Apocalipsis 19:1-9
Capítulo 19
1. Después de esto oí como una gran voz de una gran multitud en el cielo, que
decía: ¡Aleluya! La salvación y la gloria y el poder pertenecen a nuestro Dios,
2. porque sus juicios son verdaderos y justos, pues ha juzgado a la gran
ramera que corrompía la tierra con su inmoralidad, y ha vengado la sangre de
sus siervos en ella.
3. Y dijeron por segunda vez: ¡Aleluya! El humo de ella sube por los siglos de
los siglos.
4. Y los veinticuatro ancianos y los cuatro seres vivientes se postraron y
adoraron a Dios, que está sentado en el trono, y decían: ¡Amén! ¡Aleluya!
5. Y del trono salió una voz que decía: Alabad a nuestro Dios todos sus
siervos, los que le teméis, los pequeños y los grandes.
Las “aleluyas” y un “amén” celestiales
Estos son
versículos que describen la alabanza celestial. Warren Wiersbe comenta que ésta
es la “Partitura Aleluya” celestial, refiriéndose a la parte más famosa de la
obra de Haendel, titulada, “El Mesías”. Wiersbe estaría muy de acuerdo de que, a
pesar de haber hecho esta comparación, la alabanza que Juan escuchó en este
capítulo es incomparable a cualquier obra meramente terrenal, no importando la
fama que haya alcanzado aquí.
Personalmente,
conozco a algunas personas que opinan que las palabras aleluya y amén son
palabras religiosas. Tristemente, lo que ellos manifiestan es una falta de
entendimiento espiritual y, en consecuencia, un desprecio por las cosas
celestiales. Quiero preguntarte: ¿Qué piensas sobre estas palabras? ¿Son
españolas? Yo creo que hay palabras que solamente tienen la definición adecuada
en el cielo; fueron dadas a los hebreos, porque “a ellos les han sido confiados los oráculos de Dios” (Ro.3:2). Al
no haberse podido traducir bien a las diferentes lenguas humanas, en la iglesia
de todo el mundo, los cristianos pronuncian estas palabras como en el lenguaje
original, en hebreo.
Mientras se
ejecutan los juicios de Dios en el mundo, existe un gran regocijo en el cielo, expresado
por una gran multitud; son las voces de los profetas, apóstoles y los santos,
en general, que están gozándose en el cielo. Empieza con el primer “¡Aleluya!”,
que intentamos traducir lo mejor posible con cuatro palabras en español: alabado sea el Señor. En el cielo no
existe ninguna duda acerca de cómo van a resultar los acontecimientos en la
tierra. Las multitudes celestiales alaban a Dios igual. Él es la fuente de la
salvación, la gloria y el poder, y todo está en Sus manos seguras. Él es
nuestro Dios y, por eso, Él obra la salvación, la gloria y el poder para
nuestro bienestar (1). Debemos unir constantemente nuestras alabanzas con las
del cielo.
Su justicia es
perfecta, verdadera y eterna y, por eso, Babilonia cayó; Su justicia se eleva por
encima de todo lo temporal y terrenal. La alabanza rebosa porque Él ha vencido
a otro enemigo; aquel que había sido grande en el mundo y que había prevalecido
desde el libro de Génesis hasta la hora descrita en el capítulo 19. La ramera
fue corrupta y se opuso a Dios y a la humanidad (2). Ella ensució al mundo con
su inmoralidad y, al final, derramó la sangre de los santos.
El segundo
“¡Aleluya!” rebosa en alabanza a Dios porque Su castigo es eterno: “El humo de ella sube por los siglos de los
siglos” (3), dice la gran multitud. No
nos avergoncemos de los justos juicios del Señor, porque son manifestaciones de
la gloria de Su eterna santidad. La santidad infinita demanda un castigo
infinito y, porque esta es la verdad, vemos que los que ven el castigo eterno
como algo desproporcionado, están despreciando la infinita santidad de Dios,
que es tres veces santo.
