Pruebas y tentaciones
El oro refinado en fuego |
Santiago 1:2-18
Pruebas y paciencia
2. Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas,
3. sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia.
4.
Mas tenga la
paciencia su obra completa, para que seáis perfectos y cabales, sin que os falte cosa
alguna.
Santiago comienza la instrucción de
su carta aludiendo al beneficio obtenido solamente al pasar por las pruebas.
Enseña que un cristiano debe estar gozoso por pasarlas, porque así producirá una
valiosa paciencia. En Romanos 5:3-4, Pablo escribe lo mismo, pero sin usar el
término: “Tened por sumo gozo”, sino algo que expresa una
reacción todavía más fuerte: “Nos gloriamos”, y después cita
una serie de virtudes, fruto de la tribulación, en las que el cristiano debe
gloriarse. En primer lugar, de acuerdo con lo que dice Santiago, la tribulación
produce paciencia, pero después cita dos beneficios más: prueba y esperanza… “También
nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce
paciencia; y la paciencia, prueba; y la
prueba, esperanza.”
Pedro utiliza el mismo término que
Santiago: “diversas pruebas”, diciendo que ellas mismas
causan aflicción, y las compara con el proceso de refinar el oro: “Ahora por
un poco de tiempo, si es necesario, tengáis que ser afligidos en diversas
pruebas, para que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que
el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego” (1 P.1:6-7). En
comparación a la refinación del oro, la prueba de la fe es “mucho más
preciosa”, ya que el oro es “perecedero”. La prueba o
refinación del oro por fuego sirve para quitar las impurezas, dejándolo en un
estado más puro. Por eso, las pruebas no se aplican para ver cuánto pueden
resistir los cristianos, sino para llevarlos a un nivel más alto y puro de la
fe.
El escritor de Hebreos, de acuerdo con Pedro, afirma que la reacción inmediata de una dificultad aplicada para disciplinar no es gozo, sino tristeza: “Es verdad que ninguna disciplina al presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que en ella han sido ejercitados” (He.12:11). La disciplina no es, necesariamente, un castigo porque la persona haya hecho mal, sino una obra de Dios en la persona para su beneficio. Tenemos que aprender a “tener por sumo gozo” las pruebas, concentrándonos en los beneficios que obtendremos después, y solamente por ellas podremos obtenerlos.
Los apóstoles son
el ejemplo perfecto del principio de estar gozosos en la tribulación, cuando
salieron del concilio de Jerusalén después de haber sido azotados. Está claro
que los golpes no les hicieron sentir gozo inmediatamente, sino que “salieron de la presencia del concilio,
gozosos de haber sido tenidos por dignos de padecer afrenta por causa del Nombre”
(Hch.5:41).
Aprendemos de todas estas fuentes: Pablo, Pedro, Hebreos, el caso de los
apóstoles en los Hechos, y Santiago, que existen tesoros de incalculable valor
producidos por las diversas pruebas. Sabiendo esto podremos hallar gozo al
pasarlas. Mark Mathes escribió las siguientes palabras, traducidas del inglés,
en una hermosa canción:
“A veces hace falta un monte, a veces un mar turbulento,
A veces un desierto, para llamarme la atención;
Tu amor es mucho más fuerte que la prueba que me aflige,
A veces hace falta un monte, para aprender a confiar solamente en Ti.”
Como hemos visto, tanto Santiago como Pablo nos enseñan que uno de los frutos del sufrimiento es la paciencia, y el significado del griego original para esta palabra (hupomone) es paciencia que persevera. En Mateo 24:13, la forma del verbo, hupomeno, es traducida persevere: “Mas el que persevere hasta el fin, éste será salvo” y, en Apocalipsis 1:9, la forma sustantiva, hupomone, es traducida como paciencia, cuando Juan escribió a las iglesias de su coparticipación con ellos “en la tribulación, en el reino y en la paciencia de Jesucristo.”
