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Lowell Brueckner

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Ningún Compromiso

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Capïtulo 15

Límite a la intercesión

1.      Me dijo Jehová: Si Moisés y Samuel se pusieran delante de mí, no estaría mi voluntad con este pueblo; échalos de mi presencia, y salgan. 

2.      Y si te preguntaren: ¿A dónde saldremos? les dirás: Así ha dicho Jehová: El que a muerte, a muerte; el que a espada, a espada; el que a hambre, a hambre; y el que a cautiverio, a cautiverio.

3.      Y enviaré sobre ellos cuatro géneros de castigo, dice Jehová: espada para matar, y perros para despedazar, y aves del cielo y bestias de la tierra para devorar y destruir. 

4.      Y los entregaré para terror a todos los reinos de la tierra, a causa de Manasés hijo de Ezequías, rey de Judá, por lo que hizo en Jerusalén. 

5.      Porque ¿quién tendrá compasión de ti, oh Jerusalén? ¿Quién se entristecerá por tu causa, o quién vendrá a preguntar por tu paz? 

En el capítulo 14, observamos tres maneras en las que el Señor responde a la oración. La primera y más importante es cómo Él responde positivamente. La segunda es una respuesta que vemos de vez en cuando en la Biblia, y es cuando el pueblo insiste en hacer su voluntad y Dios, finalmente, le da lo que han demandado, pero para su propio mal. La tercera es como experimentó Jeremías en el último capítulo… un rechazo, incluso en considerar su petición. Este capítulo empieza enfatizando el rechazo.

 Quizás Jeremías encuentre un poco de alivio al saber que no ha sido el único que fue rechazado. Está en compañía de algunos de los intercesores de más poder e integridad (v.1). El primero es Moisés. A menudo reconocemos, y hacemos bien en hacerlo, su maravillosa intercesión a favor de Israel, cuando Dios amenazaba con eliminar completamente a toda la raza. Pese a eso, creo que a veces subestimamos el ámbito del ministerio de Moisés en la oración. Sus oraciones intercesoras empezaron en Egipto, mucho tiempo antes de aquel periodo en el desierto, cuando Faraón pidió alivio (Éx 8:8) y Moisés clamó al Señor. Él le respondió, quitando la plaga. Hay alusiones a esto en 8:28-30, 9:27-33,10:16-18.

 Samuel fue un continuo intercesor para el pueblo de Israel. Después de que ellos quisieran seguir a las naciones a su rededor y pidieran un rey para gobernarles, el Señor consintió, pero después les manifestó su ira. El pueblo reconoció su pecado y rogó a Samuel que orase por ellos. Samuel contestó: Así que, lejos sea de mí que peque yo contra Jehová cesando de rogar por vosotros; antes os instruiré en el camino bueno y recto” (1 S.12:23).

 

Incluso grandes intercesores como Moisés, Samuel y Jeremías mismo no pudieron detener el juicio de Dios sobre un pueblo obstinadamente pecaminoso. Ni siquiera el sacrificio supremo de Cristo puede salvar al que rehúsa Su señorío, insistiendo en andar en sus propios caminos: “El que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él” (Jn.3:36).

 El Señor determinó una sentencia cuádruple e irreversible sobre el pueblo. Algunos morirían a causa de una plaga, otros por la espada, unos de hambre y otros serían llevados al cautiverio (v.2). Su juicio no solamente sería la causa de su muerte por la espada sino, como declara en el versículo 3, su muerte estaría seguida por la destrucción de sus cuerpos, despedazados por los perros; las aves del cielo y las bestias carnívoras los devorarían completamente. ¡Qué destino más miserable les esperaba!

 Dios atribuyó estos juicios a los pecados de Manasés. Este era hijo del buen rey Ezequías, quien había hecho más para librar a Judá de la idolatría, haciéndoles volver a los caminos del Señor, que cualquier otro monarca de Israel o Judá. El trasfondo piadoso del padre de Manasés recalcó el horror de los caminos de su hijo, al restaurar y promocionar el pecado y la perversión de la tierra (v.4). Inició su maldad con solo 12 años. Años después, el Señor sigue castigando a sus descendientes, que aprendieron sus caminos pecaminosos. Los profetas lo predijeron: “Por cuanto Manasés rey de Judá ha hecho estas abominaciones… he aquí yo traigo tal mal sobre Jerusalén y sobre Judá, que al que lo oyere le retiñirán ambos oídos” (2 R.21:11-12).

