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Lowell Brueckner

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Un fenómeno anormal

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Veo como algo anómalo el hecho de que, hoy en día, haya hombres de Dios que sean alabados, citados y utilizados como ejemplos en muchos púlpitos, mientras que sus experiencias, las cuales, ellos mismos acreditaron como el secreto de su éxito, puedan ser fervorosamente negadas y rechazadas. No sé cual sería el término adecuado para definir tal circunstancia, pero me parece que es una posición un poco hipócrita o, al menos, algo en lo que falta constancia. Estos hombres destacados ocupan, un poco, el lugar que David tenía en el palacio de Saúl, apreciado por su utilidad, pero temido por la unción poderosa de Dios que descansaba sobre él.

Los puritanos, Edwards, Spurgeon, Moody y Tozer

¿Cuántos leen la literatura de los puritanos y cuantas veces son citados desde el púlpito? Permíteme citar a uno de ellos, el famoso, John Owen: “(El Espíritu Santo) derrama el amor de Dios en nuestros corazones… por un acto directo… llenando (el alma) con alegría, exultaciones y a veces rapto inefable de la mente”. Un contemporáneo de él describió la siguiente experiencia de Owen: Sus pensamientos empezaron a elevarse siempre más alto, como el río de Ezequiel, hasta llegar a ser una enorme inundación… perdió totalmente la vista y el sentido del mundo con todas sus preocupaciones y, durante horas, no supo ni donde estaba, como si estuviera bajo un profundo sueño… Al llegar al hostal, no podía dormir, y el gozo del Señor fluyó sobre él, de tal manera, que parecía ser un habitante de algún otro mundo. Muchos años después lo contó como una visita al cielo”.

Es el Espíritu de Dios quien toma las cosas de Cristo y nos las revela. Jonathan Edwards habló de un paseo por el bosque… “Tuve una vista extraordinaria de la gloria del Hijo de Dios que continuó, según mis cálculos, como una hora, en la que las lágrimas fluían de mis ojos; lloré intensamente, sintiendo un fuerte ardor en mi alma. Me sentí vacío de mí mismo, aplastado y lleno de Cristo solamente, para amarle con un amor santo y puro…”. Por su parte, la señora de Edwards, Sarah, meditando sobre las virtudes de Cristo, a veces se sentía tan debilitada físicamente que después alguien tenía que ayudarla a llegar a su habitación.


Por un tiempo, Edwards, gran teólogo y persona con mucha dignidad, fue presidente de la Universidad de Princeton, de modo que algunos subestimaban su énfasis sobre las experiencias cristianas. Seguramente, la facultad de la Universidad de Yale se vio sorprendida cuando, al invitarle a calmar el intenso fervor que había entre los estudiantes (incluso David Brainerd), causado por una visita de George Whitefield a la Universidad, Edwards echó más leña al fuego encendido por Whitefield. Muchos ignoran que David Brainerd fue expulsado de Yale poco después porque cuestionó, públicamente, si los rectores de la escuela eran auténticos cristianos, juzgándoles por su reacción a lo que estaba pasando entre los alumnos.  

Hay pocos cristianos evangélicos que no aprecian a C. H. Spurgeon. En un sermón, él retó a su congregación: “(Los discípulos) debían permanecer en Jerusalén por unos días y el Espíritu Santo descendería sobre ellos, revistiéndoles con un poder misterioso… Si ahora fuéramos llenados con el Espíritu Santo, seríamos suficientes como para evangelizar completamente Londres… Jesús prometió que señales seguirían, y así fue, y así sería otra vez, pero nosotros tenemos que volver a las prácticas y predicación de los apóstoles”. En otra ocasión predicó: “Necesitamos hombres ardiendo al rojo vivo, que irradien el fuego, con tan intenso calor que no podamos siquiera acercarnos sin sentir que nuestros corazones se están quemando… ¡hombres como relámpagos lanzados por la misma mano de Jehová, despedazando, impulsados por la Omnipotencia!”

Posiblemente, D. L. Moody no tiene la misma fama que Spurgeon, pero, de todos modos, hay muchos que aprecian el hecho de que alcanzara a 100 millones de personas, y que él mismo observara a miles rendirse a Cristo. Él dijo:¡Yo pensaba que ya tenía poder! Tenía la congregación más grande de Chicago, y había muchas conversiones, pero comencé a reaccionar. Entró en mí una intensa hambre espiritual, que hasta entonces había sido desconocida para mí. Comencé a llorar como nunca antes. El hambre aumentó y sentí, verdaderamente, que ya no quería vivir, si no iba a tener ese poder para su servicio”.

