Eclesiastés 8
Capítulo 8
1.
¿Quién es como el sabio? ¿Y
quién otro sabe la explicación de un asunto? La sabiduría del hombre ilumina su
faz y hace que la dureza de su rostro cambie.
2.
Yo digo: Guarda el mandato
del rey por causa del juramento de Dios.
3.
No te apresures a irte de su
presencia. No te unas a una causa impía, porque él hará todo lo que le plazca.
4.
Puesto que la palabra del
rey es soberana, quién le dirá: ¿Qué haces?
5.
El que guarda el mandato
real no experimenta ningún mal; y el corazón del sabio conoce el tiempo y el
modo.
6.
Porque para cada deleite hay
un tiempo y un modo, aunque la aflicción del hombre sea mucha sobre él.
7.
Si nadie sabe qué sucederá,
¿quién le anunciará cómo ha de suceder?
8.
No hay hombre que tenga
potestad para refrenar el viento con el viento, ni potestad sobre el día de la
muerte; y no se da licencia en tiempo de guerra, ni la impiedad salvará a los
que la practican.
9.
Todo esto he visto, y he
puesto mi corazón en toda obra que se hace bajo el sol, cuando el hombre domina
a otro hombre para su mal.
Cosas que no podemos controlar
El apóstol
Pablo no fue el primero en aconsejar a sus lectores que debían sujetarse a las
autoridades civiles. El precedente está en el Antiguo Testamento, y no fue un
rey poderoso quien lo determinó, sino la Autoridad divina. Es sabio vivir según
esta norma porque, dentro de lo que sea posible, debe haber orden en la tierra.
El gobierno romano tenía sus fallos y cometía injusticias, incluyendo la
persecución a los cristianos, pero Pablo mandó a la iglesia en Roma que fueran
ciudadanos obedientes y sumisos. Los gobernantes necesitan sabiduría para
tratar los asuntos de estado y saber cómo interpretar correctamente cada
situación. Salomón no está promocionándose a sí mismo como un rey que,
naturalmente, demandaría obediencia, sino como un mensajero de Dios para el
bienestar del pueblo.
De igual
manera, un predicador no puede hablar pensando en sus propios intereses; él
tiene que presentar el caso de Dios. Cuando una persona recibe la sabiduría de
Dios, aún se nota en su rostro: “Ilumina
su faz y hace que la dureza de su rostro cambie”. Esta es la hermosura de la sabiduría y su efecto sobre toda la
personalidad (v:1)
Citemos otra
vez el gran principio espiritual: “El
temor de Dios es el principio de la sabiduría”. La persona que teme a Dios
respetará sabiamente a quien Dios haya elegido. Volvámonos a la enseñanza de
Pablo en el libro de Romanos: “No hay
autoridad sino de Dios, y las que existen, por Dios son constituidas. Por
consiguiente, el que resiste a la autoridad, a lo ordenado por Dios se ha
opuesto” (Ro.13:1-2). Observemos la constancia de la Escritura. Salomón,
igual que Pablo, instruye al lector a guardar “el mandato del rey por causa del juramento de Dios” (v:2).
Cuida tu
actitud hacia la autoridad, porque no te conviene ser rebelde. No estás en
posición de cuestionar sus decisiones. No salgas de su presencia con ira, sino considera
seriamente su palabra, porque no hay otra autoridad más alta a la que poder
apelar que la del rey: “Dad al César lo
que es del César”, dijo el Señor
(Mt.22:21). Debes estar siempre dispuesto a admitir la posibilidad de estar
equivocado, siempre tomando en cuenta el viejo proverbio que dice que “errar es
ser humano” (vs:3-4). El corazón que confía en Dios reaccionará apropiadamente,
dejando el asunto en Sus manos, buscando el tiempo y una manera mejor de tratar
el asunto que necesita ser traído delante de la autoridad (v:5), aunque sea muy
difícil y se sienta desesperado. La sabiduría nos enseña a esperar en Dios,
entendiendo que Sus caminos no son los nuestros (v:6). La esperanza tiene que
estar en lo que nos garantiza la Palabra de Dios: “Como canales de agua es el corazón del rey en las manos del Señor; Él lo
dirige donde le place” (Pr.21:1).