 Sin embargo, algo verdaderamente asombroso ocurrió en la vida de este rey: “Mas luego que fue puesto en angustias, oró a Jehová su Dios, humillado grandemente en la presencia del Dios de sus padres. Y habiendo orado a él, fue atendido; pues Dios oyó su oración… Entonces reconoció Manasés que Jehová era Dios… Quitó los dioses ajenos… reparó el altar de Jehová, y sacrificó sobre él sacrificios de ofrendas de paz y de alabanza; y mandó a Judá que sirviesen a Jehová Dios de Israel” (Leer toda la historia en 2 Crónicas 33, valdrá el tiempo y el esfuerzo.) Manasés estuvo completamente arrepentido, y halló el total perdón de Dios.

 Esta historia nos enseña un principio espiritual que todo el pueblo de Dios debe saber. Aparentemente, Manasés sirvió al Señor durante el resto de su vida, pero las consecuencias de su maldad permanecieron. Tenemos las mismas consecuencias en el caso de David, tras pecar con Betsabé y matar a su marido. Cuando reconoció su pecado y se arrepintió, Dios le perdonó inmediatamente, sin embargo, sufrió dolor por los malos hechos de sus hijos durante el resto de su vida.

 La gran lección es que Dios ha hecho provisión para nuestros pecados y podemos hallar el perdón, pero algunas de las consecuencias del pecado siguen. Por favor, guarda este principio cerca de tu corazón, te ayudará a resistir la tentación del enemigo. El sufrimiento que seguramente vendrá si cedes a la tentación, no valdrá la pena. Y lo que es más importante todavía es que no caigas usando como excusa: “Bueno, Dios me perdonará como perdonó a David y a Manasés.” Tal hecho es un pecado premeditado contra la luz que Dios te ha dado y las consecuencias serán terribles.  

 El juicio que Judá está viviendo generaciones después, halla su raíz en el reino de Manasés. Aunque durante años fueron añadidos otros pecados cometidos por reyes malos, los de Manasés fueron la causa del juicio. La falta de simpatía por parte de otras naciones en derredor, se añadirá al dolor de Israel (v.5). La miseria carece de compañía, dice un antiguo dicho. Es patético ver que Jerusalén no tiene a ningún amigo o compañero con quien compartir su dolor… nadie que le importe su condición. Han abandonado a su Dios, y ahora todos lo abandonan a él.

 

El apuro de la población de varones

 6.      Tú me dejaste, dice Jehová; te volviste atrás; por tanto, yo extenderé sobre ti mi mano y te destruiré; estoy cansado de arrepentirme. 

7.      Aunque los aventé con aventador hasta las puertas de la tierra, y dejé sin hijos a mi pueblo y lo desbaraté, no se volvieron de sus caminos. 

8.      Sus viudas se me multiplicaron más que la arena del mar; traje contra ellos destruidor a mediodía sobre la madre y sobre los hijos; hice que de repente cayesen terrores sobre la ciudad. 

9.      Languideció la que dio a luz siete; se llenó de dolor su alma, su sol se puso siendo aún de día; fue avergonzada y llena de confusión; y lo que de ella quede, lo entregaré a la espada delante de sus enemigos, dice Jehová. 

10.  ¡Ay de mí, madre mía, que me engendraste hombre de contienda y hombre de discordia para toda la tierra! Nunca he dado ni tomado en préstamo, y todos me maldicen. 

11.  ¡Sea así, oh Jehová, si no te he rogado por su bien, si no he suplicado ante ti en favor del enemigo en tiempo de aflicción y en época de angustia! 

Ha llegado el tiempo de poner fin a la paciencia del Señor. Muchísimos textos nos hablan de Su longanimidad y tierna misericordia. ¿Hemos entendido que Su paciencia le cansa? “Estoy cansado de arrepentirme” –dice Él (v.6). Vemos, en todo el Antiguo Testamento, que Su pueblo le provocó vez tras vez. El Señor les castigó, ellos clamaron y Él les perdonó y les liberó. A pesar de todas sus faltas Israel permaneció en la Tierra Prometida. Fue la Tierra donde siempre pudieron expermientar las bendiciones de Dios, pero, ahora, serán alejados de la Tierra y esta quedará desolada. 

