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Lowell Brueckner

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La casa de los reyes de Judá

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Capítulo 22

 

Salum o Joacaz

 

1. Así dijo Jehová: Desciende a la casa del rey de Judá, y habla allí esta palabra, 

      2.  y di: Oye palabra de Jehová, oh rey de Judá que estás sentado sobre el trono de David, tú, y tus siervos, y tu pueblo que entra por estas puertas. 

3. Así ha dicho Jehová: Haced juicio y justicia, y librad al oprimido de mano del opresor, y no engañéis ni robéis al extranjero, ni al huérfano ni a la viuda, ni derraméis sangre inocente en este lugar. 

4.     Porque si efectivamente obedeciereis esta palabra, los reyes que en lugar de David se sientan sobre su trono, entrarán montados en carros y en caballos por las puertas de esta casa; ellos, y sus criados y su pueblo. 

5.     Mas si no oyereis estas palabras, por mí mismo he jurado, dice Jehová, que esta casa será desierta. 

6.     Porque así ha dicho Jehová acerca de la casa del rey de Judá: Como Galaad eres tú para mí, y como la cima del Líbano; sin embargo, te convertiré en soledad, y como ciudades deshabitadas. 

7.     Prepararé contra ti destruidores, cada uno con sus armas, y cortarán tus cedros escogidos y los echarán en el fuego. 

8.     Y muchas gentes pasarán junto a esta ciudad, y dirán cada uno a su compañero: ¿Por qué hizo así Jehová con esta gran ciudad?

9.     Y se les responderá: Porque dejaron el pacto de Jehová su Dios, y adoraron dioses ajenos y les sirvieron. 

10.  No lloréis al muerto, ni de él os condoláis; llorad amargamente por el que se va, porque no volverá jamás, ni verá la tierra donde nació. 

11.  Porque así ha dicho Jehová acerca de Salum hijo de Josías, rey de Judá, el cual reinó en lugar de Josías su padre, y que salió de este lugar: No volverá más aquí, 

12.  sino que morirá en el lugar adonde lo llevaron cautivo, y no verá más esta tierra. 

 

 Las redundantes advertencias del Señor dadas en el libro de Jeremías, indican el profundo cuidado que tiene por Su pueblo. El título o nombre Deuteronomio significa la ley repetida. Tenemos dos salmos, casi idénticos, capítulos 14 y 53, que nos advierten de la insensatez del ateísmo. Tenemos cuatro evangelios que nos narran acerca de la vida y enseñanzas de Jesucristo, por medio de diferentes testigos con diferentes perspectivas.

 Juan escribe en su epístola: “Hermanos, no os escribo mandamiento nuevo, sino el mandamiento antiguo que habéis tenido desde el principio; este mandamiento antiguo es la palabra que habéis oído desde el principio” (1 Jn.2:7). Pedro escribió: “Yo no dejaré de recordaros siempre estas cosas, aunque vosotros las sepáis… (2 P.1:12). En el versículo 9, Pedro habla de un creyente que se ha olvidado que fue purificado de sus pecados. Está claro que Dios sabe que Su pueblo necesita que se le repitan y recuerden, especialmente las cosas de la vida que son más importantes… las palabras y principios de nuestro Creador.

 Tenemos que guardar Su justicia y santidad en nuestros pensamientos, no permitiendo nunca que pierdan su valor. Son atributos de la naturaleza divina y Él no puede ser nada más que justo y santo. Pablo enseña que la cruz demuestra Su justicia: “Cristo Jesús, a quien Dios puso como propiciación (como apaciguador perfecto de Su justa ira) por medio de la fe en su sangre… con la mira de manifestar en este tiempo su justicia, a fin de que él sea el justo, y el que justifica… (Ro.3:24-26). Su naturaleza no puede tolerar el pecado y Su justicia demanda que este sea castigado. Por eso, tenemos repetidas advertencias de Jeremías acerca de las consecuencias del pecado de Judá, que seguramente acontecerán.

