 5).
En el tiempo de los Evangelios, Jesús ya enseñó
a Sus discípulos a hacer lo imposible cuando les mandó alimentar a miles que
vinieron a Él en un lugar desierto: “Dadles vosotros de comer” (Mt.
14:16; Mc. 6:37; Lc. 9:13), les dijo. Ellos tenían cinco pequeños panes y dos
peces. Pedro aprendió bien la lección de dar, a pesar de las imposibilidades
humanas, durante su discipulado, y ahora se estaba formando algo milagroso para
el paralítico, algo que transformaría su vida. Pedro, primeramente, confesó su
falta de posibilidades materiales: “No tengo plata ni oro”.
La iglesia primitiva no suplía, en primer
lugar, las necesidades humanas por medio de recursos naturales. El Dr. Lucas
observa las actividades sobrenaturales de los apóstoles y las reporta en el
libro de los Hechos. Ya he dicho que Lucas nunca entró ayudando al equipo de
Jesús con sus conocimientos médicos.
Los discípulos no tenían cómo alimentar a la
multitud, y Pedro no tenía recursos materiales para ayudar a este pobre hombre inválido.
Llevar los pocos panes y peces a Jesús, verle cómo los bendecía, y después dárselos
a la multitud, le valió de experiencia, haciéndole saber que Jesús también
podría hacer algo para el paralítico. “Lo que tengo te doy”, y lo
que Pedro tenía era la Persona Todo-Suficiente de Jesucristo de Nazaret
habitando en él. Era vida divina en el corazón de un ser humano. Jesús dijo que
esta verdad hará que el mundo crea (Jn. 17:23) y, en el siguiente capítulo, nos
hablará que cinco mil personas llegaron a creer. El texto no aclara si este fue
el número total de creyentes, incrementado grandemente desde la manifestación
en Pentecostés, o si fue el resultado de este milagro. Puede ser que solamente
fue este milagro el que añadió a cinco mil personas a la iglesia.
Observa de nuevo el tratamiento dado a Jesús por
el apóstol: Jesucristo de Nazaret. El Mesías, el Ungido, había venido
inesperadamente a Nazaret de Galilea. Este hecho fue un tropiezo para el pueblo
judío, un tropiezo que no podían superar. Desde el territorio despreciado de
Galilea y desde la aldea insignificante de Nazaret, Su fama se esparció sobre
todo Israel. Durante siglos, los judíos le esperaban fervientemente; había sido
profetizado por Moisés en el Pentateuco, y por los profetas en todo el Antiguo
Testamento. Él fue la Esperanza de Israel, el Príncipe de Paz, el Conquistador.
Sin embargo, “a lo Suyo vino, y los Suyos no le recibieron” (Jn.
1:11). Le crucificaron.
No cambió la verdad inalterable de que Jesús de
Nazaret era el remedio celestial para cada necesidad terrenal. Cuando el cojo miró
a Pedro y a Juan, estaba fijándose en hombres en quienes habitaba Jesús de
Nazaret. Ellos no se representaban a sí mismos ni a ningún movimiento
religioso, sino que vinieron de Galilea a Jerusalén para representar a una sola
Persona y declarar Su nombre.
Un principio bíblico nos enseña que el nombre
de una persona identifica su carácter. Venir en el nombre de Jesús quería decir
que esa persona presentaba Sus atributos y todo lo que Él es. Su Nombre es
poderoso y misericordioso sobre cualquier otro nombre que jamás haya sido
nombrado sobre la tierra. Por eso, con plena fe en Su nombre, Pedro le ordenó: “¡Levántate
y anda!” (v. 6).
