1 Corintios 2
La manera personal que hablaba Pablo
Capítulo 2
1.
Cuando fui a vosotros,
hermanos, proclamándoos el testimonio de Dios, no fui con superioridad de
palabra o de sabiduría.
2.
Pues nada me propuse saber
entre vosotros, excepto a Jesucristo, y éste crucificado.
3.
Y estuve entre vosotros con
debilidad, y con temor y mucho temblor.
4.
Y ni mi mensaje ni mi
predicación fueron con palabras persuasivas de sabiduría, sino con demostración
del Espíritu y de poder,
5.
para que vuestra fe no
descanse en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios.
En estos primeros versículos, Pablo continúa
explicando su manera de presentar el mensaje de la cruz. Empezó en el capítulo
1, versículo 17, diciendo: “Pues Cristo no
me envió a bautizar, sino a predicar el evangelio, no
con palabras elocuentes, para que no se haga vana la cruz de Cristo”. La manera de presentar el evangelio tiene que
estar de acuerdo con el mensaje, el cual tiene que ver con un Hombre, sangrante
y golpeado, muriendo en una cruda cruz. Predicarlo con elocuente sabiduría sería
contradecir el mensaje y, de hecho, le quitaría su poder, e incluso, peor
todavía, quitaría la gloria que debemos atribuirle solo a Dios (1:31). El poder
del mensaje viene de Dios, y el poder humano de un orador elocuente es mucho
menos que adecuado para describir dicho mensaje.
Cito, traduciendo el versículo 21 del capítulo 1, de la Biblia Amplificada
en inglés: “Cuando el mundo, con toda su sabiduría terrenal, faltó percibir
y reconocer y conocer a Dios por medio de su propia filosofía, a Dios en Su
sabiduría le plació, por medio de la insensatez de predicar, salvar a los que
creyeron”. La iglesia
se equivoca al intentar satisfacer el deseo humano por medio del
entretenimiento u otras maneras de agradar a los inconversos al presentarles el
evangelio. El plan de Dios para la salvación, desde un principio, es incomodar
al individuo. El mensaje debe ser franco, directo, sencillo y sin manipulación
psicológica. Es una declaración sencilla. Según las palabras de Pablo, es sin “superioridad de palabra o de sabiduría”.
En el versículo 4 vuelve a confirmar, “ni mi mensaje ni mi predicación fueron con
palabras persuasivas de sabiduría”.
En Romanos 1:1, Pablo dice que él fue “apartado
para el evangelio de Dios” y, esta fue, exclusivamente, su razón de vivir,
dedicándose enteramente a tal propósito. ¿Qué es este evangelio? En el versículo
2, tenemos la respuesta: “Jesucristo, y éste crucificado”. Observa la palabra nada. Pablo
no propuso nada más. El evangelio consiste exclusivamente en presentar la
persona de Jesucristo y Su obra en la cruz.
Hace varios años me invitaron a un campamento que iba a durar más de una
semana y en el que, al menos, tenía que dar dos clases diarias. En la primera
reunión les hice la siguiente declaración: “Yo creo que si el apóstol Pablo
estuviera en mi lugar hoy aquí, probablemente éstas serían sus palabras: ´En
esta semana de campamento me he propuesto no saber cosa alguna entre vosotros,
jóvenes, sino a Jesucristo, y a éste crucificado.´ Es la palabra de Dios para
cada lugar y es apropiada para todas las situaciones”.
Un grupo de jóvenes que había venido al campamento con hambre de ver a Dios
obrar durante esos días, estaba constantemente orando, dando así un respaldo
espiritual a la enseñanza. Al poco tiempo oí que uno de los jóvenes del
campamento se había encerrado en su habitación y no quería salir, ni siquiera
para ir a las reuniones. Había sido investido por una poderosa convicción de
pecado. En una de las reuniones de la mañana tuve que detenerme varias veces
porque la voz de la traductora se quebraba por la emoción, hasta que,
finalmente, lloró profusamente y no pudo continuar con la traducción. Fue así
como terminó mi mensaje. Después, el director del campamento, puesto en pie,
oró bajo un fuerte llanto, derramando su corazón quebrantado como una ofrenda
al Señor Jesús.
En la última reunión, un joven, que había causado varios problemas durante
el campamento, se acercó al director pidiendo permiso para hablar. El director
consintió y el joven dijo: “Yo quiero recibir al Señor Jesús…”, y no pudo decir
más, porque se echó a llorar amargamente. Dos horas después, todavía podían
escucharse sus sollozos desde el dormitorio. Se hizo una invitación para orar
por aquellos que habían sido tocados por el Espíritu Santo, y jóvenes
inconversos respondieron al llamado.