El versículo
7 nos enseña sobre uno de los temores más fuertes y comunes dentro del hombre:
el temor a lo desconocido. Este temor se debe, principalmente, a lo que nos
dice el versículo 8, que somos incapaces de controlar los asuntos. Tenemos que
aprender a confiar en lo que Dios ha predeterminado. “En tu mano están mis años; líbrame de la mano de mis enemigos, y de
los que me persiguen” (Sal.31:15). ¡Qué tesoros están en estos libros de la
sabiduría, desde Job hasta el Cantar de los Cantares! Volvernos a la palabra de
Dios es un privilegio para el alma. Nos lleva a lo que existía antes del
principio de la creación. Al fijarnos en Su ley, aprendemos de la esencia y el
carácter de Dios. Tenemos la palabra de los profetas, mayores y menores, que
nos hace ver cómo Dios da de antemano las profecías y después las cumple… nos
hace confiar en Él para el futuro.
Y sobre
todo, tenemos los Evangelios para darnos esperanza en Cristo, y las enseñanzas de
los apóstoles para mostrarnos cómo andar delante del Señor. El libro de
Apocalipsis nos lleva a los últimos tiempos y nos muestra el Milenio, seguido
por el estado eterno del nuevo cielo y la nueva tierra.
Sin embargo,
hay mucho que desconocemos todavía, cosas que Dios no ha dejado al alcance de
nuestro entendimiento. Es en esta área donde la única respuesta es confiar en
nuestro Señor. La sabiduría nos enseña a no mirar a cualquier otro lugar para
buscar respuestas. De forma especial, tenemos que evitar todas las trampas
sobrenaturales de Satanás. Lo que Dios esconde, ¿quién lo podrá descubrir? (v:7).
El Padre envió a Su Hijo para redimirnos y darnos nueva vida, y envió Su
Espíritu para estar en nosotros. Él es el Espíritu de poder y verdad y, aunque
nos ha dado tantas ventajas, el poder de la vida y la muerte todavía permanece
en Sus manos y nosotros no tenemos nada que decir o hacer para cambiar Su
voluntad soberana. De la misma manera que no hemos tenido control sobre el día
de nuestro nacimiento, tampoco tenemos poder sobre el día de nuestra muerte (v:8).
Yo creo que
La Biblia de Las Américas tiene la mejor traducción de la siguiente parte del
versículo 8: “No se da licencia en
tiempo de guerra” (al menos, todas las versiones que tengo en inglés están
de acuerdo con esta versión). Como Salomón está hablando en términos
militares, permíteme intentar explicar esta porción de esta forma. Salomón
quiere decir que igual que no hay permiso o licencia para salir del ejército en
tiempo de guerra, no hay manera de conseguir permiso para evitar a la muerte.
La muerte reclama al 100% de los seres humanos.
A las
personas que recurren a maneras ilegales al entrar en una crisis, el versículo
dice que la impiedad no les salvará. En este asunto falla el dinero, para los
que confían en él. “De nada sirven las
riquezas el día de la ira, pero la justicia libra de la muerte” (Pr.11:4). Quisiera
añadir, ya que estamos en este tema, que el amor al dinero, no solamente incluye
al tacaño, sino al amador de la seguridad. Él confía en el dinero para protegerse
de la calamidad y la vejez, y esta confianza también es “la raíz de todos los males” (1 T.6:10).
Salomón ha
observado este camino de la vida bajo el sol y argumenta desde esta perspectiva.
Él ve, tanto la imperfección de las autoridades humanas, como la imperfección
del que se somete a ellas. No tenemos ninguna garantía de que el sufrimiento
será aliviado, ni de que la decisión de un juez pueda resolver el problema (v:9).
10. Y también he visto a los impíos ser sepultados, los que entraban y salían del lugar santo, y que fueron pronto olvidados en la ciudad en que así habían actuado. También esto es vanidad.
11. Como la sentencia contra una mala obra no se ejecuta enseguida, por eso el corazón de los hijos de los hombres está en ellos entregado enteramente a hacer el mal.
12. Aunque el pecador haga el mal cien veces y alargue su vida, con todo, yo sé que les irá bien a los que temen a Dios, a los que temen ante su presencia.
13. Pero no le irá bien al impío, ni alargará sus días como una sombra, porque no teme ante la presencia de Dios.
Temer a las consecuencias o temer a Dios
Mucho tiempo
antes de que existieran los fariseos, ha habido hipócritas religiosos. Puedes encontrar
su historia en el principio, con Caín, que ofreció a Dios lo que había crecido en
su jardín. Dios lo rechazó. Aunque siempre ha habido hipócritas, no es correcto
concluir que todos son insinceros. Hay muchos que están engañados hasta tal punto
que caminan sinceramente por la vereda de la religión, esperando que ésta les
dirija al destino correcto. Entran y salen del lugar santo; entran y caminan
entre los justos. Si son sinceros o no, no lo sé, pero todos son malos ante
Dios, aunque su posición entre los hombres pueda ser elogiada. Pueden llevar a
cabo metas humanitarias muy honorables. La historia de la iglesia nos enseña
bien acerca de esta vanidad (v:10). ¡La auto-justicia es el paradigma de la
vanidad!
