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Lowell Brueckner

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¿Mudará el leopardo sus manchas?

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 Capítulo 13

 1.      Así me dijo Jehová: Ve y cómprate un cinto de lino, y cíñelo sobre tus lomos, y no lo metas en agua. 

2.      Y compré el cinto conforme a la palabra de Jehová, y lo puse sobre mis lomos. 

3.      Vino a mí segunda vez palabra de Jehová, diciendo: 

4.      Toma el cinto que compraste, que está sobre tus lomos, y levántate y vete al Éufrates, y escóndelo allá en la hendidura de una peña. 

5.      Fui, pues, y lo escondí junto al Éufrates, como Jehová me mandó. 

6.      Y sucedió que después de muchos días me dijo Jehová: Levántate y vete al Éufrates, y toma de allí el cinto que te mandé esconder allá. 

7.      Entonces fui al Éufrates, y cavé, y tomé el cinto del lugar donde lo había escondido; y he aquí que el cinto se había podrido; para ninguna cosa era bueno. 

8.      Y vino a mí palabra de Jehová, diciendo: 

9.      Así ha dicho Jehová: Así haré podrir la soberbia de Judá, y la mucha soberbia de Jerusalén. 

10.  Este pueblo malo, que no quiere oír mis palabras, que anda en las imaginaciones de su corazón, y que va en pos de dioses ajenos para servirles, y para postrarse ante ellos, vendrá a ser como este cinto, que para ninguna cosa es bueno. 

11.  Porque como el cinto se junta a los lomos del hombre, así hice juntar a mí toda la casa de Israel y toda la casa de Judá, dice Jehová, para que me fuesen por pueblo y por fama, por alabanza y por honra; pero no escucharon. 

 La parábola del cinto

 Pablo escribió a Timoteo: “Toda la Escritura es inspirada por Dios” (2 Ti.3:16). Por eso sabemos que toda la Biblia, Antiguo y Nuevo Testamento, tiene sobre sí la unción de Dios. Pedro demuestra que el hombre no tiene ninguna parte en ella; él atribuye toda su autoría al Espíritu Santo: “Porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo” (2 P.1:21). Los hombres fueron simples secretarios Suyos.

 Si esta verdad absoluta está establecida en nuestros corazones, entonces podemos seguir adelante para examinar la manera en la que el Espíritu Santo se expresa. No existe ninguna otra literatura más intrigante que la Palabra divina. Las historias de Dios han sido escritas con las vidas de personas en situaciones verdaderas. A menudo, la industria del cine ha pedido prestadas estas historias para sus producciones.

 Las historias de la Biblia se interrelacionan con imperios mundiales como Babilonia, Persia, Grecia y Roma, tomando lugar en unos de los lugares geográficos significativos, como son las grandes ciudades y provincias de estos reinos. La Escritura también incluye poesía y canciones. Toda la Biblia, desde Génesis hasta Apocalipsis, demuestra un solo propósito, que es el plan de Dios. Nos informa de los galardones por avenirse a él y también de las horribles consecuencias de ignorar u oponerse a Su propósito. Trata con los asuntos más importantes de la vida humana, que nos afectan durante toda nuestra existencia sobre la tierra y nos introducen en la eternidad.   

 En este capítulo, el Espíritu de Dios utiliza una ilustración para dar un impacto poderoso a la profecía. Tiene que ver con un cinto. La ropa de Juan Bautista constaba de un vestido de pelo de camello y un cinto de cuero alrededor de sus lomos (Mt.3:4). En el Antiguo Testamento, el cinturón del sumo sacerdote era algo hermoso, tejido con hilo azul, púrpura y carmesí. El oro puro era batido en láminas y cortado en hilos para tejer sobre el cinturón. Los hijos de los sacerdotes también se vistieron de cinturones semejantes “para honra y hermosura” (Éx.28:40).

 En versículo 11, el Señor explica claramente el simbolismo que quiere representar con el cinto. Lo citaré, para tenerlo a mano mientras continuamos la lección: “Porque como el cinto se junta a los lomos del hombre, así hice juntar a mí toda la casa de Israel y toda la casa de Judá, dice Jehová, para que me fuesen por pueblo y por fama, por alabanza y por honra; pero no escucharon.” 