Juan escribe acerca de un atributo de Cristo que obra en él y en ellos. La paciencia que persevera es la posesión del cristiano en Cristo, quien le da perseverancia, hasta recibir su salvación. John Wesley dice que “la paciencia ya está en cada persona piadosa. ¡Que la ejercite, y después pida sabiduría!” La paciencia de la que hablan Juan, Santiago y Pablo, no es algo innato en la persona; de ser así, solamente aquel que es fuerte de carácter personal “persevera hasta el fin”. La paciencia que persevera es, como dice Juan, “la paciencia de Jesucristo”, otorgada, como dice John Wesley, a “cada persona piadosa”, y la Biblia enseña claramente que la persona piadosa es aquella que ha recibido la justicia por los méritos de Cristo (1 Co.1:30). Son los débiles en sí mismos quienes tienen la salvación, que está anclada en Cristo, y poseen la paciencia que persevera. “Lo débil de Dios es más fuerte que los hombres” (1 Co.1:25).
El versículo 4 nos anima a no interrumpir la prueba, sino que permitamos que esta termine su obra. La perfección en este pasaje significa dos cosas: culminación y madurez. Una obra no va a ser perfecta a menos que continúe hasta que no falte nada. Cuando culmina la obra y uno llega a la madurez de carácter, entonces la obra es perfecta. Comenta Warren Wiersbe: “A la gente inmadura siempre le falta paciencia; la gente madura es paciente y persistente. La falta de paciencia y la incredulidad son compatibles, como también lo son la fe y la paciencia… “Imitadores de aquellos que por la fe y la paciencia heredan las promesas” (Heb.6:12).
Pedir la sabiduría por medio de la fe
5. Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada.
6. Pero pida con fe, no dudando nada; porque el que duda es semejante a la onda del mar, que es arrastrada por el viento y echada de una parte a otra.
7. No piense, pues, quien tal haga, que recibirá cosa alguna del Señor.
8. El hombre de doble ánimo es inconstante en todos sus caminos.
La sabiduría del cristiano tiene que
fluir de una fuente, y esta fuente es Dios. La sabiduría no llega por medio de
un trabajo mental, ni por un estudio intelectual, sino por medio de la oración.
Dios dará generosamente a los que piden con fe. Es maravilloso saber que,
cuando vengan a Él, Él no les reprenderá, riñéndoles por algún pecado pasado y excluyéndoles
de la sabiduría que persiguen. Es una obra maligna de incredulidad excluir al
buscador de la bendición; la duda argumenta: ‘la
sabiduría es para otro; no es para ti’. Santiago garantiza que Dios da
a todos y lo hace generosamente.
Cada cristiano debe estar afirmado en la verdad de que Dios no obra corrigiendo o mejorando las
Lee
cuidadosamente estos dos versículos para poder ver lo que Pablo quiere enseñar
al creyente. Propone que tanto su vida como la de ellos va hacia la crucifixión
y, en su lugar, Cristo tiene que entrar a vivir en ellos. Vivimos por Su vida
resucitada. La versión Reina Valera 1960 traduce bien el versículo al usar la
frase preposicional: “del Hijo de Dios”, y La Biblia de las
Américas se equivoca al decir: “en el Hijo de Dios”. Pablo ya no
vive por la fe humana, sino por la fe que proviene de Dios. Recuerda que cuando
los discípulos pidieron a Jesús: “¡Auméntanos la fe!” (Lc.17:5), pensando
que les hacía falta más fe, el Señor les corrigió. Él habló de una fe muy
pequeña, como el grano de mostaza. Lo que necesitaban no era más fe, sino una
fe diferente. En el versículo de Colosenses hay un misterio que Pablo revela
entre los gentiles, y es que la vida de Cristo en nosotros, los gentiles, es
nuestra esperanza.
