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Lowell Brueckner

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Bautismo que corresponde a Noé

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Wesley:“No la señal exterior, sino la gracia interior”


CAPÍTULO 3

     Responsabilidades matrimoniales  

1.      Asimismo vosotras, mujeres, estad sujetas a vuestros maridos; para que también los que no creen a la palabra, sean ganados sin palabra por la conducta de sus esposas, 

   2.  considerando vuestra conducta casta y respetuosa. 

3.      Vuestro atavío no sea el externo de peinados ostentosos, de adornos de oro o de vestidos lujosos, 

4.      sino el interno, el del corazón, en el incorruptible ornato de un espíritu afable y apacible, que es de grande estima delante de Dios. 

5.      Porque así también se ataviaban en otro tiempo aquellas santas mujeres que esperaban en Dios, estando sujetas a sus maridos; 

6.      como Sara obedecía a Abraham, llamándole señor; de la cual vosotras habéis venido a ser hijas, si hacéis el bien, sin temer ninguna amenaza. 

7.      Vosotros, maridos, igualmente, vivid con ellas sabiamente, dando honor a la mujer como a vaso más frágil, y como a coherederas de la gracia de la vida, para que vuestras oraciones no tengan estorbo. 

 Warren Wiersbe comentó que Dios ha establecido tres instituciones sobre la tierra: el gobierno, la iglesia y el hogar. El último está formado por el matrimonio, que es la unión entre un hombre y una mujer, y tanto Pedro como Pablo comparten consejos inspirados a la pareja casada. Así como todas las Escrituras son divinamente inspiradas, los consejos de los apóstoles sobre el matrimonio son también divinamente inspirados. Por eso, aunque Pablo no estaba casado, sus consejos son igual de válidos que los de Pedro, que sí lo estaba. Los matrimonios cristianos necesitan consejos del cielo que se extiendan más allá de la experiencia terrenal. La sabiduría del mundo no es suficiente para cualquier área de la vida cristiana, y el hogar de los creyentes es una institución sobrenatural y celestial. Todo lo que tiene que ver con el verdadero cristianismo, tiene que basarse sobre sabiduría bíblica, dirigida por el Espíritu Santo.

 Pedro empieza dirigiéndose a las esposas, que al ser conversas de la primera generación de cristianos, asume que no todas tienen esposos creyentes. Los que se casan en Cristo no deberían necesitar ser enseñados sobre lo que es tener esposos o esposas inconversos. Pablo dio el mandato claramente: “No os unáis en yugo desigual con los incrédulos; porque ¿qué compañerismo tiene la justicia con la injusticia? ¿Y qué comunión la luz con las tinieblas? ¿Y qué concordia Cristo con Belial (la palabra Belial del hebreo… futilidad, infructífero, malignidad)? ¿O qué parte el creyente con el incrédulo?” (2 Co.6:14-15).

 En la epístola anterior, Pablo comentó que una viuda puede casarse de nuevo con quien quiera”, y especificó, “con tal que sea en el Señor” (1 Co.7:39). ¿Qué quiere decir, “con tal que sea en el Señor?” Significa, en primer lugar, que el matrimonio se debe dar entre dos personas que son cristianas, un hombre y una mujer, y además el Señor tiene que indicar a cada una de las partes, individualmente, que este matrimonio es según Su voluntad. Así que, no solamente las viudas cristianas tienen que casarse “en el Señor”, sino que todos los matrimonios cristianos tienen que acontecer “en el Señor.”.

 Sin embargo, por causa de que los apóstoles siempre invadieron territorios paganos para llevar a los pecadores a Cristo, encontraron muchas situaciones imperfectas. Por eso Pablo dio estas instrucciones sobre el matrimonio:Pero cada uno como el Señor le repartió, y como Dios llamó a cada uno, así haga; esto ordeno en todas las iglesias… cada uno en el estado en que fue llamado, en él se quede” (1 Co.7:17, 20). Además instruyó: “Si una mujer tiene marido que no sea creyente, y él consiente en vivir con ella, no lo abandone” (1 Co.7:13).

