Eclesiastés 11
Los frutos de la generosidad
Capítulo 11
1.
Echa tu pan sobre las aguas, que después de
muchos días lo hallarás.
2.
Reparte tu porción con siete, o aun con
ocho, porque no sabes qué mal puede venir sobre la tierra.
El capítulo
11 empieza animándonos a dar pan a los que no pueden recompensarnos. Por
supuesto, el escritor se refiere, no literalmente a pan, sino a lo que en el
futuro lo produce, es decir, la semilla, como el arroz, que se echa en charcos
de agua y se hunde en el suelo. Según puede ver parece que se ha perdido, pero
el sembrador sabe seguro que producirá en cuestión de meses. Así, el que confía
en Dios, sabe bien que lo que él da, obedeciendo a Dios para el beneficio de
otros, Él lo hará volver (v.1). Jesús enseñó este principio de la siguiente manera:
“Cuando ofrezcas un banquete, llama a
pobres, mancos, cojos, ciegos… ya que ellos no tienen para recompensarte; pues
tú serás recompensado en la resurrección de los justos” (Lc.14:13-14).
Sé generoso y
da tanto como puedas. El número siete implica plenitud, que en este caso
significa la medida completa de tu capacidad para suplir la necesidad total. “Aun con ocho”, significa más allá de tu capacidad, es decir, repartiendo con fe,
confiando en Dios para que supla tus necesidades. Pablo felicita a los
macedonios que dieron “en medio de una
gran prueba de aflicción, abundó su gozo, y su profunda pobreza sobreabundó en
la riqueza de su liberalidad. Porque yo testifico que según sus posibilidades,
y aun más allá de sus posibilidades,
dieron de su propia voluntad” (2 Co.8:2-3).
“Vuestra abundancia suple la necesidad de
ellos, para que también la abundancia de ellos supla vuestra necesidad” (2 Co.8:14). Pablo enseñó a los corintios
sobre suplir la necesidad en Jerusalén. Era un tiempo difícil en Judea, donde
el estilo de vida en comunidad había fracasado. Aun los que estaban en buenas
condiciones en Jerusalén no tenían con qué ayudar a los destituidos. Pablo
apeló a las iglesias gentiles para que les ayudaran porque, en el futuro, ellos
mismos podrían necesitar ayuda. Salomón nos dice que no existe una garantía para
el bienestar económico. La realidad es que a veces ocurren desastres en los que
la gente lo pierde todo (v.2). Vemos otra vez qué maravillosamente las
Escrituras se aplican a todas las épocas y presentan un principio constante,
inspirado por el Espíritu Santo, tanto en el Antiguo como en el Nuevo
Testamento. (He estudiado recientemente como la ley de la redención obliga a ayudar
a los desafortunados sin egoísmo. Fíjate en Deuteronomio 25:5-10 y Rut,
capítulo 4. Lo mismo uno puede observar, estudiando el año de jubileo. Levítico
capítulo 25).
Vivir la vida solamente para Dios
3.
Si las nubes están llenas, derraman lluvia
sobre la tierra; y caiga el árbol al sur o al norte, donde cae el árbol allí se
queda.
4.
El que observa el viento no siembra, y el
que mira las nubes no siega.
5.
Como no sabes cuál es el camino el viento,
o cómo se forman los huesos en el vientre de la mujer encinta, tampoco conoces
la obra de Dios que hace todas las cosas.
6.
De mañana siembra tu semilla y a la tarde
no des reposo a tu mano, porque no sabes si esto o aquello prosperará, o si
ambas cosas serán igualmente buenas.
7.
Agradable es la luz, y bueno para los ojos
ver el sol.
8.
Ciertamente si un hombre vive muchos años,
que en todos ellos se regocije, pero recuerde que los días de tinieblas serán
muchos. Todo lo por venir es vanidad.
Hay
situaciones que se levantan sobre las fuentes de seguridad de la gente y ésta queda
indefensa. Que será, será, es un simple proverbio que nos recuerda
que nosotros no controlamos nuestro propio destino. Salomón nos advierte a no
permitir que nuestras vidas sean controladas por una fobia de tener seguridad.
Tenemos que seguir adelante, viviendo y confiando que Dios nos cuidará (vs.3-4).
La noche obscura, el sol y la luna,
Las estaciones del año también,
Unen su canto cual fieles criaturas,
Porque eres bueno, por siempre eres fiel.
¡Oh, tu fidelidad! ¡Oh, tu
fidelidad!
Cada momento la veo en mí.
Nada me falta, pues todo provees,
¡Grande, Señor, es tu fidelidad!
Cada momento la veo en mí.
Nada me falta, pues todo provees,
¡Grande, Señor, es tu fidelidad!