Cada ser terrenal y celestial tiene que
inclinarse sumiso bajo este Nombre. Pedro quiso ayudar al hombre a desafiar la
incredulidad que naturalmente poseía, y a la vez impulsarle a creer. Así, tomando
al cojo de la mano, le ayudó a levantarse. La imposibilidad dio lugar a la
omnipotencia y, en ese momento, el poder espiritual fue desatado desde el
cielo, proveyendo fuerza a huesos y músculos incapacitados. El hombre, cojo
desde antes de nacer, todavía en el seno de su madre (según el griego
original), ¡fue sanado en aquel instante! (v. 7).
No es sorprendente que el Dr. Lucas pusiera
todo su conocimiento médico a un lado al ver la habilidad infinita de Jesús de
Nazaret. Pedro y Juan dejaron sus barcos para siempre para poder ser Sus
pescadores de hombres. Pronto veremos cómo Saulo de Tarso abandonó su religión
y su carrera, respondiendo a la Luz que brillaba más que el sol de mediodía.
¿Qué reacción demandaría este acto de amor y
poder en este pobre cojo? En el versículo 8, el paralítico, al principio, luchaba
para enderezarse y dar el primer paso, pero de repente se puso en pie y saltó. Algo
pasó también dentro del hombre. Estaba acostumbrado a estar fuera, a la puerta
del templo, esperando recibir algo que supliera sus necesidades temporales, sin
embargo, ahora se había convertido en un adorador. Acompañaba a los apóstoles al
templo, no simplemente yendo a su lado, ¡sino “caminando, saltando y
alabando a Dios!” Quizás Pedro y Juan también saltaban y alababan a
Dios, pero la Escritura no nos revela su respuesta al milagro.
El milagro no fue solamente físico, sino que
trajo la salvación a su alma. No puedo pensar que alguien criticara su reacción
en aquel momento, y no creo que el lector le culpe por un emocionalismo
excesivo. No señor, su reacción está totalmente justificada por la obra
física que cambió su vida y por la obra espiritual en su interior. Si la
realidad de recibir vida eterna es una realidad en el alma, me parece que
cualquier reacción menor no sería aceptable.
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| Los nativos Mouk, gozan la salvación |
Quizás hayas visto el video de todo un pueblo
nativo, saltando y lanzando a otros al aire por el gozo que les produjo escuchar
acerca de una salvación gratuita y eterna. Lo que no puedo aceptar es que un predicador
anuncie tales noticias sin ninguna pasión. ¿Puede ser que el mensaje no sea una
realidad para él? ¿Será que sus emociones han sido endurecidas por una teología
mental que no ha llegado al corazón?
Este hombre tuvo un testimonio inmediato del
poder de Jesús de Nazaret que la gente que le rodeaba pudo observar (v. 9). La
gloria del evangelio había llegado al centro de la ciudad de Jerusalén y sus
ciudadanos la vieron delante de sus ojos. Habían observado al hombre de más de cuarenta
años, en su impotencia, y algunos lo habían visto desde su niñez, desde el
primer día que se había puesto a mendigar en la puerta del templo. Ahora, eran
testigos de un gozo inefable que su Mesías rechazado podía traer a un ser
humano sin esperanza. La manifestación del verdadero evangelio en aquel día,
hoy y para siempre, produce un asombro como ninguna otra cosa en este mundo (v.
10).
Pienso que es legítimo decir que, “estando
él asido de Pedro y de Juan”, estaba asido del Cristo en ellos en la misma
manera que las mujeres se asieron a los pies de Jesús después de la
resurrección (Mt. 28:9). Él hombre oyó a Pedro decir: “En el nombre de
Jesucristo de Nazaret”, y creyó.
No fue así con el pueblo que estaba observando
el milagro (v. 11). La gente miraba a dos simples seres humanos y se maravillaban
porque no reconocían la vida asombrosa y divina del Cristo resucitado en ellos.
La gente necesitaba saber la instrucción verdadera de lo que Jesús habló a Su
Padre: “Yo en ellos, y tú
en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me
enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado” (Juan 17:23). No fue la capacidad
ni la santidad de los vasos empleados de Dios en Sus propósitos, sino, como
Pedro les dijo, solo Jesucristo es digno de la gloria por esta sanidad (v. 12).