 Dios nos ilustra a un trabajador con un aventador. Después de cosechar, él está al borde de su terreno tirando la paja al viento, que se la lleva fuera de su campo y se pierde para siempre. El término de su tierra es llamado puertas, en el versículo 7, ilustrando el lugar, es decir, las puertas donde se hacía justicia en el Israel antiguo. El justo juicio de Dios, como el proceso de aventar, es totalmente merecido. Multitud de niños morirán y habrá poca esperanza para la próxima generación. Como siempre, según los caminos de Dios, Él demanda arrepentimiento, pero Judá no quiere volverse a Él.

El número de varones será grandemente reducido en la batalla contra Babilonia, y muchos más caerán cuando Nabucodonosor castigue a Judá por resistir su conquista. A las esposas y madres les espera el terror en el futuro (v.8). Las mujeres que han dado a luz a varios varones sentirán más dolor porque ellos serán exterminados. Experimentarán una muerte en vida, la puesta del sol al mediodía. El orgullo y propósito de la maternidad para las madres hebreas, se volverá en vergüenza y desgracia cuando sean quitadas de sus hijos. Después de que el asedio produjera la muerte por hambre y enfermedad, y después de que muchos fueran llevados a la cautividad, el resto caería ante la espada babilónica (v.9).

 La madre de Jeremías observará otra causa del sufrimiento de su hijo; la causa de la verdad. Por la misma causa, los profetas prepararon el camino para Juan Bautista. Jesús dijo: “Vino Juan, que ni comía ni bebía, y dicen: Demonio tiene” (Mt.11:18). ¿Cómo se sentirían los padres de un hijo con esta reputación, dada por la élite de la sociedad? Sin embargo, en su caso, sus padres vieron más que lo que valoraban los meros hombres. El ángel dijo a su padre: “Tendrás gozo y alegría… porque será grande delante de Dios… y hará que muchos de los hijos de Israel se conviertan al Señor Dios de ellos” (Lc.1:14-16).  En cuanto a Jeremías, la sociedad de Jerusalén no podía acusarle de nada. La gente podía pensar y decir lo que quisieran, porque su conciencia estaba limpia delante de Dios (v.10).

 Su madre no tenía por qué preocuparse, porque en los años de su vejez, el peor tiempo en Jerusalén, Jeremías tendría el apoyo de Nabucodonosor mismo (v.11, LBLA): “El Señor dijo: Ciertamente haré que el enemigo te haga súplica en tiempo de calamidad…”  Veremos más adelante lo que el emperador dijo a su capitán sobre Jeremías: “Tómale y vela por él, y no le hagas mal alguno, sino que harás con él como él te dijere” (Jer.39:12).

  

La voluntad de Dios no puede ser quebrada

 12.  ¿Puede alguno quebrar el hierro, el hierro del norte y el bronce? 

13.  Tus riquezas y tus tesoros entregaré a la rapiña sin ningún precio, por todos tus pecados, y en todo tu territorio. 

14.  Y te haré servir a tus enemigos en tierra que no conoces; porque fuego se ha encendido en mi furor, y arderá sobre vosotros. 

Aparentemente, el hierro fabricado en el norte de Israel tenía una calidad de dureza excepcional, como también el bronce, por la fusión de dos metales. Entre las muchas comparaciones que vemos en este libro, el Señor compara el hierro del norte de Israel y el bronce, con la firmeza de Su voluntad sobre el destino que Él ha determinado para Israel. La resistencia de Judá no podrá quebrarlo. Aún más, las oraciones de Jeremías, como ya hemos estudiado, no pueden romper la voluntad de hierro del Señor, en cuanto a castigar al pueblo (v.12).

 El pecado llega a ser muy costoso para Judá y sirve, poderosamente, como una lección para toda la humanidad. El principio divino quedará firme: “No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará” (Gá.6:7).  Judá será saqueado y todos sus tesoros y ganancias se perderán (v.13).

 Dios les avisa de su expatriación y se lo repite vez tras vez para enfatizarlo. Ellos tendrán que dejar atrás todo lo que les es conocido, e ir a la tierra extraña de sus enemigos. El Salmo 137 expresa su dolor: “Junto a los ríos de Babilonia, allí nos sentábamos, y aun llorábamos, acordándonos de Sion… ¿Cómo cantaremos cántico de Jehová en tierra de extraños?” (No podemos escribir todo el Salmo, pero vale la pena estudiarlo junto con el dolor expresado aquí, en el versículo 14.) Anhelarán palabras amistosas en hebreo, pero solamente oirán palabras duras en un lenguaje que no entienden; buscarán un panorama conocido, pero no reconocerán ninguno. Sentirán el fruto de la ira justa de Dios; la pena emocional en su interior (v.14).

