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Lowell Brueckner

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Restauración para Israel y Judá

 


 Capítulo 30

 

   Un principio divino… el temor antes de la restauración

1.     Palabra de Jehová que vino a Jeremías, diciendo: 

2.     Así habló Jehová Dios de Israel, diciendo: Escríbete en un libro todas las palabras que te he hablado. 

3.     Porque he aquí que vienen días, dice Jehová, en que haré volver a los cautivos de mi pueblo Israel y Judá, ha dicho Jehová, y los traeré a la tierra que di a sus padres, y la disfrutarán. 

4.     Éstas, pues, son las palabras que habló Jehová acerca de Israel y de Judá. 

5.     Porque así ha dicho Jehová: Hemos oído voz de temblor; de espanto, y no de paz. 

 Una frase muy cierta y muchas veces repetida por todo el Antiguo Testamento es: “La palabra de Dios que vino…”. Esta es una de las pruebas de que la Biblia es la palabra inspirada de Dios. Los cinco libros de Moisés, versículo tras versículo, lo proclaman. Después de la muerte de Moisés, el Señor habló a Josué, su sucesor. Todos los profetas escuchaban directamente del Señor, y Job, Salomón, David y otros salmistas, compartían Su sabiduría en lo que escribieron. Los que se oponen a la inspiración divina de la Biblia deben llegar a la conclusión de que todos estos hombres mentían al decir que habían oído directamente de Dios. Igualmente opinan que, la Escritura, tan apreciada por multitudes durante los siglos, es un libro de mentiras.

 En el Nuevo Testamento leemos: “Aquel Verbo fue hecho carne” (Jn.1:14) y “Dios… en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo” (He.1:1-2). El eterno Hijo de Dios, igual al Padre, vino a la tierra y habló al hombre directamente. Pablo y otros apóstoles formaron sus doctrinas por medio de las palabras de Jesucristo y se las entregaron a la iglesia. Sí, la Biblia, incluyendo lo que estudiamos hoy del profeta Jeremías, es la palabra inspirada de Dios. Podemos abrazarla, creerla, y aplicar sus principios a nuestras vidas. Formemos nuestros conceptos sobre la persona de Dios y Sus revelaciones.

 La palabra del Señor vino a Jeremías (v.1), instruyéndole para que escribiera un libro (v.2). Dios estaba en el proceso de preparar sesenta y seis libros, formando un canon de máxima autoridad, el cual pudiera estudiar todo el mundo y, según sus preceptos, gobernar sus vidas. Jeremías escribe, primeramente, para el beneficio de los judíos, el pueblo escogido de Dios, y su tema es la libertad de su cautiverio para establecerse, de nuevo, en su Tierra Prometida (v.3). El apóstol Pablo declara, principalmente, en su carta a los Romanos, que el Evangelio vino primero al judío (Ro.1:16; 2:9-10). Él enseña a los gentiles de Éfeso: “Estabais sin Cristo, alejados de la ciudadanía de Israel y  ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo” (Ef.2:12).

 

 Sin embargo, en Romanos, capítulo 11, afirma que Dios ha injertado a la iglesia gentil en las ramas judías, para que nosotros, ahora, en el siglo XXI, nos podamos aprovechar de los escritos de Jeremías. Así es que, este mensaje no fue solamente una palabra hablada al pueblo en el tiempo del profeta, sino que fue conservada con un propósito perpetuo. Me gozo cuando Dios manda a Sus siervos escribir, porque así demuestra Su propósito y preocupación por todos los tiempos de la historia y hasta el día de hoy.

 Es tan bueno saber que, después de que Jeremías preparara a Israel y a Judá para una disciplina divina que iba a durar 70 años, ahora trae buenas nuevas acerca del regreso a su patria. Los problemas pueden sobresalir en la historia que Él escribe, pero podemos estar seguros, por Su palabra, de que todo terminará bien. Tenemos que reconocer esta verdad mientras estudiamos el libro de Jeremías, porque es un principio divino que sigue fiel hasta el día de hoy: “En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo” (Jn.16:33). Ningún estudiante de la Biblia debe atreverse a desafiar un principio divino.