Hechos 3:13-26
El
Segundo sermón de Pedro
13. El Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, el
Dios de nuestros padres, ha glorificado a su Hijo Jesús,
a quien vosotros entregasteis y negasteis delante de Pilato, cuando éste había
resuelto ponerle en libertad.
14. Mas vosotros negasteis al Santo y al Justo, y
pedisteis que se os diese un homicida,
15. y matasteis al Autor de la vida, a quien Dios
ha resucitado de los muertos, de lo cual nosotros somos testigos.
16. Y por la fe en su nombre, a éste,
que vosotros veis y conocéis, le ha confirmado su nombre; y la fe que es por él
ha dado a este esta completa sanidad en presencia de todos vosotros.
17. Mas ahora, hermanos, sé
que por ignorancia lo habéis hecho, como también vuestros gobernantes.
18. Pero Dios ha cumplido así
lo que había antes anunciado por boca de todos sus profetas, que su Cristo
había de padecer.
19. Así que, arrepentíos y
convertíos, para que sean borrados vuestros pecados; para que vengan de la
presencia del Señor tiempos de refrigerio,
20. y él envíe a Jesucristo, que os
fue antes anunciado;
21. a quien de cierto es necesario que el cielo
reciba hasta los tiempos de la restauración de todas las
cosas, de que habló Dios por boca de sus santos profetas que han sido desde
tiempo antiguo.
22. Porque Moisés dijo a los
padres: El Señor vuestro Dios os levantará profeta de entre vuestros hermanos,
como a mí; a él oiréis en todas las cosas que os hable;
23. y toda alma que no oiga a aquel profeta, será
desarraigada del pueblo.
24. Y todos los profetas desde Samuel en adelante,
cuantos han hablado, también han anunciado estos días.
25. Vosotros sois los hijos de los profetas, y del
pacto que Dios hizo con nuestros padres, diciendo a Abraham: En tu simiente serán
benditas todas las familias de la tierra.
26. A vosotros primeramente, Dios, habiendo
levantado a su Hijo, lo envió para que os bendijese, a
fin de que cada uno se convierta de su maldad.
Fue el Dios de la historia de Israel, el Dios
de los patriarcas, quien se movió otra vez entre su pueblo. No pudieron escapar
de la verdad de que Jesús de Nazaret, a quien ellos habían crucificado, era el
Mesías. Pedro les culpó a ellos más que a Pilato, el gobernador romano, a quien
ellos aborrecían. El judío, personalmente, tiene que ver su culpabilidad antes de
poder ser salvo (v. 13).
En los versículos 14 y 15, continúa impresionándoles
por la magnitud de su pecado. El predicador que no intenta provocar
arrepentimiento, no predica bien el evangelio: “Mas vosotros negasteis al Santo y al Justo, y
pedisteis que se os diese un homicida, y matasteis al Autor de la vida”. ¿Puedes ver y entender la pesada acusación
de Pedro hacia ellos? Es un esfuerzo intencional de llevar a los pecadores a
poder sentir su desesperada situación, en la cual existen. El pecador, hoy en
día, no necesita nada menos cuando escucha el evangelio. El Espíritu de Dios ha
venido a la tierra y “convencerá al mundo de pecado, de
justicia y de juicio” (Jn.
16:8). Mucho del evangelismo de este siglo no es bíblico.
Otra vez, Pedro
reclama que él y los otros discípulos han visto la resurrección de Cristo. Jesús es el Sanador, y este es su nombre: “Si
oyeres atentamente la voz de Jehová
tu Dios, e hicieres lo recto delante de sus ojos, y dieres oído a sus
mandamientos, y guardares todos sus estatutos, ninguna enfermedad de las que
envié a los egipcios te enviaré a ti; porque yo soy Jehová tu sanador” (Ex. 15:26). Por medio de la
fe en Él fue hecha esta sanidad innegable. El pueblo conocía lo que el
paralítico era y vio lo que le pasó. Fue una sanidad pura y perfecta, que es lo
que Dios quiere hacer, como fue manifestada en el libro de los Hechos. Aunque
reconocemos nuestra imperfección y debilidad, nuestro deseo debe ser ver el
poder de Dios actuando como en el libro de los Hechos. La fe que Pedro predica
es “la fe que es por Él” (v.
