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Lowell Brueckner

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El primer libro de Jeremías

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Capítulo 36

 

La palabra verbal no es suficiente

      1.      Aconteció en el cuarto año de Joacim hijo de Josías, rey de Judá, que vino esta palabra de Jehová a Jeremías, diciendo: 

      2.      Toma un rollo de libro, y escribe en él todas las palabras que te he hablado contra Israel y contra Judá, y contra todas las naciones, desde el día que comencé a hablarte, desde los días de Josías hasta hoy. 

3.      Quizá oiga la casa de Judá todo el mal que yo pienso hacerles, y se arrepienta cada uno de su mal camino, y yo perdonaré su maldad y su pecado. 

4.      Y llamó Jeremías a Baruc hijo de Nerías, y escribió Baruc de boca de Jeremías, en un rollo de libro, todas las palabras que Jehová le había hablado. 

 No me es difícil creer que Jeremías era aún un adolescente cuando Dios le llamó al ministerio profético. Los comentaristas, a los cuales cito a menudo, creen que era muy joven. Adam Clarke calcula que tenía solo catorce años. La primera alusión a su edad está en la palabra hebrea usada, en señal de protesta, cuando Dios le llamó: “Soy niño” (1:6). La palabra es nahar, y niño es la traducción correcta.

 Algunos comentaristas piensan que Jeremías estaba exagerando respecto a su juventud, pero creo que tales maneras de asumir las cosas conducen al error. Debes cuidarte de leer comentaristas que insinúan que los escritores de la Biblia exageraban, e incluso les tachan de ser mentirosos. Su ejemplo comprueba que hay mucha maldad mezclada con incredulidad. Sus conclusiones son una burla a la declaración ungida de Pedro: “Santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo(2P.1;21). El libro de Daniel dice claramente que llevaron a Daniel y a sus tres compañeros a Babilonia poco tiempo antes de que Jeremías escribiera los capítulos 35 y 36. Algunos teólogos liberales enseñan que Daniel apareció en la historia mucho más tarde. Si fuera en el tiempo que ellos pretenden, sus profecías hubieran sido históricas y no futuras.

 No debe sorprendernos que Dios llamara a Jeremías y a otros siendo muy jóvenes. Samuel era un niño; seguramente no tenía más de doce años cuando Dios le dio un mensaje muy fuerte para Elí y sus hijos. David, el más joven de los ocho hijos de Isaí, tenía que ser adolescente cuando Samuel le ungió como rey. José tenía diecisiete años cuando llegó a Egipto como esclavo, e inmediatamente empezó a manifestarse la mano de Dios sobre él. Ya mencioné a Daniel y a sus tres compañeros adolescentes, que fueron llevados a Babilonia. Dios también llamó a Isaías, Oseas y Zacarías, cuando eran jóvenes. 

 

 Vamos a considerar de nuevo el periodo del ministerio de Jeremías que empezó en el año decimotercero del reinado de Josías. Es interesante imaginar que Jeremías probablemente tuvo algo que ver en el asunto de que Josías empezase a buscar a Dios. Recordemos brevemente la niñez de Josías, quien empezó a reinar con solo ocho años. El relato en 2 Crónicas 34 nos informa que, en el octavo año de su reinado, con dieciséis años, empezó a buscar al Señor (34:3), y después de doce años reinando empezó sus reformas en Israel.

 El Libro de la Ley fue descubierto en el templo en el año dieciocho de su reinado, cuando el rey tenía veintiséis años. Ya habían pasado cinco años desde que Dios llamó a Jeremías al ministerio profético. Un escriba, Safán, se lo leyó, produciendo gran temor en el rey, quien rasgó sus vestidos y lloró. Reinó durante treinta y un años, y murió con treinta y nueve. Las profecías de Jeremías continuaron durante los últimos dieciocho años de la vida del rey, y seguramente tuvieron una tremenda influencia espiritual sobre Josías. 2 Crónicas 35:25 nos dice que Jeremías lamentó su muerte.

 Vamos a continuar con el ministerio de Jeremías, después de la muerte de Josías. El pueblo de Judá hizo rey a Joacaz, hijo de Josías, con veintitrés años. Solo había reinado tres meses cuando el faraón de Egipto le destronó y le reemplazó por su hermano mayor, Joacim, cuando tenía veinticinco años. Él reinó durante once años. Sigamos estudiando detalles durante el cuarto y quinto año de su reinado (v.1, 9). Es interesante observar que Josías ya tenía un hijo con solamente 14 años, después de seis años reinando. Era habitual que los reyes se casaran muy jóvenes para levantar temprano un sucesor.

