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Lowell Brueckner

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La sanidad de un pecador

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Marcos 2:1-12



Un mensaje por Daniel Brueckner, nuestro hijo mayor

y pastor de la Iglesia Cristiana de Swanton, Vermont, USA



Daniel predicando en Swanton
“Entró Jesús otra vez en Capernaum después de algunos días; y se oyó que estaba en casa. E inmediatamente se juntaron muchos, de manera que ya no cabían ni aun a la puerta; y les predicaba la palabra” (vs:1-2). Jesús volvió a Capernaum y la gente se dio cuenta. Allí, en Capernaum, estaba su casa, tras haberse mudado de Nazaret. Por lo que cuenta Lucas, en el capítulo 5, sabemos que se reunieron los fariseos y maestros de la ley de cada aldea de Galilea, Judea, e incluso Jerusalén, así que era una gran asamblea. No había manera de entrar por la puerta.

La clave de este pasaje es que Jesús les predicó la palabra. Es fácil pasar por alto esta parte para entrar en la historia de la sanidad de un hombre, pero la clave, revelada por todos los Evangelios, es que Jesús predicó la palabra. En otra ocasión, quisieron que Jesús se quedara en el pueblo con ellos, pero Él dijo: “Es necesario que también a otras ciudades anuncie el evangelio del reino de Dios; porque para esto he sido enviado”.

Dondequiera que caminaba Jesús, Él cumplía la Escritura. La Escritura dice que nacería en Belén y se cumplió. Después, huyó a Egipto, y aquel acto cumplió la Escritura. La Escritura dijo que sería llamado nazareno, así que fue criado en Nazaret y, después, se fue a vivir a Capernaum, dando también cumplimiento a la Escritura, ya que Capernaum era un pueblo en tinieblas.


Quisiera leer algo sobre Capernaum, en Mateo 4:13-17: “Y dejando a Nazaret, vino y habitó en Capernaum, ciudad marítima, en la región de Zabulón y de Neftalí, para que se cumpliese lo dicho por el profeta Isaías, cuando dijo: Tierra Zabulón y tierra de Neftalí, camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los gentiles (una frase de desprecio); el pueblo asentado en tinieblas vio gran luz; y a los asentados en región de sombra de muerte, luz les resplandeció. Desde entonces comenzó Jesús a predicar, y a decir: Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado”.

Sabemos cual era el tema de Su predicación, después de mudarse a Capernaum, un lugar espiritualmente oscuro. Esta gente vivía en delitos y pecados, muertos a las cosas de Dios. Voluntariamente eran ignorantes del Evangelio y, por eso, vivir en ese pueblo era horrible. Moraban en tinieblas porque sus hechos eran malos. La segunda muerte se alzaba imponente sobre ellos; no solamente la primera muerte, ya que, si no se arrepentían, experimentarían la muerte segunda.

Jesús vino a estas tinieblas, y me gozo de que lo hiciera, porque nos demuestra que no hay un lugar demasiado oscuro donde Jesús no iría. Él deja otros lugares y va al lugar más oscuro. Él es luz y, dondequiera que caminó, afectó las tinieblas alrededor Suyo. El pueblo jamás había visto tal luz, al empezar a abrir sus ojos. ¡Su mensaje era que tenían que arrepentirse! Era su única esperanza.

En Lucas, cuando algunos contaban a Jesús cómo Pilato mató a galileos, mezclando su sangre con la de los sacrificios, Jesús dijo: “¿Pensáis que estos galileos, porque padecieron tales cosas, eran más pecadores que todos los galileos? Os digo: No; antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente”. Jesús mismo les contó una historia sobre la torre en Siloé, que cayo sobre 18 personas, y dijo: “¿Pensáis que eran más culpables que todos los hombres que habitan en Jerusalén?... Si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente”. Constantemente Su mensaje era: ¡Arrepentíos! Este es el trasfondo de esta historia.



Interrupciones positivas



“Entonces vinieron a él unos trayendo un paralítico, que era cargado por cuatro” (v:3). La parálisis dejó a este hombre tirado en su lecho, limitado a acostarse en un solo lugar. No podía sostener a su familia. Había enfermedades de parálisis que causaban una muerte prematura, pero ahora, él escucha a la gente en la calle decir que Jesús ha llegado otra vez. Probablemente, escuchó el mensaje de arrepentimiento y pensó en su propio pecado…. estaba cargado con una convicción de pecado que pesaba sobre él. 

