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Lowell Brueckner

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La verdad trae persecución

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                               Capítulo 37

 

Sedequías espera que Jeremías le apoye

     1.   En lugar de Conías hijo de Joacim reinó el rey Sedequías hijo de Josías, al cual  Nabucodonosor rey de Babilonia constituyó por rey en la tierra de Judá. 

           2.      Pero no obedeció él ni sus siervos ni el pueblo de la tierra a las palabras de Jehová, las cuales dijo por el profeta Jeremías. 

           3.      Y envió el rey Sedequías a Jucal hijo de Selemías, y al sacerdote Sofonías hijo de Maasías, para que dijesen al profeta Jeremías: Ruega ahora por nosotros a Jehová nuestro Dios. 

4.      Y Jeremías entraba y salía en medio del pueblo; porque todavía no lo habían puesto en la cárcel. 

5.      Y cuando el ejército de Faraón había salido de Egipto, y llegó noticia de ello a oídos de los caldeos que tenían sitiada a Jerusalén, se retiraron de Jerusalén. 

6.      Entonces vino palabra de Jehová al profeta Jeremías, diciendo: 

7.      Así ha dicho Jehová Dios de Israel: Diréis así al rey de Judá, que os envió a mí para que me consultaseis: He aquí que el ejército de Faraón que había salido en vuestro socorro, se volvió a su tierra en Egipto. 

8.      Y volverán los caldeos y atacarán esta ciudad, y la tomarán y la pondrán a fuego. 

9.      Así ha dicho Jehová: No os engañéis a vosotros mismos, diciendo: Sin duda ya los caldeos se apartarán de nosotros; porque no se apartarán. 

10.  Porque aun cuando hirieseis a todo el ejército de los caldeos que pelean contra vosotros, y quedasen de ellos solamente hombres heridos, cada uno se levantará de su tienda, y pondrán esta ciudad a fuego. 

A veces nos hemos referido al hijo de Joacim como Joaquin, pero Jeremías normalmente le llama Jeconías, que abreviado es Conías. Le llama como el Señor en el capítulo 22 (v.24), Conías, quitándo el prefijo “Je”, en señal de desprecio, porque Je significa Jah o Jehová. Jeconías significa El Señor establece, pero Jeremías no vio nada del establecimiento de Dios en su vida y reinado. Así que, tanto Jeremías como el Señor, le llaman Conías.

 2 Crónicas 36:9 nos dice que Joaquín o Jeconías fue rey a la edad de ocho años, pero 2 Reyes 24:8 dice que tenía dieciocho. Algunos piensan que el escritor de Crónicas cometió un error sobre su edad. Otros piensan que su padre le hizo reinar con él y así le preparó para reinar solo en el futuro. Yo prefiero creer que esto último fue la razón de la discrepancia entre los dos relatos, mejor que concluir que hubo un error en la Escritura. Lo que sí sabemos seguro es que Jeconías reinó solamente durante tres meses. Ya tenía esposas (2 R.24:15) y las crónicas de los reyes demuestran que también tenía descendencia (1 Cr.3:16).

 Quisiera evitar lo más posible la cronología de este libro porque es extremadamente complicada. Por eso he tratado de concentrarme en el contenido de los mensajes y profecías. Sin embargo, a veces, es necesario mencionar los diferentes reinos durante los cuales profetizó Jeremías. Después de los capítulos 35 y 36, cuyos hechos ocurrieron durante el reinado de Joacim, vemos que el capítulo 37 ocurrió durante el reinado de Sedequías. Nabucodonosor llevó a Jeconías a Babilonia después de haber reinado exactamente tres meses y diez días, y le reemplazó por su tío, Matanías, al que llamó Sedequías (v.1), a la edad de veintiún años. Él es el tercer hijo de Josías, que reinó en Judá y es del linaje real de David. Este se rebeló contra el emperador babilónico y, al hacerlo, rompió el voto que había hecho delante del Dios verdadero (2 Cr.36:13), al jurar lealtad a Nabucodonosor. 

 

 La historia de 2 Crónicas 36:12 relata: “Hizo lo malo ante los ojos de Jehová su Dios, y no se humilló delante del profeta Jeremías, que le hablaba de parte de Jehová.” Esta declaración arroja suficiente trasfondo para el capítulo que está delante de nosotros. El libro de Jeremías cuenta que, además, ni él, ni los de su gobierno, ni la gente común, hicieron caso a Su palabra (v.2).