 Este capítulo precede, cronológicamente, al último (21), y los dos tienen que ver con “la casa de David”, es decir, la realeza de Judá. Esta palabra de Dios es para los reyes descendientes de David, que tienen que considerar la importancia que tiene su trono delante del Dios de Israel. La palabra también es para su corte, consejeros y otros oficiales del palacio que, junto con el rey, son responsables de la dirección que tomará el gobierno (v.2).

 Los líderes de Israel no tienen libertad para seguir su propia política y agenda, como otras naciones, sino que están bajo las reglas del Rey de reyes. Él demanda la buena justicia, el buen juicio y libertad de la opresión para Su pueblo. El trato dado a sus ciudadanos más débiles determina la fuerza moral de un gobierno.

 Justo después de que cayera el muro de Berlín fui a visitar una residencia de la tercera edad en la Alemania Oriental. Allí pude ver la falta de atención y cuidados que había sufrido bajo el régimen comunista y cómo la situación mejoraba bajo el cuidado del Oeste. Un liderazgo maligno solamente se enfocará en aprovecharse de sus ciudadanos, pero el pueblo verdadero de Dios se preocupará por el bienestar y comodidad de los menos afortunados, como los refugiados, los huérfanos y las viudas. Desde el tiempo de Caín y Abel, Dios mira con indignación a aquellos que derraman sangre inocente. Como atiendan estos asuntos los gobernantes determinará si el Señor aprueba o desaprueba a Judá (v.3).

 En el capítulo 17:25, hemos visto los beneficios de un liderazgo justo, que son idénticos a los que hay en el versículo 4 de este capítulo. Dios siempre pone delante de nosotros las ventajas que hay para el pueblo que le agrada, pero también las consecuencias de Su descontento. El linaje histórico de David prosperaría bajo Su sonrisa, entrando pomposamente a su palacio con carros y caballos, acompañado de un gran número de cortesanos y una población que le respaldaría (v.4).

 La historia humana puede ignorar la caída y degradación de los poderosos, pero Dios no. En términos bíblicos, escuchar es sinónimo de obedecer. Los que apropiadamente oyen la palabra de Dios, responderán obedeciéndola y, si no la obedecen, el Señor jura que dejará su casa desierta. La desolación es la alternativa para los desobedientes. Su justicia no provee un escape para ellos, y este es un hecho que nadie debe ignorar. Hay fisuras legales en el reino de los hombres, y la gente astuta las encuentra, pero absolutamente ninguna se halla delante del trono de justicia de Dios (v.5).

El propósito y favor de Dios sobre la casa de David es como las colinas fértiles de Galaad, el territorio que las tribus de Rubén, Gad, y la media tribu de Manasés, hallaron muy atractivo para sus ganados y rebaños. Justo al norte de Israel estaban los bosques verdes del Líbano, a los que el Señor se refiere, ilustrando así la hermosura de Su favor. Pero también les asegura que la desobediencia resultará en una desolación total (v.6). 

 Observa cómo Dios se involucra en su destrucción, no solamente hallando destructores, sino también preparándolos contra Judá, armándoles para cortarla como cedros y quemarla (v.7). Estamos aprendiendo la respuesta que Dios da más de una vez en este libro, acerca de Su justicia y santidad, a las que nos hemos referido en el tercer párrafo de esta exposición. Cuando se levanta la pregunta sobre Su castigo contra Jerusalén (v.8), las naciones vecinas ya saben que es “porque dejaron el pacto de Jehová su Dios, y adoraron dioses ajenos y les sirvieron” (v.9). ¡Que no seamos tan insensatos como para ignorar la verdad sobre la retribución divina! Su santidad demanda un castigo justo sobre los que le dan la espalda y se entregan a la idolatría.