 El principio que revela que Dios termina todas Sus historias con bien, existe para Israel en la promesa dada en los versículos del 3 al 5, y va a existir en la realidad cumplida en su futuro. Primeramente, la palabra de Dios trae temor y no paz, pero después el Señor obra una restauración maravillosa. Al predicar el evangelio en nuestros tiempos, lo primero que tenemos que hacer es enseñar a los oyentes que son pecadores, y que están bajo la maldición de Dios. Tenemos que advertirles de las consecuencias de la desobediencia a Su ley, para que puedan ser guiados al arrepentimiento. La Biblia lo enseña de la mejor manera posible, a través del ministerio de Juan el Bautista. El arrepentimiento, predicado por Juan el Bautista, preparó el corazón del pueblo judío para recibir el evangelio predicado después por Jesucristo.

 

La angustia de Jacob

 6.     Inquirid ahora, y mirad si el varón da a luz; porque he visto que todo hombre tenía las manos sobre sus lomos, como mujer que está de parto, y se han vuelto pálidos todos los rostros. 

7.     ¡Ah, cuán grande es aquel día! tanto, que no hay otro semejante a él; tiempo de angustia para Jacob; pero de ella será librado. 

8.     En aquel día, dice Jehová de los ejércitos, yo quebraré su yugo de tu cuello, y romperé tus coyundas, y extranjeros no lo volverán más a poner en servidumbre, 

9.     sino que servirán a Jehová su Dios y a David su rey, a quien yo les levantaré. 

10.  Tú, pues, siervo mío Jacob, no temas, dice Jehová, ni te atemorices, Israel; porque he aquí que yo soy el que te salvo de lejos a ti y a tu descendencia de la tierra de cautividad; y Jacob volverá, descansará y vivirá tranquilo, y no habrá quien le espante. 

11.  Porque yo estoy contigo para salvarte, dice Jehová, y destruiré a todas las naciones entre las cuales te esparcí; pero a ti no te destruiré, sino que te castigaré con justicia; de ninguna manera te dejaré sin castigo. 

 Jamieson-Faucett-Brown expresa el principio anterior, comentando sobre la primera palabra de versículo 6, “inquirid”: “Consulta con todas las autoridades, los hombres y todos los libros que puedas encontrar, y jamás encontrarás este fenómeno. Sin embargo, en el día venidero, el pueblo observará a los hombres apretando sus lomos con sus manos, como hacen las mujeres para poder contener sus dolores. Dios, por medio del sufrimiento, forzará a los hombres a hacer gestos que son más propios de las mujeres que de los hombres (Jer.4:31; 6:24). La metáfora, a menudo, expresa el dolor previo, seguido por una liberación repentina en Israel, como es el caso de una mujer dando a luz (Is.66:7-9).”

 Hombres fuertes se humillan y se postran por el sufrimiento causado por el temor; así declaran la omnisciencia de Dios: “He aquí que el temor del Señor es la sabiduría” (Job 28:28) … “El principio de la sabiduría es el temor de Jehová” (Sal.111:10; Pro.1:7; 9:10; 15:33). Ninguno podrá dar un solo paso para alejarse de sus necios caminos, hasta que el temor les conduzca a través de la sabiduría hacia Dios. La tormenta interior, producida por el terror, puede observarse visiblemente en sus rostros, pero esta motivación intensa es la única que puede llevarles a una transformación espiritual.

 Esta palabra fue escrita y preparada para los últimos días: “Aquel día” (v.7) y “en aquel día” (v.8). Ciertamente hay un doble cumplimiento de la profecía para los judíos en esta porción. 1)  Su primer cumplimiento es parcial, y tiene que ver con su cautiverio, al estar esparcidos principalmente en la región de Babilonia. Trata de lo que ellos experimentaron en los tiempos de Jeremías. 2) Su segundo cumplimiento empezó en el año 70 d.C, cuando, debido a la invasión de los romanos se vieron forzados a huir, abandonando completamente su tierra. Con el tiempo, terminaron esparcidos por todos los continentes del mundo, sin patria. Ahora, una liberación total era necesaria. Aquel día de liberación de todas partes del mundo, empezó a ver la luz cerca de principios del siglo XX. Hubo un movimiento masivo y sin igual de los judíos volviendo a su Tierra Prometida, desde todas partes de la tierra.  