  El propósito de Dios era que Su pacto con Israel fuese representado ante los ojos del resto del mundo, como la hermosura del cinturón del Sumo Sacerdote. El plan de Dios es que Su pueblo siempre estuviese unido a Él, completamente dependiente. Sin embargo, Israel fue infiel al vínculo del pacto, rehusó escuchar a Dios, caminó en la terquedad del ego, y vagó lejos de Él en su práctica de la idolatría (v.10).

El río Éufrates
 Entendiendo estas condiciones, vamos a ver las instrucciones dadas a Jeremías. Dios le mandó comprar un cinto de lino para que se lo pusiera. No debía lavarlo en agua, porque su significado sería mostrar el estado naturalmente corrupto del pueblo (v.1). Se lo puso por un tiempo y después el Señor le mandó hacer un largo viaje al río Éufrates para esconderlo en la hendidura de una peña (v.4). Al contrario que el pueblo, Jeremías fue muy obediente (vs.2,5). El río fluía junto al muro de Babilonia y por eso el cinto fue llevado allí, representando a Israel en el cautiverio de Babilonia.  
 
 Muchos días después Dios dio un segundo mandamiento a Jeremías. Tuvo que visitar de nuevo el lugar donde había dejado el cinto (v.6). Lo desenterró y lo halló totalmente podrido e inútil (v.7). Por medio del cautiverio, Israel fue profundamente humillado y despojado de todo su orgullo nacional y religioso. El orgullo humano solamente se quebranta cuando se destruyen los objetos del orgullo (v.9). Israel vio la destrucción de muchos de estos objetos: El poder de su nación, que le fue quitado; Jerusalén, que estaba en ruinas; su templo, que fue quemado y quitados todos sus tesoros. 

 

Un espíritu de borrachera

 12.  Les dirás, pues, esta palabra: Así ha dicho Jehová, Dios de Israel: Toda tinaja se llenará de vino. Y ellos te dirán: ¿No sabemos que toda tinaja se llenará de vino? 

 

13.  Entonces les dirás: Así ha dicho Jehová: He aquí que yo lleno de embriaguez a todos los moradores de esta tierra, y a los reyes de la estirpe de David que se sientan sobre su trono, a los sacerdotes y profetas, y a todos los moradores de Jerusalén; 

 

14.  y los quebrantaré el uno contra el otro, los padres con los hijos igualmente, dice Jehová; no perdonaré, ni tendré piedad ni misericordia, para no destruirlos. 

 La profecía transforma en otra parábola el versículo 12. El Señor da la parábola y, en el siguiente versículo, da la interpretación. Una vez más manda al profeta para hablar la palabra en Su nombre: “Toda tinaja se llenará de vino…” toda tinaja significa todos los moradores. Se llenará con vino significa que un espíritu de borrachera influirá en la tierra.

 Ellos se burlan del profeta, que es lo que la mente carnal hace con las cosas espirituales y con la gente espiritual; son insensatez para ellos. Brevemente, aplicaremos aquí la doctrina de Pablo en 1 Corintios 1:18, donde declara esta sencilla verdad: “La palabra de la cruz es locura a los que se pierden.” Sobre la sabiduría mundana el Señor declara (v.19): “Destruiré la sabiduría de los sabios.” Después entramos en capítulo 2, donde el apóstol anuncia, en el versículo 6, una sabiduría diferente: “Hablamos sabiduría entre los que han alcanzado madurez; y sabiduría, no de este siglo.” Nadie puede conseguir esta sabiduría aparte del Espíritu de Dios (v.11): “Nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios.” La doctrina concluye en el versículo 14: “El hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente.”

 Al conocer el principio espiritual que Pablo nos enseña, podemos entender la reacción de burla del pueblo. Ellos están respondiendo: “¡Por supuesto cada tinaja se llena de vino! Para eso son las tinajas.” El pueblo, sin el Espíritu de Verdad, malinterpreta la profecía. Además de burlarse del profeta, probablemente llegaron a la conclusión de que estaba profetizando acerca de una vendimia abundante.

