¿Darán los cielos lluvias?
El Señor describe una sequía terrible
1. Palabra de Jehová que vino a Jeremías, con motivo de la sequía.
2. Se enlutó Judá, y sus puertas se despoblaron; se sentaron tristes en tierra, y subió el clamor de Jerusalén.
3. Los nobles enviaron sus criados al agua; vinieron a las lagunas, y no hallaron agua; volvieron con sus vasijas vacías; se avergonzaron, se confundieron, y cubrieron sus cabezas.
4. Porque se resquebrajó la tierra por no haber llovido en el país, están confusos los labradores, cubrieron sus cabezas.
5. Aun las ciervas en los campos parían y dejaban la cría, porque no había hierba.
6. Y los asnos monteses se ponían en las alturas, aspiraban el viento como chacales; sus ojos se ofuscaron porque no había hierba.
Hay mucho que aprender sobre la oración, y lo más importante es saber que Dios es un Dios que la contesta. Él glorifica Su nombre respondiendo a las oraciones de Su pueblo. Cuando Sarah A. Cooke, una de las dos mujeres que habló con D. L. Moody sobre el bautismo en el Espíritu Santo, estaba en la estación de tren en Chicago, testificando a los viajeros, se encontró con una pareja que iba para Oberlin, Ohio. Sabiendo que el marido, un discapacitado, era miembro de la iglesia de Charles Finney en Oberlin, le preguntó si recordaba, personalmente, algún incidente ocurrido en el ministerio de Finney.
El hombre le contó lo siguiente: “Habíamos estado mucho tiempo sin lluvias y toda la vegetación estaba seca. En la oración precedente al sermón del domingo, el Sr. Finney derramó una oración, con todo su corazón, rogando a Dios por agua: ‘Señor, el ganado, en los campos, está mugiendo por agua, y no habrá pienso para ellos al llegar el invierno si Tú no mandas la lluvia. La cosecha fallará, y no habrá alimento para la gente, a menos que Tú envíes la lluvia. Las pequeñas ardillas en el bosque jadean por el agua.’ La reunión continuó, el texto bíblico fue leído y, cuando el señor Finney llevaba predicando una media hora, la lluvia empezó a golpear en los cristales.” Esta experiencia fue publicada en un libro en 1893. Dios es especialista en contestar la oración.
La Biblia también nos relata acerca de peticiones contestadas, las cuales, los que las han proferido hubieran querido que no hubiera sido así. Una de ellas fue la oración en la que pidieron carne en el desierto. El salmista (106:15) cuenta: “Les dio lo que pidieron; mas envió mortandad sobre ellos.” De forma más precisa: “No habían quitado de si su anhelo, aun estaba la comida en su boca, cuando vino sobre ellos el furor de Dios, e hizo morir a los más robustos de ellos” (Sal.78:30-31). Después tenemos la oración del pueblo pidiendo un rey: “Pidieron rey, y Dios les dio a Saúl hijo de Cis, varón de la tribu de Benjamín, por cuarenta años” (Hch.13:21). Oyendo lo que Samuel habló acerca de los líos causados por Saúl y, al mismo tiempo, viendo una demostración de la ira del Señor, el pueblo clamó: “A todos nuestros pecados hemos añadido este mal de pedir rey para nosotros” (1 S.12:19).
En Jeremías 14, Dios habló al profeta durante el reinado de Joacim. Le anunció que vendría una seria sequía, con sus consecuencias. Los ciudadanos de Jerusalén clamaron al Señor y “sus puertas se despoblaron”, revelando la falta de comercio, entrando y saliendo de la ciudad (v.2). Los más afortunados de la ciudad enviaron a sus siervos para que trajeran agua, pero volvieron con las vasijas vacías, avergonzados por no haber obtenido resultados (v.3). La tierra se secó y se endureció hasta el punto de no poder ser arada (v.4). A los animales silvestres les faltó el alimento. Las ciervas, normalmente madres tiernas, abandonaron a sus crías recién paridas (v.5). Los asnos monteses, asfixiados por el intenso calor, incluso en las alturas, donde buscaban pasto, vieron todas las colinas y valles secos (v.6).