 Al llegar a Cristo, Dios iba a darles una gracia especial bajo tales condiciones: Porque el marido incrédulo es santificado en la mujer” (1 Co.7:14). Habría mucho más que enseñar sobre estas situaciones, pero este no es el tema sobre el que Pedro escribe en este capítulo. Simplemente, incluye a las esposas que tienen esposos incrédulos.

 Inmediatamente después, se dirige a un principio espiritual: La conducta es más poderosa que las palabras. En todos los matrimonios, las esposas deben estar sujetas a sus maridos, pero esta gracia es más que un mandamiento. Es una herramienta útil que, si la esposa cristiana se aplica, hará más para convertir a su esposo “sin palabra” que cualquier argumento sagaz (v.1). Por supuesto, confesará su fe en Cristo a su marido, pero después dejará que su nueva naturaleza hable, y se dedicará a confiar en Dios en la oración. Una conducta casta y respetuosa” hará una obra poderosa. Un temor al Señor gobernará su conducta casta, y también producirá un respeto por el esposo. John Wesley sugiere una actitud profundamente cristiana: “Un temor amoroso de desagradarle” (v.2).

 La nueva creyente descubre una hermosura que nunca hubiera conocido naturalmente. La vestimenta exterior y lo estético del cuerpo ignoran la importancia interior del alma y el espíritu. Según Dios ve a la persona, a pesar de su apariencia exterior, el interior de la incrédula son trapos rasgados y manchados de pecado. (v.3). Hay una hermosura del corazón, adornada por el Señor, que supera con creces la apariencia exterior. Pedro enseña que es incorruptible, eterna y “de grande estima delante de Dios.” Es adornada por un espíritu afable y apacible, totalmente apoderado por el Espíritu Santo (v.4).

 Pedro entra en la historia del Antiguo Testamento para descubrirlo, investigando acerca del matrimonio que el Señor eligió como un ejemplo de la hermosura de la fe: Abraham y Sara. No solamente Sara, sino también otras santas mujeres en todo el Antiguo Testamento, vivieron confiando en Dios, siendo la confianza un sinónimo bíblico de la fe. El Señor recuperó el espíritu afable y apacible que Eva perdió en la caída, convirtiendo la maldición que cayó sobre ella en la bendición que vino a través de Sara, y sus espíritus hallaron consuelo, satisfacción y vida, sometiéndose a sus maridos. Esta posición no fue molesta para ellas, descubrieron una fuerza interior, una sabiduría y, como la Escritura ha descrito, una hermosura invisible y misteriosa, que todavía poseía Sara en su vejez (v.5).

 El versículo 6 describe, particularmente, la obediencia de Sara, quien no solamente llamó a Abraham su señor, sino que caminó en conformidad con el término. Aquí está el versículo que llamó la atención de Pedro cuando Sara declaró el señorío de su marido: “¿Después que he envejecido tendré deleite, siendo también mi señor ya viejo?” (Gé.18:12). Pedro busca una descendencia espiritual, hijas nacidas del cielo para Sara, justo como Pablo buscaba hijos espirituales para Abraham: “Sabed, por tanto, que los que son de fe, éstos son hijos de Abraham” (Gá.3:7). La esposa puede sentir cierta desconfianza al sujetarse a su marido y entregar su independencia. Creo que Pedro se refiere a eso cuando habla de un temor, pero la fe en el Señor quita toda esa tendencia natural.

