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Lowell Brueckner

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Apocalipsis 19:10-21

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Amigos: Estos dos párrafos pertenecen al último artículo sobre Apocalipsis 19:1-9. El nuevo artículo continúa empezando con el versículo 10. Gracias.

 “¡Escribe!” (v:9). Este orden es común en el libro de Apocalipsis, mientras el canon de la Escritura llega a su fin. El primer ser humano que escribió las palabras de Dios fue Moisés. Dios, en varias ocasiones, le mandó escribir. La historia y literatura de Israel fue escrita para las futuras generaciones. Dios mandaba escribir a los profetas. Lucas habló a Teófilo acerca de los Evangelios: “Tal como nos las han transmitido los que desde el principio fueron testigos oculares y ministros de la palabra, también a mí me ha parecido conveniente, después de haberlo investigado todo con diligencia desde el principio, escribírtelas ordenadamente” (Lc.1:2-3). Incluso, Poncio Pilato, escribió sobre la cruz: “Jesús de Nazaret, rey de los judíos”, en las tres lenguas más importantes de su día. Pablo dijo a los colosenses: “Cuando esta carta se haya leído entre vosotros, hacedla leer también en la iglesia de los laodicenses; y vosotros, por vuestra parte, leed la carta que viene de Laodicea” (Col.4:16). De esta manera, los Evangelios y las epístolas circulaban en la iglesia primitiva, y los cristianos hacían cientos de copias para compartirlas con otros.

Lo que se ha escrito, se conserva y tiene más valor que la palabra hablada. El Espíritu Santo es el Autor de toda la Escritura, demostrando Su preocupación por las futuras generaciones, habiendo preservado Su palabra por escrita. Solamente, esta palabra escrita, tiene autoridad absoluta sobre todo lo que tiene que ver con el pueblo de Dios. Jesús respondió con la palabra escrita a las propuestas tentadoras del diablo. Durante toda la historia de la iglesia hemos visto como Satanás ha fomentado la persecución contra los traductores de la Palabra y contra aquellos que poseían una copia. Hasta el día de hoy, él está atacando a los que poseen, leen y practican la Palabra escrita. ¡Cuídate de los que niegan o subestiman toda, o cualquier parte de la revelación escrita de Dios! La gente que tiene una mentalidad liberal pero que a la vez le gusta llamarse cristiana, cuestiona la veracidad y autenticidad de la Biblia. La sociedad, en gran parte, la considera como un libro anticuado. ¡Que nosotros le demos su apropiado lugar en nuestros corazones, mentes y vida, y que demos gracias a Dios continuamente porque hoy, tenemos la revelación completa de la palabra de Dios! Él la ha conservado fielmente hasta la generación presente. “Estas son palabras verdaderas de Dios”.


Apocalipsis 19:10-21

10.  Entonces caí a sus pies para adorarle. Y me dijo: No hagas eso; yo soy consiervo tuyo y de tus hermanos que poseen el testimonio de Jesús; adora a Dios. Pues el testimonio de Jesús es el espíritu de la profecía.
11.  Y vi el cielo abierto, y he aquí, un caballo blanco; el que lo montaba se llama Fiel y Verdadero, y con justicia juzga y hace la guerra.
12.  Sus ojos son una llama de fuego, y sobre su cabeza hay muchas diademas, y tiene un nombre escrito que nadie conoce sino Él.
13.  Y está vestido de un manto empapado en sangre, y su nombre es: El Verbo de Dios.
14.  Y los ejércitos que están en los cielos, vestidos de lino fino, blanco y limpio, le seguían sobre caballos blancos.
15.  De su boca sale una espada afilada para herir con ella a las naciones, y las regirá con vara de hierro; y Él pisa el lagar del vino del furor de la ira de Dios Todopoderoso.
16.  Y en su manto y en su muslo tiene un nombre escrito: Rey de Reyes y Señor de Señores.

¡Coronadle con muchas coronas!