16). No es una fe natural, inherente en seres humanos, sino es una fe que “viene
del oír, y el oír,
por la palabra de Cristo” (Ro.
10:17, LBLA).
En el versículo
17, Pedro ve que ahora es necesario aliviar la carga de culpabilidad sobre el
pueblo para que Satanás no tome ventaja, que “no sea
que en alguna manera este
sea abrumado por tanta tristeza… para que Satanás no tome ventaja sobre
nosotros” (mira el caso
en 2 Co. 2:6-11). Ahora es tiempo de consolar, y Pedro habla de una acción
ignorante que, aunque no disculpa, alivia el castigo. Jesús enseñó que el
pecado del ignorante es menor que el que es intencional: “El
que sin conocerla hizo cosas dignas de azotes, será azotado poco” (Lc. 12:48).
En su primer
mensaje, Pedro les demostró que la voluntad de Dios se llevó a cabo por medio
del aborrecible hecho de la multitud. Dios le había informado por medio de los
profetas, por todo el Antiguo Testamento, de Su plan. Otra vez, me acuerdo de
José, aliviando a sus hermanos de la culpabilidad por haberle secuestrado y
vendido como esclavo. Les demostró la salvación que Dios obró a través de su
horroroso crimen (v. 18).
El remedio para
su culpabilidad es el mismo que el que vimos en el segundo capítulo: el
arrepentimiento, seguido de la conversión. Dios se involucra en el
arrepentimiento igual que en la conversión y el perdón de pecados. Solamente Él
puede hacer volver al pecador de sus caminos egoístas al Señor. El hombre,
naturalmente, huye de Dios, y no puede hacer menos si Él no interviene. La
transformación del corazón, que es la conversión, es un milagro. Por medio de
la cruz ha sido provisto el perdón de pecados, pero la responsabilidad del
hombre es someterse a la obra del Espíritu Santo en su interior. Pedro lo
explica claramente: “Arrepentíos (vosotros) y convertíos”.
Quisiera
dirigiros a las palabras de ánimo para el pueblo de Dios en la última frase del
versículo 19, para los que no están satisfechos con el statu quo en la
iglesia, sino que anhelan un avivamiento. Hablo de la expresión “tiempos
de refrigerio”. Él escribe sobre lo mismo en su primera carta,
utilizando diferentes palabras: “Para que
en lo que murmuran de vosotros como de malhechores, glorifiquen a Dios en el
día de la
visitación (1 P. 2:12).
Esperamos un aguacero celestial, enfatizado en un himno de D. W. Whittle en
1883:
1.
Dios nos ha dado promesa, lluvias de gracia enviaré,
Dones que os den fortaleza, gran
bendición os daré.
(estribillo)
Lluvias de gracia, lluvias pedimos
Señor,
Mándanos lluvias copiosas, lluvias
del Consolador.
2. Obra en tus siervos
piadosos, celo virtud y valor,
Dándonos dones preciosos, dones del
Consolador.
3.
Muestra Señor al creyente, todo tu amor y poder,
Tú eres de gracia la fuente, llena
de paz nuestro ser.
4.
Cristo nos dio la promesa, del santo Consolador,
Dándonos paz y pureza, para su
gloria y honor.