 La idolatría fue prominente en Israel y continúa siendo un pecado practicado en el siglo XXI. Todavía vemos a personas que se arrodillan delante de imágenes y estatuas, siendo engañados, convencidos de que están rezando a los santos. Al orar a otros, no importa a quien, están quitando el papel que le pertenece únicamente a Jesucristo, como el Intermediario entre Dios y el hombre. Si pretenden ser cristianos, ¿cómo pueden pasar por alto la clara doctrina que Pablo escribe a su discípulo, Timoteo?  “Hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre” (1 T.2:5). Así, ellos intentan involucrar a otra persona o su religión en la redención del hombre. Roban de la suficiencia que hay en la persona y la obra de Cristo.

 Pero también hay otras formas de idolatría en la religión del siglo XXI. Cualquier cosa o persona que quite la prioridad del Señor en nuestra vida, es un ídolo. Jesús lo dejó muy claro, incluso sobre la cuestión de los miembros de nuestra familia: “El que ama a padre o madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a hijo e hija más que a mí, no es digno de mí” (Mt.10:37).

 Todavía hay otra forma de idolatría, más sutil, que tiene que ver con malinterpretar quien es, en verdad, el Dios vivo y verdadero, al confiar en fuentes extrabíblicas. Dioses ajenos pueden revelarse a personas por medio de sueños, visiones u otras maneras. Podemos cultivar concepciones erróneas, usando la imaginación, o buscando a un dios de conveniencia que sea compatible con nuestro estilo de vida o nuestros deseos. Dios ha escogido revelarse a nosotros por medio de Sus Escrituras y es peligroso que nos desviemos de Su palabra escrita. Toda la idolatría empieza en la mente, para después ser construida físicamente.

 Continuamos en el versículo 10 para aprender que hay destinos peores que la muerte. Israel y Jeremías mismo, se entristecieron por la muerte del rey Josías, y las lamentaciones siguieron mucho más allá de su fallecimiento (2 Cr.35:25). Sin embargo, Josías fue destinado a un lugar feliz, mientras que su cuarto hijo, Salum, también nombrado Joacaz (1 Cr.3:15), quien reinó durante solo tres meses, fue depuesto, encarcelado y llevado a Egipto, donde murió (vs.10-12). Su sufrimiento superó mucho al de la muerte física, lo mismo que muchos israelitas al ser expatriados. Ellos serán consumidos en una tierra ajena, sin poder volver jamás a sus hogares, donde no verán un rostro amistoso y ninguna mano se extenderá para ayudarles.

 Me acuerdo cómo Jesús, yendo hacia el Calvario, dijo a las mujeres que estaban junto al camino lamentándose por Él: “Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, sino llorad por vosotras mismas y por vuestros hijos” (Lc.23:28). Sí, es verdad que Él iba a una cruz cruel para soportar un sufrimiento inconcebible, pero allí ganaría una victoria sobre la muerte y el infierno. Su resurrección y un futuro eterno traerían la bendición a multitudes. Pero vendrían días en Jerusalén, solamente 37 años después, cuando las mujeres se arrepentirían de haber dado luz, porque con impotencia observarían a sus bebés sufrir un hambre severa. Sus propios pechos se secarían y no les sería posible alimentarlos. Los hombres desearán que las colinas y los montes caigan sobre ellos para terminar con su vida. ¡Sí, hay destinos peores que la muerte!

 

Joacim

 13.  ¡Ay del que edifica su casa sin justicia, y sus salas sin equidad, sirviéndose de su prójimo de balde, y no dándole el salario de su trabajo! 

14.  Que dice: Edificaré para mí casa espaciosa, y salas airosas; y le abre ventanas, y la cubre de cedro, y la pinta de bermellón. 

15.  ¿Reinarás, porque te rodeas de cedro? ¿No comió y bebió tu padre, e hizo juicio y justicia, y entonces le fue bien? 

16.  Él juzgó la causa del afligido y del menesteroso, y entonces estuvo bien. ¿No es esto conocerme a mí? dice Jehová. 