 En dos ocasiones el rey Sedequías envió a dos hombres a Jeremías para que invocara al Señor contra la amenaza babilónica. Lo que sucedió en el versículo 3 fue la primera vez, cuando envió a Jucal y a Sofonías. Poco después mandó a Pasur y otra vez a Sofonías, como lo relata en el capítulo 21. El texto identifica a Sofonías como el sacerdote, el hijo de Maasías. Cuando Jerusalén y el rey Sedequías cayeron en manos de Nabucodonosor, Sofonías fue el sacerdote, segundo en poder sobre toda la tierra, pero el emperador lo mató y con él al sumo sacerdote, Seraías, y a otros más (Jer.52:27).

 Mientras avanzamos, veremos algo de respeto de parte de Sedequías hacia el profeta y la palabra de Dios. Claro que no es suficiente querer escuchar lo que Jeremías tiene que decir, pero al menos desea que Jeremías ore al Señor. No se opone fanáticamente como lo hizo Joacim en el capítulo anterior. 

 En este mismo capítulo sabremos del encarcelamiento de Jeremías, pero el versículo 4 declara que él todavía está libre. Los caldeos tenían asediada Jerusalén, pero dejan el asedio cuando reciben noticias de que el faraón y el ejército egipcio se están aproximando (v.5). En el siguiente versículo Jeremías recibe una palabra del Señor como respuesta a la petición del rey. El profeta habla cuando escucha de Dios, no antes, ni después (v.6).

 La palabra del Señor revela que el alivio del asedio no es permanente. La ayuda que Egipto se comprometió en dar a Judá no fue de corazón, y su ejército se volvió a Egipto (v.7). El pueblo va a saber que no se puede escapar del justo juicio de Dios a menos que haya un arrepentimiento en el tiempo adecuado. Nabucodonosor lleva la espada como disciplina del Señor, por eso su ejército tiene que volverse a Jerusalén. Al final, el fuego se extenderá a toda la ciudad (v.8).

 Aunque el engaño es un enemigo que ofrece liberación, nunca la da. Por el alivio de ver a los caldeos abandonar el asedio y salir para enfrentar la amenaza de los egipcios, el engaño de pensar que jamás volverían se desarrolló hasta el punto de hablar con tal certeza: Sin duda ya los caldeos se apartarán de nosotros”, a lo cual el Señor respondió con una simple afirmación de la verdad: “No se apartarán.” ¡Con qué suavidad y facilidad entra el engaño, y qué tan severa y dolorosa es la verdad! Por esta misma razón el pueblo rechazó la palabra que Jeremías había hablado (v.9). Por esta misma razón hay poco arrepentimiento en el día de hoy, porque la mentira sigue siendo más fácil de aceptar que la verdad.

 El diablo entiende la efectividad de una mentira, la herramienta que mejor caracteriza su reino. Jesús nos enseñó acerca de la naturaleza del enemigo: “No hay verdad en él. Cuando habla mentira, de suyo habla; porque es mentiroso, y padre de mentira” (Jn.8:44). La Biblia nos revela el falso consuelo y el alivio que trae el engaño y por eso nos da muchos avisos. Jesús también profetizó que habrá una inundación de engaño al acercarnos al fin de la época: “Mirad que no seáis engañados; porque vendrán muchos en mi nombre diciendo: ‘Yo soy’ (Lc.21:8… el Cristo no está en el griego). Pablo dijo que el cristianismo no tolera la práctica constante del pecado: “No os dejéis engañar: ni los inmorales, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los homosexuales, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los difamadores, ni los estafadores heredarán el reino de Dios (1 Co.6:9). Todos estos consejos fueron dados para ayudarnos a evitar el engaño.

 Un texto del apóstol Pablo nos advierte que el engaño es un intento de burlarse de Dios mismo, y la sentencia que resulta es inevitable: “No os dejéis engañar, de Dios nadie se burla; pues todo lo que el hombre siembre, eso también segará” (Gal.6:7). El pecado no sólo es atractivo, sino también engañoso. Un cristiano veterano, como lo es el escritor de Hebreos, sabe que el pecado finge ser legítimo y sensato. Me impresiona ver cómo él advierte a los cristianos, instándoles a tomar medidas muy fuertes para poder vencer las mentiras: “Exhortaos los unos a los otros cada día… no sea que alguno de vosotros sea endurecido por el engaño del pecado” (He.3:13). La verdad de Dios nunca será popular, pero es lo único que nos puede liberar del engaño del pecado: “Si vosotros permanecéis en mi palabra, verdaderamente sois mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Jn.8:31-32). 

 El arrepentimiento es la única escapatoria del justo juicio de Dios. Es un principio divino y, en el versículo 10, el Señor lo confirma enfáticamente. Nos dice que, aunque hipotéticamente Judá derrotara a los caldeos, Él no fallará en ejecutar Su juicio. Incluso si matara a los soldados enemigos y solamente quedaran los heridos, “se levantaría cada uno en su tienda, y prenderían fuego a esta ciudad.”