Las almas jóvenes, al igual que las más maduras, prefieren la verdad de la
palabra de Dios que consejos sobre cómo tratar con dilemas insignificantes. Hoy
en día, hay jóvenes cristianos que pueden discernir cómo los “expertos”
pretenden saber cómo tratar los conflictos juveniles, sin embargo, solamente se
están aproximando a sus problemas con razonamientos y lógica puramente humanos.
En respuesta, sus espíritus resisten estos intentos. Ellos quieren escuchar la antigua
palabra de Dios, y quieren que sea directa y fuerte. Como resultado, responden
a Jesucristo, y a Él crucificado.
Permíteme explicar brevemente lo que significa el versículo 2. Es un
mensaje que empieza como el apóstol Juan lo vio, antes de la fundación del
mundo. Existe una Palabra personal, Quién estaba con Dios y era Dios. Él es
Dios Hijo y fue enviado por Dios Padre a esta tierra para morir. Él es el
inmaculado Cordero que, al contrario que cada ser humano, no tenía que morir
por Sus propios pecados, sin embargo, llevó sobre Sí los pecados del mundo. Como
Dios es perfectamente justo, Él declaró una sentencia justa contra los
pecadores por haber quebrantado Su ley. Entonces, porque Dios amó al mundo de
pecadores, envió a Su Hijo para dar Su propia vida, como un sacrificio infinito,
en lugar de ellos, para que “todo aquel
que cree en Él, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Jn.3:16). Todo esto
aconteció por la abundante misericordia de Dios como un regalo de Su gracia que
nadie puede ganar o merecer, sino simplemente confiar en la Persona y obra de
Cristo. Este es el evangelio.
Pablo se considera un hermano que habla a los cristianos como a hermanos (v:1).
Él quiere que los ojos de todos se quiten del mensajero y se fijen en el
mensaje. Menciona su propia debilidad y confiesa su temor; no pretende ser el
héroe de los corintios (v:3). ¡Él tenía miedo cuando estaba en Corinto! Jesús le
habló en la noche: “No temas, sigue
hablando y no calles; porque yo estoy contigo, y nadie te atacará para hacerte
daño” (Hch.18:9-10).
Aquí tenemos la razón por la cual él insiste en enfatizar el punto. No
quiso que los corintios pusieran su confianza en él o en cualquier otro hombre.
No iba a permitir que se inclinasen sobre la sabiduría, capacidad o valor
humanos. Quiso que confiaran solamente en el poder de Dios (v:5). Cualquier
predicador, motivado por el auto-interés y un deseo de tener seguidores leales,
manifiesta haberse rendido a tentaciones carnales y no es digno del
llamamiento.
La sabiduría y poder sobresaliente de Dios
6.
Sin embargo, hablamos sabiduría
entre los que han alcanzado madurez; pero una sabiduría no de este siglo, ni de
los gobernantes de este siglo, que van desapareciendo,
7.
sino que hablamos sabiduría
de Dios en misterio, la sabiduría oculta que, desde antes de los siglos, Dios
predestinó para nuestra gloria;
8.
la sabiduría que ninguno de
los gobernantes de este siglo ha entendido, porque si la hubieran entendido no
habrían crucificado al Señor de gloria;
9.
sino como está escrito: Cosas
que ojo no vio, ni oído oyó, ni han entrado al corazón del hombre, son las
cosas que Dios ha preparado para los que le aman.
10. Pero Dios nos las reveló por medio del Espíritu, porque
el Espíritu todo lo escudriña, aun las profundidades de Dios.
11. Porque entre los hombres, ¿quién conoce los pensamientos
de un hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Asimismo, nadie
conoce los pensamientos de Dios, sino el Espíritu de Dios.
12. Y nosotros hemos recibido, no el espíritu del mundo, sino
el Espíritu que viene de Dios, para que conozcamos lo que Dios nos ha dado
gratuitamente,
13. De lo cual también hablamos, no con palabras enseñadas
por sabiduría humana, sino con las enseñadas por el Espíritu, combinando
pensamientos espirituales con palabras espirituales.
14. Pero el hombre natural no acepta las cosas del Espíritu
de Dios, porque para él son necedad; y no las puede entender, porque se disciernen
espiritualmente.
15. En cambio, el que es espiritual juzga todas las cosas;
pero él no es juzgado por nadie.