 Dios quiso más que solamente mensajes hablados por medio de Jeremías para Judá y Jerusalén. El Señor está añadiendo las profecías de Jeremías al canon de la Escritura del Antiguo Testamento. Todo lo que Dios habló al profeta hasta este tiempo tenía que escribirlo en un libro. Estas palabras fueron conservadas y siguen existiendo después de la muerte de su escritor. De hecho, tenemos su palabra inspirada ante nosotros siglos más tarde, teniendo la responsabilidad de enseñarla y aprender de ella en el siglo XXI (v.2). Aprenderemos que todo lo que Dios le dio, desde el reinado de Josías hasta el quinto año de Joacim, fue escrito dos veces. Por supuesto, fue añadido mucho más hasta el final del reinado del rey Sedequías.

En el versículo 3 tenemos el propósito, desde el corazón del Señor, por el cual Él dio Su palabra y mandóque fuera escrita: Quizá oiga la casa de Judá todo el mal que yo pienso hacerles, y se arrepienta cada uno de su mal camino, y yo perdonaré…” No creo que nos equivoquemos al pensar que esto es, nada menos, que una carta de amor, como Juan 3:16. El corazón de Dios palpita de compasión anhelando que Su pueblo se arrepienta, no queriendo que perezca sin ser perdonado de sus pecados.

 Hemos hablado de Baruc en el capítulo 32, cuyos hechos ocurrieron más tarde. Baruc quedó encargado de guardar el documento de venta de una propiedad que Jeremías compró poco antes de que Nabucodonosor entrara en Jerusalén. No creo que fuese un siervo de Jeremías, porque era un hombre de influencia (fíjate en el capítulo 43:3), más bien parece haber una relación entre ellos como la que hubo entre Pablo y Timoteo… un discípulo que ahora es compañero en los asuntos del Señor. Él es el escriba de Jeremías, así que escribió mientras Jeremías le dictaba. La obra tardó bastante tiempo, seguramente más de nueve meses, desde el cuarto año de Joacim hasta el mes noveno del quinto año (v.4).

 

Hombres temerosos de Dios en el gobierno del malvado Joacim

5.      Después mandó Jeremías a Baruc, diciendo: A mí se me ha prohibido entrar en la casa de Jehová. 

6.      Entra tú, pues, y lee de este rollo que escribiste de mi boca, las palabras de Jehová a los oídos del pueblo, en la casa de Jehová, el día del ayuno; y las leerás también a oídos de todos los de Judá que vienen de sus ciudades. 

7.      Quizá llegue la oración de ellos a la presencia de Jehová, y se vuelva cada uno de su mal camino; porque grande es el furor y la ira que ha expresado Jehová contra este pueblo. 

8.      Y Baruc hijo de Nerías hizo conforme a todas las cosas que le mandó Jeremías profeta, leyendo en el libro las palabras de Jehová en la casa de Jehová. 

9.      Y aconteció en el año quinto de Joacim hijo de Josías, rey de Judá, en el mes noveno, que promulgaron ayuno en la presencia de Jehová a todo el pueblo de Jerusalén y a todo el pueblo que venía de las ciudades de Judá a Jerusalén. 

10.  Y Baruc leyó en el libro las palabras de Jeremías en la casa de Jehová, en el aposento de Gemarías hijo de Safán escriba, en el atrio de arriba, a la entrada de la puerta nueva de la casa de Jehová, a oídos del pueblo. 

11.  Y Micaías hijo de Gemarías, hijo de Safán, habiendo oído del libro todas las palabras de Jehová, 

12.  descendió a la casa del rey, al aposento del secretario, y he aquí que todos los príncipes estaban allí sentados, esto es: Elisama secretario, Delaía hijo de Semaías, Elnatán hijo de Acbor, Gemarías hijo de Safán, Sedequías hijo de Ananías, y todos los príncipes. 

13.  Y les contó Micaías todas las palabras que había oído cuando Baruc leyó en el libro a oídos del pueblo. 

14.  Entonces enviaron todos los príncipes a Jehudí hijo de Netanías, hijo de Selemías, hijo de Cusi, para que dijese a Baruc: Toma el rollo en el que leíste a oídos del pueblo, y ven. Y Baruc hijo de Nerías tomó el rollo en su mano y vino a ellos. 

