El motor supremo
¿Quién repartió conducto al
turbión, y camino a los relámpagos y truenos, haciendo llover sobre la tierra
deshabitada, sobre el desierto, donde no hay hombre, para saciar la tierra
desierta e inculta y para hacer brotar la tierna hierba? Job 38:25-27
Ballet sincronizado en el agua
Hace años, durante las
olimpiadas, entré en la sala de una persona que estaba viendo en el televisor
la actuación de ballet sincronizado en el agua. Al sentarme junto a él en el
sofá, el hombre me expresó que no le gustaban los esfuerzos individuales de las
olimpiadas, ya que tienden a exaltar a una sola persona, sino un esfuerzo
perfectamente unido, como es representado en el ballet sincronizado en el agua.
Fácilmente me di cuenta de que él estaba espiritualizando la actuación,
comparándola con los intentos de hacer la voluntad de Dios.
En ese momento no hice ningún
comentario, pero aquel pobre ejemplo me dio mucho en qué pensar y, de hecho, he
pensado mucho sobre este asunto. Quisiera compartir cómo veo a los cristianos
que están involucrados en cumplir la voluntad de Dios en el mundo. En eso
considero a la iglesia que Cristo dijo que Él edificaría (Mt.16:18), según
Pablo, dando dones a los hombres para adiestrar a los santos para la obra, para
la edificación del cuerpo de Cristo (Ef.4:8,12). Utilizaré la misma analogía de
la sincronización de los participantes del ballet en el agua.
“Yo edificaré Mi iglesia”
Tenemos que ver,
primeramente, cual es el tema que estamos tratando. Es la novia, el cuerpo, la
iglesia de Cristo, quien ha sido elegida y está siendo preparada para las bodas
celestiales, tras las cuales, reinará con Él. Es un cuerpo en el que cada
persona ha nacido de arriba y ha recibido poder de lo alto para funcionar de
forma celestial y sobrenatural en el mundo, preparándose así para la eternidad.
Con razón Jesús dijo: “YO edificaré MI
iglesia”, de acuerdo con la inspiración del salmista que dijo: “Si Jehová no edifica la Casa, en vano
trabajan los que la edifican” (Sal.127:1). Para una obra terrenal podríamos
ser capaces, pero para esta ¿quién? Si quedara alguna duda en cuanto a nuestra
incapacidad, Jesús nos dio el golpe mortal en Juan 15:5: “Separados de mí nada podéis hacer”.
Antes de que fuese descubierta
la electricidad o fueran inventadas las máquinas de combustible, la gente sabía
de motores… los puritanos conocían a Dios como el que movía y conducía las
vidas, y sus oraciones, como la siguiente, expresaban esa dependencia:
OH
MOTOR SUPREMO
Haz
que siempre esté sometido a ti,
Que
dependa de ti,
Que
no me desvíe del camino que tú sigues,
Y
por el que tu Espíritu se mueve,
Que
evite distanciarme de ti,
Y
volverme insensible a tu amor.
En estos días, he repetido historias
que había juntado en el último capítulo del libro, Dios hizo el campo, tratando de ilustrar cómo funcionan los
miembros del cuerpo de Cristo… sobre un hombre en Wisconsin, orando por una iglesia
desconocida para él en Dakota Norte… sobre un soldado americano en Alemania, que conocí por primera vez y le escuché hablar de su tierra en una muy pequeña
aldea de Wisconsin, (donde también vivió el hombre mencionado antes), y cómo su padre había tenido comunión con un tío mío, antes de
que mi tío muriera de cáncer… de cómo el hielo que cubría un lago se rompió por
el peso de un hombre y cómo unos amigos suyos, sin saber de su situación,
estuvieron orando toda la noche por él… y había otras historias.