16. Porque ¿quién ha conocido la mente del Señor, para que le
instruya? Mas nosotros tenemos la mente de
Cristo.
Pablo imparte sabiduría al cristiano maduro… una sabiduría que sobrepasa
cualquier otra; la sabiduría de Dios. Está escribiendo sobre la sabiduría de la
cruz, la cual requiere discernimiento espiritual para poder apreciarla. Nos
puede sorprender el hecho de que haya cristianos… incluso cristianos
prominentes… que no hablan mucho sobre la cruz. Posiblemente, la ven como algo
necesario para la salvación del individuo, pero después la dejan atrás para ir
a “cosas más profundas”. Los caminos y pensamientos de Dios no son los caminos
humanos y, por eso, insisto en que la percepción de la cruz como solamente algo
necesario para la salvación, es una conclusión carnal con insuficiente instrucción
del Espíritu Santo.
La sabiduría de Dios no es la sabiduría que los expertos del mundo aprenden
y practican (v:6). Pablo declara que la sabiduría piadosa es algo escondido y
secreto a los ojos del mundo. Jesús dijo: “En
verdad, en verdad (amén, amén), te
digo que el que no nace de nuevo no puede ver el reino de Dios… el que no nace…
del Espíritu” (Jn.3:3,5). Aparte del nuevo nacimiento y la obra del
Espíritu Santo, la sabiduría de Dios es un misterio secreto. Antes de que Dios
creara el mundo, designó un horario, desarrollando un plan que alcanzó hasta la
época del Nuevo Testamento y más allá de este mundo, hacia la gloria eterna, en
la cual participarán los santos (v:7).
El sanedrín religioso, aún poseyendo las Escrituras, no entendía estas
cosas, ni tampoco el tetrarca de Galilea, Herodes. Poncio Pilato, instruido bajo
la sabiduría de Roma, no las entendía, como tampoco el cesar, ni ninguno de los
filósofos griegos. El mundo se unió para crucificar al Señor de la gloria, algo
que Dios predijo por medio de David mucho tiempo antes de que ellos desarrollaran
su odio (v:8): “Se levantan los reyes de
la tierra, y los gobernantes traman unidos contra el Señor y contra su Ungido” (Sal.2:2).
Pedro conocía la sabiduría secreta de la cruz y reveló a los judíos, en el día
de Pentecostés, el plan soberano de Dios sobre los hechos violentos de los
hombres: “A éste, entregado por el plan
predeterminado y el previo conocimiento de Dios, clavasteis en una cruz por
manos de impíos y le matasteis” (Hch.2:23). No podían entender que, al
crucificarle, estaban llevando a Cristo a Su gloria. Según Warren Wiersbe, el
príncipe espiritual de las tinieblas no sabía nada acerca de este plan secreto:
“Satanás pensó que el Calvario era la
gran derrota de Dios; ¡pero al final fue la victoria más grande de Dios y la
derrota de Satanás!”
La sabiduría de Dios es más allá de lo que el ojo humano puede ver, incluso
con la ayuda de los modernos telescopios. Tampoco el oído humano puede percibir
sus sonidos, ni siquiera a través de instrumentos de amplificación. Aunque los
pensamientos del hombre y las imaginaciones de su corazón pueden abarcar más
allá de lo que pueden ver u oír, no pueden discernir los secretos de la vasta
sabiduría de Dios (v:9). En Su amor, Dios ha dado a Su pueblo bendiciones mucho
mejores que las que puede alcanzar con los cinco sentidos. No son cosas
destinadas a saberse en el futuro, excepto en un sentido completo y perfecto,
sino que ahora, son reveladas al entendimiento cristiano a través de la
enseñanza del Espíritu. Nadie puede decir qué profundidad alcanzará uno cuando
entrega su corazón para meditar sobre los secretos de Dios y cuando abre su
mente a la instrucción del Espíritu Santo (v:10), como tampoco se pueden calcular
los límites de la verdad eterna que el Espíritu puede revelar, ayudando al que
ama a Dios a descubrirla.
