Pensar correctamente sobre Dios
Los comentarios de A. W. Tozer sobre Dios en este
capítulo han de ser entre los más bien expresados que uno puede encontrar en la
literatura cristiana y el tema es tan importante que merece ser repetido vez
tras vez. Si es la primera vez que lo leas, te recomiendo que lo hagas con
la más seria atención. Si has leído Los
atributos de Dios o El conocimiento
del Dios santo antes, por favor lee este capítulo meditando aún más que
antes. Se aplica a la situación en la iglesia hoy en día, y describe su más
grande deficiencia con exactitud. ¡Que Dios bendiga el lector sincera y
humilde! L. Brueckner
Capítulo
uno: Por qué debemos pensar correctamente sobre Dios
A. W. Tozer |
Señor todopoderoso, no el Dios de
los filósofos y de los sabios, sino el Dios de los profetas y los apóstoles, y lo
mejor de todo, el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo: ¿me permites reconocer tu
santidad?
Los que no te conocen, quizá te invoquen
como otro distinto al que eres, y así no te adoran a ti, sino a una criatura de su
propia imaginación; por eso, ilumínanos la mente para que te conozcamos tal
como eres, de manera que te podamos amar de manera perfecta y alabarte dignamente.
En el nombre de Jesucristo, nuestro Señor, Amén.
Lo que nos viene a la mente cuando pensamos en Dios es lo
más importante de nosotros. Es probable que la historia de la humanidad
señalará que ningún pueblo se ha alzado a niveles más altos que su religión, y
la historia espiritual del hombre demostrará que ninguna religión ha sido jamás
más grande que su concepto de Dios. La adoración será pura, o baja, según el
lugar en que el adorador tenga a Dios.
Por esta razón, la cuestión más importante que la Iglesia
tiene delante siempre será Dios mismo, y la realidad más portentosa acerca de
cualquier ser humano no es lo que él pueda decir o hacer en un momento dado,
sino la forma en que concibe a Dios en lo más profundo del corazón. Por una ley
secreta del corazón, tenemos la tendencia de acercamos hacia la imagen mental del dios
que poseamos. Esto no es cierto solamente con respecto al cristiano de manera
individual, sino también con respecto al conjunto de cristianos que forma la
Iglesia. Lo más revelador acerca de la Iglesia será siempre su idea de Dios, así como
su mensaje más significativo es lo que diga sobre Él, o lo que deje sin decir,
porque con frecuencia, su silencio es más elocuente que sus palabras. Nunca se
podrá escapar de la revelación de sí misma que hará cuando dé testimonio acerca de
Dios.
Si fuéramos capaces de obtener de algún ser humano
una respuesta completa a la pregunta "¿Qué le viene a la mente
cuando piensa sobre Dios?", podríamos predecir con certeza el futuro
espiritual de ese ser humano. Si fuéramos capaces de conocer con exactitud lo que
piensan sobre Dios los más influyentes de nuestros líderes religiosos, podríamos
predecir con bastante precisión dónde se hallará la Iglesia mañana.
Sin duda alguna, la palabra de más peso en cualquier
idioma es la que utiliza para designar a Dios. El pensamiento y el habla son dones de Dios
a unas criaturas hechas a su imagen; éstas están íntimamente asociadas con Él,
y son imposibles sin Él. Es muy significativo que la
primera palabra fuera la Palabra, el Verbo: "y el Verbo era con Dios, y el
Verbo era Dios" .Nosotros podemos hablar, porque Dios habló. En Él, la palabra y
la idea son inseparables entre sí.
Que nuestra idea de Dios se aproxime lo más posible al
verdadero ser de Dios es algo de inmensa importancia para nosotros. Comparados
con nuestros pensamientos reales acerca de Él, nuestras declaraciones en los
credos resultan de poca importancia. Nuestra idea real de Dios pudiera hallarse enterrada bajo
los desechos de las nociones religiosas convencionales, y quizás se necesite
una búsqueda inteligente y vigorosa antes de ser desenterrada y expuesta tal
como es. Sólo después de una fuerte prueba de doloroso examen personal, estaremos
en condiciones de descubrir lo que creemos en realidad sobre Dios.
Tener un concepto correcto de Dioses es algo fundamental, no
sólo para la teología sistemática, sino también para la vida cristiana práctica. Es
a la adoración lo que los cimientos son al templo; donde sea inadecuado, o esté fuera
de plomada, toda la estructura tendrá que desplomarse tarde o temprano.
Creo que son muy escasos los errores en la doctrina o en la aplicación de
la ética cristiana que no se puedan seguir hasta hallar su origen en unos pensamientos
imperfectos e innobles sobre Dios.
Opino que el concepto de Dios que prevalece en esta época es
tan decadente, que se encuentra completamente por debajo de la dignidad del
Dios Altísimo, y en realidad constituye para los que profesan ser creyentes
algo que equivale a una calamidad moral.
Todos los problemas del cielo y de la tierra, aunque se nos
presentaran juntos y al mismo tiempo, no serían nada comparados con el
abrumador problema de Dios: que Él existe, cómo es Él, y qué debemos hacer nosotros,
como seres morales, acerca de Él.