En su día, el arca, en el Antiguo Testamento, era un testimonio al mundo entero de la presencia de Dios con Su pueblo, tipificado por la gloria shejiná (la presencia radiante de Dios). Jesucristo fue el cumplimiento de lo que simbolizaba el tabernáculo: “El Verbo se hizo carne, y tabernaculizó (el hebreo hace un verbo de tabernáculo) entre nosotros, y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad” (Jn.1:14). En los cuatro Evangelios, Él se revela en gloria entre Su pueblo, para que el mundo lo vea.

A mi parecer, el testimonio de Jesús se expresa especialmente bien en el siguiente versículo: “Nadie ha visto jamás a Dios; el unigénito de Dios, que está en el seno del Padre, Él le ha dado a conocer” (Juan 1:18). El apóstol Pablo, en la poderosa carta que exalta a Cristo a los colosenses, enseñó su doctrina: “Toda la plenitud de la Deidad reside corporalmente en Él, y habéis sido hechos completos en Él” (Col.2:9-10). El apóstol Juan declara lo mismo: “Pues de su plenitud todos hemos recibido, y gracia sobre gracia” (Jn.1:16).

Este es el testimonio de Jesús, testificando de la Deidad en forma corporal, y ésta es la esencia, el corazón, el cumplimiento y el espíritu de toda la profecía. El Antiguo Testamento, los Evangelios, las epístolas y las muchas profecías de Apocalipsis, han apuntado a un tema central: Jesucristo, quien es la imagen del Dios invisible. Esta bendita revelación está grabada en un Libro Santo a disposición de todos, para que el mundo lo vea. Es para que Él reciba la gloria por toda la eternidad de aquellos que van a creer por medio de Su palabra.

“¡Adora a Dios!”, mandó el ángel (10). Es algo grande estar cautivado en la magnitud de una revelación, pero también es peligroso. Hay una tentación a dar honor indigno al mensajero, sea angelical o humano. El ángel no lo permite ni por un momento; él está perfecta y totalmente entregado a dar toda la gloria a Dios. Quizás a los seres humanos no les cae tan mal ni están tan dispuestos a protestar cuando la gente les alaba, pero al menos tenemos unos buenos ejemplos bíblicos que podemos seguir. Por ejemplo, Pedro corrigió al pueblo en el caso de la sanidad de un cojo: “¿Por qué nos miráis así, como si por nuestro propio poder o piedad le hubiéramos hecho andar?” (Hch.3:12). Por medio del ministerio de Pablo otro cojo en Listra fue sanado y los nativos pensaron que los dioses romanos les habían visitado. Pablo y Bernabé reaccionaron: “Cuando lo oyeron los apóstoles Bernabé y Pablo, rasgaron sus ropas y se lanzaron en medio de la multitud, gritando, ‘Varones, ¿por qué hacéis estas cosas? Nosotros también somos hombres…” (Hch.14:14-15). El verdadero testimonio de Jesús enseña a la humanidad a adorar solamente a Dios.

Una puerta había sido abierta en el cielo (4:1), y el templo (11:19) y el tabernáculo del testimonio, también fueron abiertos (15:5), pero al hablar este ángel, todo el cielo se abre, y Juan nos muestra una revelación todavía más poderosa de Cristo. Le ve montado sobre un caballo con los títulos: Fiel y Verdadero (v:11). Incluso Poncio Pilato sintió un poco de temor de Dios cuando Jesús estuvo ante él para ser juzgado: “Para esto yo he nacido y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz” (Jn.18:37). Un día, Pilato será resucitado para estar delante de Jesús en el juicio del Gran Trono Blanco. Él no será influenciado por la multitud, como le sucedió al gobernador romano, sino que juzgará a Pilato con una justicia perfecta. 