Vamos a
ver lo que el apóstol Juan nos enseña en su primera carta: “El testimonio es
éste: que Dios nos ha dado vida eterna, y esta vida está en Su Hijo” (5:11).
Dios no nos da vida aparte de Su Hijo. Después, en el siguiente versículo
añade: “El que tiene al Hijo tiene la vida, y el que no tiene al Hijo
de Dios, no tiene la vida”. Está totalmente de acuerdo con Gálatas
2:20, porque si tenemos a Cristo habitando en nosotros, Su vida, que es eterna,
es nuestra. Porque Él vive en nosotros, nosotros podemos vivir por la fe divina
y no por nuestra fe humana.
En Juan
14:20, Jesús afirma: “Yo estoy en mi Padre, y
vosotros en mí, y yo en vosotros.” Por
eso, el versículo que precede es verdad: “Porque yo vivo, vosotros también
viviréis.” Él ora al Padre, en el
capítulo 17:21 y 23, que sea una realidad en Sus discípulos: “Como tú,
oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que
el mundo crea que tú me enviaste… Yo en ellos, y tú
en mí.”
Continúa enseñando a Sus discípulos que Sus
virtudes estarán en ellos: “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la
doy como el mundo la da”
(Jn.14:27). En el próximo capítulo, 15:11, Él habla de Su gozo en ellos: “Estas
cosas os he hablado, para que mi gozo esté
en vosotros, y vuestro gozo sea
cumplido.” En Juan 17:13, Jesús también
ora al Padre acerca de otorgarles el gozo divino: “Para que tengan mi gozo
cumplido en sí mismos.”
La virtud divina más grande en el
creyente es el amor de Dios. Otra vez, lo vemos en Su oración al Padre en Juan
17:26: “Y
les he dado a conocer tu nombre, y lo daré
a conocer aún, para que el amor con que me has amado esté en ellos, y yo en
ellos.” En la Biblia, el nombre de
una persona caracterizaba quien era, y dar a conocer Su nombre significa
que Él les revela el carácter de Su Padre. Jesús demostró a Sus discípulos que
Dios se caracterizaba por el amor. El apóstol Juan lo captó y escribió: “El que no ama, no ha conocido
a Dios; porque Dios es amor” (1 Jn.4:8).
En Juan
15:9-10, Jesús enseñó a Sus discípulos que el amor cristiano no es un amor
humano, demostrándonos que Su obra no consiste en mejorar el amor natural, sino
en darnos Su amor a nosotros: “Como el Padre me ha amado, así
también yo os he amado; permaneced en mi amor. Si guardareis mis
mandamientos, permaneceréis en mi amor.” Hay
otros ejemplos en Juan 13:34 y Juan 15:12.
La gran
doctrina del amor divino frente el amor humano presentada en la conversación
entre Jesús y Pedro, y claramente demostrada en el lenguaje griego en Juan
21:15-17, no se distingue en la mayoría de las traducciones. En esta porción,
Jesús pregunta dos veces a Pedro si le ama con amor ágape, que en el
Nuevo Testamento Amplificado en inglés define como amor que es devoción
espiritual que razona, y es intencional, como uno ama al Dios Padre. Pedro
confesó que su amor fue fileo, descrito por el Amplificado como afecto
personal, instintivo y profundo, como uno ama a un amigo muy querido. La
tercera vez, Jesús le hizo la pregunta usando fileo, y aquí el Amplificado
inglés dice que “Pedro fue entristecido y lastimado,” como si no podía
ofrecer lo que Jesús deseaba de él.
Jesús
dijo a los judíos que su religión no producía en ellos lo que Él quería ver: “Mas
yo os conozco, que no tenéis amor (ágape)
de Dios en vosotros” (Jn.5:42). De la misma manera, la sabiduría cristiana
no es propia del ser humano, tiene que ser recibida de arriba, por medio de la
oración. En estudios futuros, estudiaremos una sabiduría que Santiago dice que “no
es la que desciende de lo alto, sino terrenal, animal, diabólica” (Stg.3:15).