El hombre que llega a unas creencias correctas con respecto a
Dios queda aliviado de mil problemas temporales, porque ve de una vez que éstos tienen
que ver con cuestiones que, a lo sumo, no le pueden preocupar por largo tiempo;
pero aun si se le pudieran quitar las numerosas cargas del tiempo, la poderosa
carga de la eternidad comienza a pesar sobre él con un peso más aplastante que todos los sufrimientos
del mundo amontonados uno sobre otro. Esa poderosa carga es su obligación con DIOS.
Comprende un acuciante deber de amar a Dios durante toda la vida con todas las fuerzas
de la mente y del alma, de obedecerle de manera perfecta
y de adorarle de manera aceptable. Cuando la angustiada conciencia del hombre le dice
que no ha hecho ninguna de estas cosas, sino que desde la niñez ha sido culpable de
una necia rebelión contra la Majestad del cielo, la presión interna
se podría volver difícil de soportar.
El evangelio puede quitar esta carga destructora de la
mente, dar gloria en lugar de ceniza, y manto de alegría en lugar de luto. Con todo,
a menos que se sienta el peso de esa carga, el evangelio no podrá significar
nada para el hombre; y hasta que no tenga una visión de un Dios exaltado por
encima de todo, no habrá temor ni carga alguna. El bajo concepto de Dios destruye el
Evangelio para todo el que lo tenga.
Entre los pecados a los que tiende el corazón humano, es difícil hallar
otro que sea más odioso para Dios que la idolatría, porque la idolatría es en el fondo
un libelo con respecto a su personalidad. El corazón idólatra da por sentado que Dios es
otro distinto a quien es – algo que es en sí un monstruoso pecado y sustituye al
Dios verdadero por otro hecho a su propia semejanza. Este dios siempre se conformará a
la imagen del que lo ha creado, y será bajo o puro, cruel o bondadoso, según el estado
moral de la mente de la cual ha surgido.
Es muy natural que un dios engendrado en las sombras de un corazón caído
no sea una verdadera semejanza del Dios verdadero. El Señor le dice al malvado
en el salmo: ''Tú pensabas que yo era totalmente igual a ti.” En realidad, esto
debe constituir una seria afrenta para el Dios Altísimo ante el cual los
querubines y serafines claman de manera continua:
"Santo, santo, santo, Señor Dios de los ejércitos."
Mantegámonos alerta, no vaya a ser que en nuestro
orgullo aceptemos la noción errónea de que la idolatría sólo consiste en doblar la rodilla
ante objetos visibles de adoración, y que por tanto, los pueblos civilizados se halIan
libres de ella. La esencia de la idolatría consiste en abrigar sobre DIOS pensamientos
que son indignos de Él. Comienza en la mente, y puede estar presente donde
no se haya producido ningún acto abierto de adoración. Pablo dice:
"Habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron
gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón
fue entenebrecido."
A esto siguió la adoración de ídolos fabricados a
semejanza de hombres, y de aves, y de bestias, y de reptiles, pero esta serie de
actos degradantes comenzó en la mente. Las ideas equivocadas sobre Dios no
sólo son la fuente de la que fluyen las aguas contaminadas de la idolatría; ellas mismas
son idolátricas. Nociones pervertidas sobre Dios pronto pudre en la religión
en que aparecen. La larga historia de Israel demuestra esto con suficiente claridad,
y la historia de la Iglesia lo confirma. Es tan necesario para la Iglesia el
tener un alto concepto de Dios que, cuando ese concepto declina, la Iglesia,
con su adoración y sus normas morales, declina junto con él. El primer paso en este descenso
lo toma una iglesia, cualquiera que ésta sea, cuando abandona su alto concepto de Dios.
Antes que la Iglesia cristiana se eclipse en cualquier
lugar, debe haber primero una corrupción de su teología más simple y fundamental.
Sencillamente, responde de manera errada a la pregunta "¿Cómo es
Dios?", y parte de aquí. Aunque pueda continuar aferrada a un credo
nominalmente sano, su credo práctico se ha vuelto falso. Las masas de sus adeptos
llegan a creer que Dios es diferente a como es en realidad, y esto es herejía de la más
insidiosa y mortal de las clases.
La obligación más fuerte de cuantas pesan sobre la Iglesia
cristiana de hoy consiste en purificar y elevar su concepto de Dios. En todas sus
oraciones y trabajos, esto debiera ocupar el primer lugar. Le haremos el mejor de
los servicios a la próxima generación de cristianos si les entregamos
sin amortiguar ni disminuir ese noble concepto de Dios que recibimos de nuestros
padres hebreos y cristianos de generaciones pasadas. Esto demostrará ser de mayor
valor para ellos, que todo cuanto se les pueda ocurrir al arte o a la ciencia.
Oh Dios de Betel ,de cuya mano
tu pueblo sigue recibiendo su alimento;
tú
que has guiado a través
de este cansado
peregrinaje
a todos nuestros padres.
Nuestros
votos y oraciones presentamos
ante el trono de tu gracia.
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