15.  Y le dijeron: Siéntate ahora, y léelo a nosotros. Y se lo leyó Baruc. 

16.  Cuando oyeron todas aquellas palabras, cada uno se volvió espantado a su compañero, y dijeron a Baruc: Sin duda contaremos al rey todas estas palabras. 

17.  Preguntaron luego a Baruc, diciendo: Cuéntanos ahora cómo escribiste de boca de Jeremías todas estas palabras. 

18.  Y Baruc les dijo: Él me dictaba de su boca todas estas palabras, y yo escribía con tinta en el libro. 

 El texto no sugiere que Jeremías estuviera encarcelado en el periodo de Joacim, pero tiene algún otro estorbo que no le deja entrar en el templo. Quizás le fue totalmente prohibido hablar públicamente. Después vemos que tiene libertad ya que va con Baruc a esconderse. Baruc, profundamente involucrado al escribir este libro, toma su lugar, leyéndolo en el templo. La ventaja de un libro es que puede ir donde el escritor no puede hacerlo. Si alguien sabe algo del peso o presión de la palabra de Dios sobre el corazón, causado por el Espíritu Santo, puede concluir que Baruc va con buena voluntad. No solamente es obediente, sino que además va cargado con el propósito divino y una pasión que le hace alzar su voz en un intento de llevar al pueblo al arrepentimiento (v.5).

 Estoy seguro de que Baruc estimó como un privilegio compartir la palabra; además de escribirla puede entregársela oralmente a su pueblo (v.6). Estos dos compañeros son guiados por el Espíritu Santo para actuar en el momento en el que habrá una gran asamblea en el templo, reunida con un propósito que dará más poder al mensaje. Es un día de ayuno, no solamente para Jerusalén, sino para todo Judá, e indica que la nación sintió su necesidad de Dios. Sus corazones estaban más abiertos a Él y, por eso, llegaron en gran número al templo en Jerusalén, para buscar la misericordia de Dios.

 Judá está en una situación en la que puede satisfacer el deseo del corazón del Señor, arrepintiéndose. Jeremías transmite a Baruc lo que el Señor le reveló en el versículo 3, dirigido a cada individuo, que cada uno se arrepienta de su mal camino, invocando a Jehová. En el versículo 7, aprendemos un principio del carácter divino, y es que, el amor y preocupación que Dios tiene, no están separados de Su furor e ira, expresados en la palabra profética. Es conveniente que aprendamos este principio espiritual.

 Llega el día del ayuno, y Baruc, obedientemente, sigue toda la instrucción (v.8), en el noveno mes del quinto año del reinado de Joacim (v.9).  Gemarías, el hijo de Safán (aprenderemos más de él pronto), presta su aposento, que está encima de la puerta nueva, desde donde Baruc puede ver y hablar a la multitud, que podrá prestar atención y escuchar bien (v.10).

 Micaías, hijo de Gemarías y nieto de Safán, está presente entre los oyentes (v.11). Él se queda tan impresionado que inmediatamente busca entre los príncipes a su padre, que está reunido en algún aposento de palacio, posiblemente el de Elisama, mencionado en el texto. Pienso que estos escribas y príncipes formaban el gabinete del rey (v.12). Micaías, por su parte, ha estado buscando a Dios en el templo y Él no le ha decepcionado. Le habló por medio de la palabra dada a Jeremías y leída por Baruc. No sabemos acerca de su rango en la sociedad, pero sí sabemos que es el hijo de Gemarías, un escriba, y por medio de esta relación, toma la oportunidad de hablar con todos los príncipes (v.13).

 Micaías tuvo la oportunidad de interrumpir la conversación entre ellos para entregarles una palabra de más autoridad, venida del trono de Dios. De Jehudí tenemos una buena genealogía, pero aparentemente no tiene el alto rango de los demás nobles en esta reunión, así que ellos le envían a buscar a Baruc y traerle con él. Baruc debe llevar el rollo de Jeremías para poder leérselo. Baruc aparece con el rollo en la mano (v.14).

 Ni Baruc ni Jeremías supieron que Dios abriría soberanamente una puerta más allá de la lectura en el templo, compartiendo la palabra del Señor con las autoridades más importantes del rey. Son hombres con un alto estatus, sin igual en toda la nación. Como el documento es grande, Baruc se sienta con ellos, mientras ellos le prestan toda la atención (v.15). Es una ocasión asombrosa.