Anhelaba ver a Jesús, pero claro, jamás podría hacerlo sin la ayuda de otros. Algunos le pasaban de largo sin pensar en su condición; que era un alma, amado por Dios. Pero hubo cuatro a quienes les importó lo suficiente como para preocuparse y tomar tiempo para cargar con él, eran personas que sabían amar a su prójimo como a sí mismos. Ellos fueron a su lado e hicieron algo, en cuanto a su situación, llevaron su carga, literalmente, alzaron su lecho y le dijeron: “Vamos a acercarte a Jesús”. Yo no sé si estaba casado, pero si tenía esposa, podría estar preocupada pensando: “¡Cuidado con darle una esperanza que después le deje totalmente desilusionado!”

“Y como no podían acercarse a él a causa de la multitud, descubrieron el techo de donde estaba, y haciendo una abertura, bajaron el lecho en que yacía el paralítico” (v:4). La multitud cubría el patio y no podían aproximarse a la puerta. Quizás empujaban, intentando llegar a ella, pero no pudieron. Aunque estaban bastante determinados, no hallaron la manera.

Cuando empezamos a orar por alguna persona, encontramos obstáculos y cosas que pueden empeorar, en lugar de mejorar. Puede entrar la duda, “¿porqué empezar a orar?”, y la tentación es tirar la toalla. Estos hombres podrían decir: “No podemos. Lo hemos intentado, pero no hay manera. Nadie nos podrá decir que no lo hemos intentado”. Pero no, estos no se dieron por vencidos. Habían venido con un propósito y no iban a abandonar el asunto hasta que este hombre estuviera delante de Jesús.

La hija, Anna, y esposa, Shelley, cantan
Si estás enfrentando algún obstáculo hoy y eres tentado a darte por vencido, Dios te está animando hoy por la fe de estos cuatro hombres. Se les ocurrió la idea de subir al tejado. En muchas casas, en aquellos días, había escaleras por fuera, y así subieron, llevando al hombre en su lecho. ¿Puedes imaginar qué sucedió en la casa mientras Jesús predicaba y empezó a oírse un alboroto arriba?

La suciedad y el polvo empezarían a caer del techo, entrando en los ojos de los oyentes… era un poco más molesto que lo que pasa cuando un bebé llora en una de nuestras reuniones. Esa fue una interrupción mayor, hasta tal punto que ya nadie oía lo que Jesús hablaba. De repente, se abrió un gran agujero, dañando seriamente el techo, para poder meter el lecho y al paralítico. Era una movida bastante anormal, jamás intentada antes, pero muy efectiva. Dios puede aprovecharse de las “interrupciones”.

En uno de nuestros programas de Navidad, hace años, el marido de una señora que asiste regularmente a la iglesia, vino con ella. Estaba un poco ebrio… bueno, mejor dicho, estaba borrachísimo. Fue una reunión interesante, porque él se adelantó a la congregación, a cantar villancicos, que son muy conocidos. Él interrumpió el sermón con una pregunta, cuando yo había empezado apenas a predicar, pero como tenía que ver con la salvación, decidí que no sería malo contestarle. Otra persona vino adelante para presentar otra parte del programa, y este hombre se puso de pie y balbuceó: “Bueno, que pasa si…”, avergonzando al máximo a su pobre esposa. Al terminar el programa pensé, “bueno, al menos pudimos presentar todo el programa”.

Pocos días después, oímos la historia de un niño que estaba en esa reunión, escuchando las preguntas y respuestas. Por supuesto, contestamos brevemente, porque pensábamos que seguir el programa era más importante. Pero en esa misma noche de Noche Buena, el niño cayó bajo una gran convicción de pecado, lloraba y no podía dormir. Su madre se levantó de la cama y le preguntó por qué estaba llorando. Él dijo: “El hombre hizo una pregunta y el pastor le explicó cómo podía estar bien con Dios. ¡No puedo dormir por pensar en mis pecados!” La madre y el niño se pusieron de rodillas a un lado de su cama y él recibió a Cristo.

La “interrupción” e invasión del coronavirus puede ser algo que Dios aproveche para Su gloria. Una interrupción puede ser buena y, en Capernaum, seguramente lo fue. El paralítico sólo veía los rostros de sus amigos cuando le bajaban, pero cuando vio el rostro de Jesús por primera vez, lo primero que escuchó fue: “Hijo, tus pecados te son perdonados”.