 Esa no es la interpretación divina a la cual nos hemos referido en el versículo 13. En Jerusalén, los descendientes de David, los reyes, junto con los sacerdotes, los profetas, y el ciudadano común, se sujetarán a un espíritu irrazonable. La borrachera literal puede ocurrir también, pero la parábola tiene que ver más con su mentalidad distorsionada. Sus pisadas se tambalearán en el error. Los padres y sus hijos tropezarán unos sobre otros en su confusión. Dios mismo crea este tipo de mentalidad entre ellos porque han rechazado Su palabra. La distorsión mental será tan severa como una enfermedad física, una condición lamentable. Por su obstinación, el Señor les mandará la borrachera como una plaga sobre ellos, en gran cantidad y sin misericordia (v.14).  

 

La derrota y pérdida inminentes

 15.  Escuchad y oíd; no os envanezcáis, pues Jehová ha hablado. 

 

16.  Dad gloria a Jehová Dios vuestro, antes que haga venir tinieblas, y antes que vuestros pies tropiecen en montes de oscuridad, y esperéis luz, y os la vuelva en sombra de muerte y tinieblas. 

 

17.  Mas si no oyereis esto, en secreto llorará mi alma a causa de vuestra soberbia; y llorando amargamente se desharán mis ojos en lágrimas, porque el rebaño de Jehová fue hecho cautivo. 

 

18.  Di al rey y a la reina: Humillaos, sentaos en tierra; porque la corona de vuestra gloria ha caído de vuestras cabezas. 

 

19.  Las ciudades del Neguev fueron cerradas, y no hubo quien las abriese; toda Judá fue transportada, llevada en cautiverio fue toda ella. 

 

20.  Alzad vuestros ojos, y ved a los que vienen del norte. ¿Dónde está el rebaño que te fue dado, tu hermosa grey? 

 

21.  ¿Qué dirás cuando él ponga como cabeza sobre ti a aquellos a quienes tú enseñaste a ser tus amigos? ¿No te darán dolores como de mujer que está de parto? 

 

 Jeremías implora al pueblo, diciendo: “De una vez dejad vuestro orgullo y escuchad; tomad en cuenta a quién os habla” (v.15). Es casi imposible calcular el daño hecho a la raza humana por causa de su orgullo. En nuestro estudio, toda una nación, elegida por Dios, está cayendo en ruinas, porque humillarse no es aceptable para ellos. No solamente Israel, sino todo el mundo rehúsa arrepentirse de la rebelión contra su Hacedor. Ha tomado el camino hacia la autodestrucción, el fuego eterno y la tortura. La raza humana no quiere aceptar su pequeñez, tal y como es, y se pone de puntillas, fingiendo una altura que no posee, para desafiar a su Señor omnipotente. Una arrogancia irrazonable se levanta contra Su soberanía y omnisciencia. La única palabra para definir su posición es que es una locura.

 Jeremías solamente pide lo que es lógico al llamar a la población de Jerusalén a dar gloria a Dios, porque si no, la gloria de Su luz será cambiada en tinieblas. Considera cuan horrible es la oscuridad. Estoy muy consciente de lo que sucede en los meses de invierno en Alaska, cuando apenas se ve el sol. Los casos de suicidio, especialmente entre la juventud, aumentan considerablemente. En otros lugares, donde hay muchos días de lluvia y nubes, también se dan muchos problemas psicológicos entre la población. Egipto, que adoraba al sol, se rindió ante Moisés (al menos temporalmente), cuando el Señor dejó caer sobre la tierra una densa oscuridad. Los egipcios no podían verse entre ellos y no salieron de sus camas en tres días.

 El pueblo que Dios rescató de la mano de Faraón experimentará tinieblas todavía peores; tinieblas espirituales. Él profetiza acerca de las consecuencias que les vendrán por haberse vueltos sordos a Su voz. Dios les advierte, en Su bondad, para que se arrepientan antes de que, en sentido espiritual, sus almas se hallen escalando montes en la oscuridad. Buscarán desesperadamente la luz de la vida, pero solamente encontrarán las tinieblas de la muerte. Es un anticipo del infierno, como “las tinieblas de afuera” (Mt.8:12, 23:13, 25:30), estando todavía sobre la tierra (v.16).

 Las consecuencias de ese orgullo inflexible, como Jeremías las describe, le causan lágrimas amargas. Dios llamó a este profeta a un ministerio de lágrimas; él era un hombre muy compasivo, con un alma lastimada. Primero habla a la gente y después se aparta para llorar en privado, porque el rebaño que el Pastor celestial quiere conducir y cuidar ha sido asaltado por los lobos (v.17). 