Nuestro
Creador y Señor nos creó en el seno, aunque no teníamos control ni conocimiento
de nuestra formación: “Porque tú
formaste mis entrañas; me hiciste en el seno de mi madre… No estaba oculto de
ti mi cuerpo, cuando en secreto fui formado… Tus ojos vieron mi embrión, y en
tu libro se escribieron todos los días que me fueron dados, cuando no existía
ni uno solo de ellos” (Sal.139:13-16). Debemos a Dios nuestra existencia y
cada detalle de nuestras vidas. Junto con el desarrollo físico, el alma ha sido
creada en cada feto, individualmente (v.5). No somos capaces de hacer
decisiones para las cosas básicas de la vida, por eso debemos reconocer nuestra
total dependencia de nuestro Creador. No fuimos creados para ser independientes,
auto-confiados ni auto-suficientes. Un cristiano es alguien que se ha rendido
al control de su Maestro.
En el versículo
6, el predicador nos da el principio para la vida práctica y el consejo que
necesitamos para llevarlo a cabo. Tenemos que pasar la vida cotidiana, desde la
juventud hasta la vejez, echando a un lado los intentos de controlar nuestro
propio destino. Debido a nuestro tan limitado conocimiento, la vida tiene que vivirse
por medio de la fe en Dios y confiar en Él para nuestro futuro. Él ordena y
nosotros aceptamos con gratitud Su voluntad predeterminada. Debido a que Él
desea nuestra confianza, nos da poco conocimiento de lo que será.
Vemos el
principio de la fe en la Biblia desde los tiempos de Abraham, que salió de Ur
sin saber a donde iba. Felipe salió de Samaria por orden angelical, sin saber
la razón de su viaje desde Jerusalén hacia Gaza. Pedro abandonó Jerusalén sin
saber que el propósito de su viaje era llegar hasta Cesarea, y Pablo y su
equipo cruzaron todo el territorio de lo que es ahora Turquía sin saber su
destino.
No estamos recibiendo
instrucción de un hombre viejo contrariado, como algunos creen, que está
desilusionado con la vida, sino que estamos a los pies de un hombre sabio, que
nos hace saber cómo gozarnos de los valores verdaderos. Él escribe lo que es
agradable y dulce, y anima a los ancianos a vivir cada día con una disposición
alegre (vs.7-8). Una vez que la luz de nuestro día se apague, las oportunidades
cesarán. Jesús dijo: “Nosotros debemos
hacer las obras del que me envió mientras es de día; la noche viene, cuando
nadie puede trabajar” (Jn.9:4). Nos han sido regalados nuestros días sobre
la tierra para llevar a cabo los propósitos de Dios.
Un mensaje especial para la juventud
9.
Alégrate, joven, en tu mocedad, y tome
placer tu corazón en los días de tu juventud. Sigue los impulsos de tu corazón
y el gusto de tus ojos; mas debes saber que por todas estas cosas, Dios te
traerá a juicio.
10. Por tanto, aparta de tu corazón la congoja y aleja el sufrimiento de tu
cuerpo, porque la mocedad y la primavera de la vida son vanidad.
Yo tuve que memorizar
el versículo 9 siendo niño. Es un aviso para el joven, con el fin de hacerle
consciente de las consecuencias de vivir para sí mismo. Él piensa que tiene
toda la vida por delante para vivirla como le de la gana, pero tiene que saber
que Dios le juzgará por la manera en la que pase su juventud. Las
preocupaciones espirituales no sólo son para los maduros y ancianos. El joven
tendrá que dar cuentas a su Señor de sus caminos egoístas. Le es dada la
libertad de perseguir sus propios deseos y buscar su propia felicidad, pero al
final habrá consecuencias: “Alégrate,
joven, en tu mocedad, y tome placer tu corazón en los días de tu juventud”. Vete, pasa tu juventud buscando lo que
te hace feliz: “Sigue los impulsos de tu
corazón y el gusto de tus ojos”. Haz
tus planes como quieras y sigue tus sueños. Persigue las cosas que tienes frente
a tus ojos, “mas debes saber que por
todas estas cosas, Dios te traerá a juicio”. Sin embargo, no escaparás del juicio si vives tu juventud con
egoísmo.
Perseguir y
practicar las diversiones juveniles, desbarata la vida interior. El joven no
está feliz, mientras camina tras los placeres; ese estilo de viva molesta la
conciencia y agita su ser interior. El predicador le aconseja: “Aparta de tu corazón la congoja”. El estrés producido sobre su cuerpo en
su búsqueda del reconocimiento y la fama puede ser muy doloroso. El predicador
advierte: “Aleja el sufrimiento de tu
cuerpo.” Los deseos que nacen en la primavera de la vida del joven son
dañosos para el cuerpo y traerán pesadumbre a su alma. ¡Es vanidad! Estamos en
un libro que la juventud debería estudiar antes de emprender seriamente las
preparaciones para su vida y futuro.
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