Lo dijo al ver la fe: “Al ver Jesús la fe de ellos…” ¿Qué vieron los demás en aquel lugar?  Ellos sólo veían hombres causando un gran alboroto y estropeando el techo de una casa. Pero Jesús vio la fe y, “sin fe es imposible agradar a Dios”. Lo primero que dijo Jesús fue: “Tus pecados son perdonados”. Quizás, los ayudantes pensaban, “no, no le trajimos para eso. Queremos que sea sanado”. Sin embargo, el pasaje nos muestra que la necesidad más grande del hombre es el perdón de sus pecados, sin importar sus necesidades físicas.



Dios sabe bien lo que tú piensas



El paralítico estaba bajo convicción por sus pecados. La razón por la que lo digo es porque, al contar la historia, Mateo, capítulo 9, antes de que citara a Jesús diciendo: “Tus pecados te son perdonados”, primeramente, dijo: “¡Ten ánimo!” Casi todos, en el pueblo, escuchaban los mensajes de Jesús, demandando arrepentimiento, y el paralítico, ya arrepentido, necesitaba una palabra de consuelo, antes de oír: “Hijo, tus pecados te son perdonados”. (v:5)

Bien, aunque todavía no podía saltar físicamente, dentro de sí, saltó de gozo, porque sus pecados le habían molestado más que cualquier otra cosa. Hay gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente, y los ángeles se regocijaron con él. La versión de la Biblia Amplificada dice: “La penalidad es pagada, la culpa es quitada y te declaro en buen estado delante de Dios”. Esto es lo que significa tener tus pecados perdonados y, sólo por decirlo Jesús, en ese mismo instante ocurrió. Nadie tenía que determinar un periodo de tiempo para saber si era genuino o no. Hacía un momento, este hombre se encaminaba hacia el infierno, y en un solo momento, se dirigía hacia el cielo. Jesús no le dio ninguna instrucción sobre lo que tenía que hacer para merecer tal transacción.

Lo más importante es que el cáncer del alma, que son nuestros pecados, sea quitado. Es más importante que ser sanado del coronavirus. Jesús es el único que puede perdonar pecados. En esta historia, las personas dicen la verdad, al decir que sólo Dios puede perdonar los pecados. Al salir estas palabras de la boca de Jesús, parece escucharse un soplido de sorpresa en la casa. En el corazón de algunos de los presentes, existía una crítica escondida: “Estaban allí sentados algunos de los escribas, los cuales cavilaban en sus corazones, ‘¿Por qué habla éste así? Blasfemias dice, ¿quién puede perdonar pecados, sino sólo Dios?’”(vs:6,7)

Había toda clase de personas en la casa, alrededor de Jesús. Algunos estaban preocupados por la condición de sus almas, pero había otros que solamente estaban allí sentados… ocupando un sitio. Si tú escuchas estas palabras, deberías saber que, si tú te arrepientes, Jesús perdonará tus pecados ahora mismo. “Y conociendo luego Jesús en su espíritu que cavilaban de esta manera dentro de sí mismos, les dijo: ‘¿Por qué caviláis así en vuestros corazones?’” (v:8) Él sabía acerca de sus pensamientos, y Él sabe de los tuyos también ahora mismo, no importa cuales sean. Cuántas veces leemos en la Escritura, ‘Jesús, conociendo sus pensamientos’…, y los hacían públicos, para que todo el mundo se diera cuenta. 

Cuando estuvimos en Macedonia, compartí el evangelio con Boșco y su esposa. Él escuchaba muy bien, pero su esposa no tenía interés en tales cosas. Yo solamente leía las Escrituras, demostrando a través de ellas que eran pecadores y necesitaban un Salvador. Mucho más tarde, él me dijo que pensaba que yo era Dios en la carne. La razón era porque creía que yo podía leer sus pensamientos. Al leer las Escrituras, por ejemplo, Romanos, capítulo 1, donde enumera los pecados, él pensaba: “¿Cómo sabe esta persona que yo practico estas cosas?”

Él era muy franco conmigo, y era porque pensaba que no había por qué esconder nada, si es que estaba hablando con Dios en la carne. Por mi parte, estuve asombrado de que me confesara todo sobre sí mismo. En ese tiempo, no había muchos folletos en lenguaje macedonio, pero leí uno nuevo, justamente impreso, que quería que él leyera. Aquel día, no tuve tiempo de visitarle, pero fui a su casa y se lo di. “Lee esto” ­—le dije. Justo antes de que yo llegara, él estaba pensando sobre el tema presentado en el folleto, así es que el folleto contestó sus preguntas. Estaba convencido entonces… Dios conoce mis pensamientos.