 El apóstol Pedro citó, en el día de Pentecostés, que aquel día, todavía no había acontecido anteriormente. Proclamó: “En los postreros días, dice Dios… (Hch.2:17). Daniel, desde su posición en el cautiverio, también vio que aquel día se refería a un tiempo de angustia incomparable: “En aquel tiempo se levantará Miguel, el gran príncipe que está de parte de los hijos de tu pueblo; y será tiempo de angustia, cual nunca fue desde que hubo gente hasta entonces; pero en aquel tiempo será libertado tu pueblo, todos los que se hallen escritos en el libro” (Dn.12:1). Esta parte de aquel día no ha ocurrido todavía, pero ocurrirá en toda su plenitud, empezando con una gran persecución, pero después Israel será completamente libertado.

 Citaré de nuevo a Jamieson-Faucett-Brown: La liberación parcial, ocurrida al caer Babilonia, precede a la liberación total de Israel, literal y espiritualmente, al caer la Babilonia mística (Apoc.18:1-19:21).” John MacArthur comenta: “Este periodo de dificultad sin precedente para Israel, como el versículo lo describe, está en el contexto de su restauración final. La mejor conclusión es la que lo relaciona con el tiempo de la Tribulación (vs.8-9), mencionado en otros versículos (Dn.12:1; Mt.24:21-22), justo antes del segundo advenimiento de Cristo, y lo que Apocalipsis, desde el capítulo 6 hasta el capítulo 19, describe con detalles. “¡Ah, cuán grande es aquel día! Tanto, que no hay otro semejante a él; tiempo de angustia para Jacob; pero de ella será librado” (v.7).

 La profecía continúa y se cumplirá totalmente en los últimos días. En el día de la Gran Tribulación, Israel será librado de ella. Desde el tiempo de su esclavitud en Egipto, los grandes imperios del mundo los han tenido cautivos. Asiria llevó al Israel del norte al cautiverio, y Babilonia y Persia cautivaron al del sur, Judá. Después de las conquistas de Alejandro Magno, tras su muerte, su reino fue dividido en cuatro partes. Generaciones después, uno de los sucesores de la parte norte de la tierra conquistada, persiguió a los israelitas. Después Roma venció al resto del imperio griego y, en el tiempo de Cristo, Israel estuvo bajo el dominio de Roma. Finalmente, el reino del Anticristo, representando a todos los poderes de los imperios terrenales de todas las épocas, como reveló la imagen en el sueño de Nabucodonosor, intentará extinguir a los judíos. Él peleará contra ellos en la batalla final. Es entonces cuando Dios quebrará el yugo de sus cuellos (v.8).

 El trono de David será restaurado y los judíos servirán al Dios de Abraham, Isaac y Jacob. Jesús de Nazaret será su Mesías, Salvador y Señor. La inmensidad de esta profecía disminuye absolutamente todo el sufrimiento previo. ¡Que nadie hable más sobre el reemplazamiento de Israel por la iglesia! ¡Que deje de reclamar la ridícula postura de un milenio presente y espiritual! La verdadera profecía es claramente literal y gloriosa, desafiando la lógica no comprobable del hombre, que se desvía por veredas dudosas, fruto de su propia mente (v.9). Esa doctrina tiene sus raíces en el antisemitismo.  

 En el Nuevo Testamento, en Romanos 11, Pablo no puede dejar más claro el tema de la restauración y salvación de los judíos al final. Romanos 11:12: “Si su transgresión (de los judíos) es la riqueza del mundo, y su defección la riqueza de los gentiles, ¿cuánto más su plena restauración?” Romanos 11:26: “Todo Israel será salvo.” Su futuro se basa en un principio divino… Romanos 11:29: “Irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios.”

