El bautismo en el Espíritu Santo I
Primera Parte
(La
versión usada en este artículo es La Biblia de las Américas)
Cristo en nosotros
La vida cristiana es una vida sobrenatural,
celestial y espiritual. Su testimonio es un “misterio entre los gentiles (el
mundo de incrédulos), que es Cristo en
nosotros, la esperanza de la gloria” (Col.1:27). Esta vida jamás funcionará
con, meramente, capacidades naturales y humanas. La gran necesidad de hoy en
día, son personas que sepan andar bajo la dirección y poder del Espíritu Santo
de Dios.
El apóstol Pablo escribió: “Grande es el misterio de la piedad: Él fue manifestado en la carne…” (1
Ti.3:16). Está hablando del gran misterio de cómo, el eterno, glorioso Dios, el
Hijo, pudo aparecer en un cuerpo humano. Por supuesto, el cuerpo había sido
preparado y engendrado por Dios y no estaba corrompido por una naturaleza caída,
sino que era sin mancha, ni contaminación, ni posibilidad de pecar.
Sin embargo, nuestro cuerpo, sí ha sido
concebido en un estado de caída indecible e incalculable, y aunque hemos sido
rescatados, perdonados y limpiados, seguimos siendo imperfectos, cometiendo
muchos errores. ¿No es un gran misterio, entonces, que el trino Dios pueda
manifestarse por medio de nosotros a un mundo sorprendido por ver a hombres y
mujeres manifestando una vida sobrenatural? Es un misterio que no entiendo, ni
puedo explicar, pero que es bíblicamente cierto.
Juan 17 trata sobre la oración de Jesús al
Padre, en la cual, Él nos descubre lo que más quiere ver en Sus discípulos. En el
versículo 21, implora: “Como tú, oh
Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos estén en nosotros, para que el
mundo crea que tú me enviaste”, y
en el versículo 23: “Yo en ellos, y tú
en mí… para que el mundo sepa que tú me enviaste”. La gente del mundo está
observando un gran fenómeno entre ellos. Hombres y mujeres, con cuerpos iguales
a los suyos, manifiestan un poder interior como ellos jamás han visto. Esto les
llama la atención, siendo para algunos el motivo que los lleva a creer en el
evangelio.
También observamos un poco antes, en el capítulo
14, versículo 23, lo que Jesús enseña para la persona que le ama y le obedece: “Mi Padre lo amará, y vendremos a él, y haremos con él morada”. Ya había
dicho en el versículo 17 que “El
Espíritu de verdad… mora con vosotros y estará en vosotros”. Por eso he escrito que el trino Dios está
involucrado con el creyente.
En su primera carta, Juan dice: “Dios nos ha dado vida eterna, y esta vida
está en su Hijo. El que tiene al Hijo tiene la vida, y el que no tiene al Hijo
de Dios, no tiene la vida” (1 Jn.5:11-12). Nosotros no tenemos vida eterna fuera
del Hijo que vive en nosotros. La vida eterna no es una cosa, es una Persona.
Todo depende de Él. Volviendo a la oración de Jesús, Él terminó diciendo: “Yo les he dado a conocer tu nombre, y lo
daré a conocer, para que el amor con que
me amaste esté en ellos y yo en ellos”. La persona de Cristo
viene al discípulo y mora en él; y con Él está el amor que hay entre el Padre y
el Hijo… el amor de Dios.
En el creyente, entonces, se empiezan a
manifestar las características individuales de Dios. Jesús no vino a refinar
nuestras capacidades naturales, ni a reparar lo que está corrompido en
nosotros. El vino a dar muerte al viejo Adán (nuestra naturaleza pecaminosa), y
a darnos una naturaleza compatible con la de Dios. Su misma presencia se manifiesta
por medio de nosotros. El Nuevo Testamento tiene mucho que enseñarnos sobre la
diferencia entre el amor humano y el amor de Dios. Son muy distintos; el mundo
no conoce, ni aprecia el amor de Dios.