Jesús aparece aquí como el Señor de los ejércitos, el capitán del ejército del Señor (Jos.5:14). Se reveló a Juan, en el primer capítulo, con ojos como llama de fuego y, ahora, Él es coronado con muchas diademas, porque Él viene a reinar; es un testimonio de Su soberanía. Hay muchas pruebas de Su divinidad en este libro y tenemos una de ellas en el versículo 12; tiene un nombre que sólo Él conoce. No habrá ser, en toda la eternidad, que pueda descubrir perfectamente todos los misterios de Su persona. Sólo Él se conoce perfectamente a Sí mismo por Su propio auto-conocimiento.

Su manto está empapado en sangre (v:13). Aquel que derramó Su sangre, sujetándose a sus torturadores, volverá a la tierra a derramar la sangre de Sus enemigos. Por causa del derramamiento de Su sangre, los ejércitos que le siguen para siempre en el cielo, están “vestidos de lino fino, blanco y limpio” (v:14). En este capítulo, le siguen montados sobre caballos celestiales. Los caballos blancos pertenecen a una raza celestial, cuyas características son más poderosas que los que el Señor describió a Job: “Terrible es su formidable resoplido; escarba en el valle, y se regocija en su fuerza; sale al encuentro de las armas. Se burla del temor y no se acobarda, ni retrocede ante la espada. Resuena contra él la aljaba, la lanza reluciente y la jabalina. Con ímpetu y furor corre sobre la tierra; y no se está quieto al sonido de la trompeta… Desde lejos olfatea la batalla, las voces atronadoras de los capitanes y el grito de guerra” (Job 39:20-25).

Juan conocía bien el tercer título del Señor desde que escribió su Evangelio. Él es el Verbo de Dios, el Ángel, el Mensajero de Su presencia, que a menudo aparecía en el Antiguo Testamento. El Verbo fue hecho carne y de Su boca “en estos últimos días (Dios) nos ha hablado por su Hijo” (He.1:2). El Verbo de Dios es una espada bien afilada que sale de Su boca, la cual causará una destrucción terrible en la batalla que está por acontecer. Juan, describe la victoria, en el versículo 15; la espada herirá a las naciones y se originará una gran masacre: “Él pisa el lagar del vino del furor de la ira de Dios Todopoderoso” (fíjate en Is.63:2-3). Entonces Cristo regirá con vara de hierro.

Esta sola porción, desde el versículo 11 hasta el 16, merece un libro entero de comentarios, pero tenemos que limitarnos a unos pocos, para poder abarcar rápidamente todo el libro. Esperemos que unas pocas chispas divinas enciendan una llama en nuestros corazones. En Su manto y en Su muslo (Juan Wesley: “Sea, la parte de Su manto que está sobre Su muslo”) tiene los dos títulos reales de autoridad suprema: “Rey de reyes y Señor de señores”. Una diadema no basta para el Rey de reyes; hay muchas sobre Su cabeza. Babilonia ha caído, y ahora la bestia y el falso profeta caerán, y con ellos, la toda la imagen que vio Nabucodonosor, e incluso dos imperios más – los que existían antes del tiempo de Nabucodonosor. Estos imperios siguen manifestándose en la bestia y su reino, que son la última manifestación del gobierno del hombre sobre la tierra. Cristo les quitará sus coronas y las reclamará para Sí mismo. 

¿Puedes entender que no hay entrada en Su reino sin confesar que Jesucristo es Señor? Él tiene que ser enteramente el Señor sobre todo aquel que Él redime… Él es Señor de señores (v:16, fíjate en Ro.10:10). Después de esta batalla, porque “Dios le exaltó hasta lo sumo, y le confirió el nombre que es sobre todo nombre”, por eso, “se doble toda rodilla de los que están en el cielo, y en la tierra, y debajo de la tierra, y toda lengua confiese que Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre” (Fil.2:9-11).
  