 

La preciosa palabra

 15.  Tú lo sabes, oh Jehová; acuérdate de mí, y visítame, y véngame de mis enemigos. No me reproches en la prolongación de tu enojo; sabes que por amor de ti sufro afrenta. 

16.  Fueron halladas tus palabras, y yo las comí; y tu palabra me fue por gozo y por alegría de mi corazón; porque tu nombre se invocó sobre mí, oh Jehová Dios de los ejércitos. 

17.  No me senté en compañía de burladores, ni me engreí a causa de tu profecía; me senté solo, porque me llenaste de indignación. 

18.  ¿Por qué fue perpetuo mi dolor, y mi herida desahuciada no admitió curación? ¿Serás para mí como cosa ilusoria, como aguas que no son estables? 

La relación que Jeremías goza con el Señor es su único recurso. El rey y toda la población se levantan contra él, hasta el punto de llegar a encarcelarle. Hay quienes, y puede que sean muchos, que quieren verle muerto. Él derrama su corazón ante el Señor y expresa sus anhelos más íntimos, que le dirigen a favor de la causa de Dios; le impulsan a proclamar públicamente Su palabra, aunque pueda levantarse todo el pueblo en contra. Él es celoso para Su gloria. Y sí, el resultado es que la gran mayoría le persigue. La oposición se debe totalmente a su fidelidad al Señor. Él sabe que Dios está muy consciente de su situación. Las palabras “acuérdate de mí, y visítame”, también podemos expresarlas como, “toma en cuenta mi causa ahora y defiéndeme.”  

 Ahora tenemos por delante un pasaje difícil, que intentaré explicar esperando no confundir a nadie. La versión RV60, al usar  la palabra enojo, no está de acuerdo con el hebreo original. La frase: “No me reproches en la prolongación de tu enojo”, resulta equivocada y debe leerse como lo traduce la Biblia Textual: “No me arrebates a causa de tu gran paciencia.” Gran paciencia está bien traducido, aunque podríamos estar más cerca del hebreo usando el adjetivo perseverada… pero estará mejor traducido en español como la paciencia que persevera, leyéndose así: “No me arrebates a causa de tu paciencia que persevera.”

 En el griego del Nuevo Testamento la palabra o sustantivo paciencia es suficiente, sin adjetivo, porque la definición de hupomone (palabra griega para paciencia) contiene la idea de perseverar, siendo incluso traducida a veces como perseverancia. Durante estos meses, he estudiado a menudo esta palabra. Encuentro que la paciencia que persevera es un atributo de Cristo Jesús, y todos los cristianos lo poseen en Él porque, además, ninguno lo puede tener fuera de Él. Varios comentaristas (incluso Jamieson, Faucett, Brown, Albert Barnes y Matthew Henry) me ayudan a entender que Jeremías ha descubierto que esa paciencia que persevera está en la naturaleza de Dios hacia Sus enemigos. Por eso él pide que Dios se acuerde que es un débil mortal que necesita un alivio inmediato, porque si no, será arrebatado por ellos. Es un clamor desesperado (v.15) ¿Me explico?

 El siguiente versículo 16 debe estar entre los más queridos en las Escrituras. Sería fácil llenar 10 páginas comentando sobre los versículos 16 y 17. Fíjate como Jeremías aprecia las palabras de Dios. Job expresó algo semejante al decir a sus “molestos consoladores”: “Del mandamiento de sus labios nunca me separé; guardé las palabras de su boca más que mi comida” (Job 23:12). No es una exageración.

 Descubrir Sus palabras es mejor que descubrir un gran tesoro. Después hay que digerirlas para que sean una parte valiosa de nuestro ser. ¡Si solamente todos supieran de su valor supremo!: “¡Tu palabra me fue por gozo y por alegría de mi corazón!” No creo que Jeremías esté rogando por algo que sea de su misma persona, sino porque preservar la naturaleza divina del Espíritu de profecía, que es lo mismo que el testimonio de Jesús, está en él. Tenerla le produce tanto gozo que le hace ser muy cuidadoso en preservarla, porque es la que le impulsa a enamorarse de la Palabra de Dios. Él es Su hijo, unido a Él, y lleva Su nombre como un niño lleva el apellido de su padre (La LBLA dice: “Se me llamaba por tu nombre”).

