Vi al Señor
Recuerda, no vamos a escribir toda la porción de la Escritura en este artículo.
Espero que tengas la Biblia abierta y me sigas, al intentar hacer una lección expositiva.
8. Un estudio expositivo de Isaías, capítulo 6
Me pregunto si Isaías pudo
saber acerca de las multitudes de personas en el mundo entero y en diferentes
épocas, que iban a leer y ha asombrarse de los acontecimientos sobre su llamado
como profeta. Probablemente, éste es el capítulo más predicado de su libro, superado
solamente por el capítulo 53. Lo que tenemos aquí es el testimonio personal de
Isaías sobre el llamamiento que lanzó su ministerio profético. Su llamamiento
fue oportuno, necesario y significante.
Los hombres nos desilusionan
Isaías fue preparado durante
el largo reinado del rey Uzías, quien, en su mayor parte, reinó bien. Sin
embargo, como les pasa muchas veces a los que saborean la bendición de Dios y
el éxito, Uzías se enorgulleció y se creyó indispensable. Se exaltó a si mismo
sobre todo lo que Dios había ordenado, y tomó la responsabili-dad mucho más allá
de lo que Dios permite al ser humano. No fue el único rey que presumió de llevar
a cabo los deberes de un sacerdote. El primer rey de Israel, Saúl, también cometió
ese fatal error e, inmediatamente, perdió el favor de Dios. Este camino de
auto-importancia es bastante peligroso. Uzías se hizo leproso y tuvo que estar en
cuarentena. Su hijo asumió las responsabilidades administrativas.
Después… murió, como el
pobre mortal que era. Muéstranos, Isaías, el cuadro verdadero de nuestra vida y
el fin de cada uno, y ayúdanos, oh Dios, a no olvidarlo: “Toda carne es como hierba, y toda su gloria como flor campestre;
sécase la hierba, marchítese la flor” (40:6,7). En el año de la muerte de Uzías,
Dios levantó a Isaías para llevar la palabra necesaria de Dios, una palabra
viva que llevó a cabo Sus propósitos para Israel en aquel día y continúa sobre
los siglos hasta el día de hoy. Esta es la palabra tan honrada por Jesús y Su
apóstol, Pablo. Fue el único libro preservado completamente en una cueva sobre
el Mar Muerto durante más de 20 siglos, y descubierto en el año 1947.
Un concepto alto y poderoso de Dios
Isaías había aprendido la
lección dada por la vida y el fracaso de Uzías y muchos otros asuntos del
Israel de su día, pero aún no estaba preparado para funcionar como profeta. Necesitaba
ser puesto directamente en la presencia del Rey de Reyes, que está sentado en
el trono y reina, después de que los gobernantes de la tierra y las naciones
pasen al olvido. “Vi a Adonai sentado
sobre un trono alto y sublime, y sus faldones llenaban la Casa” (v.1). No
es suficiente que un hombre hable o escriba, la palabra tiene que dejar huella
en el alma y penetrar al corazón de su personalidad por un encuentro personal
con Él. De esta experiencia vino el término preferido de Isaías, referente a
Dios: El Santo de Israel.
Tras esta experiencia hay un
principio que determina el estado verdadero de la iglesia y cada individuo
cristiano. Seguramente, regula el poder de la palabra que fluye por la boca del
que la entrega al pueblo. No asumamos que la palabra sola impacte en los
corazones de los oyentes sin la fuerza impulsora de labios ungidos de vasos
humanos. Hemos oído muchas veces que nuestra responsabilidad termina al contar
la verdad; después Dios es quien se encarga de los resultados. Esa conclusión sirve
como una excusa al orador empobrecido por su desempeño impotente, pero hace más
daño por llevar una partícula de verdad.
Aquí está la verdad triste y
trágica de los predicadores, el cristiano individuo y el cuerpo de cristianos
hoy en día, según A. W. Tozer en su gran libro, El conocimiento del Dios
santo: Opino que el concepto de Dios
que prevalece en esta época (los años medianos del siglo XX) es tan decadente,
que se encuentra completamente por debajo de la dignidad del Dios Altísimo, y
en realidad constituye para los que profesan ser creyentes algo que equivale a
una calamidad moral. Habiendo vivido estos años del siglo XX, puedo
testificar que el concepto de Dios, en general, no ha mejorado desde entonces. Más
bien, ha caído notablemente a un nivel todavía más degradado.
Si los faldones de Dios
llenan el templo, entonces es razonable deducir que el templo tiene que ser
vaciado de todo lo demás. Por esta razón, Jesús entró indignado a la casa de Su
Padre, y echó fuera cada rastro de distracción que apartaba a los hombres de la
adoración a la deidad. No puede haber llenura hasta que primeramente no haya una
descarga de toda atracción e ídolo del templo del Espíritu Santo.
El que se sienta sobre el
trono no se llama Jehová en este lugar, sino Adonai: el Señor, el Maestro, Gobernante soberano, Proveedor. “Esto dijo Isaías”, escribió el apóstol Juan, “porque
vio su gloria, y habló acerca de Él” (Jn.12:41). Juan estaba hablando de
Jesús. Cuando Él se sentó a la diestra de la Majestad en el cielo, después de
su ascensión, se sentó otra vez donde había estado sentado antes, cuando Isaías
le vio alto y sublime. Esta experiencia inicial fue la razón tras cada éxito en
el ministerio de Isaías en su día y, por la palabra inspirada, hasta el día de
hoy.