 Al lado de Abraham, el padre de muchas naciones, estuvo Sara: A Sarai tu mujer no la llamarás Sarai, mas Sara será su nombre” (Gé.17:15). Como Dios cambió el nombre de Abram a Abraham, así cambió el nombre de Sarai a Sara. En ambos casos, con una sola letra hebrea, que sería la “h” en español. Abram, un padre enaltecido, fue Abraham, un padre de naciones; Dios cambió a Sarai, mi princesa, en Sara(h) – es una pena que en español se pierda la “h”, - una princesa de naciones, gobernando al lado de su marido. El Señor la exaltó altamente en el espíritu. Por medio de un nuevo nacimiento, las cristianas hoy en día son hijas de Sara espiritualmente. Son caracterizadas por la fe (la confianza) y la bondad, por medio de las cuales ministran en la iglesia. Su ministerio tiene una gloria particular, distinta al de los hombres.

 En el versículo 7, Pedro se dirige a los maridos, quienes con entendimiento espiritual, reconocen el honor dado por Dios a Sara y a sus hijas. Ellas son vasos más frágiles, pero un principio espiritual aplica la fuerza divina a la debilidad humana. Por eso, las mujeres hallarán Su gracia de una forma especialmente evidente en sus vidas de fe. Abraham y Sara fueron coherederos mientras caminaron juntos por esta vida terrenal, dotados con la gracia de Dios. Y de la misma manera que Sus altos propósitos se revelaron entonces en ambos, así se revelan en las parejas cristianas de hoy. Hay un poder sobrenatural que se genera en ellos y es el poder de la oración. Pedro desea que la oración fluya sin estorbo del matrimonio unido en Cristo.  

 

La mente de Cristo 

8.      Finalmente, sed todos de un mismo sentir, compasivos, amándoos fraternalmente, misericordiosos, amigables; 

9.    no devolviendo mal por mal, ni maldición por maldición, sino por el contrario, bendiciendo, sabiendo que fuisteis llamados para que heredaseis bendición. 

10.  Porque: El que quiere amar la vida y ver días buenos, refrene su lengua de mal, y sus labios no hablen engaño; 

11.  apártese del mal, y haga el bien; busque la paz, y sígala. 

12.  Porque los ojos del Señor están sobre los justos, y sus oídos atentos a sus oraciones; pero el rostro del Señor está contra aquellos que hacen el mal. 

13.  ¿Y quién es aquel que os podrá hacer daño, si vosotros seguís el bien?  

Estamos aprendiendo acerca de algo que va más allá de tener exactamente las mismas posiciones doctrinales, al desear estar unidos en un mismo sentir. El cristiano posee la mente de Cristo: Porque ¿quién conoció la mente del Señor? ¿Quién le instruirá? Mas nosotros tenemos la mente de Cristo” (1 Co.2:16). No le es dado el derecho de desafiar la mente, los pensamientos o los caminos de Dios, sino el potencial para pensar como Él piensa. Pablo expresó esta posibilidad en una declaración majestuosa en Filipenses 2:5-8: “Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.” 

 Reflexionando sobre cómo esta declaración de la mente de Dios hecho hombre se transmitiría a Sus discípulos (según la enseñanza del apóstol en los primeros versículos de Filipenses 2), intentaré parafrasearlo, de acuerdo con lo que Pablo enseña aquí y Pedro lo hace en el capítulo que estamos estudiando: “Entiende tu alta posición en Cristo, pero no intentes demandarla por derecho para tu propio beneficio. Sigue a Jesús en Su humillación y estima a tus hermanos como superiores (Fil.2:3).  Sé compasivo, ámalos, sé misericordioso y amigable (1 P.3:8). Toma la actitud de un siervo hasta la muerte, para beneficio de la hermandad (Fil.2:4). No sigas los pensamientos de la carne, ni del mundo, devolviendo mal por mal, sino devolviendo bendición por maldición, porque esta es la mentalidad a la cual Dios ha llamado al cristiano, por medio de la cual hereda uno las bendiciones del Señor” (v.9).