Poco tiempo después, mientras caminaba por Wall Street, en Nueva York, en medio de la actividad y bullicio de esa céntrica calle, su oración fue contestada; el poder de Dios cayó sobre él mientras caminaba, hasta tal punto, que tuvo que correr a la casa de un amigo y pedirle que le permitiera estar a solas en una habitación. Allí permaneció por horas. El Espíritu Santo vino sobre él, llenando su alma con tanto gozo, que por fin tuvo que pedirle a Dios que detuviera Su mano, para no morir en ese instante a causa de tan desbordante gozo. Salió de ese lugar con el poder del Espíritu Santo sobre él y, a partir de ese momento, comenzó sus poderosas reuniones evangelísticas. 

Desde ese día, Moody, insistió a su amigo, R. A. Torrey, a que fuera a sus reuniones para predicar a los nuevos convertidos sobre el Bautismo en el Espíritu Santo. Torrey escribió: “No sé cuantas veces me pidió predicar sobre el tema. Una vez nos reunimos con algunos maestros – todos ellos muy buenos hombres, pero creían que cada hijo de Dios era bautizado con el Espíritu Santo desde su conversión. Al salir ellos, Moody quedó muy pensativo y dijo: ‘Son maravillosos maestros, pero, ¿por qué no pueden ver que el Bautismo con el Espíritu Santo es exactamente lo que ellos mismos necesitan?’” Torrey escribió en su biografía de Moody: “La razón secreta por la cual Dios utilizó a D. L. Moody fue porque él poseía una unción de poder desde lo alto, un bautismo claro y definido del Espíritu Santo”.

Según Ian Murray, en su biografía de John MacArthur, él, como otros muchos pastores, fue influido por los libros de A. W. Tozer. Los libros de Tozer están alcanzando a muchos más hoy de los que pudieron alcanzar mientras vivía, y han hecho un impacto en este siglo. Cito de A. W. Tozer: “Tenía 19 años cuando, estando metido intensamente en la oración, arrodillado en la sala de espera de mi suegra, recibí una poderosa invasión del Espíritu Santo…  cualquier obra que Dios ha hecho por medio de mí desde entonces… principió en aquella sala.

Finney, John y Charles Wesley, Whitefield y Lloyd-Jones

Charles Finney no es muy querido entre los reformistas, porque criticó fuertemente lo que él llamó el ultra-calvinismo, pero si leyeras su autobiografía, encontrarás que fue mucho más paciente con los que no estaban de acuerdo con él que son los calvinistas modernos que están contra él. En verdad, Finney fue un apaciguador, buscando paz con sus propios oponentes, y también entre los hermanos que se peleaban unos contra otros en su día. Él insistía en que tenía que haber unidad entre las iglesias de ciertos pueblos, antes de que él viniera a predicar. Por medio del evangelismo de Finney, se calcula que 500.000 personas, no solamente recibieron a Cristo, sino que permanecieron como cristianos toda la vida.

Hace unas décadas atrás, estudiantes de una universidad secular, hicieron una encuesta entre las mayores ciudades de todos los Estados Unidos. Buscaban qué ciudad era la más filantrópica y humanitaria, entre otras cualidades, de todas. Después de todo, decidieron honrar a Syracuse, New York, con el premio. Un corresponsal, curioso sobre porqué esta ciudad, al este de los Estados Unidos, debía ser premiada, se puso a investigar, concluyendo que la razón era porque 100 años atrás, Finney, vino a la ciudad y hubo un avivamiento allí. La misma tarde en la que Finney fue convertido, él explica: Cuando estaba a punto de sentarme junto al fuego, recibí un bautismo poderoso del Espíritu Santo. Sin esperarlo, sin ni siquiera haber tenido en mi mente la idea de que algo así estaba disponible para mí; sin tener memoria de haber escuchado nunca a nadie en el mundo mencionarlo; en el instante más inesperado, el Espíritu Santo descendió sobre mí en una manera en la que parecía recorrer todo mi cuerpo y alma. Sentí como si una ola de electricidad me traspasara y circulara dentro de mí. De hecho, parecía que el Espíritu fluía en forma de olas ­­– olas de amor líquido. No puedo expresarlo mejor. Sin embargo, no era como agua, sino más bien como el aliento de Dios. Puedo recordar, especialmente, como si unas alas inmensas estuvieran ventilándome. Tuve la impresión de que estas olas, al pasar sobre mí, literalmente, movían mi cabellera como lo haría la brisa”.