Para que seamos salvos, tenemos que recibir
fe de parte de Dios, porque nuestra fe no es salvadora. Santiago escribe que
aún los demonios tienen fe: “También los
demonios creen, y tiemblan” (Stg.2:19). Él demuestra que hay una fe que
hace obras divinas. Los discípulos pensaban que les hacía falta cierta cantidad
de fe: “¡Auméntanos la fe!”, pero
Jesús les responde con una corrección: “Si
tuvierais fe como un grano de mostaza,
diríais a este sicómoro: ‘Desarráigate y plántate en el mar.’ Y os obedecería” (Lc.17:5-6).
La fe que salva resulta “del oír, y el
oír, por la palabra de Cristo” (Ro.10:17).
Podemos ver claramente que Jesús nos enseña
en Juan 14-16 que tenemos que recibir y manifestar Su vida en nosotros. “La paz os dejo, mi paz os doy; no os la
doy como el mundo la da” (14:27). En el capítulo 15, habla del mismo amor
que Él pide del Padre en el capítulo 17: “Como
el Padre me ha amado, así también yo os he amado; permaneced en mi amor” (15:9). Ellos dependen de
Cristo para poder tener el amor de Dios. Dos versículos después dicen: “Estas cosas os he hablado, para que mi gozo esté en vosotros…” (15:11).
¿Dónde está la manifestación de las
características y el poder de Dios? ¿Dónde está la unción sobre los que
predican la palabra? Estas son mis preguntas. Pienso que no estamos completando
la tarea que Dios nos ha dado; no importa el éxito externo y numérico que aparentemos
tener. Tenemos que reconocer que estamos en bancarrota y dar a la reunión de
oración la prioridad que merece sobre toda la actividad cristiana.
Tenemos que orar hasta que la iglesia vibre
una vez más con el poder celestial. Tenemos que ver a la gente impía
atemorizada bajo la convicción del Espíritu Santo. Tenemos que ver conversiones
violentas. Tenemos que ver las reuniones adornadas con el ambiente del cielo. ¿Podrá
acontecer otra vez? ¡Tiene que pasar antes de que toda la labor se pierda en el
laberinto de un empeño meramente humano! Hoy en día existe demasiada confianza
en la decisión y determinación humanas, y poca evidencia de una obra genuina y
perdurable de Dios.
La nueva creación
“Así
también está escrito: El primer hombre,
Adán, fue hecho alma viviente. El último
Adán, espíritu que da vida” (1 Co.15:45). Hay dos protagonistas
de la raza humana, Adán y Cristo. Dios, sabiendo todas las cosas desde un
principio, tenía en mente a Jesucristo desde la fundación del mundo. Ya sabía acerca
de Adán y su fracaso; sabía acerca de Jesús y su sacrificio, el cual anularía
la caída del primer Adán y daría vida nueva a los que creen en Él.
La gran diferencia que existe entre la raza
humana, no es la del sexo, es decir, si se es hombre o mujer. Tampoco es una
diferencia racial entre blancos, negros, asiáticos o razas indígenas. La
diferencia más grande que existe es entre los que han nacido una sola vez y los
que han nacido dos veces.
Pablo proclama a Cristo como el último Adán
que vino para establecer una nueva creación, en la cual Él es el protagonista.
Dios se hizo hombre y nació como un bebé. Su vida y su ministerio fueron
incomparables en el mundo. Por ejemplo: “¡Jamás
hombre alguno ha hablado como este hombre habla! (Jn.7:46). “Desde el principio jamás se ha oído decir
que alguien abriera los ojos a un ciego de nacimiento” (Jn.9:30). “Si yo no hubiera hecho entre ellos las
obras que ningún otro ha hecho, no tendrían pecado…” (Jn.15:24).
Adán fue creado en semejanza e imagen de
Dios, pero cayó en la tentación y condenó a todos sus descendientes. Jesús es
el único Ser Humano, sobre quien el Padre dijo: “Este es mi Hijo amado en quien me he complacido” (Mt.3:17;
Mt.17:5). Su plan era tener una nueva raza de personas en la semejanza e imagen
del Dios/Hombre. “Les predestinó a ser
hechos conforme a la imagen de su Hijo, para que Él sea el primogénito entre muchos hermanos” (Ro.8:29).