Jeremías intenta interceder
7. Aunque nuestras iniquidades testifican contra nosotros, oh Jehová, actúa por amor de tu nombre; porque nuestras rebeliones se han multiplicado, contra ti hemos pecado.
8. Oh esperanza de Israel, Guardador suyo en el tiempo de la aflicción, ¿por qué te has hecho como forastero en la tierra, y como caminante que se retira para pasar la noche?
9. ¿Por qué eres como hombre atónito, y como valiente que no puede librar? Sin embargo, tú estás entre nosotros, oh Jehová, y sobre nosotros es invocado tu nombre; no nos desampares.
Jeremías recurrió a la oración intercesora porque sabía que la causa de la falta de lluvia se debía a que Dios había quitado Su mano. Moisés, antes de que entraran a la Tierra Prometida, anunció a Israel: “La tierra a la cual entras para tomarla no es como la tierra de Egipto… donde… regabas con tu pie… La tierra a la cual pasáis para tomarla es tierra de montes y de vegas, que bebe las aguas de la lluvia del cielo”. Si vieras un mapa de Egipto, observarías al norte, en Gosén, donde habitaban los israelitas, que es, mayormente, una llanura. Aunque no cayeran lluvias, la tierra podía ser regada por el río Nilo. Pero la tierra de Canaán, al ser montañosa, requería de las debidas precipitaciones para poder producir cosechas.
Moisés continuó: “Tierra de la cual Jehová tu Dios cuida; siempre están sobre ella los ojos de Jehová tu Dios” (Dt.11:10-12). Los israelitas tenían que andar en el temor de Dios y depender constantemente de Él, para que Él les concediese la lluvia necesaria. Si eran infieles, Dios, simplemente, detenía el agua, haciendo que fracasaran sus siembras, produciendo así un gran sufrimiento, como hemos leído en los primeros versículos. Esto es lo que está pasando y Jeremías ruega por Su misericordia.
“Nuestras iniquidades testifican contra nosotros”, es una declaración interesante. El pueblo de Dios, que es fiel, testifica de la gracia de Dios; pero Él no tolerará a un pueblo infiel, y quitará Su mano de sobre Su tierra. Así pues, el pecado es la razón de por qué cae el juicio, y no tiene que haber ningún otro testimonio. Para ilustrar este principio, veremos una profecía hecha por Moisés en Deuteronomio 29:23-24, sobre la manera en que las “iniquidades testifican": “Toda su tierra; no será sembrada, ni producirá… ni crecerá en ella hierba alguna… todas las naciones dirán: ¿Por qué hizo esto Jehová a esta tierra?... y responderán: Por cuanto dejaron el pacto de Jehová el Dios de sus padres”. A través de este ejemplo vemos cómo las naciones observan por qué cae el juicio sobre Israel. Debido a Su santidad infinita, el Señor expresa Su aborrecimiento santo contra el pecado.
Jeremías no puede negar que el pueblo es digno del juicio, y por eso recurre a un principio que otros intercesores bíblicos aplican frecuentemente… el honor al nombre de Dios. No hay ni una sola suplica a favor del pueblo. Están recibiendo una justa recompensa por sus muchas rebeliones (v.7).
Otras naciones tienen sus ídolos y supersticiones, pero el Señor es el Dios de Israel, el Dios de Abraham, Isaac y Jacob. Jeremías sabe que no hay otro dios en quien esperar cuando la situación es desesperante. Él es su única Esperanza y no hay otro que pueda salvar. Sólo Él es su Salvador (v.8). Jeremías ruega a Dios que no trate a la tierra como si Él fuera un Forastero que no tiene por qué interesarse por ella, sino que es un Residente permanente que la habitó antes que Su pueblo Israel. Él es, de hecho, el Dueño, como lo declara, claramente, en Levítico 25:23: “La tierra no se venderá a perpetuidad, porque la tierra mía es; pues vosotros forasteros y extranjeros sois para conmigo”. Ellos simplemente han entrado como forasteros a Su tierra para cohabitarla con Él, porque Él ya reside allí. Así pues, si el pueblo no es digno de Su socorro, como hemos visto que no lo es, debido a sus pecados y ofensas contra Dios, entonces, ¿no salvará a Su propia tierra?