 Existe cierta semejanza entre el versículo 17 y el Salmo 1. David escribió acerca de meditar constantemente sobre la Palabra en lugar de escuchar los consejos de los malos. Él honra al hombre que “ni en silla de escarnecedores se ha sentado” (Sal.1:1). Jeremías lo expresa así: “No me senté en compañía de burladores.”

 Tenemos el privilegio de saber algo de lo que es una naturaleza transformada. Observándola, podemos entender más sobre la maravillosa motivación del profeta para un ministerio que es bastante dificultoso. “Me llenaste de indignación” –dice, sintiendo lo que Él siente. El hombre está en una relación de amor con su Señor. Quizás se sienta solo, y hasta puede que anhele tener algo de compañerismo con algún ser humano, pero es mejor estar solo en Su presencia que comprometerse con personas que no tienen las mismas aspiraciones. Pueden sentirse las palpitaciones del corazón de Dios (v.17).

 Considerando lo que acabamos de entender, la próxima declaración no es, en verdad, una queja. Es un clamor por su cercanía al Señor. A pesar del dolor, está en un sitio de bastante valor. El dolor que siente constantemente es lo que su Señor siente por el pecado. Es debido a la herida incurable por participar de los sufrimientos de Cristo, siglos antes de que Él estuviera en una cruz. Si el mundo ofreciera una cura, sería un engaño, como lo es el espejismo; será como nubes prometedoras que pasan por encima del campo del granjero, dejándolo seco. Solamente Dios puede aliviar su dolor.

 

No hay por qué comprometerse

19.  Por tanto, así dijo Jehová: Si te convirtieres, yo te restauraré, y delante de mí estarás; y si entresacares lo precioso de lo vil, serás como mi boca. Conviértanse ellos a ti, y tú no te conviertas a ellos. 

20.  Y te pondré en este pueblo por muro fortificado de bronce, y pelearán contra ti, pero no te vencerán; porque yo estoy contigo para guardarte y para defenderte, dice Jehová. 

21.  Y te libraré de la mano de los malos, y te redimiré de la mano de los fuertes. 

¿Podemos utilizar un versículo en Job para intentar explicar lo que contesta el Señor? “He aquí, en sus siervos no confía, y notó necedad en sus ángeles; ¡Cuánto más en los que habitan en casas de barro…!” (Job 4:18). El Señor dice a Jeremías que no debe sostener el pensamiento de comprometerse con sus enemigos. Todo lo que Él requiere es que siga siendo fiel delante de Su presencia, confiando en Su apoyo. No hay que permitir escoria entre la plata, nada vil entre lo precioso. Pedro aconsejó a sus lectores: “Ceñid los lomos de vuestro entendimiento… sabiendo que fuisteis rescatados… no con cosas corruptibles, como oro o plata… sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación” (1 P.1:13,18,19). El “compromiso” no puede ser tolerado en un siervo de Dios. Cuando se está proclamando Su palabra, no hay necesidad de buscar reconciliación con los que se ofenden. “Tú no te conviertas a ellos.” Ellos son los que tienen que arrepentirse. ¡Que cada verdadero predicador no sienta  remordimientos, si es que quiere ser fiel a la palabra! (v.19)

Lo que hace más difícil la profesión de un profeta, es que está tratando con sus propios paisanos. En un capítulo anterior, vimos que Jeremías hablaba de problemas con los hombres de su ciudad natal. ¿Es suficiente la aprobación del Señor? Esta es una pregunta necia que no requiere respuesta. Escucha Su promesa: “Te pondré en este pueblo por muro fortificado de bronce, y pelearán contra ti, pero no te vencerán; porque yo estoy contigo para guardarte y para defenderte, dice Jehová.” ¡Pongamos a un lado el recelo, que huya toda duda, que cada tentación de conformarnos sea sofocada, y tomemos una posición decisiva para Dios!  

Nada se aproxima a la garantía que Él ofrece y nadie puede, ni siquiera, acercarse a dar promesas como las Suyas, pero la última palabra de seguridad para el cristiano se halla en la Persona que respalda Sus propias promesas (v.20). “Yo sé a quién he creído, y estoy seguro que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día” (2 T.1:12).

 ¡Oh, Señor Jesús, ayúdanos a ser creyentes verdaderos, tanto en el ministerio como en la vida cotidiana! Dudar es un insulto a la Omnipotencia, y cuestionar es negar Su Omnisciencia. Amén. No sé mejor manera de terminar este capítulo que citando el último versículo 21: “Te libraré de la mano de los malos, y te redimiré de la mano de los fuertes.”

 


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