En los
primeros capítulos de Apocalipsis, se nos presentó a los veinticuatro ancianos
y a los cuatro seres vivientes. Los ancianos son los representantes de la
humanidad redimida y los seres vivientes son querubines que atienden el trono
de Dios. Entonces, tanto los humanos, que han estado presentes en el cielo durante
mucho tiempo, como los querubines, confirman la alabanza de la multitud. Ellos
adoran delante del trono postrados, que es la posición correcta. La palabra amén se traduce como así sea, pero esta traducción no es
completa ni adecuada. Significa la confirmación de absoluta autoridad que el
Hijo de Dios pronuncia al presentar Su infalible doctrina. Aunque fue traducido como “en verdad, en verdad, os digo…” o “de cierto, de cierto os digo…”, la palabra original era “¡Amén, amén!” Después, los mismos
ancianos y seres vivientes se unen pronunciando la confirmadora “¡Aleluya!”
(4).
La siguiente
voz que aparece (v:5) presenta otro motivo de alabanza, que aprenderemos en la
próxima sección. Aquí solamente está llamando a los adoradores para que
participen. Son los siervos de Dios, los que le temen, pequeños y grandes. ¿Queda
alguno excluido?...pues ninguno que more en el cielo lo estará, porque allí
todos existen para servir por la eternidad. Tampoco existirá en la presencia
del trono celestial ninguno que no tema. Posiblemente, esté llamando también a
los siervos temerosos de la tierra a unirse con los triunfantes en el cielo.
6. Y oí como la voz de una gran multitud, como el estruendo de muchas aguas y
como el sonido de fuertes truenos, que decía: ¡Aleluya! Porque el Señor nuestro
Dios Todopoderoso reina.
7. Regocijémonos y alegrémonos, y démosle a Él la gloria, porque las bodas del
Cordero han llegado y su esposa se ha preparado.
8. Y a ella le fue concedido vestirse de lino fino, resplandeciente y limpio,
porque las acciones justas de los santos son el lino fino.
9. Y el ángel me dijo: Escribe: “Bienaventurados los que están invitados a la
cena de las bodas del Cordero.” Y me dijo: Estas son palabras verdaderas de
Dios.
Las bodas del Cordero
Jesucristo es
la alegría del cielo y allí todo está vitalmente conectado a Él; es un dulce
aroma en la habitación del trono de Dios. El cielo no sería tal sin Él. Una
revelación del cielo es una revelación de Cristo. Él es la más agradable de
todas las compañías y la más atractiva de las naturalezas. Por eso, porque Él
es así, el hecho de poder llegar a desconfiar de Él o tener reservas en
entregarnos totalmente en Sus manos, es un pecado inmenso.
Debemos
obedecer el mandato de Juan el Bautista: “¡Contemplad
al Cordero de Dios!” (Jn.1:36). Los ojos de Juan vieron más allá de su
propio ministerio, aunque éste era el ministerio más importante que ha habido desde
el principio de los tiempos y hasta sus días, pero su predicación acerca del
arrepentimiento y su bautismo no fueron los objetivos fundamentales. De algún
modo, al vagar por el desierto, Juan dirigió la mirada al Novio celestial, en quien
se centraron todos sus deseos. Él no se consternó como sus discípulos cuando le
dijeron: “… todos vienen a Él” (Jn.3:26). Al contrario, su trabajo fue
realizado gracias a la comprensión de que “el
que tiene esposa, es el esposo” (Jn.3:29). Juan no tenía necesidad de un
testimonio mayor para que su ministerio tuviera éxito. Las multitudes que le
seguían disminuían mientras se incrementaban las que seguían a Jesús. Juan se
deslizó en la oscuridad con gozo, como un verdadero amigo del Novio.