 “Jehová respondió a Moisés: ¿Acaso se ha acortado la mano de Jehová? Ahora verás si se cumple mi palabra, o no” (Nú.11:23). Su mano alcanzará al judío sin importar adónde le haya llevado la dispersión. No tendrá por qué temer o atemorizarse la persona que se aferre a Su promesa. No importa lo lejos que more el judío, ni lo difícil que sea la jornada, porque volverá a la Tierra Prometida; tendrá descanso y tranquilidad total, y jamás volverá a tener miedo. El mundo no ofrece ninguna póliza de seguro con una garantía igual. La palabra de Dios es infinitamente fiel, como Jesús dijo al enseñar acerca de los eventos de los últimos días: “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán” (Mt.24:35). La verdad de la palabra de Dios es una certeza segura que no puede coexistir juntamente con la ley de la probabilidad; podemos renunciar también a la posibilidad del fracaso, por pequeño que sea, en los planes del Señor para Israel. Lo que Dios ha prometido es lo que pasará en Israel (v.10).

 Los severos tratamientos de Dios con Israel no son condenatorios, sino disciplinarios. El versículo 11 enfatiza el hecho de que Él sí les puede corregir en Su justicia. Él puede aniquilar a cualquier otra nación, como lo ha hecho durante toda la historia humana. Tanto la Biblia como la historia secular nos dan numerosos ejemplos. Pero en cuanto a Israel no puede ser. Antes del siglo XX parecía imposible que los judíos volviesen a tomar posesión de Palestina, ya que estaban exiliados desde el año 70 d.C. ¿Quién hubiera imaginado que llegaría a ser una nación soberana como lo es en el día de hoy? Pero Dios prometió: “No acabaré contigo” (v.11, LBLA).

 

Israel tiene que reconocer su estado imposible

12.  Porque así ha dicho Jehová: Incurable es tu quebrantamiento, y dolorosa tu llaga. 

13.  No hay quien juzgue tu causa para sanarte; no hay para ti medicamentos eficaces. 

14.  Todos tus enamorados te olvidaron; no te buscan; porque como hiere un enemigo te herí, con azote de adversario cruel, a causa de la magnitud de tu maldad y de la multitud de tus pecados. 

15.  ¿Por qué gritas a causa de tu quebrantamiento? Incurable es tu dolor, porque por la grandeza de tu iniquidad y por tus muchos pecados te he hecho esto. 

16.  Pero serán consumidos todos los que te consumen; y todos tus adversarios, todos irán en cautiverio; hollados serán los que te hollaron, y a todos los que hicieron presa de ti daré en presa.

 En esta porción, versículos del 12 al 15, el Señor demuestra la absoluta imposibilidad de cualquier ayuda humana. La enfermedad de Israel es como un cáncer inoperable, que es maligno e incurable; su herida le está desangrando y no hay manera de detener el flujo. Este es el diagnóstico de Dios, experto e infalible (v.12). No hay medicina sobre la tierra para detener su agresividad. Peor todavía, no hay nadie a quien le importe para intervenir (v.13).

 Las naciones vecinas y los conquistadores abandonaron a Israel, y no tiene ningún amigo a quien acudir. Israel, como un soldado abandonado en el campo de batalla, listo para morir solo, necesita a Dios mismo. Fue Él, en verdad, quien le ha causado este estado miserable y le ha tratado como a un enemigo (v.14). Sin embargo, el castigo que ha recibido de su Dios sirve para demostrar a todo el mundo la maldad del pecado y las consecuencias horribles que resultan de este. “A fin de que por el mandamiento el pecado llegase a ser sobremanera pecaminoso” (Ro.7:13). Es el propósito e intención de Dios dirigir esta verdad al corazón de toda la humanidad.


  Al llevarlos a tal aflicción, Dios es totalmente justo. No hay excusa ni súplica para que se haga justicia, porque Israel es totalmente culpable y sus errores no tienen defensa. La sentencia no llega a cumplir lo merecido por la multitud y magnitud de sus pecados y, todavía peor, siguen incrementándose (v.15). Aunque lo que acabo de decir sea la verdad, ningún otro, solo su Dios, tiene el derecho de aprovecharse de la condición debilitada de Israel. Ir contra la posesión del Señor llevará una retribución severa. Sin excepción, todos los adversarios serán consumidos, llevados cautivos, hollados y dados en presa (v.16).  