17.  Mas tus ojos y tu corazón no son sino para tu avaricia, y para derramar sangre inocente, y para opresión y para hacer agravio. 

18.  Por tanto, así ha dicho Jehová acerca de Joacim hijo de Josías, rey de Judá: No lo llorarán, diciendo: ¡Ay, hermano mío! y ¡Ay, hermana! ni lo lamentarán, diciendo: ¡Ay, señor! ¡Ay, su grandeza! 

19.  En sepultura de asno será enterrado, arrastrándole y echándole fuera de las puertas de Jerusalén. 

El segundo hijo de Josías entra en la profecía de Jeremías. Eliaquim, llamado Joacim por Faraón Necao de Egipto quien, derrocando a Joacaz, puso a su hermano sobre el trono. Él reinó 11 años. Los relatos históricos de 2 Reyes y 2 Crónicas declaran, sencillamente, que hizo lo malo. El papel del profeta es revelar ampliamente esa maldad que hay dentro del hombre. Así, Jeremías, da más detalles para descubrir lo malo. En el capítulo 26:23, aprendemos que este rey mató al profeta Urías. Joacim cortó pedazo a pedazo y quemó el rollo que el Señor mandó escribir a Jeremías (Jer.36:20-24).

 En los relatos históricos aprendemos que, antes de que Faraón Necao hiciera rey a Joacim, puso un tributo de plata y oro sobre Judá. Joacim pagó el tributo a costa de todo lo que poseían sus ciudadanos, la población de Judá (2 R.23:33-35). Mientras cargó a su pueblo con el gravoso impuesto de Faraón, se edificó una lujosa casa para sí mismo (v.13). La cubrió de cedro y la pintó con bermellón (v.14).

 El Señor le reprendió. Le declaró la vanidad de construir esta casa, porque él reinaba injustamente, dando importancia a las cosas materiales. Le recordó a su padre, Josías, y cómo le fue bien porque no construyó su reino con riquezas terrenales, sino sobre una estructura espiritual de juicio y justicia (v.15). Mientras Joacim robaba a su pueblo, Josías respetaba la causa de los pobres y necesitados. Sus hechos reflejaron su conocimiento personal de Dios, algo que a su hijo le faltó totalmente (v.16).

Por medio de este padre e hijo, podemos ver un contraste entre los que conocen a Dios y los que no le conocen, aunque sean de la misma familia carnal. También existe esta misma diferencia entre un cristiano nacido de nuevo y el que es según la naturaleza de Adán. La nueva naturaleza de Cristo vive para la gloria de Dios. El hijo caído de Adán, siempre busca lo que es para su propio beneficio. Es egoísta o, según el versículo 17, es avaricioso. El profeta puede ver lo que la historia escrita no puede descubrir; él penetra dentro del hombre y revela su corazón. Joacim, de acuerdo con su naturaleza, es opresivo y violento y, si tiene oportunidad, es capaz de matar al inocente, si así puede ganar ventaja. Su abuelo Manasés “llenó a Jerusalén de sangre inocente” (2 R.24:4).

 Recuerda que el libro no está en orden cronológico y, por eso, hasta el capítulo 36:30, no relata que Dios había enviado antes una palabra por Jeremías a este rey: “Su cuerpo será echado al calor del día y al hielo de la noche”. En 2 Crónicas 36:6, dice que Nabucodonosor “lo ató con cadenas de bronce para llevarlo a Babilonia” (mejor traducido en LBLA), pero nunca llegó; Jeremías revela que el emperador babilonio cambió su intención, por alguna razón, y le llevó “arrastrándole y echándole fuera de las puertas de Jerusalén” como un asno (v.19). Es fácil imaginar que este rey, que estableció sobre su pueblo el impuesto de Egipto mientras edificaba su propio palacio, no fue popular en Jerusalén. Muy al contrario que el gran lamento por su padre, ninguno lamentó la muerte de Joacim (v.18).