 En el versículo 10, Pedro comienza con una cita de David, que es una invitación para vivir la vida cristiana. Para poder hacerlo tenemos que “refrenar” las características de la vida vieja, como aprendimos en el capítulo 2:1. David y Pedro demuestran que, para entrar en lo mejor del cielo, hay que dejar atrás el mundo, y refrenar nuestros labios de la maldad y el engaño. Entonces, podremos buscar la paz del cielo y seguirla (v.11)

Dios no tiene preferencias según la raza o clase, algo que ya vimos en el capítulo 1:17, sino como dijo John Wesley: “Según el tenor de su vida y conducta”. Los ojos de Dios están constantemente sobre aquél cuyo corazón clama por la justicia. El apóstol Juan escribe de la certeza de los hijos de Dios… sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es” (1 Jn.3:2). Este es nuestro más profundo deseo y por eso, todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro” (1 Jn.3:3). Nosotros, como hijos de Dios, podemos saber que “si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye. Y si sabemos que él nos oye en cualquiera cosa que pidamos, sabemos que tenemos las peticiones que le hayamos hecho” (1 Jn.5:14-15).

 Los versículos 10-12 citan la declaración profética de David y la seguridad que Pedro y Juan tenían de su cumplimiento para aquellos que conocen la justicia de Cristo por la fe. Ellos pueden estar seguros de que el Señor estará haciéndoles caso en cada situación, y sabrán que Sus oídos están atentos a su oración. Como siempre sucede con el Dios inmutable, Él está contra el que hace mal.

 Ya que los ojos del Dios omnipotente están sobre ellos y Sus oídos atentos a su clamor, ¿quién les puede hacer daño? Pablo preguntó lo mismo en Romanos 8:31: Si Dios es por nosotros, ¿quién contra noso-tros?” Antes, en el mismo capítulo, Pablo continúa con el mismo sentir que Pedro en los versículos 10 y 11 y, como lo expresó en 2:1, que el cristiano tiene que refrenar sus facultades naturales, rechazar lo malo y dejarlo atrás: “Porque los que son de la carne piensan en las cosas de la carne; pero los que son del Espíritu, en las cosas del Espíritu… los que viven según la carne no pueden agradar a Dios” (Ro.8:5, 8). 

 

Cristo nos lleva a Dios

 14.  Mas también si alguna cosa padecéis por causa de la justicia, bienaventurados sois. Por tanto                  no os amedrentéis por temor de ellos, ni os conturbéis, 

15.  sino santificad a Dios el Señor en vuestros corazones, y estad siempre preparados para presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros; 

16.  teniendo buena conciencia, para que en lo que murmuran de vosotros como de malhechores, sean avergonzados los que calumnian vuestra buena conducta en Cristo. 

17.  Porque mejor es que padezcáis haciendo el bien, si la voluntad de Dios así lo quiere, que haciendo el mal. 

18.  Porque también Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios, siendo a la verdad muerto en la carne, pero vivificado en espíritu; 

19.  en el cual también fue y predicó a los espíritus encarcelados, 

20.  los que en otro tiempo desobedecieron, cuando una vez esperaba la paciencia de Dios en los días de Noé, mientras se preparaba el arca, en la cual pocas personas, es decir, ocho, fueron salvadas por agua. 

21.  El bautismo que corresponde a esto ahora nos salva (no quitando las inmundicias de la carne, sino como la aspiración de una buena conciencia hacia Dios) por la resurrección de Jesucristo, 

22.  quien habiendo subido al cielo está a la diestra de Dios; y a él están sujetos ángeles, autoridades y potestades. 