 

Jeremías es encarcelado

      11.  Y aconteció que cuando el ejército de los caldeos se retiró de Jerusalén a causa del ejército                  de  Faraón, 

12.  salía Jeremías de Jerusalén para irse a tierra de Benjamín, para apartarse de en medio del pueblo. 

13.  Y cuando fue a la puerta de Benjamín, estaba allí un capitán que se llamaba Irías hijo de Selemías, hijo de Hananías, el cual apresó al profeta Jeremías, diciendo: Tú te pasas a los caldeos. 

14.  Y Jeremías dijo: Falso; no me paso a los caldeos. Pero él no lo escuchó, sino prendió Irías a Jeremías, y lo llevó delante de los príncipes. 

15.  Y los príncipes se airaron contra Jeremías, y le azotaron y le pusieron en prisión en la casa del escriba Jonatán, porque la habían convertido en cárcel. 

16.  Entró, pues, Jeremías en la casa de la cisterna, y en las bóvedas. Y habiendo estado allá Jeremías por muchos días, 

17.  el rey Sedequías envió y le sacó; y le preguntó el rey secretamente en su casa, y dijo: ¿Hay palabra de Jehová? Y Jeremías dijo: Hay. Y dijo más: En mano del rey de Babilonia serás entregado. 

18.  Dijo también Jeremías al rey Sedequías: ¿En qué pequé contra ti, y contra tus siervos, y contra este pueblo, para que me pusieseis en la cárcel? 

19.  ¿Y dónde están vuestros profetas que os profetizaban diciendo: No vendrá el rey de Babilonia contra vosotros, ni contra esta tierra? 

20.  Ahora pues, oye, te ruego, oh rey mi señor; caiga ahora mi súplica delante de ti, y no me hagas volver a casa del escriba Jonatán, para que no muera allí. 

21.  Entonces dio orden el rey Sedequías, y custodiaron a Jeremías en el patio de la cárcel, haciéndole dar una torta de pan al día, de la calle de los Panaderos, hasta que todo el pan de la ciudad se gastase. Y quedó Jeremías en el patio de la cárcel. 

 Debido a la posición inflexible de Jeremías, sus principales enemigos, como lo eran los fariseos en el tiempo de Jesús, esperaban la oportunidad de arrestarle; esta vino cuando Jeremías, aprovechando la breve retirada del asedio caldeo (v.11), quiso ir a su ciudad natal y sacerdotal de Anatot. Quizás pensó que no podía hacer más en Jerusalén. Su ciudad estaba al norte de Jerusalén, en el territorio de la tribu de Benjamín. Debido al asedio, el alimento escaseaba, y Jeremías no fue el único que quiso abastecerse de provisiones. Intentó ir a su propiedad, quizás la que había comprado a un pariente, como vimos en un capítulo anterior (v.12).

 Sabemos por lo que aprendimos en el capítulo 11 (vs. 19-23) que Jeremías tenía muchos enemigos en Anatot, así es que tenía que tomar muchas precauciones al dirigirse hacia allí. Pero al salir para su ciudad, en la puerta de Benjamín, le salió al encuentro un soldado, un capitán de la guardia, llamado Irías. Su abuelo, Hananías, fue un falso profeta que predijo que el yugo de Babilonia sería quitado al cabo de dos años (cap.28:11). Este murió por mano del Señor dos meses después (28:17).

 El capitán acusó falsamente a Jeremías diciendo que, al salir por una puerta de la ciudad, iba a desertar de los caldeos. Esto no era razonable, ya que los caldeos no se encontraban cerca de la ciudad en aquel momento. Jeremías salía por la puerta de Benjamín, al norte hacia Anatot, e imagino que los babilonios estarían marchando hacia el sur para encontrar a los egipcios. Por supuesto, Jeremías negó la acusación (v.14). Pero al capitán no le interesaba la verdad, sino la ocasión para poder encarcelar al profeta. El capitán acusó a Jeremías de traición, de ser infiel a su patria y de entregarse a los enemigos. Permíteme recordarte que algunos acusaron a Jesús de servir a Beelzebú (Lc.11:15), y Él dijo a Sus discípulos que ellos recibirían acusaciones semejantes: “Si al dueño de la casa lo han llamado Beelzebú, ¡cuánto más a los de su casa!” (Mt.10:25). Esta sigue siendo una táctica de los enemigos, los que se oponen a los que, simple y humildemente, quieren servir al Señor: acusarles de estar uniéndose con el enemigo.    