 

Conías

 20.  Sube al Líbano y clama, y en Basán da tu voz, y grita hacia todas partes; porque todos tus enamorados son destruidos. 

21.  Te he hablado en tus prosperidades, mas dijiste: No oiré. Éste fue tu camino desde tu juventud, que nunca oíste mi voz. 

22.  A todos tus pastores pastoreará el viento, y tus enamorados irán en cautiverio; entonces te avergonzarás y te confundirás a causa de toda tu maldad. 

23.  Habitaste en el Líbano, hiciste tu nido en los cedros. ¡Cómo gemirás cuando te vinieren dolores, dolor como de mujer que está de parto! 

24.  Vivo yo, dice Jehová, que si Conías hijo de Joacim rey de Judá fuera anillo en mi mano derecha, aun de allí te arrancaría. 

25.  Te entregaré en mano de los que buscan tu vida, y en mano de aquellos cuya vista temes; sí, en mano de Nabucodonosor rey de Babilonia, y en mano de los caldeos. 

26.  Te haré llevar cautivo a ti y a tu madre que te dio a luz, a tierra ajena en que no nacisteis; y allá moriréis. 

27.    Y a la tierra a la cual ellos con toda el alma anhelan volver, allá no volverán. 

28.  ¿Es este hombre Conías una vasija despreciada y quebrada? ¿Es un trasto que nadie estima? ¿Por qué fueron arrojados él y su generación, y echados a tierra que no habían conocido? 

29.  ¡Tierra, tierra, tierra! oye palabra de Jehová. 

30.  Así ha dicho Jehová: Escribid lo que sucederá a este hombre privado de descendencia, hombre a quien nada próspero sucederá en todos los días de su vida; porque ninguno de su descendencia logrará sentarse sobre el trono de David, ni reinar sobre Judá.

 Jerusalén es personificada en el versículo 20, y Dios le habla como si fuera una mujer. Desde tres montes, Líbano, Basán y Abarim (LBLA), Jerusalén clama particularmente a Asiria y a Egipto. Su llamada no es escuchada por ellas, porque estas dos naciones ya están bajo el control de Babilonia. El Señor, por Su parte, llamó a Su pueblo durante sus buenos tiempos, pero le rechazaron, y ahora sus enamorados no le escuchan. Habían sido desobedientes desde sus principios, con raros lapsos de tiempos en los que respondió positivamente, cuando estaba bajo un buen liderazgo (v.21). En el versículo 22, tenemos una muy buena traducción: “A los pastores pastoreará el viento”. Babilonia será ese viento que les consumirá, y la palabra hebrea para pastor y pastorear es idéntica. Como ya he mencionado, los enamorados son, principalmente, Egipto y Asiria, bajo el reino de Babilonia.

 En el versículo 23 observamos que Dios llama a Jerusalén ‘Líbano’ (al menos hay otra ocasión), debido a la enorme cantidad de cedros de los bosques del Líbano, que contribuyeron en la construcción de los importantes edificios de Jerusalén. En el hebreo original, Dios expresa gran ironía, diciendo: “Qué hermoso serás (con todo tu cedro) cuando vengan los dolores sobre ti”, ridiculizándole por adornarse extremamente justo antes del sufrimiento y derrota futuros.

 También puede ser ironía llamar a Jeconías (que es el mismo que Joaquín), Conías. El Señor le habla con desprecio, quitando las primeras dos letras de su nombre “Je”, porque este prefijo significa Jehová. No fue digno de Su nombre, porque fue un hombre impío. Por ello Dios quitó todo lo que estaba asociado a Jehová.

 Compara a Conías con el valioso anillo con el sello que lleva un rey en la mano derecha. Dios dijo que así lo arrancaría de su mano. Este anillo valía para sellar todos los documentos importantes. En el libro de Ester, el rey Asuero dio su anillo a su alto oficial, Amán (Est.3:10), pero cuando Ester descubrió su corazón malvado, el rey le colgó en su propia horca, donde pensaba colgar a Mardoqueo, el judío, a quien luego dio su anillo.