En el versículo 6, observamos que Santiago, igual
que Pablo, enseñó la doctrina de la fe, asegurando que Dios dará la sabiduría
a todos
abundantemente, pero
insistió que la fe tenía que ser genuina, no solo una confesión verbal. Habla
de una fe que no da lugar a la duda. La duda y la incredulidad muchas veces se
expresan excluyendo al que pide, como mencioné en el primer párrafo de esta
sección, diciendo: ‘la sabiduría es para otro;
no es para ti’.
El mar
es una buena analogía para el comportamiento de la duda; olas que se levantan y
caen, llevadas por el viento, el paradigma de la inestabilidad. El Espíritu, en
una ocasión, dijo a Pedro: “No dudes en ir con ellos” (Hch.10:20),
cuando vinieron a buscarle tres hombres gentiles, y le mandó entrar en la
casa de un gentil y hablar con él y con los que estaban reunidos con él. Los
judíos no permitían tales acciones. Cumplirlo fue un gran acto de fe que abrió
el evangelio a los no judíos.
En los
Evangelios, el Señor nos anima fuertemente a actuar por fe: “Pedid, y se os
dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Porque todo aquel que
pide, recibe…” (Mt.7:7-8). Anota algo que es muy importante… Jesús enseñó
que ¡todo aquel está incluido! El Espíritu y la Esposa dicen lo
mismo en Apocalipsis: “Dicen: Ven. Y el que oye diga: Ven. Y el que tiene
sed, venga; y el que quiera tome del agua de la vida gratuitamente” (Ap.22:17).
En Mateo 7, Cristo continúa demostrando la superioridad de la bondad del Padre
en el cielo con los padres terrenales imperfectos. Concluye: “Cuanto más
vuestro Padre que está en los cielos dará buenas cosas a los que le pidan”
(Mt.7:11).
El versículo
7 declara que el hombre, arrastrado por olas y vientos de incredulidad, no puede
esperar cosa alguna del cielo. Dios requiere una sola cosa de nosotros: que nos
acerquemos en fe. Entramos en la vida de salvación por fe, y por medio de ella
vivimos durante toda nuestra vida cristiana. Por otro lado: “Sin fe es
imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea
que le hay, y que es galardonador de los que le buscan” (He.11:6). No hay
otra manera de ver a Dios contestar la oración
La palabra griega dipsuchos aparece aquí, en el versículo 8, en el capítulo 4:8, y en ningún otro lugar de la Biblia. Creo que si dividimos esta palabra en dos partes no tendrás ningún problema en discernir su significado literal: di y psuchos. Di significa dos, y psuchos es la palabra de la cual derivamos psicología, que quiere decir el estudio del alma. Psuchos significa alma, y por eso dipsuchos significa dos almas. El hombre de doble ánimo (v.8) no está totalmente entregado a Dios, sino que tiene otros intereses además que no ha querido dejar. En Santiago 4:8, el autor le aconseja a él y a otros como él: “Vosotros los de doble ánimo, purificad vuestros corazones.” El otro elemento que hay en su vida es un ídolo y está destruyendo su fe y dejándole con dudas. El único remedio es abandonar el otro interés y buscar a Dios con sencillez (singularidad) de corazón.
Exaltación
y humillación
9. El hermano que es de humilde condición, gloríese en su exaltación;
10. pero el que es rico, en su humillación; porque él pasará como la flor de la hierba.
11. Porque cuando sale el sol con calor abrasador,
la hierba se seca, su flor se cae, y perece su hermosa apariencia; así también se marchitará el rico en todas sus
empresas.