Él hizo una obra en la cruz que ni Adán ni ningún
hijo suyo pudiera haber hecho, y la declaró ¡cumplida! Continuó siendo las
primicias de los que duermen, resucitando de los muertos, haciendo posible una
nueva vida para los que están bajo condenación; personas caídas de la primera
creación. Al haberlo hecho, antes de partir y estar otra vez con el Padre,
reunió a sus discípulos y los introdujo en la nueva creación, bajo el Nuevo
Testamento. Les dijo: “Como el Padre me
ha enviado, así también yo os envío. Después de decir esto, sopló sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo” (Jn.20:21-22).
Dios sopló sobre el hombre después de haber
hecho la primera creación: “El Señor
Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz el aliento de
vida; y fue el hombre un ser viviente” (Ge.2:7). Sin embargo, el último
Adán es “espíritu que da vida”. Él sopla, y el creyente recibe el
Espíritu de Dios. Pablo dice: “Pero si
alguno no tiene el Espíritu de Cristo, el tal no es de Él” (Ro.8:9). Cada
creyente que nace en la nueva creación, nace del Espíritu que Cristo nos ha
dado.
Dejemos que el Dr. D. Martyn Lloyd-Jones
nos enseñe sobre el asunto: “Lo que está
bastante claro en Juan 20 es que la Iglesia fue constituida como cuerpo y
organismo entonces. Nuestro bendito Señor, habiendo acabado su obra y
presentado su sangre personalmente en el Cielo, es ahora cabeza de la Iglesia;
y ahora viene a esos discípulos escogidos y apóstoles y les deja claro que
ellos ya son el cuerpo. Luego sopla el Espíritu de vida en dicho cuerpo en un
extraordinario paralelismo con lo que sucedió en la creación original del
hombre”. Después Lloyd-Jones menciona la gran comisión para la iglesia,
dada a los discípulos en este tiempo: “Id
por todo el mundo y predicad el evangelio”.
También menciona al gran comentarista
Matthew Henry… ‘Así como el soplo del
Todopoderoso dio vida al hombre y comenzó el mundo antiguo, el soplo del
poderoso Salvador hizo lo propio con sus ministros para comenzar el nuevo
mundo’ En otras palabras, Matthew Henry, ve este extraordinario paralelo con la
creación original del hombre…”. Así Lloyd-Jones
demuestra que la iglesia ya fue iniciada antes de Pentecostés.
Están los que dicen que, al soplar Jesús
sobre los discípulos en Juan 20:22, era en forma de profecía, demostrando y preparándolos
para lo que les pasaría en Hechos 2. Martyn Lloyd-Jones demuestra, por la misma
gramática, que no puede ser una profecía: “El
verbo ‘recibir’ del versículo 22 está en aoristo imperativo (recibid), y todos
los expertos concuerdan en que el aoristo imperativo griego nunca indica algo
futuro. Este es un punto puramente técnico, pero sin duda muy importante.
Muchos de nuestros amigos que sostienen la otra enseñanza que estamos
criticando, lo hacen basándose en el griego y el original, de manera que
confrontémoslos en su propio campo. Aquí, y otra vez te desafío a encontrar una
sola excepción a esto, los expertos concuerdan en que el aoristo imperativo
griego nunca tiene un significado futuro; y quiero subrayar la palabra nunca. De manera que el término
mismo utilizado requiere que nosotros veamos lo que se nos está diciendo que
sucedió, y que sucedió VERDADERAMENTE; que cuando nuestro Señor dijo: ‘Recibid el Espíritu santo’, ellos lo recibieron.”
El bautismo de poder
Sobre todos los errores que uno puede
observar en la iglesia hoy en día (y son tantos y tan grandes, como para
aproximarse a una apostasía total), lo que más me preocupa, es lo que Pablo
dijo a su hijo amado en la fe, Timoteo. Le avisaba que “en los últimos días vendrán tiempos difíciles (esta misma palabra
griega se traduce violentos en extremo,
definiendo a los endemoniados gadarenos), porque
los hombres serán amadores de sí mismos…” y sigue una lista de
características que termina con “teniendo
apariencia de piedad, pero habiendo negado su poder (2 Ti.3:1-5… La
versión Reino Valera 1960 traduce eficacia,
pero es la misma palabra griega utilizada en Hechos 1:8: “Recibiréis poder”).