El versículo
11 nos presenta un profundo problema filosófico. El problema es que el juicio
no se ejecuta inmediatamente. Si al instante de cometer un mal acto cayera el
juicio, sería fácil ver que no vale la pena meterse en ello. Al tratar con
niños muy pequeños, los padres deben disciplinarles al instante de haber hecho algo
malo, para que su pequeña mente pueda entender la causa de su castigo. Esto no
ocurre así durante el transcurso de la vida. La realidad es que los años pasan antes de que las consecuencias de sus
hechos caigan sobre el pecador. Al no sentir el dolor inmediatamente continúan con
sus prácticas malignas. Por eso, la Biblia nos advierte fuertemente: “Habréis pecado ante el Señor, y tened por
seguro que vuestro pecado os alcanzará” (Nú.32:23). Algunos no sabrán hasta
que las llamas del infierno atormenten sus almas.
Dios, en Su
sabiduría, ha designado que debe ser así. Como parte del ser humano, nos ha
dado una conciencia, y es para el bienestar de la persona ser obediente a ella.
Por esta razón, también necesitamos la predicación. Salomón declara que, aunque
las consecuencias del pecado no son tan fáciles de discernir, y el que practica
el pecado habitualmente vive muchos años, de todos modos, vale la pena temer a
Dios. Este conocimiento está plantado profundamente en el corazón del que
conoce a Dios. El sabio no es enseñado a temer las consecuencias, sino a temer
a Dios mismo. Esta es la razón de por qué las
ruedas de la justicia giran lentamente. Hablando hipotéticamente, aunque no
hubiera castigo por el pecado, los justos, es decir, los que temen a Dios, no
practicarían el pecado. Salomón declara sencillamente esta verdad: ¡Temen a Dios
porque temen a Dios (v:12)!
La historia
de los que temen a Dios siempre termina satisfactoriamente. No así, la historia
de los malignos, que nunca han caminado en la sabiduría por el temor de Dios.
Por eso, aunque se prolongue su vida terrenal, se encontrarán con la justicia
después de morir. Lo que han experimentado en esta vida es como una sombra
engañosa; nunca han conocido la verdadera realidad y propósito de la vida. Guarda
siempre en tus pensamientos el ambiente del mensaje de este libro: La vida bajo el sol. El sol no revela el
destino final del alma, por eso no puedes confiar en tus ojos u oídos. Esto es
lo que Salomón sabe y predica: ¡Tienes que confiar en la palabra de Dios y
temer (v:13)!
14. Hay una vanidad que se hace sobre la tierra; hay justos a quienes les sucede conforme a las obras de los impíos, y hay impíos a quienes les sucede conforme a las obras de los justos. Digo que también esto es vanidad.
15. Por tanto, yo alabé el placer, porque no hay nada bueno para el hombre bajo el sol sino comer, beber y divertirse, y esto le acompañará en sus afanes en los días de su vida que Dios le haya dado bajo el sol.
16. Cuando apliqué mi corazón a conocer la sabiduría y a ver la tarea que ha sido hecha sobre la tierra (aunque uno no durmiera ni de día ni de noche),
17. y vi toda la obra de Dios, decidí que el hombre no puede descubrir la obra que se ha hecho bajo el sol. Aunque el hombre busque con afán, no la descubrirá; y aunque el sabio diga que la conoce, no puede descubrirla.
Pruebas inconclusas bajo el sol
Cuando el
barco de Pablo fue destruido en la isla de Malta, él estuvo juntando leña para
el fuego, con el fin de calentar a los viajeros. Entonces, una víbora se
prendió en su mano: “Los habitantes, al
ver el animal colgando de su mano, decían entre sí: Sin duda que este hombre es
un asesino, pues, aunque fue salvado del mar, justicia no le ha concedido
vivir” (Hch.28:4). Esta fue la conclusión supersticiosa de gente que juzga
según la evidencia, no concluyente, que ve bajo el sol. Al observar que no
sufrió daño, “cambiaron de parecer y
decían que era un dios” (Hch.28:6). Pero esto tampoco era la verdad.