“No hay palabras que puedan expresar el maravilloso amor que fue derramado en mi corazón. Me parecía estar a punto de estallar. Lloré de amor y de gozo, de forma audible… no sé, pero fue como si, literalmente, gimiera con el clamor inefable de mi mismo corazón. Estas olas venían sobre mí, una tras otra, hasta que recuerdo haber exclamado: "Moriré si estas olas siguen viniendo sobre mí". Le dije al Señor: ‘Señor, ya no puedo soportarlo más’. Sin embargo, no tenía miedo de morir”.

“No sé cuanto tiempo estuve en ese estado, recibiendo ese continuo bautismo sobre y a través de mí. Sé que fue ya casi al final de la tarde, cuando un miembro de mi coro – pues entonces yo era el líder del coro – vino a verme a la oficina. Este joven, miembro de la iglesia, me encontró en ese estado de llanto a gran voz y me dijo: ‘Señor Finney, ¿qué le sucede?’, pero, no pude responderle por algún tiempo. Él continuo: ‘¿Está usted dolorido?’ Me sobrepuse lo mejor que pude y le dije: ‘No, pero estoy tan feliz que ya no puedo sobrevivirlo’”.

“El hombre se dio la vuelta y salió de la oficina, y en pocos minutos regresó con uno de los ancianos de la iglesia, cuya tienda se encontraba al cruzar la calle. Era un hombre muy serio; en mi presencia había sido muy cuidadoso y rara vez le había visto reír. Cuando entró, yo estaba prácticamente en el mismo estado en el que me había encontrado el joven que fue a buscarlo. Me preguntó cómo me sentía, y yo empecé a contarle lo sucedido. En lugar de decir nada al respecto, el anciano empezó a reírse espasmódicamente. Daba la impresión de que le era imposible parar de hacerlo; parecía ser un espasmo irresistible.” Escribió de la necesidad de aquellos, aunque genuinamente convertidos a Cristo, que nunca llegaron a recibir la unción de poder que, dijo él, “es indispensable para tener un éxito en el ministerio”.

Todas las denominaciones evangélicas cantan los himnos de Charles Wesley por todo el mundo. Muchos expertos opinan que John Wesley, en su día, salvó a Inglaterra de la ruina moral. Meses después de su conversión, John y Charles, junto con George Whitefield y otros, estaban en una reunión, descrita por John de la siguiente manera… “Estábamos reunidos y en constante oración, cuando alrededor de las tres de la mañana, el poder de Dios vino poderosamente sobre nosotros, a tal grado que clamamos con un gozo descomunal y muchos cayeron al suelo. Tan pronto como nos recuperamos de ese asombro y maravilla ante la presencia de Su majestad, irrumpimos a una voz: ‘¡Te alabamos, oh Dios, te reconocemos como el Señor!’” 

En una ocasión, otro ministro le preguntó cómo hacer para lograr que mucha gente viniera a escucharle. La respuesta de Wesley fue: “Si el predicador está ardiendo, los demás vendrán para ver el fuego. Dame cien predicadores que no le teman a nada, excepto al pecado, y que no deseen nada, excepto a Dios. Me da igual si son ministros ordenados por una iglesia o si es gente común, porque ellos son los que sacudirán las puertas del infierno.”

Podemos terminar con el muy interesante caso de Dr. Martyn Lloyd-Jones. Aquí mismo, en mi oficina, tengo un DVD, en el que varios líderes cristianos, muy conocidos, incluyendo a algunos defensores prominentes de la reforma, alaban la vida y ministerio de este gran hombre de Dios. Ellos hablan libremente de una unción extraordinaria en sus predicaciones, señalando que un promedio de 30 personas cada semana venía a su despacho buscando la salvación. La misma gente que ardientemente admira a este maravilloso pastor galés de la capilla Westminster, sucesor de G. Campbell Morgan, se opone enérgicamente a la posibilidad de que el Bautismo en el Espíritu Santo sea una segunda experiencia después de la conversión.