Pondré delante de vosotros el texto de Juan
7:38-39: “El que cree en mí, como ha
dicho la Escritura: ‘De lo más profundo de su ser brotarán ríos de agua viva’.
Pero Él decía esto del Espíritu, que los que habían creído en Él habían de
recibir; porque el Espíritu no había sido dado todavía, pues Jesús aún no había
sido glorificado”.
Esto habló Jesús en el último día de la
Fiesta de Tabernáculos, que era la última fiesta del año. La gente estaba
acostumbrada a venir a las fiestas y a volver a sus hogares viviendo una vida
de sombras y símbolos. Nunca experimentaban la realidad. Jesús fue a la fiesta
en el tiempo correcto (7:8), dirigido por el Espíritu, bajo el horario del
Padre, y lo hizo secretamente (7:10). A la mitad de la fiesta, se reveló
enseñando en el templo (7:14). Pero, terminada la última fiesta, la gente regresa
a sus pueblos y casas, algunos de otras naciones, sin haber experimentado una
realidad: “Y en el último día, el gran
día de la fiesta, Jesús puesto en pie,
exclamó en alta voz, diciendo: Si alguno tiene sed, que venga a mí y beba” (7:37).
Concluimos, entonces, que el creyente viene
a Aquel en quien ha puesto su confianza y ha entregado su vida, para que el
Señor Jesucristo le de el Espíritu Santo. Bajo la toda-suficiencia, sin límites,
y bajo Su generosidad, el creyente recibirá, no un río, sino ríos de agua viva. El Señor no miente, ni exagera;
el cristiano experimentará lo que es brotar de él ríos sobrenaturales que dan
vida.
Juan Bautista tenía el ministerio de
preparar los corazones de Israel para recibir a su Mesías. También introdujo
Sus dos obras principales, como podemos observar en Juan 1:29 y 33: “Vio Juan a Jesús que venía a él, y dijo:
He aquí el Cordero de Dios, que quita el
pecado del mundo… Aquel sobre quien veas el Espíritu descender y posarse
sobre Él, éste es que bautiza en el
Espíritu Santo”. Jesús nos sumerge en el Espíritu
Santo, y la presencia del Espíritu penetra y llena todo el ser hasta brotar de
él ríos de agua viva.
En Lucas 24:45, Jesús “les abrió la mente para que comprendieran las Escrituras”. Después de todo lo que habían recibido
de Él como discípulos durante los tres años y medio que anduvieron con Él;
después de haber recibido cosas tan importantes durante los 40 días después de
haber resucitado; después de haber soplado sobre ellos y recibir el Espíritu
Santo, todavía les faltaba algo más: “Yo enviaré sobre vosotros la promesa de
mi Padre; pero vosotros, permaneced en la ciudad hasta que seáis investidos con
poder de lo alto” (Lc.24:49).
Pero el día que fue llevado al cielo,
todavía no lo habían recibido: “Vosotros
seréis bautizados con el Espíritu Santo dentro de pocos días”, dijo en Hechos 1:5. En el versículo 8, añadió: “Recibiréis poder, cuando haya venido sobre
vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea,
en Samaria, y hasta lo último de la tierra”. Está hablando del bautismo en el Espíritu Santo, recibido por
primera vez en el Día de Pentecostés.
Ahora, tendré que enfrentar un argumento
que muchos ofrecen hoy en día, algo que no fue visto de la misma manera por
hombres grandemente utilizados por Dios en los siglos pasados (después
presentaré sus testimonios). Muchos maestros de la Biblia están enseñando que
la iglesia nació en el Día de Pentecostés, ¡algo que la Biblia no dice en
ningún lugar! Esta enseñanza se hizo popular a principios del siglo XX. El
texto que ellos malinterpretan es el siguiente: “Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, sean
judíos o griegos, sean esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber de un
mismo Espíritu” (1 Co.12:13).