Después, el profeta recurre a la divinidad del Señor, refiriéndose a Su omnisciencia. Dios no reacciona con asombro porque nada le toma por sorpresa. Él tampoco es como un valiente que ha perdido su fuerza y por eso no es capaz de actuar. Él es mucho más que alguien que, simplemente, está presente entre Israel. Ellos son Su posesión y llevan Su nombre (por tu nombre somos llamados, LBLA), como un hijo lleva el apellido de su padre. La petición procede de un profeta fiel, que es emotivo y casi patético… “¡no nos abandones!” (v.9)
Una
petición negada
10. Así dice el SEÑOR de este pueblo: ¡Cómo les ha gustado vagar! No han refrenado sus pies. El SEÑOR, pues, no los acepta; ahora se acordará Él de su iniquidad y castigará sus pecados.
11. Y el SEÑOR me dijo: No ruegues por el bienestar de este pueblo.
12. Cuando ayunen, no escucharé su clamor; cuando ofrezcan holocausto y ofrenda de cereal, no los aceptaré; sino que con espada, con hambre y con pestilencia los destruiré.
Creo que jamás querríamos imitar una forma de orar más correcta que la de Jeremías. Pero ahora Dios responde, en el versículo 10, dando a Jeremías la razón de por qué tiene que negar su petición. En verdad, Él está respondiendo a lo que el pueblo, en lo profundo de su ser, prefiere. Ellos no quieren Su intervención ni andar en Sus caminos: “¡Les ha gustado vagar!”
Supongo que estoy haciendo “patente lo evidente” al decir que nadie quiere ir al infierno. Lo que pasa es que… ¡tampoco quiere ir al cielo! En una ocasión, un famoso predicador dijo en su mensaje que los pecadores serían miserables en el cielo, ya que allí no hay nada a lo que pueda responder o encontrar placer su naturaleza caída.
Hemos encontrado dos formas en las que Dios responde a la oración: 1) La que responde positivamente y glorifica Su nombre. 2) La que contesta porque Su pueblo insiste en cumplir su voluntad, pero la respuesta será perjudicial o dañina para su bienestar. Y ahora tenemos una tercera respuesta de parte de Dios: “No ruegues por el bienestar de este pueblo” (v:11). Rehúsa, absolutamente, escuchar la oración para su bienestar.
Ha llegado el tiempo de aplicar el castigo disciplinario y no hay nada que pueda detenerlo (v.12). Incluso la oración, el arma más potente en el arsenal del creyente, será ignorada, como también sus ayunos y sacrificios. No hay remedio para su posición presente. Observa que he puesto letras cursivas en la palabra presente, ya que el Señor puede cambiar esta posición. Por eso, es correcto presumir que nada puede afectar Su propósito de someterles a una terrible guerra, en la cual sus jóvenes, e incluso sus niños y mujeres, serán matados. Muchos morirán de hambre, debido a que el sitio del enemigo babilonio, alrededor de Jerusalén, no dejará que entre la comida.
Nabucodonosor los conquistará y los llevará al cautiverio por 70 años. Su joven rey, Joaquín, será encarcelado en Babilonia, y sus destacados hombres terminarán siendo eunucos. Este destino será inevitable. Sin embargo, como ya hemos estudiado, Dios estableció una promesa en el capítulo 4: “Una desolación será toda la tierra, pero no causaré una destrucción total” (v:27). No abandonará a Su pueblo para siempre, sino que lo llevará de regreso a Su tierra.
En Su amor, Dios es fiel a Su pueblo, no solamente por guardarlo, sino también, como un buen Padre, por disciplinarlo. Esto es lo que tenemos por adelante en estas profecías; una disciplina que durará 70 años. Sin embargo, no se extenderá ni un día más de lo necesario para que sea una disciplina efectiva. Alguien podría decir: “Parece ser una disciplina terriblemente severa”. Sí, el escritor de Hebreos avisó a los cristianos judíos: “El Señor juzgará a Su pueblo. ¡Horrenda cosa es caer en las manos del Dios vivo!” (He.10:30-31). Después, en el capítulo 12, les enseñó, con detalles, como es la disciplina del Señor.