Esperar tiempos de refrigerio o un día de visitación está
totalmente de acuerdo con la esperanza de la venida de Cristo. Santiago une los
dos en el último capítulo de su epístola: “Por
tanto, hermanos, tened paciencia hasta la venida del Señor. Mirad cómo el labrador
espera el precioso fruto de la tierra, aguardando con paciencia hasta que
reciba la lluvia temprana y la tardía” (Stg. 5:7). El granjero espera una cosecha
abundante, pero primeramente tiene que llegar una lluvia tardía para preparar
la cosecha, según el clima y la agricultura del Medio Oriente (v. 20).
Jesús está a la diestra del Padre, en el cielo, intercediendo por nosotros,
y estoy muy agradecido por Su intercesión en este mismo momento. Él volverá a
la tierra por segunda vez para reinar: reinará en justicia y Su reino también
traerán la paz y el gozo verdaderos a la tierra, como no ha existido desde el
tiempo de Adán y Eva en el jardín de Edén. Los profetas nos dieron toda la
historia, desde Su encarnación hasta Su reino milenario (v. 21).
 |
| Moisés levantó una tienda fuera del campamiento |
Pedro cita a Moisés, el gran héroe de los judíos, íntimo amigo de Cristo.
Le conoció por una revelación celestial como un Profeta supremo que no debe ser
ignorado como lo habían sido, generalmente, los profetas. Todos sabemos,
presumo, que las Escrituras dicen que Dios habló con Moisés como un hombre
habla a un amigo (Éx. 33:11). Antes de que el tabernáculo oficial fuera
construido, Moisés levantó una tienda lejos, fuera del campamento, donde tenía
comunión con Dios. Cualquier persona en la congregación también podía ir a
tener un encuentro con el Señor. El escritor de Hebreos resalta el conocimiento
personal que Moisés tuvo de Jesucristo: “Teniendo
por mayores riquezas el vituperio de Cristo que los tesoros de los egipcios;
porque tenía puesta la
mirada en el galardón” (He.11:26).
Profetizó que las consecuencias por no escuchar a Este sería destrucción total,
es decir, la destrucción más terrible que pueda haber: la condenación eterna
(v. 23).
Ahora, en el versículo 24, Pedro, de nuevo, hace comentarios semejantes que
más tarde escribirá en su epístola: “Los profetas que profetizaron de la
gracia destinada a vosotros, inquirieron y diligentemente indagaron acerca de
esta salvación… A estos se les reveló que no para sí mismos, sino para nosotros,
administraban las cosas que ahora os son anunciadas” (1P. 1:10,12). Las voces de los profetas continuaron hablando más allá del
primer siglo, alcanzando el presente siglo XXI (v. 24).
Como en el capítulo 2, Pedro no se detiene en
la acusación, aunque sus oyentes merecían toda su culpabilidad, sino que ahora,
felizmente, abre la puerta a su salvación. El pacto de Dios se aplica a su
generación y, en Su pacto con Abraham, nos incluyó a nosotros: “En
tu simiente serán benditas
todas las familias de la tierra” (v.
25). Pablo declaró, con la misma promesa, que Abraham es el padre de todos
nosotros, tanto judíos como gentiles (Ro. 4:16).
Jesús se humilló al nivel de un siervo y, por Su humillación, nos bendice…
¿Cómo nos bendice? En “que cada uno se convierta de su maldad”. Pedro,
seguramente, recordaba cuando Jesús se quitó Su manto y tomó una toalla para
lavar los pies de los discípulos, y su propia reacción rechazando este acto. Pero
Jesús estaba ilustrando, de forma simbólica, lo que Pedro estaba enseñándoles
en este momento en Jerusalén. La bendición principal del Señor en Su servicio a
nosotros fue lavarnos de nuestras iniquidades.
El apóstol Pablo establece esta doctrina al
credo santo de Dios en Filipenses 2:5-11, especialmente en el versículo 7: “Se
despojó a sí mismo,
tomando forma de siervo”.
Pablo enseñó que Él se humillo aún más, yendo a la cruz, lavándonos de nuestras
iniquidades, transformando nuestro carácter y alejándonos de nuestros pecados
(v. 26).
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