Mientras Pablo
meditaba en el desierto de Arabia, perdió la visión por las cosas temporales;
allí dirigió su mirada al misterio oculto desde la creación del mundo. Esto
hizo que olvidase la ambición de convertirse en un gobernante de los judíos, y
volvió de aquel lugar lleno de entusiasmo hacía el propósito por el cual Dios
lo había detenido en el camino a Damasco. La belleza de Cristo era
sobresaliente y eclipsaba todo lo demás. Ninguna persecución ni peligro pudo
evitar que Pablo cumpliese la pasión de su corazón; el amor le obligaba a
hacerlo. Él tuvo la visión de un matrimonio eterno y, su único objetivo, fue
desposar a los gentiles con el Marido (2 Co.11:2). ¡Qué necesidad tenemos de
seguir el generoso ejemplo de estos dos gigantes espirituales!
El mejor
concepto que podemos retener de Dios y de todo aquello que le concierne, no es
el de un reino o un ejército, sino el de una familia. Todos los que pertenecen
a ella han nacido de Dios y piensan en los demás como hermanos y hermanas.
Jesús enseñó a sus discípulos a orar a su Padre celestial. Él mismo es el
querido Hijo de Dios y el Padre le está preparando una novia. En este capítulo
de Apocalipsis leemos acerca de una celebración que pronto tendrá lugar, las
Bodas del Cordero. Toda la historia apunta hacia este gran evento. Por esta
razón, Dios creó al hombre a su imagen y semejanza. Por esta razón, llamó a
Abraham, lo sacó del reino del paganismo y formó de él una nación para sus
descendientes. Cristo nació en esa nación y sufrió las agonías de la cruz a
causa del gozo que le producía lo que había de venir… “a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa, que no
tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha” (Ef.5:27).
El amor de
Cristo por cada miembro de Su iglesia sobrepasa todo amor físico o terrenal; es
totalmente puro. El retrato de esa relación de amor en el Antiguo Testamento
coincide con el del Nuevo Testamento. El Cantar de los Cantares, por ejemplo,
es una historia de amor que representa el cortejo espiritual entre un pastor y
una mujer que no se considera digna de sus afectos. Lucas escribe acerca de una
mujer indigna, pecadora, que vino a Jesús en casa de Simón el fariseo; se
arrodilló trás Él, lavando con lágrimas Sus pies y enjugándolos con sus
cabellos. Después, los ungió con perfume. Jesús dijo: “Tus pecados te son perdonados” (Lc.7:36-50). Estos modelos nos han
sido dados para que podamos conocer la naturaleza de la bendita relación a la
que hemos entrado a formar parte.
El Salmo 45
encaja maravillosamente con Apocalipsis 19. Me pregunto si será cantado en la
celebración de la Gran Boda: “Rebosa mi
corazón palabra buena; dirijo al rey mi canto… Eres el más hermoso de los hijos
de los hombres; la gracia se derramó en tus labios; por tanto, Dios, te ha
bendecido para siempre… Por tanto, te ungió Dios, el Dios tuyo, con óleo de
alegría más que a tus compañeros. Mirra, áloe y casia exhalan todos tus
vestidos”. Después, la canción se dirige a la novia: “Oye, hija, y mira, e inclina tu oído;
olvida tu pueblo, y la casa de tu padre; y deseará el rey tu hermosura; e
inclínate a Él, porque Él es tu señor”.
Ésta es la verdadera motivación trás la consagración total. Surge de una
fuente de amor, cuyo único objetivo es agradar al Objeto de su amor.
Una esposa
digna para el Cordero de Dios, la novia, nacida en el evangelio, alcanzará la
madurez y se preparará para un glorioso matrimonio. Cualquier novia terrenal es
sólo una sombra de ella; cualquier boda, sólo un ejemplo de este suceso sin
par. Por encima de cualquier otra razón, los matrimonios terrenales son santos
porque apuntan a una unión celestial. “Por
esto dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y los dos
serán una sola carne. Grande es este misterio; mas yo digo esto respecto de
Cristo y de la iglesia” (Ef.5:31-32).