Capilla Westminster, cerca del palacio Buckingham, Londres
Quizás, muchos no sepan que Lloyd-Jones escribió un libro sobre el tema y denunció la enseñanza cesacionista de su día, hace poco más de una generación atrás. Definió el cesacionismo como una doctrina relativamente nueva. Pidió que el libro no fuera publicado hasta después de su muerte, porque sabía que causaría una controversia entre sus amigos y colaboradores. ¡La misma empresa cristiana que él cofundó no quiso publicar su libro, Gozo Inefable! Este gran libro, el mejor que jamás he leído sobre el tema del Bautismo en el Espíritu Santo, fue finalmente publicado por otra editorial. Ahí lo tienes amigo, el hombre fue alabado por muchos y a la vez temido, por una experiencia que demandaba un cambio drástico en la teología de sus admiradores, e incluso, de sus colaboradores, que no estaban dispuestos a pagar ese precio.

De ninguna manera he agotado los ejemplos. No, no, no son algunas pocas personas las que han recibido el poder desde lo alto; hay los que, por toda la historia de la iglesia, Dios ha capacitado para la obra a la que Él les ha llamado. Ahora, no cabe duda, según las Escrituras, de que cada creyente tiene el Espíritu Santo: “Si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él” (Ro.8:9). Sin embargo, había algunos, descritos en el libro de los Hechos, como “llenos del Espíritu” (por ejemplo 6:3,5; 7:55).   

Aparentemente, de alguna forma, fueron destacados en cuanto a la evidencia del Espíritu Santo en sus vidas. ¿Quiere decir que algunos tenían menos del Espíritu de Dios? Por supuesto que no. Uno tiene o no tiene el Espíritu. Yo prefiero decir que el término “lleno del Espíritu Santo”, describe la medida en que el Espíritu posee a tal persona, y no cuanto del Espíritu ella posee. Sin embargo, el libro de los Hechos también enseña que era normal que el Bautismo en el Espíritu Santo siguiera a la conversión de los creyentes, y la promesa fue “para vosotros… y para vuestros hijos (al judío primero), y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare” (sea judío o gentil, donde y cuando sea). 
Un pequeño ejemplo y unas cuantas palabras de consejo

Está claro que yo no puedo incluirme en la misma categoría que estos grandes hombres. Sin embargo, si me lo permites, quisiera insertar una experiencia semejante, desde mi pobre punto de vista, ilustrando el tema de este artículo con un ejemplo reciente. El año pasado, me gocé por poder observar las actividades de una misión y conocer a las maravillosas personas que trabajan en ella. Me pidieron hablar al personal y también me invitaron a predicar en una iglesia cercana. Estuve muy contento por ver los beneficios causados al territorio en el que sirven y el respaldo que reciben de las autoridades gubernamentales.  

De alguna forma, después se informaron acerca de mi posición doctrinal sobre el Bautismo en el Espíritu Santo, y discutieron sobre si debían volver a invitarme de nuevo. Temían que, si la comunión conmigo continuaba, los que apoyan la misión descubrirían mi blog y sabrían de mis convicciones. Pensaron que, quizás, estos simpatizantes quedarían ofendidos y les quitarían su ayuda financiera. Ah amigo, el dinero muchas veces entra en los asuntos y crea sus problemas.

Espero que hayas leído este artículo muy cuidadosamente y con un corazón abierto. Tengo que ser un poco audaz, pidiendo que consideres tu posición sobre el tema, debido a su importancia, después de estudiar cómo el Bautismo en el Espíritu Santo afectó inmensamente las vidas de estos épicos ganadores de almas. El cristiano siempre tiene que reconocer el hecho de que, quizás, no esté totalmente correcto doctrinalmente y que probablemente haya cosas que ajustar. Estar absolutamente anclados en nuestro estado presente no es saludable espiritualmente, ni para nosotros, ni para las personas entre quienes compartimos. Hay demasiadas diferencias de opinión entre buenos hermanos, así que no debemos suponer que estamos bien en todos los puntos, pensando que los que llevan otras opiniones están equivocados. Es la verdad lo que vale, muy por encima de nuestras opiniones.

Ciertamente, Dios no demanda un cambio inmediato sobre los puntos de vista que hemos mantenido por muchos años. Sin embargo, sí pide que estemos abiertos a la enseñanza del Espíritu y, al pedirle un alumbramiento más claro, nos dirigirá de una porción de la Escritura a otra, y de una circunstancia providencial a otra en nuestras vidas. Entonces, posiblemente, veremos la necesidad de ajustar nuestra posición, para poder servir mejor a Dios y darle más gloria por medio de nuestras vidas. Tenemos que estar muy dispuestos a esto sin importar el coste.



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