 

 

 No hay cosa que el Omnipotente no pueda hacer

 17.  Mas yo haré venir sanidad para ti, y sanaré tus heridas, dice Jehová; porque desechada te llamaron, diciendo: Ésta es Sion, de la que nadie se acuerda. 

18.  Así ha dicho Jehová: He aquí yo hago volver los cautivos de las tiendas de Jacob, y de sus tiendas tendré misericordia, y la ciudad será edificada sobre su colina, y el templo será asentado según su forma. 

19.  Y saldrá de ellos acción de gracias, y voz de nación que está en regocijo, y los multiplicaré, y no serán disminuidos; los multiplicaré, y no serán menoscabados. 

20.  Y serán sus hijos como antes, y su congregación delante de mí será confirmada; y castigaré a todos sus opresores. 

21.    De ella saldrá su príncipe, y de en medio de ella saldrá su señoreador; y le haré llegar cerca, y él se acercará a mí; porque ¿quién es aquel que se atreve a acercarse a mí? dice Jehová. 

22.  Y me seréis por pueblo, y yo seré vuestro Dios. 

23.  He aquí, la tempestad de Jehová sale con furor; la tempestad que se prepara, sobre la cabeza de los impíos reposará. 

24.  No se calmará el ardor de la ira de Jehová, hasta que haya hecho y cumplido los pensamientos de su corazón; en el fin de los días entenderéis esto. 

Es cierto que no existe nadie en la tierra que pueda tender una mano para socorrer a su compañero. A. W. Tozer describió a toda la humanidad en un pozo profundo. Es tan profundo que nadie puede escapar ni ayudar a otro a salir de él. Todos necesitan una ayuda desde afuera. El evangelio es una historia de socorro divino y sobrenatural para el dilema del ser humano. Espero que el lector haya llegado a esa conclusión y haya dejado de buscar posibilidades. Este capítulo ha eliminado totalmente algún recurso de ayuda terrenal. Estamos perdidos y sin esperanza.

Habiéndolo dicho, hemos de entender algo muy correctamente… Dios es el Dios de lo imposible. No hay nada que sea difícil para Él. Solamente Él puede sanar esta enfermedad incurable del pecado y solamente Él puede aplicar el torniquete divino para detener la hemorragia. En este mismo momento escucha lo que promete: Su palabra hace que el remedio sea una realidad tan efectiva como si la curación ya se hubiese llevado a cabo.

La fe reacciona aferrándose a Su palabra… “Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve” (He.11:1). La fe en Dios hace posible lo imposible. El enemigo ha pronunciado el veredicto contra nosotros; somos casos perdidos, desechados, indefensos y aparentemente abandonados por Dios. La fe produce certeza, es decir, sustancia, donde no existe una ayuda material al alcance; da la convicción de que existe evidencia a nuestro favor, cuando todas las pruebas se amontonan contra nosotros (v.17).  ¿No es esto lo que Dios está enseñándonos en este capítulo? ¡Sí, lo es! ¡Y quiero recordarte que Él instruyó a Jeremías para ponerlo por escrito!

Demasiado a menudo hemos escuchado al enemigo, pero ahora vamos a escuchar a Dios. Él nos ha asegurado que nos ha injertado en el olivo israelita. De la misma manera que Dios ha prometido libertad al cautivo judío, vamos a librarnos también del cautiverio del enemigo. Tenemos un lugar de misericordia y compasión en Su Reino, todo lo que ha sido derrumbado será reedificado, y el plan original de Dios permanecerá en su debido lugar (v.18). Dios jamás recurre a un plan B. Dime, ¿qué adversario se atreve a desafiar al Omnipotente?

Que seamos un pueblo del cual proceda alabanza y cantos de gratitud. Glorifiquemos al Padre, llevándole mucho fruto (Jn.15:8), y poseamos de nuevo el gozo de nuestra salvación (Jn.15:11). La declaración de Pablo en Romanos 8:30 no es de un pueblo “menoscabado (v.19): “A los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó.” Proseguimos en estas grandes verdades adelante, para asirnos de Él aún más: “Él que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas? ¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aún, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros” (Ro.8:32-34).