La ley de la naturaleza enseña que solamente pueden entenderse criaturas
con la misma semejanza. Lo que estas criaturas pueden entender, en cuanto a
otros con la misma naturaleza, es muy poco, comparado a lo que uno puede
entender sobre su misma persona y pensamientos. Según la misma ley, solamente
el Espíritu de Dios puede comprender los pensamientos de Dios (v:11). Con
asombrosa condescendencia y amor, Dios imparte Su Espíritu a Su propio pueblo, viniendo
a morar personalmente a la vida de cada uno de los cristianos. Jesús enseñó a
Sus discípulos, mientras estaba con ellos: “El
Espíritu de verdad… vosotros sí le conocéis porque mora con vosotros y estará
en vosotros… Él os enseñará todas las cosas” (Jn.14:17,26). Él es quien
revela la sabiduría secreta de Dios a Su pueblo, y es enteramente una obra de
gracia, dada gratuitamente a los creyentes (gratis, si no tomamos en cuenta el
coste del tiempo que uno pasa en la presencia de Dios para escuchar, mientras
el Espíritu Santo enseña (v:12)). Es gratis y está a disposición de cada cual
que tiene hambre y sed de conocer a Dios.
El maestro humano debe compartir estas palabras de la verdad divina, no
según sus propias capacidades, ya que si confía en su propio talento no logrará
penetrar el corazón. Necesita ser ungido desde el cielo para poder recibir la
sabiduría de Dios para sí mismo. Y de la misma manera, mientras enseña, las
verdades solamente podrán ser recibidas por la unción, que es la que lleva la
verdad a los corazones de los oyentes.
En estos tiempos, cuando el cristianismo ha sido reducido a funcionar con
capacidades humanas, ¡cómo necesitamos captar estos importantísimos versículos e
insistir en que la enseñanza cristiana tiene que ser compartida en la plenitud
del Espíritu Santo! El que comparte, igual que el oyente, tiene que estar dominado
por Él. Otra vez, tenemos que volver a aplicar la ley de la naturaleza…
solamente la lengua espiritual podrá compartir las cosas espirituales, y solamente
los oídos espirituales podrán oírlas (v:13).
El hombre sin el Espíritu, el hombre natural, nacido con la naturaleza
adámica, no puede, de ninguna manera, llegar a tener un entendimiento divino.
El pecador por sí mismo no puede recibir la instrucción piadosa; la rechazará,
porque le parecerá insensatez. Es contraria a su naturaleza. No existe un solo
hombre en el mundo, sin el Espíritu de Dios, que pueda entender las cosas de
Dios. Así enseña Pablo de acuerdo con todo lo que es claramente enseñado en
toda la Escritura: “No hay quien
entienda, no hay quien busque a Dios” (Ro.3:11). Un inteligente
ortodontista dijo a una empleada que conozco: “Yo leo la Biblia, pero para mí, no tiene sentido”. Los cristianos
debemos aceptar esta verdad y hacerla saber claramente entre nosotros, o si no,
intentaremos alcanzar a la gente por medio de la sabiduría y razonamientos
humanos… ¡y todo será en vano!
La enseñanza popular acerca de que los cristianos, de ninguna manera, deben
juzgar, no es según las Escrituras. Jesús mandó: “No juzguéis por la apariencia, sino juzgad con juicio justo” (Jn.7:24).
Enseñaba exactamente el mismo principio dado por Pablo. La persona espiritual
no juzga por lo que sus ojos observan, pero sí
juzga todas las cosas según el discernimiento que le da el Espíritu de
Dios. El ciudadano de este mundo no puede entenderle porque no puede percibir
la presencia divina en su ser interior (v:15). La mentalidad mundana de tal ciudadano
le hace errar en todo.
Todos somos estudiantes; ninguno de nosotros debemos considerarnos capaces
en la escuela del Espíritu. Pablo cita a Isaías 40:13, demostrando que el Nuevo
Testamento está edificado sobre principios establecidos en el Antiguo
Testamento: “¿Quién guió al Espíritu del
Señor, o como consejero suyo le enseñó?” Lo que el apóstol nos ha revelado
en los versículos 11 y 12, está basado sobre la enseñanza del antiguo profeta: “Nadie conoce los pensamientos de Dios,
sino el Espíritu de Dios” y “Hemos
recibido, no el espíritu del mundo, sino el Espíritu que viene de Dios”. Hemos recibido, dentro de nosotros, el
Espíritu de Dios, Quien toma las cosas de Cristo y nos las hace saber. El
apóstol Juan dice: “Dios nos ha dado
vida eterna, y esta vida está en su Hijo. El que tiene al Hijo tiene la vida…
Sabemos que el Hijo de Dios ha venido y nos ha dado entendimiento” (1Jn.5:11,12,20).
Nosotros podemos tener entendimiento por lo que Dios, en tres personas, nos
concede saber. Puede ser personalmente impartido dentro de nosotros porque
desde que nacemos de nuevo “tenemos la
mente de Cristo” (v:16).
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