 Mientras Baruc lee la palabra inspirada del Omnipotente, bajo la unción del Espíritu Santo, los oyentes quedan absortos y, ¡el temor de Dios viene sobre ellos! ¡Sobre cada uno de ellos! Mirándose uno al otro, vieron reflejado el espanto sobre sus rostros. Supieron, inmediatamente, que estaban obligados a relatar al rey la palabra e intentar persuadirle para tomar medidas a nivel nacional. Entendieron que el rollo estaba por encima de otras actividades de su propio programa gubernamental y también de el del rey. Consideraron que estaban obligados a poner todo lo demás a un lado, para dar lugar a la palabra del Señor (v.16).  

 Para mí es extremadamente interesante e intrigante descubrir a un grupo de nobles temerosos de Dios en la casa de un rey malísimo, pero el Soberano bien puede obrar tales maravillas inesperadas. Quiero considerar unos párrafos para que nos concentremos en ellos, a ver si hallamos una pista que nos explique por qué están teniendo este papel en la historia. Creo que la clave en este asunto es el padre de Gemarías, llamado Safán, que también es el abuelo de Micaías. Él fue un escriba importante durante el gobierno del rey Josías. Vamos a 2 Reyes 22.

 En el versículo 3 se nos presenta a Safán, a quien el rey envía al templo. El mandato tenía que ver con el sumo sacerdote, Hilcías. El sacerdote acababa de descubrir el Libro de la Ley, mientras supervisaba la reconstrucción de la casa del Señor (2 R.22:8). El templo que guardaba el Libro llevaba mucho tiempo en mal estado, durante el reinado de cincuenta y cinco años del rey Manasés. Siglos antes, Moisés había mandado que el Libro de la Ley fuera guardado y puesto a disposición de los reyes. Moisés dijo: “Cuando se siente sobre el trono de su reino, entonces escribirá para sí en un libro una copia de esta ley, del original que está al cuidado de los sacerdotes levitas; y lo tendrá consigo, y leerá en él todos los días de su vida, para que aprenda a temer a Jehová su Dios, para guardar todas las palabras de esta ley y estos estatutos, para ponerlos por obra” (Dt.18-19).

 El rey Josías no sabía que existía tal Libro, pero ya había comenzado una intensa búsqueda de Dios desde que tenía dieciséis años. Después de una década, el Señor, finalmente, le condujo a Su palabra. Hilcías dio el Libro a Safán, quien lo leyó personalmente, y después habló al rey acerca del Libro. Después de leérselo, Josías tuvo una reacción dramática: rasgó sus vestidos y lloró. Después mandó a un comité para que consultase con la profetisa Hulda, y Safán fue enviado con ellos (2 R.22:14).

 Fueron el hijo y el nieto de Safán los que escucharon la palabra de Dios e inmediatamente se pusieron en acción. Pronto veremos más detalles sobre el rollo; cómo se lo llevaron al rey y cómo lo quemó, pero antes necesito mencionar que Gemarías fue uno de los tres que imploraron al rey que no lo quemara. Los otros dos eran Elnatán y Delaía (vs.12, 25). El padre de Elnatán, Acbor, formaba parte de los que fueron enviados a Hulda por el rey Josías. También formaba parte de este grupo otro hijo de Safán, llamado Ahicam, que también protegió a Jeremías y salvó su vida: “La mano de Ahicam hijo de Safán estaba a favor de Jeremías, para que no lo entregasen en las manos del pueblo para matarlo” (Jer.26:24).

 Habría más que decir sobre la lista de hombres del versículo 12, y no todo es positivo, pero creo que he contado los aspectos más importantes de esta parte de la historia. También hay un individuo muy importante que no debo ignorar, Gedalías. Su nombre no está en este capítulo, pero en el último párrafo mencioné a su padre, el buen hombre, Ahicam. Ya que Ahicam es padre de Gedalías y Safán es padre de Ahicam, damos por supuesto que Gedalías es nieto de Safán. Jeremías vivió con Gedalías por un tiempo (fíjate en Jer.39:14; 40:6). Veremos después que Nabucodonosor simpatizó con Jeremías, y su capitán, Nabuzaradán, conversó con él (fíjate en 40:1-5). Pienso que Jeremías influenció para que Gedalías fuera designado gobernador de Judá por el emperador. Lo que quiero decir al relatar toda esta historia, es que Dios estaba obrando durante tres generaciones, empezando con Safán, y preparando a estas personas para el papel que tendrían que ejercer a favor de Sus propósitos.