Salomón
aprendió que, en la sabiduría de Dios, esa manera de discernir también es
vanidad. Él lo dijo antes, pero lo repite para enfatizarlo, porque la
repetición es un gran maestro (2 P.1:12-15; 3:1; Jud.1:5). Bajo el sol, cosas
malas suceden a los justos y cosas buenas pasan a los malos (v:14). Muchas
veces, esta vida no recompensa a los justos, ni tampoco los malos reciben su
merecido. Necesitamos ver que no hay una evidencia concluyente para juzgar bajo
el sol. Jesús enseñó: “No juzguéis por
la apariencia, sino juzgad con juicio justo” (Jn.7:24). Isaías dijo sobre
el Mesías venidero: “No juzgará por lo
que vean sus ojos, ni sentenciará por lo que oigan sus oídos” (Is.11:3).
Vamos a ver brevemente
los comentarios de Matthew Henry sobre este versículo: “Salomón observó a hombres malos a quienes les pasaba según las obras
de los justos, que prosperaban tan extraordinariamente como si fueran
recompensados por algún hecho noble… es decir, recompensados por sí mismos, por
Dios y por los hombres. Observamos a los justos preocupados y perplejos en sus
propias mentes; los malignos despreocupados, sin miedo y seguros… los justos
desafiados y afligidos por la Providencia divina, los malignos prósperos,
exitosos, bajo una sonrisa… los justos censurados, reprochados y desprestigiados
por los poderes del mundo, los malos aplaudidos y preferidos. Quisiera él que
nos cuidemos de no acusar a Dios con la iniquidad, sino acusar al mundo por su
vanidad.”
Según el
versículo 15, también tenemos que enfatizar la situación bajo el sol. El
predicador está penetrando con su espada de dos filos a las almas conscientes de
los habitantes terrenales, y la tuerce para que sientan la profunda impresión
de su declaración de que todo es vanidad. Salomón sugiere que la única cosa que
la vida tiene que ofrecernos es el gozo legítimo de una fiesta alegre. Esto le
aliviará un poco de la maldición del hombre caído que él ha heredado de Adán: “Maldita será la tierra por tu causa; con
trabajo comerás de ella todos los días de tu vida; Espinos y abrojos te
producirá… Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la
tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo volverás” (Gé.3:17-19).
Al hombre le es permitido divertirse con los placeres legítimos que Dios le ha dado durante su tiempo en la tierra, pero,
a menos que experimente las bendiciones de lo alto, esto es lo máximo que esta
vida presente le puede ofrecer.
En su
búsqueda, 24 horas al día, 7 días de la semana, para obtener la sabiduría, con
la cual poder entender la vida en la tierra, Salomón concluye que no hay nada
que entender, que todo es vanidad. Lo ha intentado, pero fracasó, y no hay
persona que pueda contradecirle argumentando haber tenido mejores resultados.
La palabra de Dios asegura: “No puede
descubrirla” (vs:16-17). No hay nada que uno pueda aprender de la vanidad.
Siendo así, Salomón sólo tiene un mensaje: “¡Todo
es vanidad!”
La única
cosa de valor que está ocurriendo en este mundo en el día de hoy, es la que
Dios está llevando a cabo, y Él ha declarado: “Mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis
caminos… Porque como los cielos son más altos que la tierra, así mis caminos
son más altos que vuestros caminos…” (Is.55:8-9). Los discípulos
comprobaban que, aún siendo seguidores de Cristo, estaban solamente en el
proceso de aprender Sus caminos, porque muchas veces no entendían Sus hechos.
Pasamos toda nuestra vida aprendiendo Sus caminos y, aunque seguramente progresamos,
aún la eternidad no nos dará suficiente oportunidad para entenderlos
completamente. Es porque Dios es Dios y cada uno de nosotros somos nada más que
débiles seres humanos.
La única
manera de aprender, como en el caso de Moisés, es por medio del Espíritu Santo:
“A Moisés dio a conocer sus caminos, y a
los hijos de Israel sus obras” (Sal.103:7). Sus caminos hacen que nuestros
corazones ardan, y anhelamos conocerlos más. Él es bueno enseñándonos, pero
tenemos que descansar y confiar en que Él es soberano y está obrando para
nuestro bien eterno. Igual que el predicador, nosotros tampoco hallamos nada
aquí para satisfacer nuestras almas redimidas.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Publicar un comentario