En Lucas
3:4-6, el evangelista cita a Isaías 40:3-4, donde el profeta ve de antemano el
ministerio de Juan Bautista y el principio que hay tras su ministerio. Su obra se
trata de nivelar el terreno dirigido al corazón para que el Señor entre en él: “Todo
valle se rellenará, y se bajará todo monte y collado.” Principalmente,
estaba hablando del estado espiritual de los corazones. Juan estaba involucrado
en el ministerio del arrepentimiento, por el cual se tenían que allanar los
montes y collados del orgullo en el corazón antes de poder levantar los valles
de incredulidad con fe. Así el corazón estaría preparado para acudir a Cristo.
El
pueblo en la iglesia de Jerusalén equilibró la situación económica de los
creyentes: “Todos los que habían creído estaban juntos, y tenían en común
todas las cosas; y vendían sus propiedades y sus bienes, y lo repartían a todos
según la necesidad de cada uno” (Hch.2:44-45). También tenía que haber un
aprecio equitativo por el rico y por el pobre; el pobre encontrando respeto y
aceptación entre los creyentes, sin que la iglesia manifestara ningún
favoritismo por los ricos. Santiago reconoce el mismo principio al llamarse
unos a los otros hermanos iguales en Cristo, tanto a los pobres como a los ricos.
El
hermano rico puede gozarse por la obra de humillación en él, igual que el
hermano pobre puede gloriarse en su exaltación, porque las riquezas traen una
gloria engañosa que es totalmente temporal. Así, el rico en su humillación
halla un lugar nuevo en el evangelio que es mucho mejor para su bienestar
espiritual. Dios le da el lugar correcto y verdadero desde el punto de vista
celestial. La vista terrenal que ve las riquezas como una bendición en la vida
es un engaño. La sociedad cristiana debe practicar la verdad de Eclesiastés. Salomón,
el rey, enseñó que todo lo que se acumula bajo el sol es vanidad.
Los discípulos se sorprendieron cuando Jesús dijo: “Amén, os digo, que difícilmente entrará un rico en el reino de los cielos” (Mt.19:23). La mentalidad en la que fueron criados les enseñó lo opuesto. Santiago dijo que cuando el rico se humilla debe regocijarse por haber sido salvado del sistema del mundo y poder apreciar una posición nueva entre sus hermanos en la iglesia, perdiendo cualquier favoritismo debido a sus riquezas (vs.9 y 10). La analogía de la hierba y la flor se encuentra varias veces en la Escritura, y Santiago, en el versículo 11, entiende la verdad sobre la igualdad entre personas, como Isaías: “Toda carne es hierba, y toda su gloria como flor del campo. La hierba se seca, y la flor se marchita…” (Is.40:6-7)
Dios no tienta a nadie
12. Bienaventurado el varón que soporta la tentación; porque cuando haya resistido la prueba, recibirá la corona de vida, que Dios ha prometido a los que le aman.
13. Cuando alguno es tentado, no diga que es tentado de parte de Dios; porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni él tienta a nadie;
14. sino que cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido.
15. Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte.
16. Amados hermanos míos, no erréis.
17. Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación.
18. Él,
de su voluntad, nos hizo nacer por la palabra de verdad, para que seamos
primicias de sus criaturas.
Santiago
trata varios aspectos de la vida cristiana, y el siguiente tiene que ver con
resistir la tentación impiadosa. Aunque la palabra griega es la misma en el versículo
12 y en el 2, el significado es diferente, como también debe serlo la
traducción. Felizmente, es así en la RV60 (v.2 pruebas; v.12 tentación).
En el versículo 2 se refiere a las pruebas de la vida; las que Dios permite e
incluso ordena, y está correctamente traducido como pruebas. En el versículo
12 estamos hablando de una tentación en la cual Dios no se mete, y que nos hace
alejarnos de Él.
La
persona que se acerca a Dios cuando es probado, sin dar lugar al pecado,
rindiéndose al deseo carnal, recibirá buena recompensa. Ha sido aprobado como
uno que ama al Señor, y recibirá la corona de vida. Juan escribe lo que Jesús
dijo: “El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos
a él, y haremos morada con él” (Jn.14:23). “El cual pagará
a cada uno conforme a sus obras: vida eterna a los que, perseverando en bien hacer,
buscan gloria y honra e inmortalidad” (Ro.2:6-7).