Abundan las profecías falsas de liberación en el tiempo de Jeremías
13. Y yo dije: ¡Ah, Señor DIOS! He aquí, los profetas les dicen: "No veréis espada ni tendréis hambre, sino que os daré paz verdadera en este lugar."
14. Entonces el SEÑOR me dijo: Mentira profetizan los profetas en mi nombre. Yo no los he enviado, ni les he dado órdenes, ni les he hablado; visión falsa, adivinación, vanidad y engaño de sus corazones ellos os profetizan.
15. Por tanto, así dice el SEÑOR: En cuanto a los profetas que profetizan en mi nombre sin que yo los haya enviado, y que dicen: "No habrá espada ni hambre en esta tierra", a espada y de hambre esos profetas perecerán.
16. También el pueblo a quien profetizan estará tirado por las calles de Jerusalén a causa del hambre y de la espada; no habrá quien los entierre a ellos, ni a sus mujeres, ni a sus hijos, ni a sus hijas, pues derramaré sobre ellos su maldad.
Personalmente, he escuchado o sabido por otras personas, de una gran cantidad de profecía falsa en este siglo, igual que en el anterior. En algunos casos, uno puede discernir rápidamente que son falsas. Otras requieren más tiempo y solamente se descubren después de haber causado graves daños en la vida de personas. Y en otros casos, el juicio cae sobre el profeta y llega al conocimiento de la iglesia. Tristemente, algunas personas permanecen apegadas a sus palabras, a pesar de la denuncia pública de los errores del profeta. La ingenuidad de muchos cristianos es espantosa, a menudo debida a la expectativa tan baja del estándar que tienen para sus líderes. Aparentemente, los falsos profetas abundaban en Israel en los días de Jeremías porque había muchas personas dispuestas a seguirles.
Pablo
nos enseña tres propósitos para el ministerio profético, en 1 Corintios 14:3:
edificación, exhortación y consolación. Los tres abundan durante el ministerio
de Jeremías. Ya los hemos observado y seguiremos haciéndolo durante todo el
libro. De los tres, la exhortación es la más difícil de aceptar por el pueblo.
Por eso, un falso profeta evitará la exhortación, porque él solo busca la
aprobación de la gente. Solo profetizará lo que es suave y fácil, lo que
“edifica y consuela”, aunque sea una edificación y consolación falsas.
Observa
las palabras de la mayoría de los profetas de quienes habla Jeremías: “No habrá
espada, ni hambre, sino verdadera paz” (v.13). ¿Quién no hallará consuelo en
estos mensajes? No será difícil hallar una audiencia para tales afirmaciones
positivas. Pero había un gran problema, ¡que no eran ciertas! Por eso, el
consuelo que trajeron fue falso; la edificación constituía un muro endeble. Los
buenos sentimientos que producirán estallarán en pedazos, dejando al pueblo desastrosamente
desilusionado y sin esperanzas.
No es asunto del profeta determinar si su ministerio es legítimo o no. Pablo dijo claramente en 2 Corintios 10:18: “No es aprobado el que se alaba a sí mismo, sino aquel a quien Dios alaba.” No serán nombrados democráticamente, por voluntad de la población. En estos tiempos modernos estamos acostumbrados a que cada individuo elija su propio camino, y la confirmación de que ha elegido bien será si tiene éxito entre la gente. La Biblia declara que el camino del hombre es erróneo. Dios revela a Jeremías cual es la verdadera situación.
Dios dice que los profetas han aparecido en escena sin un llamamiento divino, Él no los envió. No están aprobando Sus mandatos, ni han escuchado Su voz, por eso, su mensaje no es fiable, es un engaño. El padre de mentiras ha actuado en ellos porque, como dice el texto, han llegado a sus conclusiones por medio de la adivinación. La falsa revelación procede de corazones engañados y, con el tiempo, será probado que no tiene ningún valor (v.14).