 La negación de Jeremías es irrelevante para Irías, porque ha hallado una razón, sin importar que sea falsa, para apresar al profeta, y le trae delante de los oficiales del reino, es decir, de los jueces. No son los mismos nobles, amigos de Jeremías, del último capítulo o los del capítulo 26:16. Ha pasado tiempo desde que ellos tuvieron parte en la historia, y estos son hombres peligrosos. Incluso el rey los teme, como veremos en el siguiente capítulo.

 Ellos, airados, azotaron a Jeremías y le metieron en la cárcel (v.15). La ciudad utilizaba la casa de un alto secretario, Jonatán, como prisión, estando adecuada para ese propósito. Jeremías estuvo en la parte subterránea de la cárcel mucho tiempo (v.16). El rey Sedequías demuestra algo de sinceridad al dejar que Jeremías saliese de la prisión a su casa, para consultar con él. Es un encuentro secreto en el que el rey pidió una palabra del Señor. Probablemente los malvados oficiales controlan a Sedequías y son parte de la razón por la cual el rey no sigue la palabra de Dios. Es débil, como rey, y sus príncipes le dominan, pero él sí tiene cierto respeto por el profeta de Dios. Recordemos que Pilato quiso soltar a Jesús, pero no fue viable políticamente (Jn.19:12).

 Rendirse a la influencia de una multitud o de hombres poderosos, no es una excusa para ponerse en contra del Dios Omnipotente. Sedequías espera una palabra más positiva para sí mismo y para su pueblo, pero como ha determinado avenirse con sus oficiales, el juicio y la sentencia de Dios no serán reducidos. Jeremías dijo: “Sí, hay, una palabra de Dios. En mano del rey de Babilonia serás entregado.” (v.17).

 Como Jeremías es el portavoz de Dios, su encarcelamiento es una evidencia presente del estado impiadoso de la tierra. En el capítulo 26:16, en el reinado anterior de Joacim, los príncipes y ancianos defendieron al profeta y hablaron de cómo Miqueas habló de un desastre venidero en el tiempo del rey Ezequías. En Jeremías 26:19 preguntaron: “¿Acaso lo mataron Ezequías rey de Judá y todo Judá? ¿No temió a Jehová, y oró en presencia de Jehová, y Jehová se arrepintió del mal que había hablado contra ellos? ¿Haremos, pues, nosotros tan gran mal contra nuestras almas?” Un hombre especialmente “Ahicam hijo de Safán estaba a favor de Jeremías, para que no lo entregasen en las manos del pueblo para matarlo” (26:24). ¿Dónde hay un solo hombre así ahora? El hecho de que no haya ninguno, es prueba de que el tiempo de la derrota final de Judá está cerca.

 No hay una ofensa más grande para Dios que la injusticia demostrada contra Sus siervos. Pablo escribió a los tesalonicenses (2 Tes.1:6): “Es justo delante de Dios pagar con tribulación a los que os atribulan.” Jeremías testifica de la injusticia de haberle azotado y encarcelado (v.18). Los falsos profetas, que profetizaron de paz, ya han sido deslegitimados, porque lo que profetizaron acerca de que Nabucodonosor no tendría éxito, fue hallado falso. Nabucodonosor ya ha llevado cautivo a Babilonia incluso al rey anterior, Jeconías. Pero aun así, con más evidencias amontonadas contra los falsos profetas y príncipes, los más tercos se endurecen contra la palabra de Dios (v.19).  

 Jeremías pide al rey que, si no puede controlar a los oficiales en otros asuntos, al menos le libre de la prisión, donde ellos le habían echado (v.20). Pero Sedequías actúa a su manera, manifestando así su carácter comprometido. Hace lo suficiente por el profeta como para aliviar su carga, pero no lo suficiente como para airar a los príncipes. Debería haber librado a Jeremías y, como José, haberle hecho consejero en el reino, pero solamente le traslada de la parte subterránea de la prisión al patio, y le da una ración de una torta de pan al día. ¡Qué valiente y generoso! (v.21).

 Pienso en Gamaliel, quien muy prudente y sagazmente argumentó delante del concilio judío a favor de la vida de los apóstoles (por lo que quizás debamos recomendarle un poco). Pero después él se sentó con los demás, observando cómo eran azotados, probablemente, con treinta y nueve latigazos. ¡No es una persona incondicionalmente entregada a los propósitos de Dios! Un defensor de la justicia de Dios, con un corazón ardiendo con celo por ella, se hubiera puesto entre los apóstoles y sus maltratadores, diciendo: “¡Si vais a azotar a estos hombres, tendréis que azotarme a mí primero!”

 Una mentalidad política como la de Sedequías y Gamaliel atesorará para sí misma “ira para el día de la ira y de la revelación del justo juicio de Dios” (Ro.2:5)… y para Judá está próximo a llegar. Más tarde veremos como la ira del Señor cayó sobre el rey Sedequías.

 

 

 

 

 


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