En ese tiempo, él consiguió un nuevo empleo, y algunos de sus nuevos colegas, más involucrados con él en el trabajo, eran cristianos de la iglesia evangélica. No podía escaparse de Dios. Su esposa se moría de cáncer. Ella siempre se burlaba de mí, pero ahora, quería que yo fuese a su casa. Yo estaba comprometido esa tarde, porque un pastor, del norte de Macedonia, anteriormente me había invitado para compartir en su iglesia. La razón por la que no fui era porque durante el día me sentí demasiado exhausto. Tuve que llamar al pastor para decirle que me perdonara, pero que me era imposible conducir hasta tan lejos para compartir.  

Estaba a punto de echarme en la cama, cuando sonó el teléfono, pero no quise contestar. Shelley contestó y me dijo, que aquella señora quería hablarme. Me quedé totalmente sorprendido, así que tomé el teléfono, y ella me invitó a su casa. Estaba muy enferma y me pidió oración. Al llegar, le dije: “Oraré por ti, pero hay otro cáncer que tú tienes que es peor todavía; es el cáncer de tu alma. Otra vez, con su marido sentado al lado, repetí la historia del evangelio y le pregunté: “¿Quieres arrepentirte de tus pecados y encontrar la vida en Cristo? Ella contestó: “Sí, lo haremos”.

Su marido, después de haber escuchado el evangelio durante tres años, sabía que ella no podía decidir por él y la corrigió: “Un momento, esto es algo personal. Tú tienes que hablar por ti misma y yo tengo que decidir por mí mismo”. Ella contestó “sí”, por si misma. Dije: “Bien, Boșco, tu esposa decidió. ¿Qué dices tú? No contestó durante un rato, y yo esperé, sin decir nada, hasta que lo hizo. Quizás pasaron 10 minutos antes de que dijera “sí”. Oramos todos juntos y ellos recibieron a Cristo. Al día siguiente, al sentirse mejor ella, vinieron a nuestra casa para dar gracias al Señor. Digo todo esto para que sepas, que uno llega a ser totalmente franco y honesto, cuando sabe que Dios conoce cada pensamiento de su corazón.


La evidencia física revela un resultado espiritual más importante



Jesús sigue hablando: “¿Por qué caviláis así en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil, decir al paralítico: Tus pecados te son perdonados, o decirle: Levántate, toma tu lecho y anda?” (v:9) ¿Cuál de las dos opciones sería demasiado difícil para la omnipotencia? Por supuesto, ni una, ni la otra. Una declaración tendrá un resultado visible, la otra no, y por eso sigue hablando… “Pues para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados (dijo al paralítico): A ti te digo: Levántate, toma tu lecho, y vete a tu casa” (vs:10,11). El propósito de esta curación era para que ellos supieran que el Hijo del Hombre tiene autoridad sobre la tierra para perdonar pecados. Los dos hechos eran imposibles para los hombres, pero los cuatro amigos trajeron al paralítico a la Persona correcta. ¡La palabra de perdón fue respaldada por una palabra de sanidad!

Los hombres que le bajaron desde el techo no pensaban levantarle otra vez por el mismo sitio. Jesús le mandó ir a su casa, y eso fue lo que hizo, regocijándose y glorificando a Dios. La multitud que no les dejaba pasar antes, se abrió, dándole paso, mientras cargaba su lecho y caminaba entre la muchedumbre. No sabemos quién arregló el techo, porque la Biblia no trata esas cosas insignificantes; la Biblia nos habla de cosas mucho más importantes. Cuando estés agonizando sobre tu cama, ¿qué será importante para ti? ¿Lo que has logrado o no has logrado hacer, o si tus pecados te son perdonados o no?