 Los príncipes, sabiamente, cuestionaron a Baruc para asegurarse de que el libro leído por él fuera auténtico, antes de llevárselo al rey. ¿Lo había recibido Baruc directamente de mano de Jeremías? (v.17). Baruc les confirmó que Jeremías se lo había dictado a él directamente, y que en el mismo instante él había escrito con tinta en el libro lo que les acababa de leer (v.18)

 

El primer libro quemado; el segundo escrito

19.  Entonces dijeron los príncipes a Baruc: Ve y escóndete, tú y Jeremías, y nadie sepa dónde estáis. 

20.  Y entraron a donde estaba el rey, al atrio, habiendo depositado el rollo en el aposento de Elisama secretario; y contaron a oídos del rey todas estas palabras. 

21.  Y envió el rey a Jehudí a que tomase el rollo, el cual lo tomó del aposento de Elisama secretario, y leyó en él Jehudí a oídos del rey, y a oídos de todos los príncipes que junto al rey estaban. 

22.  Y el rey estaba en la casa de invierno en el mes noveno, y había un brasero ardiendo delante de él. 

23.  Cuando Jehudí había leído tres o cuatro planas, lo rasgó el rey con un cortaplumas de escriba, y lo echó en el fuego que había en el brasero, hasta que todo el rollo se consumió sobre el fuego que en el brasero había. 

24.  Y no tuvieron temor ni rasgaron sus vestidos el rey y todos sus siervos que oyeron todas estas palabras. 

25.  Y aunque Elnatán y Delaía y Gemarías rogaron al rey que no quemase aquel rollo, no los quiso oír. 

26.  También mandó el rey a Jerameel hijo de Hamelec, a Seraías hijo de Azriel y a Selemías hijo de Abdeel, para que prendiesen a Baruc el escribiente y al profeta Jeremías; pero Jehová los escondió. 

27.  Y vino palabra de Jehová a Jeremías, después que el rey quemó el rollo, las palabras que Baruc había escrito de boca de Jeremías, diciendo: 

28.  Vuelve a tomar otro rollo, y escribe en él todas las palabras primeras que estaban en el primer rollo que quemó Joacim rey de Judá. 

29.  Y dirás a Joacim rey de Judá: Así ha dicho Jehová: Tú quemaste este rollo, diciendo: ¿Por qué escribiste en él, diciendo: De cierto vendrá el rey de Babilonia, y destruirá esta tierra, y hará que no queden en ella ni hombres ni animales? 

30.  Por tanto, así ha dicho Jehová acerca de Joacim rey de Judá: No tendrá quien se siente sobre el trono de David; y su cuerpo será echado al calor del día y al hielo de la noche.

31.  Y castigaré su maldad en él, y en su descendencia y en sus siervos; y traeré sobre ellos, y sobre los moradores de Jerusalén y sobre los varones de Judá, todo el mal que les he anunciado y no escucharon. 

32.  Y tomó Jeremías otro rollo y lo dio a Baruc hijo de Nerías escriba; y escribió en él de boca de Jeremías todas las palabras del libro que quemó en el fuego Joacim rey de Judá; y aun fueron añadidas sobre ellas muchas otras palabras semejantes. 

 Los príncipes insisten en que Baruc tome a Jeremías y se escondan. Joacim ya había matado al profeta Urías, (26:23), así que valía la pena tomarse su consejo seriamente. Pero ellos pensaban que tenían que llevar al rey la palabra de la Autoridad más alta del universo. Sin embargo, conocían bien a su rey, y sospechaban que probablemente rechazaría el aviso. De todos modos, tenían que hacer el intento de convencerle de tomar alguna acción importante para que el pueblo tuviera la oportunidad de arrepentirse. Después, Dios les perdonará y la terrible calamidad de la que habla el libro de Jeremías, será evitada (v.19).

 Los príncipes no perdieron tiempo, así que no había pasado mucho tiempo desde que Baruc lo leyó por primera vez en el aposento del templo. Con determinación, entran en la presencia del rey para informarle de lo que han aprendido. Sin embargo, no tomaron consigo el rollo, de hecho, lo dejaron a propósito en el aposento de Elisama, y revelaron su contenido a Joacim oralmente (v.20). Para el rey no fue suficiente porque, como veremos, inmediatamente determina tomarlo y destruirlo. El rey envía a Jehudí, quien lo coge del aposento del escriba y se lo lleva a Joacim. Entonces, procede a leérselo al rey y a sus autoridades, que no estaban presentes cuando Baruc lo leyó previamente (v.21).