El Juez de toda la tierra pronuncia una sentencia justa contra ellos, de acuerdo con el error de su mensaje. Ellos decían que Judá no sufriría guerra ni hambre, pero ellos serán expuestos a las mismas cosas que afirmaban que no pasarían. La justicia divina les hace víctimas de sus propios errores, cayendo en la misma trampa que ellos pusieron (v.15).
Su mensaje, cargado de positivismo, es un desastre, porque la multitud de sus seguidores no estará preparada para la guerra y el hambre que, seguramente, vendrán. El Señor revela una masacre, familias enteras, de modo que los muertos no tendrán seres queridos para enterrarlos. El mensaje que debía ser prominente a oídos del pueblo era el arrepentimiento, para que abandonaran sus caminos malignos. La palabra de consuelo solamente sirvió para que se estableciesen aún más en sus caminos impiadosos y, como ya hemos estudiado, era pura vanidad (v.16). La recompensa justa de su maldad cayó sobre ellos.
El mensaje verdadero bañado en lágrimas
17. Y les dirás esta palabra: "Viertan lágrimas mis ojos noche y día, y no cesen, porque de gran quebranto ha sido quebrantada la virgen hija de mi pueblo, de una dolorosa herida muy grave.
18. Si salgo al campo, he aquí, muertos a espada; y si entro en la ciudad, he aquí, enfermedades por el hambre. Porque tanto el profeta como el sacerdote andan errantes en una tierra que no conocen."
19. ¿Has desechado por completo a Judá, o ha aborrecido tu alma a Sion? ¿Por qué nos has herido sin que haya curación para nosotros? Esperábamos paz, y no hubo bien alguno; tiempo de curación, y he aquí, terror.
20. Reconocemos, oh SEÑOR, nuestra impiedad, la iniquidad de nuestros padres, pues hemos pecado contra ti.
21. No nos desprecies, por amor a tu nombre, no deshonres el trono de tu gloria; acuérdate, no anules tu pacto con nosotros.
22. ¿Hay entre los ídolos de las naciones alguno que haga llover? ¿O pueden los cielos solos dar lluvia? ¿No eres tú, oh SEÑOR, nuestro Dios? En ti, pues, esperamos, porque tú has hecho todas estas cosas.
Ahora, aprenderemos acerca del mensaje que procede del Señor, predicado, no solamente con palabras, sino también con lágrimas. El profeta expresa lo que siente el corazón de Dios, que requiere un incesante lamento de su parte. ¡Esta es la verdadera compasión… palabras de amor! Observa la conmovedora expresión: “la virgen hija de mi pueblo”. No hay placer en esta profecía porque no hay placer en el corazón de Dios; Él está entristecido.
Me acuerdo de las palabras de mi padre después de disciplinarnos, palabras que hallábamos difíciles de creer: “Me duele más de lo que os duele a vosotros” ... ¡era la absoluta verdad! La mano del Señor cayó fuertemente, asestando un golpe severo (v.17). ¿Se puede aplicar este mensaje a nuestro tiempo, después de que cientos de miles hayan muerto por COVID en todo el mundo, y después de ver cómo Ucrania está siendo arrasado, y miles de mujeres y niños están muriendo o siendo mutilados, y otros miles huyen para salvar sus vidas?
Lo que los falsos profetas aseguraron que no pasaría, está pasando. No hay donde esconderse. La espada del enemigo ha alcanzado a los que escaparon de la ciudad buscando alivio en el campo. Una hambruna acaba con los que se quedaron en la ciudad, debido al asedio, que ha impedido la entrada de todo alimento. ¿Podemos concluir que también la medicina, utilizada en aquellos días, fue quitada y la enfermedad circuló desenfrenadamente por toda la ciudad de Jerusalén? Jesús enseñó que los “ciegos, guías de ciegos”, vagan sin rumbo hasta que los dos caen en el hoyo (Mt.15:14). Existía el mismo tipo de liderazgo en el tiempo de Jeremías, cuando los ojos del profeta y el sacerdote ven una tierra, no conocida por ellos, al ser conducidos al cautiverio junto a sus seguidores (v.18).