La hija, Ruth, después de un recital
“Entonces él se levantó en seguida, y tomando su lecho, salió delante de todos, de manera que todos se asombraron, y glorificaron a Dios, diciendo: Nunca hemos visto tal cosa” (v:12). En el Evangelio de Lucas (5:25) nos dice que él, específicamente, glorificó a Dios: “Tomando el lecho en que estaba acostado, se fue a su casa, glorificando a Dios”. Creo que conocemos bien la canción, Estoy bien con mi Dios. Una estrofa (traduciéndola literalmente de inglés a español), particularmente, me llega al corazón cada vez que la escucho. Puedo imaginar al Sr. Stafford sentado, escribiendo estas palabras: Mí pecado… escribe. Después, tan emocionado por lo que está pensando y lo que va a escribir en seguida, pone una coma y sigue, oh cuanto me gozo de este glorioso pensamiento. Entonces pone otra coma y sigue escribiendo, Mis pecados, no solamente algunos, sino todos, son clavados a Su cruz y ya no los cargo más; ¡Bendice al Señor, bendice al Señor, oh, alma mía!

El versos del 1 al 3, del salmo 103, un Salmo de David, nos demuestran que el Señor Stafford estaba contemplando lo mismo que David: Bendice, alma mía, a Jehová, y bendiga todo mi ser su santo nombre. Bendice, alma mía, a Jehová, y no olvides ninguno de sus beneficios. Él es quien perdona todas tus iniquidades, el que sana todas tus dolencias”. Fíjate cómo Stafford expresó los mismos pensamientos que el salmista: Mis pecados, no solamente algunos, sino todos, son perdonados. ¡Bendice al Señor, bendice al Señor, oh, ¡alma mía!

El paralítico se fue a su casa, jactándose de Jesús. Pedro dijo (1 P.2:9): Más vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable”. Jesús fue a la región de las tinieblas y encontró a un hombre asentado en tinieblas… (asentado) en región de sombra de muerte, y le dijo: “Hijo, tus pecados te son perdonados”. Este hombre salió, proclamando las virtudes de aquel que (le) llamó de las tinieblas a su luz admirable.



Luz en los más oscuros lugares



La tierra de Neftalí y la tierra de Zabulón vieron una gran luz, y trajo vida a todo el territorio. En este pueblo vivía un oficial del rey, cuyo hijo estaba a punto de morir. Encontró a Jesús en Caná, después de caminar unos 25-30 kilómetros desde Capernaum, y le dijo: “Mi hijo quedó en casa. Por favor, desciende a mi casa y sánale”. Sin embargo, Jesús le dijo: “Ve, tu hijo vive”. Sus siervos le encontraron cuando regresaba y le dijeron: “Tu hijo vive”. Él les preguntó a qué hora había empezado a sanar y le dijeron que, como a la una de la tarde. Entonces, él exclamó: “¡Esta fue exactamente la hora a la que Jesús dijo: ‘Tu hijo vive’”! Al llegar, no solamente él creyó, sino toda su casa. Antes de que Jesús se mudara a Capernaum, había allí una familia de creyentes establecidos. La luz empezó a brillar y personas fueron transformadas por el evangelio, arrepintiéndose de sus pecados y depositando su fe en Él. Ellos eran embajadores y representantes, personas que reflejaban la luz de Cristo.

¿Hay alguien hoy, como los que estaban sentados, ocupando un sitio, y criticando todo lo que Jesús dijo? A ellos no les importaban sus pecados. Tú, amigo, tienes que abandonar ese grupo e ir donde otros se regocijan y entran al júbilo del cielo. Tú necesitas que tus pecados sean perdonados, y Jesús dijo: “Al que a mí viene, no le echo fuera”. Si no te has arrepentido de tus pecados, ven a Cristo, y por la Biblia, te puedo garantizar que no te echará fuera. No te conviene morir en tus pecados, sino, siendo librado de tus pecados, estar bien con tu Dios.

En cuanto a la persona que está orando especialmente por un individuo, recuerde a los cuatro que trajeron al hombre a Jesús. Pide que otros se unan contigo… comparte la carga con otros. Si es alguien de tu familia que necesita a Cristo, haz un pacto con otros, para juntos, llevarle delante de Jesús. Tendrás obstáculos, pero se persistente, continúa en oración. Al final, oirás a la gente decir: “Nunca hemos visto tal cosa”. Dios sigue haciendo lo imposible.  

Termino con la historia de una señora de 60 años, Debbie, que vive diagonalmente opuesto a la iglesia. Fue abusada por su marido y otros hombres, físicamente, emocionalmente, y de otras muchas maneras. Intentó el suicidio y también era alcohólica. Vivía en tinieblas y temor. Salía de su casa porque tenía deseo de ir a la iglesia, pero se quedaba en la acera de enfrente, sin fuerzas para atravesar la puerta. Podía escuchar algo de lo que se hablaba dentro, pero tenía miedo de entrar. Después de tres meses intentándolo, tuvo el suficiente valor para hacerlo. Se sentaba muy atrás. Cualquier persona que la mirara podía ver un rostro lleno de miedo. Al terminar la reunión, ella salía rápidamente.