 Mientras Jehudí lee, el rey se encuentra sentado delante de un brasero ardiendo en su casa de invierno (v.22). Apenas había comenzado a leer Jehudí, Joacim extendió su mano, tomó la parte del rollo ya leída, la cortó con un cortaplumas y la echó al fuego. Jehudí continuó leyendo, pero sucedió lo mismo, hasta que todo el rollo fue quemado (v. 23).

 Lo que pasó en esta ocasión fue muy diferente a lo que sucedió cuando Josías escuchó el Libro de la Ley. Ninguno rasgó sus vestidos y no hubo ningún remordimiento entre los siervos del rey. Hace falta el temor de Dios que manifestaron los príncipes (v.24). Tres de ellos, Elnatán, Delaía y Gemarías, ruegan a Joacim para que cese semejante acto blasfemo, pero no les hace caso (v.25).

 El rey mandó a dos de sus siervos, Seraías y Selemías, junto a su hijo (LBLA), Jerameel, para que encontrasen y detuviesen a Baruc y a Jeremías. Sin embargo, el Señor tenía preparado para el profeta y su escriba un lugar seguro para esconderse. El texto solo dice que Jehová los escondió, nada más. Así que asumimos, sin tener que saber más, que no había manera de encontrarlos (v.26). El que habita al abrigo del Altísimo morará bajo la sombra del Omnipotente” (Sal.91:1).

 ¿Pero qué sucede, ya que el rollo se ha convertido en ceniza? Viene inmediatamente a mi mente lo que pasó cuando un Moisés airado arrojó las tablas de piedra con los Diez Mandamientos que Dios mismo había grabado con Su dedo (Éx.32:19). Resulta que Moisés sí, quebró las piedras, pero no los Diez Mandamientos. La palabra de Dios permanece y dos capítulos más adelante, Dios los escribió de nuevo. Un predicador de los Bautistas del Sur que fue criado en las montañas de Carolina del Norte, Vance Havner, dijo: “No puedes quebrar la ley de la gravedad. Puedes saltar de un precipicio y quebrar tu cráneo, pero no has quebrado la ley de la gravedad. La ley sigue intacta.” Joacim no destruyó la palabra de Dios, solamente se destruyó a sí mismo al intentar hacerlo (v.27).

 El Señor manda a Jeremías que consiga otro rollo para escribir todo lo que fue escrito en el primero (v.28). Jesús dijo: “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán” (Mt.24:35). Tampoco pasaron las palabras que el Señor habló a Jeremías; la prueba es que la tenemos en nuestras Biblias. Hacía falta un rollo nuevo, pero la palabra permaneció.

 El Rey de reyes declaró al rey de Judá (parafraseando): “Tú has destruido un rollo, tú has rechazado su mensaje (v.29), pero solo te has hecho daño a ti mismo y a tu propia heredad.” Jesús dijo al perseguidor rabioso de la primera iglesia: “Saulo, Saulo… Dura cosa te es dar coces contra el aguijón” (Hch.9:4-5). Vamos a ver lo que el Señor dijo específicamente a Joacim: “Por tanto, así ha dicho Jehová acerca de Joacim…: Su cuerpo será echado al calor del día y al hielo de la noche… No llorarán por él: "¡Ay, hermano mío!" No llorarán por él: "¡Ay, señor!"… o "¡Ay, su gloria!" Con entierro de asno, será enterrado: arrastrado y tirado fuera de las puertas de Jerusalén” (v.30 con Jer.22:18-19). La descendencia del rey y sus siervos sufrirán el juicio de Dios. Por causa de Joacim, que resistió a la palabra de Dios, el pueblo no dedicó tiempo para arrepentirse. Así, las nubes de la justicia de Dios siguen amenazando a Jerusalén y a toda Judá (v.31).

 Jeremías y Baruc nos dan un ejemplo sobre lo que hay que hacer cuando ocurre un contratiempo en los propósitos de Dios. Jeremías toma otro rollo, se lo entrega a Baruc, el escriba, y los dos juntos se ponen manos a la obra. No solamente reemplazan el primer rollo, sino que añaden mucho más al segundo (v.32).

 

 

 


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