 Hay algo más que considerar después de que el cristiano haya dado la espalda al mundo, la carne y el diablo, y comience a andar en la justicia de Cristo. Primeramente, Dios le asegura que está con él y por él, sin embargo, este hecho no elimina el sufrimiento. En verdad, en el capítulo 2:21, Pedro nos enseñó que el sufrimiento es parte del llamamiento del cristiano. Él llama al sufrimiento una bendición, por causa de la justicia, y cita la Escritura del Antiguo Testamento como una confirmación (Is.8:12-13)

 Isaías vivió durante el tiempo en el que el Imperio Asirio amenazó a Judá y a Jerusalén. En los capítulos 7 y 8, el rey Acaz y toda la nación reaccionaron a las noticias que llegaron acerca de un complot entre Siria y el reino del norte (Israel): Y se le estremeció el corazón, y el corazón de su pueblo, como se estremecen los árboles del monte a causa del viento” (Is.7:2). Fue una reacción especialmente temerosa, y el Señor les reprendió diciéndoles que la fuente del temor no debe ser el enemigo, sino su Dios: A Jehová de los ejércitos, a él santificad; sea él vuestro temor, y él sea vuestro miedo” (Is.8:13). El temor de Dios trae esperanza contra los ataques del enemigo. Como en el Antiguo Testamento, así también en el Nuevo: no os amedrentéis por temor de ellos, ni os conturbéis” (v.14).

 Creemos firmemente que el creyente experimenta un proceso de santificación durante todo el curso de su vida. Sin embargo, no camina solo en el proceso, sino que la providencia de Dios le proporciona las ocasiones necesarias a través de las cuales puede acontecer la santificación. Aquí, en medio de una prueba, Pedro instruye a los cristianos: “Santificad a Dios el Señor en vuestros corazones”. Santificad, o sed apartados de todo lo demás, es lo que Dios demandó de Judá, siendo Él su temor y su miedo, sin temer ni tener miedo del enemigo (Is.8:12-13). Pedro desea ver lo mismo en los cristianos.   

 Los manuscritos más antiguos y la mayoría de las versiones traducen así este versículo: Santificad a Cristo como Señor en vuestros corazones, dándonos otro aspecto de la santificación, es decir, que al pasar por las pruebas, Cristo debe ser santificado. Así veremos a Cristo como Señor sobre las pruebas y volveremos a confiar plenamente en Él.

 Aquí asumimos que la causa del sufrimiento es la persecución. Los perseguidores demandan que el creyente abandone la fe en Cristo y se someta al mismo dios/señor que ellos mismos profesan. En la prueba, el creyente proclama que Cristo es el Señor sobre todo, y testifica acerca de la esperanza que descansa en Él y la razón de por qué asirse a Él. Su testimonio tiene que ser confesado en humildad y en el temor de Dios. Incluso en la hora de la persecución, el ego del hombre puede manifestarse sin tomar a Dios en cuenta, haciendo alarde de su propia autosuficiencia y confianza en sí mismo (v.15).

 Al responder en el poder del Espíritu y en la mansedumbre y el temor de Dios, la consciencia se mantiene limpia, libre de la contaminación del ego y el orgullo. Pedro enseñó anteriormente que un buen testimonio hará que la gente maligna se vuelva a Dios en “el día de la visitación” (1 P. 2:12). Ese testimonio puede avergonzar a la oposición y traer un resultado positivo al final (v.16).

El Señor siempre tiene un buen propósito tras las pruebas que Él envía para que se crucen en nuestro camino. Si es la voluntad del Señor, el creyente debe aceptar el sufrimiento al haber hecho lo que es correcto y bueno, pero nunca es la voluntad de Dios hacer mal. No debe sentir consuelo por haber sufrido andando en lo que no era cristiano (v.17).

 El versículo 18 me hace pensar en la lección del capítulo 2, versículos 21-23, que demuestra, como este versículo, el ejemplo de Cristo en Su sufrimiento. Manifiesta el hecho de que Su buena voluntad ha resultado en el cumplimiento de Sus propósitos supremos, en este caso, al tomar nuestros pecados para que nosotros seamos perdonados; sufriendo Él por nuestras injusticias para que seamos justificados; y quitando la barrera para llevarnos a Dios. Desde la cruz, el velo del templo fue rasgado desde arriba hacia abajo, dejando libre acceso a Su presencia (Lc.23:45). Muchas veces, cuando comparto, hago referencia a este versículo 18, demostrando el hecho que, antes de la fundación del mundo, Dios trazó un plan para hacernos volver a Él después de la terrible caída que nos alejó de Él.