El joven Charles Spurgeon |
El hombre, como Pedro y
Juan, “del vulgo y sin letras”, no sabía predicar mucho, así que repitió una y
otra vez el texto. “Un hombre no tiene que ir a la universidad para mirar”, gritó, “cada quien sabe mirar… ¡un niño sabe mirar!” Entonces, fijándose en el
visitante, que se había sentado solo, a un lado, le apuntó con el dedo y le
dijo: “Joven, pareces miserable. ¡Joven, mira
a Jesucristo!” Entonces aquel joven sí miró,
por fe, y así fue como ese gran predicador, Charles Haddon Spurgeon, fue
convertido... no en su iglesia, sino entre hermanos desconocidos para él.
Una obra sobrenatural y espiritual
Supongamos que en alguna
parte de Europa, Dios eligiera a una persona en Cristo Jesús para poder funcionar
en su cuerpo, en “el ballet sincronizado”. Entonces, Él le da Su Espíritu, que
está perfectamente unido con Su propósito, como Entrenador personal. La persona
aprende movimientos de habilidad, nunca antes demostrados en el mundo, que son su
parte en la actuación suprema y sobrenatural para la gloria del Padre. El mismo
Espíritu se incorpora en el participante para darle una capacidad que jamás
podría tener en un cuerpo humano. Después, el Espíritu también es enviado a Sud
América para realizar el mismo entrenamiento con otra persona, para que se
coordine perfectamente con la primera persona, aunque no es conocida para ella.
Por el Espíritu, no es necesario unirse físicamente para ensayar (1 Co.5:4).
Una tercera persona es
elegida en Norte América y tiene que pasar por el mismo proceso y entrenamiento.
Entonces en el occidente lejano de Asia, la cuarta persona entra en la escuela
del Espíritu Santo para llevar a cabo los propósitos divinos, y por los miles,
de todas partes del planeta, los participantes son escogidos y entrenados.
Algunos están en prisiones, en celdas solitarias; otros están aislados,
abandonadas en islas; otros pueden estar en medio de multitudes, pero nadie les
entiende, ni saben por qué están pasando por tantas y tan rigurosas pruebas.
Una vez terminados los
ensayos, dirigidos por el Espíritu, llega el tiempo para el gran día de la
actuación. Dios toma Su lugar en el trono y, de todas partes de la tierra, se
presentan los participantes, que se juntan y se sincronizan en una sola
representación realizada para Su placer y gloria. Seres más dignos que los
seres humanos observan a los que “fuimos
hechos herederos, habiendo sido predestinados conforme al propósito del que
hace todas las cosas según el designio de su voluntad, a fin de que seamos para
alabanza de su gloria… para que la multiforme sabiduría de Dios sea dada ahora
a conocer por medio de la iglesia a los principados y potestades en los cielos,
conforme al plan de las edades, que hizo en Jesucristo, Señor nuestro” (Ef.1:11;
3:10-11).
Dios hace como Él quiere
El Señor tiene propósitos
eternos y hace todas Sus obras con el fin de llevar a cabo estos propósitos y
ningún otro. Lo hace por la instrucción y poder de Su Espíritu, por encima del
entrenamiento y ensayo que el hombre pueda realizar, muy por encima de un
cuerpo de personas uniéndose para realizar esfuerzos humanos. En esta obra de
gracia, nadie puede considerarse el maestro o el padre; nadie es más que un
hermano. Uno es su Maestro, el Cristo, y uno es su Padre, el Padre celestial
(Mat.23:8-9).
Ellos han observado a las hormigas, han mirado sus caminos, y han adquirido su sabiduría: “La cual no teniendo capitán, ni gobernador, ni soberano, prepara en el verano su comida, y en el tiempo de la siega guarda su sustento” (Pro.6:6-8). Dios une donde no hay capitán. Dios toma los esfuerzos individuales, sin que el hombre lo sepa, y los une. Sucede con ellos lo que sucedió con los tres jóvenes hebreos: “El rey habló con ellos, y no fueron hallados entre todos ellos otros como Daniel, Ananías, Misael y Azarías; así, pues, estuvieron delante del rey. En todo asunto de sabiduría e inteligencia que el rey les consultó, los halló diez veces mejores que todos los magos y astrólogos que había en todo su reino” (Daniel 1:19-20).