 Su mensaje no excluye a nadie, ni siquiera al rey y a la reina madre (v.18). ¡Qué triste fue cuando el rey Sedequías bajó de su trono y huyó de los babilonios! Le alcanzaron y mataron a sus hijos delante de él. Seguidamente le sacaron los ojos; la última cosa que vio le atormentó por el resto de su vida. La profecía se cumplió, haciéndose realidad, siendo mucho peor de lo que cualquier persona pudiera imaginar. La profecía es benigna, porque busca salvar a la persona de una realidad cruel, sin embargo, un pueblo insensato y terco es digno de tal destino.

 Los babilonios entraron desde el norte, pero no cesaron su conquista hasta vencer a las ciudades al sur de Judá. Era un aviso para ellos de que tampoco escaparían después de que la ciudad principal, Jerusalén, fuera derrotada (v.19). Los gobernantes tenían que abrir sus ojos para enfrentar a los que venían del norte. Los invasores atacaron a las hermosas ovejas que estaban bajo su cuidado. Siglos después, aunque pasó tanto tiempo, la hermosa grey de Dios fue como ovejas sin pastor (Mc.6:34). Jesús, como Jeremías, lloró por ellos (Lc.19:41).

En el versículo 21, el daño por el terrible error que manchó el reino de Ezequías sale a la luz (Is.39:2-4).
Ignorantemente, trató con amabilidad a los que llegarían a ser los peores enemigos de Judá. El sufrimiento que resultó a consecuencia de ello fue severo. Isaías pudo verlo porque tenía ojos de profeta, alumbrados por el Espíritu de la profecía. Oh, Dios, ¡danos estos ojos, que tan desesperadamente necesitamos!

 

Un dilema muy exigente

 22.   Si dijeres en tu corazón: ¿Por qué me ha sobrevenido esto? Por la enormidad de tu maldad fueron descubiertas tus faldas, fueron desnudados tus calcañares. 

 

23.  ¿Mudará el etíope su piel, y el leopardo sus manchas? Así también, ¿podréis vosotros hacer bien, estando habituados a hacer mal? 

 

24.    Por tanto, yo los esparciré al viento del desierto, como tamo que pasa. 

 

25.  Ésta es tu suerte, la porción que yo he medido para ti, dice Jehová, porque te olvidaste de mí y confiaste en la mentira. 

 

26.  Yo, pues, descubriré también tus faldas delante de tu rostro, y se manifestará tu ignominia, 

 

27.  tus adulterios, tus relinchos, la maldad de tu fornicación sobre los collados; en el campo vi tus abominaciones. ¡Ay de ti, Jerusalén! ¿No serás al fin limpia? ¿Cuánto tardarás tú en purificarte? 

 La derrota termina con toda la sofisticación, y el pueblo conquistado pierde todo lo que cubre la verdad de quien es realmente en su interior. Todo es expuesto a la luz. Queda descubierta la pura verdad, sin disfraz alguno. Cuando Dios gana la victoria sobre una vida, esto es lo que pasa. No hay que cuestionar la justicia por el veredicto pronunciado por Él. No hay argumento contra la sentencia declarada, y no hay defensa contra la gran evidencia que Él pone ante nuestros ojos (v.22). “Todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta” (He.4:13). Bienaventurados son los que reconocen su derrota mientras tienen vida en esta tierra. Bienaventurados son los que se humillan y se rinden al Capitán de la salvación. Malditos son aquellos que esperan hasta ser juzgados delante del juicio del Gran Trono Blanco. “¡Huid de la ira venidera!” (Mt.3:7)

 ¿Existe una respuesta, un remedio para el dilema de la maldad en el corazón del ser humano? Nuestro texto expone la pregunta delante del pecador y declara que no existe ninguna posibilidad humana. No hay cura humana; no existe la posibilidad del auto esfuerzo como garantía, ni un cambio resoluto de voluntad que lo haga posible. Todas las Escrituras enseñan la imposibilidad de producir un cambio y nos dejan ante una verdad incuestionable. Es presentada en el versículo 23 en forma de pregunta, por la cual se supone que la respuesta es negativa: “¿Mudará el etíope su piel, y el leopardo sus manchas? Así también, ¿podréis vosotros hacer bien, estando habituados a hacer mal?” 