      17.  Y vi a un ángel que estaba de pie en el sol. Y clamó a gran voz, diciendo a todas las aves que vuelan en medio del cielo: Venid, congregaos para la gran cena del Dios,
     18.  para que comáis carne de reyes, carne de comandantes y carne de poderosos, carne de caballos y de sus jinetes, y carne de todos los hombres, libres y esclavos, pequeños y grandes.
      19.  Entonces vi a la bestia, a los reyes de la tierra y a sus ejércitos reunidos para hacer guerra contra el que iba montado en el caballo y contra su ejército.
      20.  Y la bestia fue apresada, y con ella el falso profeta que hacía señales en su presencia, con las cuales engañaba a los que habían recibido la marca de la bestia y a los que adoraban su imagen; los dos fueron arrojados vivos al lago de fuego que arde con azufre.
      21.  Y los demás fueron muertos con la espada que salía de la boca del que montaba el caballo, y todas las aves se saciaron de sus carnes.

La llamada a Armagedón

Sería imposible ignorar al ángel que está de pie en el sol, al oírle clamar a gran voz, llamando a todas las aves carnívoras a una cena preparada por el Señor para ellas. Vimos una preparación para este evento, en el capítulo 16:12-16, cuando se derramó la sexta copa de ira. El río Éufrates se secó, abriendo así un camino para que los reyes del este se unan con los del oeste en la tierra de Israel. Espíritus de demonios están obrando, preparando un ejército de todo el mundo, para que se reúna allí.

Es necesario que leas Zacarías 12 y 14:1-5, junto con esta porción, para poder entender mejor lo que ocurre en esta batalla. La batalla se extenderá desde el valle de Meguido, 100 kilómetros al noroeste de Jerusalén, y terminará en la misma ciudad. La sangre fluirá como un río (Ap.14:20). Habrá oposición mundial contra Jerusalén y “Yo pondré a Jerusalén por piedra pesada a todos los pueblos… todas las naciones de la tierra se juntarán contra ella” (Zac.12:3).

Joel profetiza acerca de esto (Joel 3:2) y llama al lugar de la batalla, “el valle de Josafat”. Josafat significa el “juicio de Jehová”, porque el rey ganó allí una gran batalla contra una coalición de naciones (2 Cr.20:26). Allí mismo tendrá lugar una batalla mucho más importante y todas las naciones de la tierra estarán allí presentes (Zac.14:1-3). Cristo mismo, descenderá del cielo para destruir a las naciones dirigidas por la bestia (19-21). Jesús habla de Su segunda venida en Lucas 17:22-37 (y es lo mismo que vemos en este capítulo), diciendo que será como en los días de Noé y Lot, cuando unos serán tomados. Cuando le preguntan dónde será, Él contesta: “Dondequiera que esté el cadáver, allí se reunirán los buitres” (Lc.22:37). Serán llevados para ser destruidos, mientras que, los que son dejados, continuarán en la tierra para el Milenio.

Jesús regresará para salvar a Su pueblo, que estará en grandes apuros; dos terceras partes morirán (Zac.13:8) y una tercera parte será grandemente refinada y probada (13:9). ¡Qué tremenda profecía!: “Derramaré sobre la casa de David, y sobre los moradores de Jerusalén, espíritu de gracia y de oración; y mirarán a mí, a quien traspasaron, y llorarán como se llora por hijo unigénito…” (Zac.12:10). El Espíritu Santo será derramado sobre el remanente de Israel con gracia, y este derramamiento producirá grandes súplicas. Sólo el Espíritu, testificando de Jesús, puede abrir los ojos para que el pueblo le reconozca y crea en Él como su Mesías. Él Espíritu comparte fe. El arrepentimiento toma lugar donde siempre, al pie de la cruz, viendo al Cristo traspasado. Esto ocurrirá cuando Jerusalén caiga en manos de las naciones… Jesús vendrá a rescatarles (Zac.14:3-5).