La santidad de Dios en contraste a la pecaminosidad
del hombre
Hace muchos años noté que,
ese clamor que es emitido desde lo más profundo de las criaturas más poderosas
y gloriosas del cielo, no es “amor, amor, amor”. La preocupación mayor en las
esferas celestiales es Su santidad: “Santo,
santo, santo, Jehová de los ejércitos, toda la tierra está llena de su gloria” (v.3).
Esta fue también la alabanza de los seres vivientes que Juan escuchó y describe
en el libro de Apocalipsis 4:8. El cielo está totalmente involucrado con el
Dios, tres veces santo, y comprometer Su santidad es impensable. “No entrará en ella ninguna cosa inmunda, o
que hace abominación y mentira, sino solamente los que están inscritos en el
libro de la vida del Cordero… mas los perros estarán fuera, y los hechiceros,
los fornicarios, los homicidas, los idólatras, y todo aquel que ama y hace
mentira” (Ap.21:27; 22:15).
El Señor es soberano tanto
en la tierra como en el cielo, y nosotros nos involucramos en el conocimiento
de Su gloria aquí, como dice el versículo 4, en humo y poder estremecedor. Los
corazones del pueblo de Dios deben juntarse hoy con el de Isaías: “¡Oh, si rompieses los cielos, y
descendieras, y a tu presencia se escurriesen los montes, como fuego abrasador
de fundiciones, fuego que hace hervir las aguas, para que hicieras notorio tu
nombre a tus enemigos, y las naciones temblasen a tu presencia!” (64:1-2). Debemos
ser consumidos con la necesidad de experimentar días del cielo sobre la tierra.
No existe un remedio
terrenal para los que son cortados por la espada del Espíritu de Dios y, de
hecho, nunca pueden volver a ser iguales. Están crucificados con Cristo. Un ser
ardiente vino a Isaías con un carbón encendido y tocó su boca (v.6-7). Con ese
toque celestial y sobrenatural, “es
quitada tu culpa, y limpio tu pecado”.
Fue hecha la provisión para su pecado por el que está sentado sobre el
trono en gloria. El alto y sublime descendió de Su trono, “siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que
aferrarse… se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y
muerte de cruz” (Fil.2:6,8).
Un mensaje no popular
Oí a alguien decir hace
poco: “Después del versículo ocho los predicadores terminan sus sermones”. Es
muy cierto y nosotros, sin muchos detalles, sólo vamos a notar que el Señor
informa a Isaías, durante el resto del capítulo, del rechazo futuro del pueblo
contra su mensaje. No es una expectativa muy animadora. Desde un principio, él
se da cuenta que va a llevar a cabo un ministerio no popular que muchas veces
le desanimará. Cada verdadero profeta de Dios tenía que luchar la mayor parte
del tiempo con una mayoría obstinada. No querían escuchar, rehusaban entender, se
oponían, perseguían, e incluso a veces, les mataban. De todos modos, Isaías
respondió y predicó, porque su meta no era ganar el apoyo de la multitud, o cambiar
a un mundo caído, sino agradar al que le llamó. En las palabras de Pablo a
Timoteo: “Sufre penalidades como buen
soldado de Jesucristo… a fin de agradar a aquel que lo (te) tomó por soldado” (2 Tim.2:3-4).
Quizá nos sorprenda ver que
la intención del mensaje de Isaías era impedir que el pueblo entendiera y comprendiera (v.9)… “para que no vea con sus ojos, ni oiga con sus oídos”. En verdad, iba a dejarles insensibles,
¡para que no fuesen sanados! (v.10). Parece extraño que hasta oímos a Jesús
decir lo mismo sobre Su ministerio: “Por
eso les hablo por parábolas: porque viendo no ven, y oyendo no oyen, ni
entienden” (Mt.13:13) y añadió citando exactamente lo que estamos leyendo
en Isaías 6:10. Las multitudes no comprendieron, ni podían comprender las
palabras de Jesús. Las parábolas fueron designadas y entregadas con este
propósito. Él terminó sus parábolas diciendo: “El que tiene oídos, oiga” (Mt.13:43). Entonces, unas pocas
personas, abiertas y humildes de corazón, vinieron a Él en privado para ser
enseñadas.
Así fue en el ministerio de
Isaías y en el ministerio de Cristo, y así será para nosotros en nuestro
tiempo. El evangelio sólo cae correctamente sobre oídos preparados, los demás
serán endurecidos. Los hombres no tienen en sí mismos la capacidad de entrenar
sus propios corazones y oídos para buscar a Dios. Son criaturas caídas que no
solamente no pueden salvarse, sino tampoco tomar el primer paso en dirección a
Dios. No pueden buscar, no pueden entender, no pueden arrepentirse, y no pueden
creer. Este es el estado del hombre caído, y nadie jamás sería salvo si Dios no
iniciara una obra en ellos. Esta es la enseñanza clara de Pablo, y antes de que
empecemos a evangelizar, deberíamos saberlo… Antes de hablar es esencial orar para
que Dios prepare a los corazones.
En Israel, como estamos
aprendiendo, el juicio iba a caer, resultando en una desolación (v.11). Los
hombres fueron llevados al cautiverio (v.12), cayó más juicio y, finalmente, fue
dejado un remanente… un tronco, una simiente santa, de la cual brotó un Renuevo
(v.13). La lealtad de Isaías tenía que ser para el Alto y Sublime, quién le fue
revelado. Su gozo reposó en un remanente que pudiera entender y recibir su
mensaje.
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