 El siglo XXI se enfrenta con algo que ni entraba en la mente de las generaciones pasadas. Tenemos a personas cambiando de sexo y leyes que criminalizan a los que intentan convertirles al sexo con el que nacieron. Bien, no es mi intención tratar su asunto en este artículo. Le dejaré esta situación a Él, cuyas leyes nunca pueden ser desafiadas o anuladas. Un día, Él tratará el asunto justa y totalmente. Pero ahora, aquí, estamos tratando otro asunto: ¿Qué del color del etíope, el europeo, el americano, el asiático? La Escritura también presenta la imposibilidad de que un animal como el leopardo mude sus manchas.

Obviamente, la pregunta del versículo va más allá de un cambio físico. Está refiriéndose a la naturaleza interior del pueblo de Israel, que es la misma naturaleza que reside dentro de cada persona no judía. La naturaleza caída no se puede cambiar, o mejor dicho ¡es totalmente imposible! Va mucho más allá de un cambio físico. Aquí se presenta lo que está en la raíz del problema con Israel, que es el mismo problema que tiene toda la raza humana. ¿Puede Israel cambiar sus malas costumbres? ¿Puede la humanidad cambiar sus maneras pecaminosas? La respuesta es, sin ninguna duda, ¡NO!

 Dios dice que les esparcirá como llevados por el viento. O, como diríamos claramente, que la única respuesta para ellos es ser destruidos y llevados fuera de su tierra, a un destino aparte (v.24). En estos versículos no nos habla de una reforma o cambio. El veredicto es pronunciado para futuras generaciones a toda la humanidad. “Esta es tu suerte” (v.25). El veredicto es justo para una raza que traiciona a su Creador. El individuo podrá disfrazar su condición de mil maneras; podrá cubrirla con pantalones de moralidad y ponerse el abrigo de la religión; podrá ceñirse firmemente con el cinturón humanitario, pero, un día, la verdad le quitará estas vestimentas y quedará desnudo y descubierto (v.26).

 Somos una civilización espiritualmente adúltera que hemos abandonado a Aquel que nos creó, nos amó y nos compró con el precio de Su propia sangre. Aquí están las palabras con las que el Señor nos define: ignominia, adulterio, relincho, fornicación y abominación. Y lo peor de todo es que el Dios omnisciente sabe que no queremos cambiar: “¿No serás al fin limpia? ¿Cuánto tardarás tú en purificarte?” Él sabe que la respuesta es: no quiero (v.27).

 Aunque hemos llegado al fin del capítulo, sabemos que Dios no dejó el asunto así, y tampoco lo haré yo. La verdad es que el único fin para el hombre caído es la pena de muerte. Su condición rota no puede repararse, ni tampoco se podrán reunir todas las partes despedazadas. “El alma que pecare, esa morirá” (Ez.18:20). Esta fue la sentencia que el Señor pronunció desde el principio, desde el libro de Génesis. Cuando Jesús fue a la cruz, Él tomó con Él a ese viejo hombre y recibió el golpe de muerte. Fue enterrado para siempre, pero el domingo de resurrección, salió de la tumba con Cristo una nueva creación, “creado en Cristo Jesús para buenas obras” (Ef.2:10). Por eso, “el que cree en Él no perece, sino que tiene vida eterna.” Y ahora, con estas buenas nuevas, podemos cerrar el capítulo.  

 Si todavía tú estás en tus pecados, ¿podrías confesarlo y lamentar tu estado, en el que no hay ninguna esperanza? ¿Puedes aceptar el veredicto dado por Dios en este capítulo? Sé que no es fácil enfrentar esta verdad; podrá quitarte el apetito e incluso noches sin poder dormir, pero hay luz por delante. Sin embargo, en ti mismo, no encontrarás un rayo de luz ni esperanza. ¡No puedes cambiarte! Cristo es la luz y vino desde el cielo a la tierra, desde la divinidad hasta la humanidad, desde Su infinita gloria a la vergüenza, para poder resolver tu gran dilema; Él y solo Él lo resolvió. ¡Confía en Él y en Su obra ahora y Él te salvará!

 


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