Estoy hablando de un intento de igualar el
bautismo en el Espíritu Santo, una obra de Jesús mencionada por Juan Bautista, que
ocurrió el Día de Pentecostés, con el bautismo mencionado por Pablo a los
corintios. Nota cuidadosamente la diferencia. Juan dice: “Él… Jesucristo… os
bautizará en el Espíritu Santo”. Pablo dice: “Por un solo Espíritu fuimos todos bautizados…” En el primer caso, Jesucristo administra el bautismo; en el
segundo, el Espíritu Santo administra
un bautismo.
Ahora, fíjate en el elemento en el que
ocurre el bautismo: “os bautizará en el
Espíritu Santo” y “fuimos todos
bautizados en un cuerpo”. Son dos bautismos, no uno. El elemento en el
primer caso es el Espíritu Santo, y
en el segundo es un cuerpo… por el
contexto verás claramente que es el cuerpo de Jesucristo, la iglesia (vs.12-27.
Aclara, sin lugar a dudas, “Vosotros,
pues, sois el cuerpo de Cristo, y miembros cada uno en particular”). Ahora,
concluimos que, al creer en Cristo, el Espíritu Santo entra en cada creyente y
nace de nuevo. Al mismo tiempo, automáticamente, el Espíritu Santo le bautiza
en el elemento del cuerpo de Cristo, por
lo que es hecho un miembro de la iglesia.
La versión, La Biblia de las Américas, que estoy utilizando para este estudio,
en los evangelios de Lucas y Mateo, usa la preposición en, y en Marcos la preposición con,
relacionándolo con el bautismo; es decir, bautizado en el Espíritu Santo o con el
Espíritu Santo. El lenguaje griego da lugar a las dos preposiciones, pero creo
que LBLA ha elegido la mejor de ellas. Cristo bautiza en el Espíritu Santo.
Las mismas personas que nos enseñan que el
bautismo en la iglesia es el bautismo del Espíritu, nos intentan decir que éste
ocurrió una sola vez en Pentecostés y que no hay más bautismos en el Espíritu.
Dicen que un creyente entra en este bautismo automáticamente. Ellos dicen que
ahora la correcta terminología para una experiencia en el Espíritu Santo,
parecida a la de Pentecostés, es una llenura.
Yo también creo que en verdad la experiencia es una llenura, pero creo que es más que eso todavía. Estudiamos, en
Hechos 10, el caso de los gentiles en Cesarea.
Al reportarlo a los cristianos en Jerusalén,
Pedro menciona lo que pasó en Cesarea … “cayó
el Espíritu Santo sobre ellos también, como
sobre nosotros al principio. Entonces me acordé de lo dicho por el Señor,
cuando dijo: … mas vosotros seréis bautizados
con el Espíritu Santo”. Jesús
dijo, en Hechos 1:8, que el Espíritu Santo vendría sobre ellos, y Lucas relata que vino como un viento y llenó la casa
donde estaban sentados, y que todos fueron llenos del Espíritu. Vino sobre
ellos, llenó la casa, y así ellos fueron sumergidos en el Espíritu y llenos
también. El Espíritu Santo también cayó sobre ellos en Cesarea, llenó el lugar
y fueron bautizados en Su presencia; también les penetró y fueron llenos.
Fueron sumergidos o bautizados.
Felipe, el evangelista, bajó a Samaria,
predicando a Cristo. La gente escuchaba, se llenaba de gozo y era bautizada en
agua. Creemos que la Biblia nos enseña que solamente los creyentes nacidos de
nuevo deben ser bautizados en agua. Cuando oyeron en Jerusalén lo que pasaba
con los samaritanos, ¿por qué bajaron Pedro y Juan, si ya eran creyentes
nacidos del Espíritu de Dios y bautizados en agua, miembros del cuerpo de
Cristo? La respuesta es porque les faltaba ser bautizados en el Espíritu y Su
poder. “No había descendido sobre ninguno de ellos” (Hch.8:16). No fueron
sumergidos en el Espíritu hasta la llegada de Pedro y Juan.