No son pocos los que han llegado a la falsa conclusión de que Dios ha puesto delante de él una oportunidad para pecar (v.13). Recuerdo la confesión de una sencilla comerciante en Méjico que descubrió que un cliente, por equivocación, pagó más del precio por la mercancía que compró. Ella dio gracias a Dios, pensando que Él había provocado el error. ¡Falso! Recuerdo también otro ejemplo de alguien que necesitaba $200. Encontró un bolso y, mirando adentro, buscó el nombre de la dueña para devolverla, y encontró $200. ¿Puede ser que Dios estaba supliendo su necesidad? ¡Falso otra vez!
El principio que hallamos en el versículo 14 se aplica a los casos que he contado. Las personas que dan lugar a sus deseos han iniciado una sucesión espiritual que va incrementándose, según Santiago: 1) “Cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido.” 2) “La concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado. 3) “El pecado, siendo consumado, da a luz la muerte” (v.15). Observa que es una escala descendiente: primero la concepción, después el nacimiento, luego un desarrollo llevado a cabo (consumación), y finalmente la muerte. Cuando uno da lugar al deseo, se produce una concepción y, con el tiempo, un nacimiento. Durante años, desde la infancia y hasta llegar a ser maduro, crece una malignidad que finalmente lleva a la muerte. Pero existe un tiempo para poder romper esta sucesión egoísta en cada paso. Hay tiempo para decir “no” al deseo antes de concebirlo. Si acaso ha concebido el mal deseo, siempre hay oportunidad de abortarlo antes de nacer; si nace, hay tiempo de cortarlo antes de que madure; y finalmente, antes de que termine la vida, hay tiempo para arrepentirse.
¡Ay, amigo!, tenemos que enfrentar y rechazar el engaño que culpa a Dios por nuestro pecado (v.16); no, al contrario, el Dios inmutable siempre da buenas y perfectas dádivas. Él es bueno al dar y sigue involucrado hasta que la dádiva se desarrolla hasta llegar a la perfección. Él es el Autor y Consumador de Sus dones, los cuales vienen de un cielo santo, y dan luz y no tinieblas. Él aborrece las tinieblas y ama la luz; aborrece la mentira y ama la verdad. Podemos confiar en Su fidelidad y generosidad porque tiene que ser fiel a Su naturaleza. En Él no hay variación; no se desvía de Sus caminos, y no da ni aun una sombra ni apariencia de mala intención (v.17).
Santiago
declara, en el versículo 18, que lleva a cabo Su voluntad según Sus propósitos
eternos. Quiero referirme a Juan 10:1 al decir que nos ha hecho entrar por la
puerta al redil, por la palabra de la verdad (10:9). Jesús es la puerta y Él es
la verdad (14:6) y Su palabra es verdad. Hemos nacido dentro de Su propósito
por el nuevo nacimiento, según Juan 1:13, formando parte de la iglesia de los
primogénitos (He.12:23). “Primicias de sus criaturas”: Por fe,
estamos bajo el favor, la gracia, la protección, el cuidado y la salvación de
Dios, sobre todo lo demás de Su creación, y somos enteramente Suyos. Dice
Jamieson-Faucett-Brown: “En cuanto a Su resurrección, Cristo es “las
primicias (1 Co.15:20, 23): Cuando el cristiano es regenerado (nace de nuevo) forma
parte de las primicias, como en el Antiguo Testamento los israelitas
consagraban los primeros hijos y animales nacidos, y también los primeros
frutos que maduraban. Estos actos eran muy conocidos para los judíos, a quien
Santiago escribe. Quiso decir que los regenerados son los primogénitos,
apartados para Dios, de entre toda la creación.
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