 Dios también revela un renuevo para la familia que está bajo su cuidado, y la familia es el fundamento de la congregación. El Señor pronuncia castigo sobre todos los que se oponen a los valores familiares, porque son dados divinamente (v.20). Creo que podemos reclamar estas promesas personalmente, ya que, desde el principio, se originan en el Creador y existen bajo Su autoridad. Son Sus valores.

 “Su príncipe será uno de ellos” (ESV inglés). ¡Qué bendición es tener un liderazgo bendecido por Dios! De las familias y la congregación mencionadas en el versículo anterior saldrán líderes “nacidos en casa”. No sé acerca de otras constituciones nacionales, pero la de los Estados Unidos demanda que todos los que desempeñan altos cargos de poder, sean nacidos en la patria. La razón es porque los que fundaron la Constitución querían que ellos amaran su nación y gobernaran con compasión a sus compatriotas. También fue la intención de Dios para Su Mesías.

 ¡Los comentaristas insisten en que el versículo 21 es mesiánico! Coincide hermosamente con la enseñanza del Nuevo Testamento. El escritor de Hebreos enseñó: “Todo sumo sacerdote tomado de entre los hombres… para que se muestre paciente con los ignorantes y extraviados” (He.5:1-2). Juan escribe de nuestro Sumo Sacerdote celestial: “A lo suyo vino… y aquel Verbo fue hecho carne, y tabernaculizó (griego) entre nosotros” (Jn.1:11,14). El ángel habló a José la promesa de Isaías: “Una virgen concebirá y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre Emanuel, que traducido es: Dios con nosotros” (Mt.1:23)

 Sólo Jesús se atrevió a acercarse al Padre, y muchas veces declara que le conoce y está con Él. En el Evangelio de Juan, especialmente, habla de Su unidad con el Padre. Veremos Juan 16:28: “Salí del Padre, y he venido al mundo; otra vez dejo el mundo, y voy al Padre.”

 Creo que el propósito de Dios, concebido antes de la fundación del mundo, y revelado desde la Creación, se expresó en el versículo 22: “Me seréis por pueblo, y yo seré vuestro Dios.” No podemos estudiar los muchos versículos que hay sobre el deseo del Señor de tener un pueblo con quien poder tener esta relación, pero mencionaré dos. El primero demuestra la intimidad de la relación: “Mi amado es mío, y yo suya” (Can.2:16). El otro está al final de las Escrituras y revela el estado permanente de la relación: “El tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios” (Ap.21:3)

 Dios ha puesto ante nosotros el fin que tiene reservado para Su pueblo, pero ahora concluye el capítulo con otro aviso para los malignos (vs. 23). Es una repetición del capítulo 23:19-20. Su ira es como una tempestad violenta (la traducción más literal es un torbellino, BTX), que golpea continua y eternamente sin alivio. John Wesley comenta: “No una ráfaga repentina, que rápidamente termina, sino una venganza que permanece.” Igual que Dios es fiel a Su pueblo, también es fiel para hacer juicio. Dado que ha demostrado una intensa rebelión contra Él y Su bondad, el versículo 24 declara que Él mismo, de Su corazón, derramará digna retribución hasta que Su ira sea apaciguada contra ellos. Al concluir este capítulo, el versículo avisa de una alternativa terrible para Su pueblo, en lugar de Sus bendiciones maravillosas, que ya hemos considerado.

 Personalmente, he observado suficientemente la enemistad que el incrédulo posee en el corazón… es una necedad irrazonable e imparable. Ojalá que no sea el estado de algún lector de este escrito. Si eres alguien que admite no haber vivido una vida cristiana, pero has leído estas palabras desde el principio y, por alguna razón, has persistido hasta el fin, permíteme preguntarte: ¿Puede ser que el Espíritu Santo en este momento esté obrando compasivamente contigo, enfrentándote con la verdad? Este es mi consejo: Sigue cooperando con Él, mientras te conduce hacia tu salvación eterna.

 

 


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