El profeta intercesor clama otra vez a su Señor, sintiendo la desesperación del pueblo. Si es “desechado por completo”, supone una perdida eterna; si es aborrecido, supone un desdén total de parte de Dios para Sion. Si el profeta está reflejando la mentalidad de los judíos, es una mentalidad que no halla remedio alguno para su situación. La falta de paz espiritual va acompañada por una terrible confusión nacional. Son entregados a un destino inevitable y fatal (v.19). (Permíteme explicar que el ministerio de la intercesión obliga al intercesor a tomar el lugar de la gente por la cual está intercediendo. Es un ministerio muy costoso, porque tiene que entrar en su mismo sufrimiento y sentir su mismo dolor).
Jeremías recurre a la única solución posible, que es reconocer la culpabilidad. La verdadera intercesión tiene que incluir tal reconocimiento. Daniel dirigió su oración en esa dirección, cuando rogó que terminara el cautiverio de Israel en Babilonia: “Oré al Señor mi Dios e hice confesión… Ay Señor… hemos pecado, hemos cometido iniquidad, hemos hecho lo malo, nos hemos rebelado…” (Dn.9:4-5). Hay que empezar aquí mismo, si queremos que Dios escuche nuestra oración (v.20).
¡Ay!, Jeremías ruega que este aborrecimiento que siente de parte de Dios no sea una realidad. Volvamos a las lecciones sobre la oración que vimos en la primera parte del capítulo, para aprender más de las valiosas verdades bíblicas. Veamos otro ingrediente vital para la intercesión efectiva. Oraciones ofrecidas “por amor a tu nombre”. La próxima frase parece casi inútil y sin sentido en la oración: “No deshonres el trono de tu gloria”. Parece pedir algo que es imposible que pueda suceder, porque es sugerir que el Señor, de alguna manera, ensucie la pureza de Su trono. Sin embargo, tenemos que saber que la intercesión sincera expone las dudas que hay en lo más profundo del corazón (v.21).
(V:22) En su primera pregunta, Jeremías renuncia a la fe en los ídolos, que no pueden proveer alivio, pero la segunda pregunta es curiosa, e incluso puede llegar a sorprendernos: “¿Darán los cielos lluvias?” El hombre natural respondería: “Si los cielos no nos dan agua, ¿qué otra fuente podría proporcionar la lluvia?” Pero la respuesta para esta pregunta nos enseña un gran principio espiritual y una gran realidad. No son los cielos los que dan las lluvias… ¡es Dios quien las da! No tenemos que buscar las nubes ni recurrir a las predicciones de los expertos. Dios es la única fuente de la lluvia y tenemos que fijarnos solamente en Él (recordemos la oración de Charles Finney).
¡Que esta sea la verdad principal que aprendamos de este capítulo! Vamos a arrojarnos totalmente a la misericordia de Dios. Vamos a determinar que esperaremos en el Señor: “Los que esperan a Jehová tendrán nuevas fuerzas; levantarán alas como las águilas; correrán, y no se cansarán; caminarán, y no se fatigarán” (Is.40:31). Tenemos que aprender la paciencia, porque no existe un modo inmediato para conseguir resultados, ni ningún botón que pulsar, en este caminar cristiano. Esperemos tanto como podamos, y después… sigamos esperando más, recibiendo la paciencia sobrenatural de Cristo.
Cada esfuerzo que hagamos valdrá la pena, porque la respuesta que hay en Dios traerá provisiones sobrenaturales. Abraham y Sara perdieron la paciencia, y por ello produjeron un hijo de manera natural, no dando gloria a Dios. Abraham aprendió que “al que no obra, sino cree en aquel…” (Ro.4:5), es la persona que recibirá el socorro celestial. Abraham “se fortaleció en fe, dando gloria a Dios” (Ro.4:20). Dios pasa de largo a los que son fuertes naturalmente, a los jóvenes vigorosos que se fatigan y se cansan, e incluso flaquean y caen. Veamos claramente el principio espiritual; si queremos caminar en los caminos sobrenaturales de Dios, corriendo con una fuerza que se renueva continuamente, es decir, correr sin cansarnos para, finalmente, volar como las águilas, tendremos que esperar a que Dios obre.
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