 Joaquín o Conías, como el Señor le llamó, reinó solamente tres meses, y después, junto a su madre, Nehusta, se rindió a Nabucodonosor (v.25). El emperador llevó a los dos a Babilonia, con sus esposas, oficiales y otros nobles de la tierra. Allí murió (v.26), pero si me permites añadir algo positivo a esta historia tan oscura, citaré los últimos versículos de 2 Reyes: “Evil-merodac rey de Babilonia, en el primer año de su reinado, libertó a Joaquín rey de Judá, sacándolo de la cárcel; y le habló con benevolencia, y puso su trono más alto que los tronos de los reyes que estaban con él en Babilonia. Y le cambió los vestidos de prisionero, y comió siempre delante de él todos los días de su vida” (2 R.25:27-29).

 De esta manera terminan los libros de los Reyes, hablando de la decadencia de los reyes de Israel, y después de los de Judá. Observo, en toda la Biblia, que Dios intenta dar esperanza al lector si solamente se rinde en Sus manos. La palabra del destino de Jeconías se cumplió literalmente, sin embargo, el Señor se acuerda de ser misericordioso en Su juicio, y el apóstol Santiago nos consuela con estas palabras: “Habéis oído de la paciencia de Job, y habéis visto el fin del Señor, que el Señor es muy misericordioso y compasivo (Stg.5:11).

 No digo nada para quitar del juicio de Dios, que instruye a Judá a llorar y a lamentar porque sus reyes serán llevados al cautiverio con muchos de sus ciudadanos. Cerca del principio del capítulo y otra vez al final, declara que nunca volverán a su tierra natal (v.27). La palabra de Jeremías está dirigida a la casa del rey de Judá. Conías, que se sentó sólo tres meses en el trono de David, fue la última esperanza para este linaje de reyes. Él es quebrantado, cortado y separado de Dios (v.28).

 Al concentrarnos en esta profecía, estamos tocando algo de suprema importancia. La palabra del trino Dios demanda, con triple énfasis, la atención del mundo entero: “¡Tierra, tierra, tierra! Oye palabra de Jehová” La misma palabra no pierde ninguna fuerza al llegar al siglo XXI. ¡Aprendamos hoy la lección de Conías (v.29) y, junto con ella, el fracaso de toda la humanidad! Es esencial que respondamos a la Palabra Viva.

 La vida de este hombre quedó arruinada, murió sin descendencia y sin resultados de su reinado. No solamente Conías, sino ningún simple hombre se volvería a sentar sobre el trono de David (v.30)… “hasta que venga Siloh; y a él se congregarán los pueblos. Atando a la vid su pollino, y a la cepa el hijo de su asna, lavó en el vino su vestido, y en la sangre de uvas su manto. Sus ojos, rojos del vino, y sus dientes blancos de la leche” (Gé.49:10-12).

 Después de toda la desobediencia y fracaso de los reyes de Judá y el pueblo judío, llegando incluso al Nuevo Testamento, Jesús lloró al mirar a la ciudad (Lc.19:41). Se montó en el pollino de un asna para entrar en Jerusalén, pero los que le alababan, le rechazaron y le crucificaron una semana después… los suyos no le recibieron (Jn.1:12).

 Él volverá como el León de la tribu de Judá y a Él pertenecerá el cetro, y reinará sobre un Israel obediente. Se establecerá en un reino Milenial de abundancia y prosperidad, bañado en leche y vino. Él estuvo sobre el monte de la transfiguración; Su rostro resplandeció como el sol en una brillantez divina, y Sus vestidos resplandecientes muy blancos como la nieve, tanto que ningún lavador en la tierra los puede blanquear (Mc.9:3). Sus ojos más rojos que el vino… Sus dientes más blancos que la leche… ¡Él es alzado sobre toda bendición y alabanza! (Neh.9:5).

 

 

 

 


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