Esta es la
razón del tercer “¡Aleluya! Todos los siervos y los temerosos de Dios son
invitados a alabarle… parecen elevar una voz más fuerte que los anteriores… “como el estruendo de muchas aguas y como
el sonido de fuertes truenos”. Por
lo que está por acontecer, la gran multitud lo ve más glorioso y más digno para
reinar que nunca. (Por toda la eternidad estaremos descubriendo más y más Su
majestad.) Comenta Warren Wiersbe: “El
libro de Apocalipsis es el ‘libro del trono’, y el omnipotente Dios está realizando
todos Sus propósitos sobre la tierra… Ahora está en el proceso de conquistar
los tronos de la tierra, así como también el reino de Satanás y ‘la bestia’. En
Su soberanía ha permitido que hombres y ángeles malignos hagan lo peor; pero
ahora, ha llegado el tiempo de que la voluntad de Dios se haga en la tierra
como en el cielo.”
La gran multitud
le alaba por eso, entrando en el espíritu de celebración, en el ambiente de la
boda celestial. Ha llegado la hora de celebrar el propósito por el cual Dios creó
al hombre y a la mujer, y la razón de por qué el Novio abandonó el cielo para
morir en la cruz; Él estaba dando Su
vida por Su novia. En esta boda, la atención se enfoca en el Novio: “Regocijémonos y alegrémonos, y démosle a
Él la gloria, porque las bodas del Cordero han llegado y su esposa se ha
preparado”. Cristo ha hecho todo para que ella pueda estar
presente; pero ella, por su parte, ha querido estar en su mejor estado para
este momento y se ha preparado diligentemente.
“¡Escribe!” (v:9). Este orden es común en el libro de Apocalipsis, mientras el canon
de la Escritura llega a su fin. El primer ser humano que escribió las palabras
de Dios fue Moisés. Dios, en varias ocasiones, le mandó escribir. La historia y
literatura de Israel fue escrita para las futuras generaciones. Dios mandaba escribir
a los profetas. Lucas habló a Teófilo acerca de los Evangelios: “Tal como nos las han transmitido los que
desde el principio fueron testigos oculares y ministros de la palabra, también
a mí me ha parecido conveniente, después de haberlo investigado todo con
diligencia desde el principio, escribírtelas ordenadamente” (Lc.1:2-3). Incluso,
Poncio Pilato, escribió sobre la cruz: “Jesús
de Nazaret, rey de los judíos”, en las tres lenguas más importantes de su día.
Pablo dijo a los colosenses: “Cuando
esta carta se haya leído entre vosotros, hacedla leer también en la iglesia de
los laodicenses; y vosotros, por vuestra parte, leed la carta que viene de
Laodicea” (Col.4:16). De esta manera, los Evangelios y las epístolas circulaban
en la iglesia primitiva, y los cristianos hacían cientos de copias para
compartirlas con otros.
Lo que se ha escrito,
se conserva y tiene más valor que la palabra hablada. El Espíritu Santo es el
Autor de toda la Escritura, demostrando Su preocupación por las futuras
generaciones, habiendo preservado Su palabra por escrita. Solamente, esta
palabra escrita, tiene autoridad absoluta sobre todo lo que tiene que ver con
el pueblo de Dios. Jesús respondió con la palabra escrita a las propuestas tentadoras
del diablo. Durante toda la historia de la iglesia hemos visto como Satanás ha
fomentado la persecución contra los traductores de la Palabra y contra aquellos
que poseían una copia. Hasta el día de hoy, él está atacando a los que poseen,
leen y practican la Palabra escrita. ¡Cuídate de los que niegan o subestiman
toda, o cualquier parte de la revelación escrita de Dios! La gente que tiene
una mentalidad liberal pero que a la vez le gusta llamarse cristiana, cuestiona
la veracidad y autenticidad de la Biblia. La sociedad, en gran parte, la
considera como un libro anticuado. ¡Que nosotros le demos su apropiado lugar en
nuestros corazones, mentes y vida, y que demos gracias a Dios continuamente
porque hoy, tenemos la revelación completa de la palabra de Dios! Él la ha
conservado fielmente hasta la generación presente. “Estas son palabras verdaderas de Dios”.
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