Saulo de Tarso fue convertido en el camino
a Damasco. Jesús se reveló a él, recibió a Jesús como su Señor y se sujetó a Su
voluntad en aquel mismo instante, pero Dios envió a un creyente de Damasco,
Ananías, para que fuese lleno del Espíritu. Después, le bautizó en agua. La
historia se repite vez tras vez por todo el libro de los Hechos. No cuenta todo
todas las veces; no siempre habla de caer sobre ellos, ni da los detalles del
viento y las llamas cada vez. Sin embargo, la experiencia, la misma que en el
Día de Pentecostés, se repite.
Una sola vez, en Hechos 10, en una sola
reunión, todas las personas recibieron el evangelio y al mismo tiempo fueron
bautizadas en el Espíritu. Después, Pedro mandó que fuesen bautizados en agua,
aunque el texto no cuenta el hecho. Las otras veces, por todo el libro de los
Hechos, el nuevo nacimiento ocurrió separado del bautismo en el Espíritu. Saulo
fue bautizado en agua después de haber sido bautizado en el Espíritu; recuerda
que recibió la vista junto con el bautismo en el Espíritu; después salió con
Ananías para ser bautizado en agua.
Existe una desventaja tremenda si somos
cristianos y no somos bautizados en el Espíritu Santo. David Wilkerson notó que
algunas personas de las bandas de New York, que aparentemente habían recibido
el evangelio, volvieron al mundo. Otros siguieron fielmente a Jesús. Él quiso
saber si podía hallar una razón o un secreto que explicara la diferencia entre
las dos categorías de creyentes, y entrevistó a los que habían permanecido
fieles. Vez tras vez oía la misma cosa; le contaban que habían hallado una
firmeza y estabilidad después de haber sido bautizados en el Espíritu Santo.
La Biblia dice que el bautismo en el Espíritu
Santo nos da poder para ser testigos de Cristo. R. A. Torrey (veremos después
algo de su ministerio en relación con el de D. L. Moody), dijo en el libro que
escribió sobre la persona y el bautismo del Espíritu, que tendremos que dar
cuentas a Dios por la falta de efectividad en evangelizar y por no llevar la
cantidad de fruto del Espíritu, por no haber recibido el bautismo.
Pablo nos enseña dos tipos de materiales
con los que los verdaderos cristianos pueden edificar en su ministerio a la
iglesia; por un lado, oro, plata y piedras preciosas; y por otro madera, heno y
hojarasca. La gran diferencia entre estas dos categorías es la propiedad de ser
inflamables o no. En este capítulo, él ya
había acusado a los corintios de ser carnales, niños en Cristo (v.1), y andar
como (meros) hombres (v.3). Lo que probará finalmente estas obras será el
fuego; si pasan la prueba y permanece la obra, el cristiano será recompensado. Pero
si se quemaren, el cristiano sufrirá perdida, a pesar de ser salvo. Esto tiene
que ver con andar como meros hombres o como personas dominadas y conducidas por
el Espíritu Santo
Quizás, por el hecho de no creer
correctamente la doctrina sobre el bautismo en el Espíritu Santo, estamos
experimentando esta gran falta de poder en la iglesia hoy en día; hay mucho
énfasis en lo que el cristiano está capacitado para hacer. Hoy en día, los
cristianos hablan de sus facultades naturales, recibidas al nacer como dones. También debemos ofrecer estas
facultades al Señor, pero éstas no son los dones del Espíritu. Oswald Chambers, en su libro, En pos de lo supremo, los define como ¡accidentes
de genes! Me parece que se basa mucho en asumir que hay cristianos que tienen
el poder del Espíritu Santo, cuando nunca han tenido una segunda experiencia.
Lo peor de todo y la gran catástrofe, es
que la gente que cree este error, roba de Cristo la gloria que le pertenece a
través de nuestras vidas. El sábado pasado, oí a un amigo predicar acerca de
Juan 16:14: “Él (El Espíritu Santo) me glorificará; porque tomará de lo mío, y
os lo hará saber”. La gloria que
Cristo merece se ve limitada grandemente en la vida de los creyentes que no son
bautizados y llenos del Espíritu. Ha sido el testimonio de muchos ministros decir
que, al ser bautizados en el Espíritu Santo, la Biblia se les abrió y vieron a
Cristo como nunca antes. ¡El bautismo en el Espíritu es exigente!
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24 de octubre de 2018, 23:00
Muy bueno
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