Pero vino otra vez… y otra, y otra... Después de una reunión, íbamos a comer todos juntos en el sótano y la invitamos, pero ella tenía fobia a los sótanos. Es allí donde hacíamos reuniones de oración, así es que nunca asistió. Poco a poco, mientras las mujeres la rodeaban, orando por ella y animándola a fijarse en Cristo, empezamos a ver un cambio. De vez en cuando, venía a las reuniones de oración al sótano. Una noche, después de la oración, vino a mí y me dijo: “Daniel, ¡lo he hecho! ¡Entregué mi corazón a Cristo!... Pasó tiempo, mucho esfuerzo, casi como romper un techo...

Después, ella quiso visitar a su marido. Él era un soldado veterano de Vietnam, y estaba en una residencia para mayores. Durante un año había estado bajo cuidado para enfermos terminales. Los consejeros la recomendaban no ir a verle, porque cuando lo hacía se quedaba muy afectada y la costaba mucho recuperarse. Sin embargo, fue a verle y le dijo a su esposo que le perdonaba por todo lo que le había hecho. Ella empezó a leerle a él la Escritura, incesantemente, y a orar con él. Una vez, fui cuando ella estaba allí y la encontré abrazándole. Antes, no podía llorar en su presencia, porque lo veía como un símbolo de debilidad y se enfadaba mucho. Pero un día, cuando estaba visitándole, algo la entristeció y empezó a llorar. Él la acarició en la cabeza con amor y dijo: “Oh Debbie, ¿Qué te pasa?” Esa noche, en la reunión de oración, emocionada, dijo a todos: “¡Por primera vez en 40 años, mi marido me besó!”

En otra ocasión, ella invitó al capellán de la residencia para ir con ella a orar con su esposo. El capellán se sentó con lágrimas en los ojos y dijo: “Yo he leído sus documentos y no sé cómo puedes visitarle. No entiendo cómo puedes perdonarle”. Ella, asombrada, pensó: “¿No eres tú el capellán? ¿No debes saber de estas cosas?”

Ella quería servir a Dios como fuera, así que la dimos las llaves de la iglesia y, voluntariamente, tomó el ministerio de limpiar los wc. Bueno, de cualquier manera, ella ayudaba con la limpieza. Cuando iba a su empleo, muy orgullosa, decía a sus colegas: “¡Mira, me dieron las llaves de la iglesia!” Estaba tan emocionada por tener las llaves, como un deportista olímpico por ganar una medalla de oro. Las mujeres de la iglesia fueron como los cuatro hombres que rodearon al paralítico y le llevaron a Cristo. Nuestras hermanas llevaron a Debbie a Cristo.

Como puedes imaginar, hubo tiempos muy difíciles. Costó mucho tiempo, pero ahora, Debbie está llevando las cargas de otros y compartiendo el evangelio con ellos. Debbie también tenía miedo al agua y me dijo: “Daniel, quiero ser bautizada, pero no te sorprendas si te hundo bajo el agua conmigo, cuando me bautices. Nunca me meto en el agua porque me muero de miedo”. Después, oramos sobre el asunto, y ella se bautizó sin ningún incidente.
 
Cristo viene a los lugares más oscuros. Si tú entras allí, y tú tienes luz, tendrás un efecto sobre las tinieblas. Lleva a alguien a Jesús por medio de la oración y haz lo que puedas para ayudar a tal persona. Compartid las cargas unos con los otros.

“Gracias, Señor, por Tu palabra. Gracias por este hombre que nosotros conoceremos un día en el cielo, porque sus pecados le fueron perdonados. Él nos contará su historia con todos los detalles. Danos más historias como estas, para que podamos decir, vez tras vez: “Nunca hemos visto tal cosa” como el testimonio de Debbie y la historia de las vidas de otros que me escuchan hoy. Tú eres un Dios de misericordia y te importamos. Ayúdanos a ser fieles, teniendo compasión para llevar a otros a Ti… Amando a nuestros prójimos como a nosotros mismos. Ayúdanos a afectar el área oscura donde vivimos con la luz del evangelio para la gloria de Dios. Pedimos estas cosas en el nombre de Jesús. Amén”.  



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