Quisiera mencionar el hecho de que conocemos
bien los nombres hebreos y babilonios de estos jóvenes. Conocemos los nombres
de casi todos los salmistas y los que formaron parte del gran plan de Dios,
tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. El que entrega todo a Cristo,
también entrega su nombre, para que Dios le utilice o no le utilice como Él
quiera. El orgulloso puede quedarse anónimo y sigue siendo orgulloso; el
humilde puede tener su nombre publicado y sigue siendo humilde, como lo fue
Jesús, manso y humilde, aunque tiene un nombre que es sobre todo nombre. Todo
depende de la condición del corazón (fíjate en la anotación abajo).
Dios hace todo para Su
propio placer y recibe gloria de seres mucho más dignos que los hombres. Él no
necesita la alabanza, ni la adoración. Tampoco necesita a las personas que las
rinden, pero las recibe todas, porque es digno. No existe otra celebración en
la cual estén involucrados hombres y ángeles, que les dé más gozo y
satisfacción, que dar a Dios lo que Él merece. El Señor se goza al ver el
placer que ellos reciben haciéndolo.
En la mujer que le ungió, vemos
el ejemplo de cómo una persona recibe y se beneficia al dar todo a Cristo. Juan
nos revela que fue María, la hermana de Marta y Lázaro (Jn.12:3). Ella no pidió
nada, se gozaba, mientras caían sus lágrimas, por el privilegio de dar a Jesús
la honra y adoración que Él merece. Él la dio, como en el caso de Rahab en el
Antiguo Testamento, una fama universal y eterna: “Dondequiera que se proclame este evangelio en todo el mundo, se dirá
también lo que ésta hizo para memoria de ella” (Mt.26.13).
Dios es Dios y hace lo que Él
quiere. “Todos los moradores de la
tierra son considerados como nada, y Él hace según su voluntad en el ejército
de los cielos y en los habitantes de la tierra, y no hay quien detenga su mano,
ni quien le diga: ¿qué haces? (Dn.4:35). Lo que Él ha hecho por amor a los
hombres se cuenta de una forma sublime en el evangelio. Va mucho más allá de lo
que las lenguas humanas pudieran expresar. Dios hace obras indecibles para el
hombre y también, como Él dijo a Job, hace obras que son invisibles para el
hombre, moviendo donde el hombre no observa en tierras deshabitadas. Lo que
intento decir es que Dios, en ninguna manera, se sujeta al conocimiento o la
sabiduría humanos. Se complace en toda su creación, en todos los animales y
plantas. Le importa el desarrollo de la hierba menos importante y suple sus
necesidades. Nadie puede limitar a Dios en ninguna de Sus obras; nadie puede acorralarle
dentro de los confines de las ideas y el entendimiento del hombre.
ANOTACIÓN: Quisiera aclarar un asunto en el cual
creo que existe una confusión en las mentes de algunos. Pienso que no es correcto concluir que todos los
cristianos deben ser como el eunuco del que Jesús habló. Si lees en Mateo 19,
desde el primer versículo hasta el 12, verás que el contexto tiene que ver con
el matrimonio. Los discípulos acababan de comentar: “Si así es la situación del hombre con la mujer, no conviene casarse”. Es entonces cuando Cristo les habla de
un llamamiento especial, y lo limita: “No
todos tienen capacidad para este dicho, sino aquellos a quienes ha sido dado”
(v.10 y 11). Está hablando de ser eunuco en el sentido literal de no casarse.
Pablo, por ejemplo, tenía este llamamiento, pero sabemos que Pedro no. Todos
hemos conocido personas con el mismo llamamiento, pero no es una norma a seguir
para todos los cristianos. Todos
los comentaristas que tengo están de acuerdo sobre este asunto.
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