 Desde el principio, Él creó un ser a su imagen y semejanza, haciendo posible la comunión con Él, que no fue posible a través de cualquier otro ser creado (Gé.1:26). El Espíritu de Dios revoloteó, anidando sobre la creación, como una gallina sobre sus huevos, con una pasión de llevarlo a cabo (Gé.1:2, hebreo rachaphrevolotear, anidar). A lo largo del Antiguo Testamento, Él mantuvo una relación profunda con hombres como Abraham y Moisés (Is.41:8 y Ex.33:11), manifestando el anhelo de Su corazón. Jesús inició una relación amistosa con Sus discípulos, designada a compartir con ellos secretos profundos y divinos (Jn.15:15).

Solamente el sufrimiento de Cristo lo hizo posible y solamente el sufrimiento en nuestras vidas puede construir nuestro ser interior y prepararnos para Su servicio. El último plan de la cruz de Cristo no fue solamente perdonarnos del pecado, sino abrir el camino para la restitución, es decir, la paz con Dios. Fue necesario que Dios fuera hecho hombre y poseyera una naturaleza mortal para poder ser nuestro sustituto, muriendo por nosotros; pero seguir siendo Dios, con una naturaleza divina que operara resucitándole de la muerte.

 Fue por medio de Su Espíritu, obrando a través de Noé, que Él predicó a los espíritus ahora encarcelados en el infierno (v.19). Durante ciento veinte años resistieron al predicador de justicia (2 P. 2:5) y persistieron en la desobediencia. Dios esperó pacientemente mientras Noé predicaba y edificaba el arca de salvación, en la que quien quisiera podía entrar (Ap.22:17). Pero solamente ocho personas, por la fe, creyeron, respondieron y entraron: Noé, su esposa, sus tres hijos y sus esposas (v.20).

Según un comentario de John Wesley, las aguas y el arca del día de Noé, que trajeron salvación, correspondían a un bautismo espiritual, “no la señal exterior, sino la gracia interior”, que el evangelio ofreció (v.21). El arca pasó por las aguas del diluvio, simbolizando el pecado y la tumba de los condenados, hasta que la paloma, representando al Espíritu Santo, trajo la esperanza a Noé y a todos los creyentes, llevando la hoja de olivo que representaba la paz con Dios. Noé pasó a un nuevo mundo, viendo el arcoíris de la promesa que asegura que “ahora… ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús” (Ro.8:1).

 Cristo fue sumergido en nuestros pecados o, peor todavía, fue hecho pecado por nosotros, y fue sepultado en la tumba de José de Arimatea. Deleitémonos en la traducción literal de Isaías 38:17, la oración de alabanza del rey Ezequías, que dice: “Tú amor alcanzó y abrazó mi alma, librando mi vida del hoyo de corrupción; porque echaste tras tus espaldas todos mis pecados” … sepultó “nuestras iniquidades, y echará (echó) en lo profundo del mar todos nuestros pecados” (Miq.7:19). Este bautismo espiritual llega a una profundidad más allá de donde las aguas naturales podrían llegar, porque el agua solamente quita las inmundicias de la carne. La sangre de Jesús lavó nuestras conciencias culpables, llevando nuestras culpas por nosotros. Él se levantó triunfante sobre la muerte y el infierno (v.21), “traspasó los cielos” (He.4:14) y se sentó en el lugar de autoridad absoluta a la diestra del Padre… “sujetos ángeles, autoridades y potestades” (v.22). Allí está Él, en esta posición victoriosa hoy… ¡Él, quien nos amó y murió por nosotros, vive, dándonos una esperanza segura de una eternidad futura!

 

 

 

 

 


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