Para que los judíos puedan escapar, el Señor pondrá Sus pies sobre el monte de los Olivos, desde el mismo lugar que ascendió al cielo (Zac.14:4; Hch.1:12; Lc.24:50), al lado oriente de Jerusalén; donde también entró sentado sobre un pollino (Lc.19:29,37,41); donde oró en Getsemaní (Lc.22:39); donde tan frecuentemente iba con Sus discípulos. Este mismo monte se partirá en dos, quedando una parte al norte y la otra al sur. Entonces, se abrirá un valle en medio (como se abrió el mar Rojo), desde el este hasta el oeste de Jerusalén y, el remanente de judíos, ya creyentes, huirá. Después, Jesús regresará desde el oriente, como Ezequiel lo vio en su día (Ez.43:2-5).

Vista del Monte de Olivos cruzando el valle Cedrón
El valle de Cedrón, que está entre Jerusalén y el monte de los Olivos, se extenderá, atravesando el monte de los Olivos (Zac.14:5). Zacarías les recuerda cómo escaparon del terremoto en los días de Uzías (Amos 1:1). Es interesante ver que todos estos acontecimientos finales tuvieron sus precedentes en la historia, como podemos ver claramente en el libro de Zacarías. El Señor viene, como lo describe Juan en el versículo 14, con “los ejércitos celestiales”, pero Zacarías 14:5 dice que viene y “con él todos los santos”, para acabar con el anticristo y el falso profeta, tomar el templo en Jerusalén y sentarse sobre el trono.

El anticristo y el falso profeta serán apresados y serán los primeros seres humanos arrojados al Lago de Fuego (aprenderemos después que el Lago de Fuego no es lo mismo que el infierno). Todos los soldados del ejército del anticristo serán destruidos y aves carnívoras, llamadas por el ángel, se saciarán de sus carnes. Como hemos leído: “Dondequiera que esté el cadáver, allí se reunirán los buitres” (Lc.22:37).

Antes de terminar este capítulo, me gustaría que viésemos una enseñanza espantosa, pero a la vez muy importante. El apóstol Pablo la enseñó en relación al engaño de los últimos días. Vamos a 2 Tesalonicenses 2, especialmente a los versículos 1-3, y después a los versículos 8-12. En el primer versículo él habla de “nuestra reunión con él” (v.1), que no puede ser otro evento que el arrebatamiento, de lo que enseñó en 1 Tesalonicenses 4:13-18. Ahora, escribe que “no vendrá sin que antes… se manifieste el hombre de pecado, el hijo de perdición” (v.3). No está apuntando hacia la venida del anticristo, sino a su manifestación, cuando tome lugar la Abominación Desoladora (Dn.9:27).

En el versículo 8, Pablo escribe acerca de la batalla que estamos estudiando en Apocalipsis 19, en la cual el hombre inicuo será matado “con el espíritu de Su boca” o, como lo tenemos en Apocalipsis, “de Su boca sale una espada afilada para herir con ella a las naciones” (v:15). El inicuo obrará milagros por el poder de Satanás, con falsas señales y prodigios mentirosos. ¿Y a quiénes engañará? A los que no quisieron oír la verdad: “Por cuanto no recibieron el amor de la verdad para ser salvos. Por esto Dios les envía un poder engañoso, para que crean la mentira, a fin de que sean condenados todos los que no creyeron a la verdad, sino que se complacieron en la injusticia” (vs.10-12, RV60).

Dios salva bajo ciertas condiciones, habiendo ciertas actitudes correctas en los pecadores, y la Escritura no deja ninguna duda sobre este asunto. Si no hubiera condiciones, todo el mundo sería salvo. Una de las condiciones claramente enseñada en la Biblia, es la humildad; el pecador tiene que humillarse y abandonar su independencia para rendirse al señorío de Cristo. Tiene que arrepentirse, volverse de su propio camino, que es pecaminoso, y creer. Creer es confiar en Cristo. Primero, tiene que confiar en Cristo como Dios en la carne, y después, confiar en Su obra perfecta, como la única que es totalmente suficiente para salvarle, sin que él haga sus propias obras. También, según Pablo en este pasaje, tiene que amar la verdad para ser salvo (v.10), pero, si rehúsa creer la verdad, ¡Dios mismo enviará el engaño para que sea condenado!





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